Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
08-08-2024, 11:56 AM
Sus sospechas se confirmaron con las palabras del gyojin. Octojin, que así se llamaba, había llegado ese mismo día a Loguetown. Encajaba con que no hubieran escuchado nada de él en los últimos días, no ya por la especie a la que pertenecía —que también—, sino por su descomunal y poco discreto aspecto. También podría haber sido una buena señal que indicase que no se había metido en ningún problema durante su estancia, pero estaba claro que no era el caso. De todos modos, parecío aceptar la invitación de Camille para sentarse y conversar, quizá no de muy buena gana, pero supuso que haberle tratado con sosiego había facilitado la interacción.
La oni no dijo mucha cosa a continuación; parecía mucho más interesada en escuchar lo que tenía que decir el forastero que otra cosa. En parte le movía la curiosidad: que un gyojin hubiera viajado hasta Loguetown, tan lejos de su hogar, le hacía preguntarse los motivos que le habrían traído hasta ese rincón del mundo conocido. Lo que le quedó claro es que el uniforme de la Marina no traía calma a la conversación, tal vez sí algo de recelo o desconfianza. Podía entenderlo. No es que allí fuera algo exagerado, pero ella misma había podido escuchar algún que otro comentario, ya no solo entre sus compañeros sino incluso entre los ciudadanos de a pie. Eran puntuales, aunque su escasez no les quitaba relevancia. Probablemente nadie sería más consciente de esto que ella, salvo quizá Octojin. Sin embargo, el comentario sí que le generó cierta preocupación. Que ni él ni los suyos pudieran considerar amigos a la Marina podía tener más de una interpretación, pero tampoco le sonaba ningún cartel de «Se busca» con las características que presentaba el contrario. Tampoco quería caer en prejuicios, así que descartaría esos pensamientos por el momento salvo que le diera pie a sospechar.
Aún en silencio, Camille observó cómo Hans se acercaba para reponer la comida del recién llegado, trayendo además una jarra repleta de sake. Era generoso, pero bien sabía que nada de eso podía ser suficiente como para saciar a su corpulento amigo, cosa que quedó evidenciada en el momento en que se bajó la bebida en poco más que unos segundos. No pudo sino asentir en acuerdo: iban a hacer falta unas cuantas más de esas.
—Créeme, nadie mejor que yo va a entender que mantener un perfil bajo a veces no es tan fácil como se pretende —respondió con voz pausada, sonriendo levemente en un gesto empático—. No espero que pases inadvertido, para bien o para mal está claro que es poco probable que lo consigas.
Si ella era incapaz de pasar desapercibida por las calles de Loguetown, incluso habiendo crecido en ellas, mucho menos lo iba a ser él. Por desgracia, vivían en un mundo de prejuicios dispuesto a juzgar a cualquiera que se saliera de la norma; a todo el que fuera diferente.
Cuando tocó el tema de su apariencia y las consecuencias de esta, terminó enmudeciendo a medida que su sonrisa se borraba poco a poco. Sus palabras le trajeron recuerdos de experiencias algo desagradables en un primer momento. Tenía razón, nunca había terminado de encajar en ningún sitio, ni siquiera entre sus compañeros de toda la vida. A veces sentía que hasta para la capitana Montpellier debía resultar complicado tratar con ella, aunque eso era más una percepción puntual y subjetiva que una realidad confirmada. Sin embargo, no todos sus recuerdos fueron negativos: para aplacar aquellas sensaciones, se presentaron en su mente otras circunstancias más felices. Un primer muchacho que se convirtió en su amigo durante la infancia, compañeros de la instrucción que procuraron integrarla junto al resto, la familiaridad con la que los oficiales del cuartel habían procurado educarla mientras la veían crecer. Todo ello despejó la neblina que se había empezado a formar en su mente.
Octojin se levantó tras explicarle su visión, muy válida a ojos de Camille, pero quizá teñida por las malas experiencias. Ahora que estaba de pie y ella sentada su estatura pareció acrecentarse. La oni abrió la boca para responder, empezando una palabra que no llegó a terminar de pronunciar al notar a Hans acercarse con desesperación.
