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Arthur Soriz
Gramps
27-12-2024, 07:32 PM
El viento acariciaba mi rostro con una fuerza creciente mientras el barco comenzaba a elevarse por los aires. Miré hacia el cielo, donde aquellos colosales pulpos extendían sus tentáculos en un despliegue de gracia y poderío. Verlos en movimiento era como presenciar a las leyendas cobrar vida... un espectáculo que ni mis años en la Marina ni mi infancia en Rostock me habían preparado para contemplar. No pude evitar soltar una risa baja y ronca. Había algo profundamente emocionante en esa mezcla de lo improbable y lo grandioso.
El movimiento del barco al despegar era suave aunque los crujidos de la madera bajo mis botas me recordaban que seguía en un barco y no en una máquina del futuro. El suelo sólido ya era cosa del pasado y la idea de estar suspendido en el aire sujeto solo por una criatura que parecía salida de un cuento de marinos borrachos me llenaba de un entusiasmo casi juvenil. Pero no dejaba que ese brillo en mis ojos me traicionara... en cambio mantuve la compostura caminando entre los demás como si estuviera acostumbrado a estas hazañas.
Pasé junto a Henry. No necesitaba que dijera nada para saber lo que pensaba. A veces el silencio de los hombres decía más que las palabras. Le di un par de palmadas en la espalda para comunicarle que estaba igual de emocionado que él, aunque mi gesto tuvo algo más de peso de lo que planeaba por lo que quizás lo moví un poco de más.
Zirko estaba apartada como solía hacerlo. Esa figura enorme incluso en un ambiente tan surrealista era imposible de ignorar. Mientras mis ojos la seguían, no pude evitar pensar en lo que habría pasado si hubiese sido ella quien cargara el barco. Sirius más cerca de las cuerdas y los amarres, tenía su atención fija en los detalles técnicos. Su seriedad contrastaba con el espectáculo majestuoso a nuestro alrededor pero en cierto modo era reconfortante saber que alguien observaba todo con ese nivel de escrutinio. Tal vez por el hecho de ser un navegante.
El barco finalmente alcanzó una altitud que me pareció suficiente como para apreciar la inmensidad del océano bajo nuestros pies. Cada vez más lejos el East Blue parecía un espejo perfecto con sus aguas tranquilas reflejando las nubes que poco a poco comenzaban a aglutinarse en el horizonte. No pasó mucho tiempo antes de que el primer indicio de tormenta se hiciera presente.
Al principio fue sutil. Un cambio en el viento más frío. Luego las nubes comenzaron a amontonarse como una manada de bestias furiosas, y la luz del sol se convirtió en un recuerdo distante. A mi alrededor los demás tripulantes se movían con rapidez asegurando cuerdas ajustando las velas, y manteniendo las conexiones con el pulpo que sostenía nuestra embarcación.
Un rugido ensordecedor rompió la calma y un destello de luz iluminó el cielo como si alguien hubiese partido el mundo en dos. La lluvia llegó con una violencia que me recordó las historias de viejos marineros... gruesas gotas heladas que golpeaban como si intentaran arrancarte la piel. El barco comenzó a tambalearse bajo el embate de los vientos y por un momento incluso yo tuve que sujetarme de la barandilla para no perder el equilibrio.
Pero el miedo no tenía lugar en mi corazón. Allí donde otros veían peligro yo veía desafío. La risa brotó de mis labios alta y clara como un faro en medio de la tormenta. No era burla ni locura sino pura emoción. Esto, pensé, era lo que significaba estar vivo.
— ¡Sujétense bien! — grité a mis compañeros, mi voz resonando por encima del aullido del viento. Mis manos se movieron con instinto, ayudando a asegurar las cuerdas que mantenían la estabilidad del barco según indicaran los tripulantes de dicha embarcación que ya parecían bastante diestros en lo que significa surcar los cuatro mares. Trabajaban con precisión, pero probablemente cualquiera se pondría un poco nervioso en una situación así. Allí fue cuando mi propia habilidad... esa suerte que parecía fluir por mis venas, comenzó a tomar el control.
No necesitaba tocar a nadie. Bastaba con confiar en lo que había descubierto desde que comí aquella fruta. Mi buena fortuna ahora amplificada parecía envolver el barco como un manto invisible. Cada movimiento que hacía, cada cuerda que ajustaba, encontraba su lugar con una facilidad casi milagrosa, como si todo estuviera a mi favor momentáneamente... aunque a saber cuánto duraría dicha suerte natural. El viento seguía rugiendo pero el barco aunque tambaleante permanecía firme.
Mi sonrisa no desapareció ni por un momento. Sentía el agua fría empapar mi ropa, sentía el temblor de la madera bajo mis pies y sin embargo nada de eso me intimidaba. Mi mirada recorrió a mis compañeros, a los tripulantes, incluso al pulpo que luchaba por mantenernos a flote. Todo era un caos perfecto... una danza entre el hombre, la naturaleza, y la voluntad de seguir adelante.
