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Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
28-12-2024, 12:34 AM
Ragn se quedó un momento en silencio, con la mano metálica apoyada en el lomo de Pepe, quien no paraba de mover la cola con entusiasmo. Sus ojos, parcialmente cubiertos por su desordenada melena, se alzaron hacia el horizonte donde aquel extraño sonido había captado su atención. Con un movimiento pausado, pero seguro, estiró su brazo derecho, el de metal, para recoger a Herold antes de que el niño se lanzara en su próxima "aventura". El peso del pequeño no era nada para la obra maestra que Airgid había instalado días atrás. A pesar de la rudeza de su exterior, el vikingo acarició la cabeza del niño con delicadeza, como si temiera que el frío viento se lo llevara. —A ver si llegan antes de que tenga que ir yo a buscarles —Comentó, más como un pensamiento en voz alta que como algo dirigido a Herold o Pepe. Un breve destello de nostalgia cruzó por su rostro. Sus compañeros… Habían pasado tantas cosas desde la última vez que estuvieron juntos. Y aunque ahora él era otra persona, más endurecida por las pérdidas y el tiempo, la idea de volverlos a ver le daba un extraño calor en el pecho, uno que ni siquiera ese viento gélido podía apagar. Con Herold en un brazo y Pepe dando saltos a su lado, Ragn se volvió hacia la borda del barco, sus ojos clavados en la multitud del muelle, buscando entre los rostros cualquier señal de sus viejos amigos. Airgid apareció, con sus hijas. Dejó a las pequeñas caer al suelo para que jugaran con Pepe. Se acercó a su mujer, dándole un beso.
— ¿No los sientes? — Esbozó una sonrisa. Tarde pero siempre a tiempo, su haki le avisó de las ubicaciones de sus compañeros. Casi como respuesta, Asradi apareció a los pocos segundos. Estaba tan guapa como siempre, el tiempo en ella no pasaba. Se acercó, saludando a ambos con entusiasmo y de la misma manera fue respondida. — Cuento tiempo, Asrra. — Ragn no podía parar de sonreír, estaba mostrando más los dientes por alegría en 10 segundos que en los últimos cuatro meses. — Metal me han dado de comer. — Contestó, enseñándole el brazo nuevo.
Ubben apareció justo después de Asradi, caminando con esa mezcla de tranquilidad y confianza que lo caracterizaba. Su expresión siempre burlona le daban un aire familiar que a Ragn le resultó reconfortante. En cuanto llegó a su lado, sin previo aviso, Ubben soltó un puñetazo juguetón al abdomen de Ragnheidr. Ubben se sacudió la mano enseguida, como si el golpe le hubiera dolido más de lo que esperaba. Ragn sintió el impacto juguetón en su abdomen y apenas reaccionó, dejando escapar una breve risa grave mientras giraba ligeramente la cabeza para mirar a Ubben. —¿Eso ha sido un golpe o un saludo? —Comentó con tono burlón, esperando respuestas sobre su nulo acento. Siempre le quedaría el remanente de un habla diferente, pero quedaba poco de las palabras alargadas por culpa de la pronunciación. Notó que Ubben se fijaba en su nuevo brazo, asi que Ragn terminó alzándolo con deliberada lentitud para mostrar cómo los engranajes internos giraban suavemente, reflejando la luz en sus superficies pulidas. —Lo instaló Airgid hace unos días —Comentó, con un matiz de orgullo en la voz. Apretó y soltó el puño, haciendo que el metal chirriara ligeramente mientras observaba cómo los dedos se cerraban y abrían con precisión. —Es una pieza increíble. No está mal, podré seguir cuidando tu espalda, héroe. — Diría con ironía. Era el apodo que el propio Ragn le había dado y aunque no le gustara mucho al navegante, es justo lo que era para el Buccaneer. Sin apartar la mirada de Ubben, dejó caer el brazo metálico contra su costado, el peso resonaba levemente en el suelo de madera bajo sus pies. Ragn cruzó el brazo humano frente a su pecho y se inclinó ligeramente hacia adelante, aun con aquella sonrisa desafiante, evaluando la reacción de su viejo compañero. Por un momento, dejó escapar un leve gruñido de satisfacción al sentir nuevamente la camaradería que había extrañado tanto en los últimos meses.
Al mismo tiempo que los pulpos ascendían con el barco, la nave se movió de mala forma. Momento en el que Ragn contestó a Asradi a lo que había dicho con anterioridad. — Creo que Umi ya ha llegado. — El gigantesco cuerpo de Umi se agarró al casco de la nave. Había otro ser vivo con él, pero no supo identificarlo al momento. Los niños se cayeron al suelo, pues el movimiento les tomó desprevenidos.
