Horus
El Sol
27-12-2024, 10:57 PM
Podía palpar la festividad perfectamente en el ambiente con tan solo caminar por aquellos tejados. La panorámica que esa posición elevada me daba de la ciudad era, sin duda, muy agradable. Con tan solo un golpe de vista se contemplaban infinidad de calles, las luces, la gente festejando, las risas, algunos cantando los clásicos villancicos. Era un ambiente muy agradable de contemplar. Esta época tiende a sacar lo mejor de las personas, llenar sus corazones de esperanza y avivar sus deseos para el año venidero. Un buen momento para distraerse de las preocupaciones y problemas, así como plantear cómo afrontarlos con esperanza. Una época de preparación y determinación para intentar afrontar el cambio de año, que se solía relacionar con un cambio de objetivos y metas.
Otro año ya pasó, aunque ya casi terminó.
¡El evento acaba de salir y el cofre van de pedir!
Ver a la gente tan animada y alegre me llenaba el espíritu. Incluso con ese frío azotador que amenazaba con helar hasta que se me cayeran las orejas y la nariz, no podía evitar dejarme llevar un poco por el ambiente y canturrear como un susurro unos versos de las canciones que tanto se cantan en esa época. El júbilo navideño me calentaba el espíritu, aunque no pudiera hacerlo con el cuerpo. Mi mente me engañaba un poco, dándome esa falsa sensación de calidez. Aunque escuché que también es un síntoma de congelamiento.
Santa Klaus los va a juzgar, un carbón les va a dar,
Y si aún así piden cofre, no se pongan a llorar.
¡HEY!
Aunque tarareaba en un tono bajo, principalmente para no gastar aliento en vano, dejaba escapar las suaves notas con el vaho gélido que desprendía mi respiración. Comencé a seguir la búsqueda y el rastreo del pequeño simio, moviéndome al ritmo de la cancióncita. Con su clásica exclamación final, se me escapaba algún brinco que por poco hacía que me resbalara. Pero eso me fue un golpe de suerte. El resbalón me dejó encarado a un callejón algo menos transitado, donde me fijé en una muchacha que corría todo lo rápido que podía, cargando a una suerte de bebé en sus brazos envuelto en unas sábanas. Pero algo no cuadraba entre el paquete, el peso que debería tener y lo fácil que la niña lo cargaba.
Ding Dong Dang, Ding Dong Dang, ¿cofres pedirás?
Esta noche de alegría carbón tú tendrás, ¡HEY!
Estaba claro que no cargaba un niño. Una joven tan pequeña nunca podría cargar un bebé de ese tamaño con tanta facilidad. Y sería bastante irresponsable moverse de una forma tan agitada y frenética cargando un bebé. Cualquier paso en falso, a ese ritmo, lanzaría al bebé por los aires. Sin duda, algo un poco desagradable que ocurriría y preferiría no tener que contemplar. Como si mi canto alcanzara a la niña en forma de un susurro incomprensible pero atemorizante, esta aceleró su paso y, con algunos desvíos, se adentró en un almacén abandonado.
Ding Dong Dang, Ding Dong Dang, ¿cofres pedirás?
A Santa Klaus tu decepcionas, ¿Cuándo cambiarás?
Si la niña no era sospechosa ya, ahora se metía, cargando una especie de bebé, en un almacén desolado y perdido de la mano de Dios, donde nadie esperaría encontrarse otra cosa que no fueran ratas, vagabundos o algún posible ladrón de adornos navideños. Simplemente observé desde las alturas cómo la niña se esforzaba en cerrar la oxidada puerta, algo que no le costó mucho, lo cual indicaba que era una puerta endeble. Las piezas iban encajando en mi cabeza. Era mejor actuar y equivocarse que hacerse el tonto.
Ding Dong Dang, Ding Dong Dang, ¿cofres pedirás?
Esta noche de alegría carbón tú tendrás, ¡HEY!
En el interior de aquel almacén, mi cantar comenzó a hacerse escuchar como un eco conforme me aproximaba a él. Era una advertencia, un canto aterrador tal vez, aunque yo intentaba ponerle mi mejor empeño. Ese cántico resonaba en forma de eco por la distribución del lugar, haciendo difícil saber de dónde procedía con precisión. Hasta el punto del "¡HEY!", el cual era icónico en ese villancico, y se hizo bien notoria mi presencia en la puerta del almacén, con la misma abierta, con mi figura apoyada, calmada y serena, en el marco de la puerta abierta de par en par, la cual abrí con sumo cuidado tras ver cómo sonaba con la chica para no hacer ruido al abrirla.
Ding Dong Dang, Ding Dong Dang, ¿cofres pedirás?
A Santa Klaus tu decepcionas, ¿Cuándo cambiarás?
¡HEY!
Aun ya habiendo revelado mi presencia y siendo completamente visible para cualquiera en ese almacén, yo sabía que ya estaba en el último verso del cantar. Así que opté por hacer esperar un poco, creando suspense mientras recitaba el último verso, con mi silueta en la entrada iluminada a contraluz por los destellos y brillos de la luna y la festividad que venían del exterior.