No era mi barco, pero eso no significaba que iba a quedarme de brazos cruzados. — ¡Ayudemos en todo lo que podamos, chicos! —vociferé hacia mis compañeros Marines. Por un momento un rayo iluminó todo y vi cómo todo era un auténtico caos. Yo levanté la vista hacia el cielo. La tormenta era feroz pero no inquebrantable. Sentí un desafío en su furia y mi respuesta fue una carcajada que resonó como un trueno más.
El movimiento del barco al despegar era suave aunque los crujidos de la madera bajo mis botas me recordaban que seguía en un barco y no en una máquina del futuro. El suelo sólido ya era cosa del pasado y la idea de estar suspendido en el aire sujeto solo por una criatura que parecía salida de un cuento de marinos borrachos me llenaba de un entusiasmo casi juvenil. Pero no dejaba que ese brillo en mis ojos me traicionara... en cambio mantuve la compostura caminando entre los demás como si estuviera acostumbrado a estas hazañas.
Pasé junto a Henry. No necesitaba que dijera nada para saber lo que pensaba. A veces el silencio de los hombres decía más que las palabras. Le di un par de palmadas en la espalda para comunicarle que estaba igual de emocionado que él, aunque mi gesto tuvo algo más de peso de lo que planeaba por lo que quizás lo moví un poco de más.
Zirko estaba apartada como solía hacerlo. Esa figura enorme incluso en un ambiente tan surrealista era imposible de ignorar. Mientras mis ojos la seguían, no pude evitar pensar en lo que habría pasado si hubiese sido ella quien cargara el barco. Sirius más cerca de las cuerdas y los amarres, tenía su atención fija en los detalles técnicos. Su seriedad contrastaba con el espectáculo majestuoso a nuestro alrededor pero en cierto modo era reconfortante saber que alguien observaba todo con ese nivel de escrutinio. Tal vez por el hecho de ser un navegante.
El barco finalmente alcanzó una altitud que me pareció suficiente como para apreciar la inmensidad del océano bajo nuestros pies. Cada vez más lejos el East Blue parecía un espejo perfecto con sus aguas tranquilas reflejando las nubes que poco a poco comenzaban a aglutinarse en el horizonte. No pasó mucho tiempo antes de que el primer indicio de tormenta se hiciera presente.
Al principio fue sutil. Un cambio en el viento más frío. Luego las nubes comenzaron a amontonarse como una manada de bestias furiosas, y la luz del sol se convirtió en un recuerdo distante. A mi alrededor los demás tripulantes se movían con rapidez asegurando cuerdas ajustando las velas, y manteniendo las conexiones con el pulpo que sostenía nuestra embarcación.
Un rugido ensordecedor rompió la calma y un destello de luz iluminó el cielo como si alguien hubiese partido el mundo en dos. La lluvia llegó con una violencia que me recordó las historias de viejos marineros... gruesas gotas heladas que golpeaban como si intentaran arrancarte la piel. El barco comenzó a tambalearse bajo el embate de los vientos y por un momento incluso yo tuve que sujetarme de la barandilla para no perder el equilibrio.
Pero el miedo no tenía lugar en mi corazón. Allí donde otros veían peligro yo veía desafío. La risa brotó de mis labios alta y clara como un faro en medio de la tormenta. No era burla ni locura sino pura emoción. Esto, pensé, era lo que significaba estar vivo.
— ¡Sujétense bien! — grité a mis compañeros, mi voz resonando por encima del aullido del viento. Mis manos se movieron con instinto, ayudando a asegurar las cuerdas que mantenían la estabilidad del barco según indicaran los tripulantes de dicha embarcación que ya parecían bastante diestros en lo que significa surcar los cuatro mares. Trabajaban con precisión, pero probablemente cualquiera se pondría un poco nervioso en una situación así. Allí fue cuando mi propia habilidad... esa suerte que parecía fluir por mis venas, comenzó a tomar el control.
No necesitaba tocar a nadie. Bastaba con confiar en lo que había descubierto desde que comí aquella fruta. Mi buena fortuna ahora amplificada parecía envolver el barco como un manto invisible. Cada movimiento que hacía, cada cuerda que ajustaba, encontraba su lugar con una facilidad casi milagrosa, como si todo estuviera a mi favor momentáneamente... aunque a saber cuánto duraría dicha suerte natural. El viento seguía rugiendo pero el barco aunque tambaleante permanecía firme.
Mi sonrisa no desapareció ni por un momento. Sentía el agua fría empapar mi ropa, sentía el temblor de la madera bajo mis pies y sin embargo nada de eso me intimidaba. Mi mirada recorrió a mis compañeros, a los tripulantes, incluso al pulpo que luchaba por mantenernos a flote. Todo era un caos perfecto... una danza entre el hombre, la naturaleza, y la voluntad de seguir adelante.
No era mi barco, pero eso no significaba que iba a quedarme de brazos cruzados. — ¡Ayudemos en todo lo que podamos, chicos! —vociferé hacia mis compañeros Marines. Por un momento un rayo iluminó todo y vi cómo todo era un auténtico caos. Yo levanté la vista hacia el cielo. La tormenta era feroz pero no inquebrantable. Sentí un desafío en su furia y mi respuesta fue una carcajada que resonó como un trueno más.