— ¡Jiejiejiejie! — Ahora sí, estalló en risas. A lo que sus hijos comenzaron a imitarlo. Un buen viaje les esperaba. A los quince minutos ya estaban sobrevolando a muchos pies de tierra firme y las gotas, insualmente frías, comenzaron a bañar las cabezas de los presentes. Los niños se habían refugiado en el interior del barco, salvo la pequeña Lilyd, la cual permanecía en el interior de los ropajes de Ragn, con la cabeza semitapada, pero aún así las gotas bañaban su rostro. No lloraba, no se quejaba, parecía estar disfrutando el momento. A ver en un par de días quién le aguanta un resfriado. Los pies del vikingo se encontraba cerca del punto más alto del barco, desde tan alto el aire era puro y podía ver bien cómo la herencia de Tofun atravesaba nubes negras como el carbón sin el más mínimo problema. ¿Dónde irían a parar? Qué importaba eso.
— ¿No los sientes? — Esbozó una sonrisa. Tarde pero siempre a tiempo, su haki le avisó de las ubicaciones de sus compañeros. Casi como respuesta, Asradi apareció a los pocos segundos. Estaba tan guapa como siempre, el tiempo en ella no pasaba. Se acercó, saludando a ambos con entusiasmo y de la misma manera fue respondida. — Cuento tiempo, Asrra. — Ragn no podía parar de sonreír, estaba mostrando más los dientes por alegría en 10 segundos que en los últimos cuatro meses. — Metal me han dado de comer. — Contestó, enseñándole el brazo nuevo.
Ubben apareció justo después de Asradi, caminando con esa mezcla de tranquilidad y confianza que lo caracterizaba. Su expresión siempre burlona le daban un aire familiar que a Ragn le resultó reconfortante. En cuanto llegó a su lado, sin previo aviso, Ubben soltó un puñetazo juguetón al abdomen de Ragnheidr. Ubben se sacudió la mano enseguida, como si el golpe le hubiera dolido más de lo que esperaba. Ragn sintió el impacto juguetón en su abdomen y apenas reaccionó, dejando escapar una breve risa grave mientras giraba ligeramente la cabeza para mirar a Ubben. —¿Eso ha sido un golpe o un saludo? —Comentó con tono burlón, esperando respuestas sobre su nulo acento. Siempre le quedaría el remanente de un habla diferente, pero quedaba poco de las palabras alargadas por culpa de la pronunciación. Notó que Ubben se fijaba en su nuevo brazo, asi que Ragn terminó alzándolo con deliberada lentitud para mostrar cómo los engranajes internos giraban suavemente, reflejando la luz en sus superficies pulidas. —Lo instaló Airgid hace unos días —Comentó, con un matiz de orgullo en la voz. Apretó y soltó el puño, haciendo que el metal chirriara ligeramente mientras observaba cómo los dedos se cerraban y abrían con precisión. —Es una pieza increíble. No está mal, podré seguir cuidando tu espalda, héroe. — Diría con ironía. Era el apodo que el propio Ragn le había dado y aunque no le gustara mucho al navegante, es justo lo que era para el Buccaneer. Sin apartar la mirada de Ubben, dejó caer el brazo metálico contra su costado, el peso resonaba levemente en el suelo de madera bajo sus pies. Ragn cruzó el brazo humano frente a su pecho y se inclinó ligeramente hacia adelante, aun con aquella sonrisa desafiante, evaluando la reacción de su viejo compañero. Por un momento, dejó escapar un leve gruñido de satisfacción al sentir nuevamente la camaradería que había extrañado tanto en los últimos meses.
Al mismo tiempo que los pulpos ascendían con el barco, la nave se movió de mala forma. Momento en el que Ragn contestó a Asradi a lo que había dicho con anterioridad. — Creo que Umi ya ha llegado. — El gigantesco cuerpo de Umi se agarró al casco de la nave. Había otro ser vivo con él, pero no supo identificarlo al momento. Los niños se cayeron al suelo, pues el movimiento les tomó desprevenidos.
— ¡Jiejiejiejie! — Ahora sí, estalló en risas. A lo que sus hijos comenzaron a imitarlo. Un buen viaje les esperaba. A los quince minutos ya estaban sobrevolando a muchos pies de tierra firme y las gotas, insualmente frías, comenzaron a bañar las cabezas de los presentes. Los niños se habían refugiado en el interior del barco, salvo la pequeña Lilyd, la cual permanecía en el interior de los ropajes de Ragn, con la cabeza semitapada, pero aún así las gotas bañaban su rostro. No lloraba, no se quejaba, parecía estar disfrutando el momento. A ver en un par de días quién le aguanta un resfriado. Los pies del vikingo se encontraba cerca del punto más alto del barco, desde tan alto el aire era puro y podía ver bien cómo la herencia de Tofun atravesaba nubes negras como el carbón sin el más mínimo problema. ¿Dónde irían a parar? Qué importaba eso.