—Mierda... —masculló en voz baja tras escucharle, poniéndose también en pie mientras escuchaba a Hans.
Como destacó el forastero, alguien debió aprovechar la trifulca y el ruido para salirse con la suya y arramplar con todo lo que hubiera en la bodega. Si se habían llevado todo el sake del mes no podía tratarse de una única persona. Eso solo empeoraba las cosas.
—Pues debían ser unos... ¿doscientos litros de sake? —empezó el tabernero, a cada palabra más hundido—. También teníamos cerveza, hidromiel, ron y algo de vino para los más exquisitos —aunque Camille sabía que era probablemente el peor vino que podía pedirse en Loguetown—. Joder, ¿y ahora cómo pago yo a los proveedores? Una taberna sin alcohol no es negocio ni es nada.
Alguna lágrima se resbaló por el rostro de Hans y terminó colgándole del bigote. Se podía sentir la desesperación en su voz quebrada. Alzó la mirada hacia Octojin y prosiguió.
—Solo se puede entrar a la bodega desde una trampilla que hay en la cocina —dijo, sorbiendo un poco por la nariz y secándose las lágrimas con el dorso de la mano, procurando tranquilizarse—. Y a la cocina solo se puede entrar por dos sitios: desde la zona de la barra —señaló la entrada que había detrás de él— y desde una puerta que da a la parte de atrás del edificio, a una callejuela. La usan los camareros y la cocinera para salir a tomar el aire cuando no hay mucho trabajo. Normalmente la trampilla de la bodega está cerrada con un candando y solo tenemos fuera algunas botellas para servir a la clientela habitual. Hoy estaba abierta por la cantidad de gente que teníamos y facilitarnos el ir y venir...
Por un lado, parecía una casualidad que se hubiera dado aquella situación, pero en la mente de Camille las casualidades eran menos probables que las intenciones bien pensadas. Quizá el hecho de que hubiera tantos clientes aquel día no fuera fortuito.
—Está bien Hans, deja que me ocupe de eso. Recuperaremos tu alcohol —se apresuró a decir al oni, ajustándose la odachi al cinto—. ¿El cocinero o los camareros no han visto nada?
—La trampilla está algo separada de los fuegos, en un rincón. Si no vas expresamente a esa zona no alcanzas a verla desde la cocina, así que parece que no.
La mujer suspiró. En parte sospechaba de los trabajadores de Hans, aunque por lo que sabía de ellos no eran malos chicos. La mayoría habían sido acogidos por el tabernero desde críos, chicos conflictivos de las calles que no tenían nada y a los que el hombre les había dado la oportunidad de tener un rumbo en la vida, así como un techo bajo el que dormir y un plato caliente que llevarse a la boca todos los días. Eso no eliminaba la posibilidad de que alguno estuviera involucrado, era raro que nadie hubiera visto nada cuando se trataba de una cantidad tan ingente de alcohol.
Camille desvió su mirada hacia Octojin.
—Es mi deber ocuparme de esto, tanto por ser marine como porque Hans es un viejo conocido. Tú no tienes ninguna obligación, pero... —dudó un poco. Después de lo que había ocurrido allí le sabía mal pedirle nada— Tú tienes pinta de saber lo que te haces y pedir refuerzos llevaría tiempo. No me vendrían mal un par de manos y músculos extra.
Dicho esto, con o sin el gyojin, Camille pasó por encima de la barra dando una pequeña zancada y accedió a las cocinas para echar un vistazo. Siguió las indicaciones del tabernero y no tardó en dar con la trampilla. La puerta que daba a la parte de atrás no estaba muy lejos de allí tampoco, lo que explicaba que se hubieran movido que cierta discreción. No estaba cerrada y solo tuvo que abrirla para ver unas marcas recientes de rueda en el suelo alejándose por la callejuela de tierra. Debían haber usado una carretilla o algo similar para llevarse toda la mercancía.
—¿Has echado en falta a alguien hoy, Hans?
