Arthur Soriz
Gramps
28-12-2024, 01:24 AM
Desde la oscuridad del almacén observas cómo la niña emerge bajo la tenue luz que se filtra por las grietas de las paredes y el marco de la puerta. Sus pasos son cautelosos y aunque tu voz suena tranquila ella te mira con desconfianza. Ves entre sus pequeños brazos un bulto cubierto por mantas, como si estuviera protegiendo algo sumamente preciado... como si tu mera presencia fuera una amenaza para ella y aquello que guarda.
El pequeño capuchino asoma la cabeza entre las mantas. Sus orejas tiemblan ligeramente y emite un suave chillido. No parece asustado ni inquieto por ti... lo que por un momento relaja a la niña. Sin embargo su mirada sigue fija en ti como si intentara descifrar tus intenciones. Cuando mencionas al hombre que busca desesperadamente al mono sus brazos se tensan alrededor del animal y sus ojos brillan con una mezcla de temor y desdén, aunque no hacia ti sino más bien a la persona que te ha hecho este encargo.
— ¡No! —exclama de repente con firmeza mientras sacude la cabeza.
Respira profundamente antes de continuar, sus palabras salen rápidas... cargadas de indignación.
— ¡No voy a devolverlo! El monito no quiere volver con él. Dice que lo maltrata... que le grita, que lo golpea… —vacila por un instante como si recordar aquello fuera demasiado para su pequeña voz—. Lo usa como un juguetito para ganar dinero. ¿Eso es justo?
Sus ojos se fijan en ti desafiantes. Da un paso hacia adelante y con cuidado aparta las mantas que cubren al pequeño animal. Entonces lo ves, las cicatrices en su espalda... pequeñas líneas marcadas que cruzan su piel bajo el fino pelaje blanco. Señales de un pasado doloroso ocultas hasta ese momento.
— ¡Mira lo que le hizo! —exclamó su voz ahora más suave pero cargada de desesperación—. Ha estado haciendo travesuras porque no quiere volver con él. Aquí en Loguetown es feliz. Se divierte con otros animalitos y yo lo cuidaré bien.
Su determinación es palpable pero entonces mete la mano en uno de sus bolsillos. Lo que saca quizás te agarra un poco desprevenido... una pequeña bolsita de cuero que parece estar desgastada por el uso. La abre con cuidado y saca unas pocas monedas. Te las ofrece sin titubear, sus ojos fijos en los tuyos, cargados de súplica.
— Esto es todo lo que tengo pero tómalo. Por favor… no te lo lleves. —su voz tiembla, no de miedo sino de emoción—. Él no quiere volver. Yo no quiero que se vaya. Es mi amigo y lo protegeré.
El monito como si entendiera sus palabras, emite un suave sonido y se acurruca más contra ella. Su pequeño rostro que había estado oculto ahora muestra una mezcla de tranquilidad y confianza, como si aquel frágil refugio fuera todo lo que necesita.
Te quedas ahí, observando la escena. Las piezas encajan poco a poco en tu mente. Este mono albino no es especial para su dueño por algún vínculo afectivo... es especial porque le genera dinero. No es un compañero sino una herramienta. Ahora la responsabilidad recae sobre ti. ¿Sigues adelante con la tarea que te encomendaron ignorando lo que acabas de presenciar? ¿O haces lo que consideras correcto, lo que crees que haría alguien con un verdadero sentido de justicia?
En ese momento el silencio parece llenar el almacén. Todo está en tus manos.
El pequeño capuchino asoma la cabeza entre las mantas. Sus orejas tiemblan ligeramente y emite un suave chillido. No parece asustado ni inquieto por ti... lo que por un momento relaja a la niña. Sin embargo su mirada sigue fija en ti como si intentara descifrar tus intenciones. Cuando mencionas al hombre que busca desesperadamente al mono sus brazos se tensan alrededor del animal y sus ojos brillan con una mezcla de temor y desdén, aunque no hacia ti sino más bien a la persona que te ha hecho este encargo.
— ¡No! —exclama de repente con firmeza mientras sacude la cabeza.
Respira profundamente antes de continuar, sus palabras salen rápidas... cargadas de indignación.
— ¡No voy a devolverlo! El monito no quiere volver con él. Dice que lo maltrata... que le grita, que lo golpea… —vacila por un instante como si recordar aquello fuera demasiado para su pequeña voz—. Lo usa como un juguetito para ganar dinero. ¿Eso es justo?
Sus ojos se fijan en ti desafiantes. Da un paso hacia adelante y con cuidado aparta las mantas que cubren al pequeño animal. Entonces lo ves, las cicatrices en su espalda... pequeñas líneas marcadas que cruzan su piel bajo el fino pelaje blanco. Señales de un pasado doloroso ocultas hasta ese momento.
— ¡Mira lo que le hizo! —exclamó su voz ahora más suave pero cargada de desesperación—. Ha estado haciendo travesuras porque no quiere volver con él. Aquí en Loguetown es feliz. Se divierte con otros animalitos y yo lo cuidaré bien.
Su determinación es palpable pero entonces mete la mano en uno de sus bolsillos. Lo que saca quizás te agarra un poco desprevenido... una pequeña bolsita de cuero que parece estar desgastada por el uso. La abre con cuidado y saca unas pocas monedas. Te las ofrece sin titubear, sus ojos fijos en los tuyos, cargados de súplica.
— Esto es todo lo que tengo pero tómalo. Por favor… no te lo lleves. —su voz tiembla, no de miedo sino de emoción—. Él no quiere volver. Yo no quiero que se vaya. Es mi amigo y lo protegeré.
El monito como si entendiera sus palabras, emite un suave sonido y se acurruca más contra ella. Su pequeño rostro que había estado oculto ahora muestra una mezcla de tranquilidad y confianza, como si aquel frágil refugio fuera todo lo que necesita.
Te quedas ahí, observando la escena. Las piezas encajan poco a poco en tu mente. Este mono albino no es especial para su dueño por algún vínculo afectivo... es especial porque le genera dinero. No es un compañero sino una herramienta. Ahora la responsabilidad recae sobre ti. ¿Sigues adelante con la tarea que te encomendaron ignorando lo que acabas de presenciar? ¿O haces lo que consideras correcto, lo que crees que haría alguien con un verdadero sentido de justicia?
En ese momento el silencio parece llenar el almacén. Todo está en tus manos.