— Buenas noches, señorita. Hay un hombre corriendo desesperado por las calles buscando a su gran amigo. Es un monito pequeño y de cabello blanco, muy adorable al parecer. El hombre no creo que descanse hasta encontrarlo, incluso si para ello debe pasar toda la noche por las calles bajo la nieve. Dime, señorita, ¿crees que me puedes ayudar a encontrar a su amigo? — le diría a la niña con una amplia sonrisa en mi rostro.
Otro año ya pasó, aunque ya casi terminó.
¡El evento acaba de salir y el cofre van de pedir!
Ver a la gente tan animada y alegre me llenaba el espíritu. Incluso con ese frío azotador que amenazaba con helar hasta que se me cayeran las orejas y la nariz, no podía evitar dejarme llevar un poco por el ambiente y canturrear como un susurro unos versos de las canciones que tanto se cantan en esa época. El júbilo navideño me calentaba el espíritu, aunque no pudiera hacerlo con el cuerpo. Mi mente me engañaba un poco, dándome esa falsa sensación de calidez. Aunque escuché que también es un síntoma de congelamiento.
Santa Klaus los va a juzgar, un carbón les va a dar,
Y si aún así piden cofre, no se pongan a llorar.
¡HEY!
Aunque tarareaba en un tono bajo, principalmente para no gastar aliento en vano, dejaba escapar las suaves notas con el vaho gélido que desprendía mi respiración. Comencé a seguir la búsqueda y el rastreo del pequeño simio, moviéndome al ritmo de la cancióncita. Con su clásica exclamación final, se me escapaba algún brinco que por poco hacía que me resbalara. Pero eso me fue un golpe de suerte. El resbalón me dejó encarado a un callejón algo menos transitado, donde me fijé en una muchacha que corría todo lo rápido que podía, cargando a una suerte de bebé en sus brazos envuelto en unas sábanas. Pero algo no cuadraba entre el paquete, el peso que debería tener y lo fácil que la niña lo cargaba.
Ding Dong Dang, Ding Dong Dang, ¿cofres pedirás?
Esta noche de alegría carbón tú tendrás, ¡HEY!
Estaba claro que no cargaba un niño. Una joven tan pequeña nunca podría cargar un bebé de ese tamaño con tanta facilidad. Y sería bastante irresponsable moverse de una forma tan agitada y frenética cargando un bebé. Cualquier paso en falso, a ese ritmo, lanzaría al bebé por los aires. Sin duda, algo un poco desagradable que ocurriría y preferiría no tener que contemplar. Como si mi canto alcanzara a la niña en forma de un susurro incomprensible pero atemorizante, esta aceleró su paso y, con algunos desvíos, se adentró en un almacén abandonado.
Ding Dong Dang, Ding Dong Dang, ¿cofres pedirás?
A Santa Klaus tu decepcionas, ¿Cuándo cambiarás?
Si la niña no era sospechosa ya, ahora se metía, cargando una especie de bebé, en un almacén desolado y perdido de la mano de Dios, donde nadie esperaría encontrarse otra cosa que no fueran ratas, vagabundos o algún posible ladrón de adornos navideños. Simplemente observé desde las alturas cómo la niña se esforzaba en cerrar la oxidada puerta, algo que no le costó mucho, lo cual indicaba que era una puerta endeble. Las piezas iban encajando en mi cabeza. Era mejor actuar y equivocarse que hacerse el tonto.
Ding Dong Dang, Ding Dong Dang, ¿cofres pedirás?
Esta noche de alegría carbón tú tendrás, ¡HEY!
En el interior de aquel almacén, mi cantar comenzó a hacerse escuchar como un eco conforme me aproximaba a él. Era una advertencia, un canto aterrador tal vez, aunque yo intentaba ponerle mi mejor empeño. Ese cántico resonaba en forma de eco por la distribución del lugar, haciendo difícil saber de dónde procedía con precisión. Hasta el punto del "¡HEY!", el cual era icónico en ese villancico, y se hizo bien notoria mi presencia en la puerta del almacén, con la misma abierta, con mi figura apoyada, calmada y serena, en el marco de la puerta abierta de par en par, la cual abrí con sumo cuidado tras ver cómo sonaba con la chica para no hacer ruido al abrirla.
Ding Dong Dang, Ding Dong Dang, ¿cofres pedirás?
A Santa Klaus tu decepcionas, ¿Cuándo cambiarás?
¡HEY!
Aun ya habiendo revelado mi presencia y siendo completamente visible para cualquiera en ese almacén, yo sabía que ya estaba en el último verso del cantar. Así que opté por hacer esperar un poco, creando suspense mientras recitaba el último verso, con mi silueta en la entrada iluminada a contraluz por los destellos y brillos de la luna y la festividad que venían del exterior.
— Buenas noches, señorita. Hay un hombre corriendo desesperado por las calles buscando a su gran amigo. Es un monito pequeño y de cabello blanco, muy adorable al parecer. El hombre no creo que descanse hasta encontrarlo, incluso si para ello debe pasar toda la noche por las calles bajo la nieve. Dime, señorita, ¿crees que me puedes ayudar a encontrar a su amigo? — le diría a la niña con una amplia sonrisa en mi rostro.