—¿En falta? No, en principio no... —empezó pensativo. Se quedó callado durante unos segundos con gesto de duda en su semblante—. James se marchó hace un rato, dijo que no se encontraba muy allá, pero no creo que... tenga nada que ver.
La mirada de la oni se ensombreció un poco y, al mismo tiempo, los ojos del tabernero se cargaron con tristeza.
La oni no dijo mucha cosa a continuación; parecía mucho más interesada en escuchar lo que tenía que decir el forastero que otra cosa. En parte le movía la curiosidad: que un gyojin hubiera viajado hasta Loguetown, tan lejos de su hogar, le hacía preguntarse los motivos que le habrían traído hasta ese rincón del mundo conocido. Lo que le quedó claro es que el uniforme de la Marina no traía calma a la conversación, tal vez sí algo de recelo o desconfianza. Podía entenderlo. No es que allí fuera algo exagerado, pero ella misma había podido escuchar algún que otro comentario, ya no solo entre sus compañeros sino incluso entre los ciudadanos de a pie. Eran puntuales, aunque su escasez no les quitaba relevancia. Probablemente nadie sería más consciente de esto que ella, salvo quizá Octojin. Sin embargo, el comentario sí que le generó cierta preocupación. Que ni él ni los suyos pudieran considerar amigos a la Marina podía tener más de una interpretación, pero tampoco le sonaba ningún cartel de «Se busca» con las características que presentaba el contrario. Tampoco quería caer en prejuicios, así que descartaría esos pensamientos por el momento salvo que le diera pie a sospechar.
Aún en silencio, Camille observó cómo Hans se acercaba para reponer la comida del recién llegado, trayendo además una jarra repleta de sake. Era generoso, pero bien sabía que nada de eso podía ser suficiente como para saciar a su corpulento amigo, cosa que quedó evidenciada en el momento en que se bajó la bebida en poco más que unos segundos. No pudo sino asentir en acuerdo: iban a hacer falta unas cuantas más de esas.
—Créeme, nadie mejor que yo va a entender que mantener un perfil bajo a veces no es tan fácil como se pretende —respondió con voz pausada, sonriendo levemente en un gesto empático—. No espero que pases inadvertido, para bien o para mal está claro que es poco probable que lo consigas.
Si ella era incapaz de pasar desapercibida por las calles de Loguetown, incluso habiendo crecido en ellas, mucho menos lo iba a ser él. Por desgracia, vivían en un mundo de prejuicios dispuesto a juzgar a cualquiera que se saliera de la norma; a todo el que fuera diferente.
Cuando tocó el tema de su apariencia y las consecuencias de esta, terminó enmudeciendo a medida que su sonrisa se borraba poco a poco. Sus palabras le trajeron recuerdos de experiencias algo desagradables en un primer momento. Tenía razón, nunca había terminado de encajar en ningún sitio, ni siquiera entre sus compañeros de toda la vida. A veces sentía que hasta para la capitana Montpellier debía resultar complicado tratar con ella, aunque eso era más una percepción puntual y subjetiva que una realidad confirmada. Sin embargo, no todos sus recuerdos fueron negativos: para aplacar aquellas sensaciones, se presentaron en su mente otras circunstancias más felices. Un primer muchacho que se convirtió en su amigo durante la infancia, compañeros de la instrucción que procuraron integrarla junto al resto, la familiaridad con la que los oficiales del cuartel habían procurado educarla mientras la veían crecer. Todo ello despejó la neblina que se había empezado a formar en su mente.
Octojin se levantó tras explicarle su visión, muy válida a ojos de Camille, pero quizá teñida por las malas experiencias. Ahora que estaba de pie y ella sentada su estatura pareció acrecentarse. La oni abrió la boca para responder, empezando una palabra que no llegó a terminar de pronunciar al notar a Hans acercarse con desesperación.
—Mierda... —masculló en voz baja tras escucharle, poniéndose también en pie mientras escuchaba a Hans.
Como destacó el forastero, alguien debió aprovechar la trifulca y el ruido para salirse con la suya y arramplar con todo lo que hubiera en la bodega. Si se habían llevado todo el sake del mes no podía tratarse de una única persona. Eso solo empeoraba las cosas.
