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Airgid Vanaidiam
Metalhead
28-12-2024, 02:53 AM
Al encontrarse con Ragnheidr, ambos compartieron un cálido beso en cubierta, mientras esperaban a que sus compañeros terminaran por aparecer. Cada vez que se acercaban saltaban las chispas, especialmente después del tiempo que habían pasado separados. Menos mal que durante los días anteriores pudieron tener algo de... intimidad. Se mordió la lengua suavemente, perdiéndose en aquel momento, cuando la pregunta de Ragnheidr la sacó del trance por completo. ¿Sentirlos?
Entonces se giró, mirando hacia la entrada del barco, lugar por el que pronto apareció la melena morena y larguísima de Asradi; con aquellos ojos enormes y azules; un vestido precioso, y... ¿piernas? La sirena se lanzó rápidamente hacia ella como si fuera una ola de mar. — ¡Asri! — Correspondió a su grito y recibió su abrazo con enorme entusiasmo. Había esperado con muchas ganas aquel reencuentro, Asradi era una de sus mejores amigas, una gran confidente; prácticamente una hermana. — ¿Y esas piernas? Y vaya vestido. — Sonrió en confianza. No pudo aguantarse la incertidumbre al hacerle aquella pregunta, ¿acaso ahora podía transformarse a voluntad? Resultaba curioso cómo las dos mujeres con más problemas para la movilidad del grupo habían conseguido darle una solución en aquellos meses. Soltó una risa al escuchar la respuesta de Ragnheidr acerca del metal, podría decirse que tenía un... doble sentido, según cómo de fino se quisiera hilar.
Poco después apareció Ubben, con aquellos ojos peligrosos y afilados que tenía, como si siempre estuviera pensando en hacer alguna picardía. — ¡Ubben! — Le saludó, sin poder borrar la sonrisa de la cara. No había cambiado un pelo, al menos físicamente... — ¿Estás más bajito? — Preguntó en coña, tratando de meterse un poco con él. Siempre tenían ese juego, de picarse mutuamente con tonterías. Aunque el peliblanco rápidamente se entretuvo con Ragn, iniciando una especie de estúpido duelo, que le sirvió al rubio como excusa para enseñar su nuevo brazo. Lo cierto es que la mujer estaba bastante orgullosa de su obra, y aunque sabía que había margen de mejora, siempre podría darle unos buenos retoques y ajustes, cómo ella misma planeaba hacer también con su pierna mecánica.
De repente, el barco comenzó a ascender en el aire. La cara de Airgid adoptó una sutil expresión de preocupación al pensar en Umibozu, ¿dónde estaba? Sin embargo, no le dio tiempo siquiera a preguntarlo en voz alta, pues una enorme sacudida revolvió a la Alborada. El muy burro había dado un enorme salto, se había agarrado del casco y finalmente, aterrizó sobre la cubierta con una agilidad sorprendente para alguien de su tamaño. — ¡Umi, Timsy! — Joder, qué bonito, si estaban todos juntos otra vez. Casualidad había sido que aquel pequeño pececillo que conoció en Kilombo había resultado ser familiar de Umibozu. Qué pequeño era el mundo. Le daba incluso algo de nostalgia. Junto al wotan, también apareció el rostro de un chico pelirrojo al cual no conocía en absoluto. — ¿Eres amigo de ese par? — Le preguntó, mientras se aseguraba de que sus hijos estaban bien asegurados contra su cuerpo. Lilyd se había escapado hacia el encuentro de su padre, dejándola a ella con los otros dos. — Yo soy Airgid. — Se presentó, con su impecable sonrisa.
Mientras el pulpo que sujetaba a la Alborada elevaba más y más al navío, los miembros del Escuadrón hablaban con tranquilidad. Umi en concreto, se acercó a ellos, tratando con todas sus fuerzas mostrarse lo más inofensivo posible, preguntándole los nombres de las criaturitas. — Este es Herold. — El único varón se encontraba en su pecho, resguardado por los brazos de la rubia. Era clavadito a su padre, la verdad. — Mi niña, Gunnr. — La mayor estaba aferrada a su espalda, cubierta por el abrigo blanco de Airgid. — Y la pequeñita, que está con Ragn, es Lilyd, como mi madre. — Les lanzó un rápido vistazo, era tan pequeña... parecía como si pudiera romperse en cualquier momento. Los tres se quedaron mirando a Umibozu con los ojos como platos, completamente embobados. Era la primera vez en sus jóvenes vidas que veían a un ser tan extraño para ellos. Herold enseguida frunció el rostro, como si no le causara simpatía alguna, o como si quisiera pelearse con él. Aún con su tierna edad, se la pasaba lanzando puñetazos al aire cada dos por tres. Gunnr era bastante parecida en ese sentido, aunque esta vez, la presencia de Umibozu le generó una graciosa risa. Y por último, Lilyd apenas reaccionó, entretenida con aquella visión, inspeccionando cada parte de Umibozu con una curiosidad pasmosa. La verdad es que los tres niños estaban flipando en colores, volando en mitad del mar, con unos gigantescos tentáculos rodeando el barco y un enormísimo pez mirándoles directamente.
La Alborada había cruzado la Red Line, pero la visión que les dio la bienvenida al llegar a los mares norteños no fue para nada agradable. Comenzó a llover, a desatarse una gran y repentina tormenta. La rubia aseguró el agarre de sus hijos contra su cuerpo, otorgándoles a los niños un nido de calor y seguridad. Aunque no parecían tener miedo alguno, su propio padre se lo había dicho, no debían temer a la tormenta, jamás.