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Balagus
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24-12-2024, 10:12 PM
“Nada de esto tiene sentido” pensaba Balagus con malhumorado escepticismo. “Los pulpos no flotan, y los barcos tampoco. Un pulpo se trocea, se cuece, y se sirve bien aliñado. Con aceite y pimentón, y sal bien gorda”. Los relatos que circulaban, incluso entre su gente, sobre pulpos gigantes que hundían barcos en un santiamén, y que devoraban a todos sus tripulantes en cuestión de minutos, no dejaban de bombardear su cabeza desde que supo cómo iban a trasladarse todos al North Blue. Lo único que le había conseguido convencer de acceder a aquel plan fue la promesa de Silver de que el viaje no entrañaba peligro alguno, y su insistencia de ir a conocer nuevas islas. Eso, y un reto a su orgullo y valor por, textualmente, “tenerle miedo a unos cefalópodos sobredimensionados”.
No sabía lo que era un cefalópodo, pero sabía que no les tendría miedo, fueran lo que fueran.
Sus fuertes brazos aseguraban los cabos del barco, uno por uno, acariciando sus maderas, pulidas y cuidadas por sus manos, mientras miraba con terca desconfianza a los pulpos voladores.
- Más les vale no hacerte ni un rasguño, Hope. – Le habló al barco entre dientes. – Porque juro que tendremos pulpo para comer durante meses como lo hagan. -
Apenas hubo terminado de asegurar las últimas cuerdas, su capitán indicó cuál iba a ser su transporte aéreo. Tras permitirse unos momentos para mirarlo de arriba a abajo, dejó escapar un claro y audible gruñido de desaprobación.
- Lo dije y lo mantengo, Silver: los pulpos sirven para trocearlos y cocerlos, no para viajar en ellos. -
Afortunadamente, una cara conocida alivió el malhumor del oni: Nassor había vuelto a unírseles, y saludaba animadamente al lunarian que era su capitán. Mientras el pulpo se asentaba sobre el barco, y los empleados de la empresa que había fletado aquellos viajes aseguraban los tentáculos sobre la cubierta, el guerrero recibió a su amigo con los brazos abiertos.
- ¡Estúpido patán! ¡Tenías la oportunidad para dejar atrás al loco de Silver y has decidido seguirle hasta tu muerte! – Bramó con una risotada, presionando al pelirrojo entre sus brazos y contra su pecho. – Me alegro de verte. Alguien tenía que ayudarme aponer un poco de orden entre tanto demente. –
Finalmente, llegó el momento, y el barco se despegó de las aguas. Corriendo como si mi vida dependiera de ello, me asomé por la borda, no para ver cómo las leyes de la lógica y la gravedad dejaban de aplicársenos, sino para comprobar que, efectivamente, aquel pulpo gigante no le estuviera haciendo ni un rasguño al barco.
No sabía lo que era un cefalópodo, pero sabía que no les tendría miedo, fueran lo que fueran.
Sus fuertes brazos aseguraban los cabos del barco, uno por uno, acariciando sus maderas, pulidas y cuidadas por sus manos, mientras miraba con terca desconfianza a los pulpos voladores.
- Más les vale no hacerte ni un rasguño, Hope. – Le habló al barco entre dientes. – Porque juro que tendremos pulpo para comer durante meses como lo hagan. -
Apenas hubo terminado de asegurar las últimas cuerdas, su capitán indicó cuál iba a ser su transporte aéreo. Tras permitirse unos momentos para mirarlo de arriba a abajo, dejó escapar un claro y audible gruñido de desaprobación.
- Lo dije y lo mantengo, Silver: los pulpos sirven para trocearlos y cocerlos, no para viajar en ellos. -
Afortunadamente, una cara conocida alivió el malhumor del oni: Nassor había vuelto a unírseles, y saludaba animadamente al lunarian que era su capitán. Mientras el pulpo se asentaba sobre el barco, y los empleados de la empresa que había fletado aquellos viajes aseguraban los tentáculos sobre la cubierta, el guerrero recibió a su amigo con los brazos abiertos.
- ¡Estúpido patán! ¡Tenías la oportunidad para dejar atrás al loco de Silver y has decidido seguirle hasta tu muerte! – Bramó con una risotada, presionando al pelirrojo entre sus brazos y contra su pecho. – Me alegro de verte. Alguien tenía que ayudarme aponer un poco de orden entre tanto demente. –
Finalmente, llegó el momento, y el barco se despegó de las aguas. Corriendo como si mi vida dependiera de ello, me asomé por la borda, no para ver cómo las leyes de la lógica y la gravedad dejaban de aplicársenos, sino para comprobar que, efectivamente, aquel pulpo gigante no le estuviera haciendo ni un rasguño al barco.