—Pues debían ser unos... ¿doscientos litros de sake? —empezó el tabernero, a cada palabra más hundido—. También teníamos cerveza, hidromiel, ron y algo de vino para los más exquisitos —aunque Camille sabía que era probablemente el peor vino que podía pedirse en Loguetown—. Joder, ¿y ahora cómo pago yo a los proveedores? Una taberna sin alcohol no es negocio ni es nada.
Alguna lágrima se resbaló por el rostro de Hans y terminó colgándole del bigote. Se podía sentir la desesperación en su voz quebrada. Alzó la mirada hacia Octojin y prosiguió.
—Solo se puede entrar a la bodega desde una trampilla que hay en la cocina —dijo, sorbiendo un poco por la nariz y secándose las lágrimas con el dorso de la mano, procurando tranquilizarse—. Y a la cocina solo se puede entrar por dos sitios: desde la zona de la barra —señaló la entrada que había detrás de él— y desde una puerta que da a la parte de atrás del edificio, a una callejuela. La usan los camareros y la cocinera para salir a tomar el aire cuando no hay mucho trabajo. Normalmente la trampilla de la bodega está cerrada con un candando y solo tenemos fuera algunas botellas para servir a la clientela habitual. Hoy estaba abierta por la cantidad de gente que teníamos y facilitarnos el ir y venir...
Por un lado, parecía una casualidad que se hubiera dado aquella situación, pero en la mente de Camille las casualidades eran menos probables que las intenciones bien pensadas. Quizá el hecho de que hubiera tantos clientes aquel día no fuera fortuito.
—Está bien Hans, deja que me ocupe de eso. Recuperaremos tu alcohol —se apresuró a decir al oni, ajustándose la odachi al cinto—. ¿El cocinero o los camareros no han visto nada?
—La trampilla está algo separada de los fuegos, en un rincón. Si no vas expresamente a esa zona no alcanzas a verla desde la cocina, así que parece que no.
La mujer suspiró. En parte sospechaba de los trabajadores de Hans, aunque por lo que sabía de ellos no eran malos chicos. La mayoría habían sido acogidos por el tabernero desde críos, chicos conflictivos de las calles que no tenían nada y a los que el hombre les había dado la oportunidad de tener un rumbo en la vida, así como un techo bajo el que dormir y un plato caliente que llevarse a la boca todos los días. Eso no eliminaba la posibilidad de que alguno estuviera involucrado, era raro que nadie hubiera visto nada cuando se trataba de una cantidad tan ingente de alcohol.
Camille desvió su mirada hacia Octojin.
—Es mi deber ocuparme de esto, tanto por ser marine como porque Hans es un viejo conocido. Tú no tienes ninguna obligación, pero... —dudó un poco. Después de lo que había ocurrido allí le sabía mal pedirle nada— Tú tienes pinta de saber lo que te haces y pedir refuerzos llevaría tiempo. No me vendrían mal un par de manos y músculos extra.
Dicho esto, con o sin el gyojin, Camille pasó por encima de la barra dando una pequeña zancada y accedió a las cocinas para echar un vistazo. Siguió las indicaciones del tabernero y no tardó en dar con la trampilla. La puerta que daba a la parte de atrás no estaba muy lejos de allí tampoco, lo que explicaba que se hubieran movido que cierta discreción. No estaba cerrada y solo tuvo que abrirla para ver unas marcas recientes de rueda en el suelo alejándose por la callejuela de tierra. Debían haber usado una carretilla o algo similar para llevarse toda la mercancía.
—¿Has echado en falta a alguien hoy, Hans?
—¿En falta? No, en principio no... —empezó pensativo. Se quedó callado durante unos segundos con gesto de duda en su semblante—. James se marchó hace un rato, dijo que no se encontraba muy allá, pero no creo que... tenga nada que ver.
La mirada de la oni se ensombreció un poco y, al mismo tiempo, los ojos del tabernero se cargaron con tristeza.