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Takahiro
La saeta verde
26-12-2024, 07:42 PM
Día 3 de invierno.
Año 725.
Habían pasado tres meses desde que había estado por última vez en Loguetown. Los sutiles atisbos del otoño ya eran un leve recuerdo en lo más profundo de su ser, mas el invierno había llegado. Había venido con todo y con nada al mismo tiempo. Lo que en su momento habían sido playas repletas de personas tomando el sol, en ese momento era un desierto de arenas blancas repleta de gaviotas que esperaban que bajara la marea para poder comer algo. Los árboles repletos de espesura eran esqueletos de madera sin ninguna hoja. Sin embarho, lo que más le impresionó a Takahiro era el frío. El aire cálido y con olor a leña quemada de los chiringuitos habia desaparecido por completo. El viento olía distinto. Era frío y húmedo, calando enl más profundo de su interior, llegando hasta los huesos, y olía diferentes. Era más..., limpio quizá. Era raro.
La carta recibida por la Capitana Montpellier era clara. Debía ir sl puerto y esperar a que el pulpo los llevara a su siguiente destino: el Mar del Norte. Era la próxima misión de la L-42. No tenia claro de si iba a salir bien o no, pero tenía ganas de encontrarse con sus amigos; incluso con la irritante de la Oni.
—Buenos días —saludó el peliverde, haciendo un ademán con su mano derecha, mientras la otra posaba sobre su espada—. ¿Es aquí lo del pulpo raro?
Le recibió un sujeto con mala cara, que le hacía ver que no estaba muy contento con su trabajo. Le miró de arriba abajo, con una mirada que guardaba desprecio y desdén a partes iguales.
—Sí. Aquí es. ¿Cuál es su número?
—Espere un segundo —le dijo, buscando en su bolsillo la carta que le habían enviado hacia una semana aproximadamente—. El número veintitrés —respondió finalmente.
Recibió un par de indicaciones por parte de aquel hombre y señaló a hacía el final. Había una hilera de barcos, aparcados a una distancia sumilar los unos de los otros. Caminó hasta el el que le habían indicado y se subió. Allí vio un par de caras conocidas, alguno cabo y algún soldado raso que deambulaba por la base meses atrás. ¿Estarían sus compañeros alli? Esperaba que sí. Y fue en ese momento cuando los vio, no pidiendo evitar mostrar una sonrisa de alegría.
—¡Cuánto tiempo, familia! —exclamó, sonriente—. ¿Cómo os ha ido? —preguntó justo después.
Año 725.
Habían pasado tres meses desde que había estado por última vez en Loguetown. Los sutiles atisbos del otoño ya eran un leve recuerdo en lo más profundo de su ser, mas el invierno había llegado. Había venido con todo y con nada al mismo tiempo. Lo que en su momento habían sido playas repletas de personas tomando el sol, en ese momento era un desierto de arenas blancas repleta de gaviotas que esperaban que bajara la marea para poder comer algo. Los árboles repletos de espesura eran esqueletos de madera sin ninguna hoja. Sin embarho, lo que más le impresionó a Takahiro era el frío. El aire cálido y con olor a leña quemada de los chiringuitos habia desaparecido por completo. El viento olía distinto. Era frío y húmedo, calando enl más profundo de su interior, llegando hasta los huesos, y olía diferentes. Era más..., limpio quizá. Era raro.
La carta recibida por la Capitana Montpellier era clara. Debía ir sl puerto y esperar a que el pulpo los llevara a su siguiente destino: el Mar del Norte. Era la próxima misión de la L-42. No tenia claro de si iba a salir bien o no, pero tenía ganas de encontrarse con sus amigos; incluso con la irritante de la Oni.
—Buenos días —saludó el peliverde, haciendo un ademán con su mano derecha, mientras la otra posaba sobre su espada—. ¿Es aquí lo del pulpo raro?
Le recibió un sujeto con mala cara, que le hacía ver que no estaba muy contento con su trabajo. Le miró de arriba abajo, con una mirada que guardaba desprecio y desdén a partes iguales.
—Sí. Aquí es. ¿Cuál es su número?
—Espere un segundo —le dijo, buscando en su bolsillo la carta que le habían enviado hacia una semana aproximadamente—. El número veintitrés —respondió finalmente.
Recibió un par de indicaciones por parte de aquel hombre y señaló a hacía el final. Había una hilera de barcos, aparcados a una distancia sumilar los unos de los otros. Caminó hasta el el que le habían indicado y se subió. Allí vio un par de caras conocidas, alguno cabo y algún soldado raso que deambulaba por la base meses atrás. ¿Estarían sus compañeros alli? Esperaba que sí. Y fue en ese momento cuando los vio, no pidiendo evitar mostrar una sonrisa de alegría.
—¡Cuánto tiempo, familia! —exclamó, sonriente—. ¿Cómo os ha ido? —preguntó justo después.