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Sasurai
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28-12-2024, 12:50 PM
Para Sasurai el día parecía ir de mal en peor, probablemente en parte por su culpa al haberse emborrachado la noche anterior, pero algo había que hacer para lidiar con el frío, y en cualquier caso eso era el pasado y era de gente sensata centrarse en el presente, en el ahora, en qué podemos hacer con la situación que tenemos.
Lo que el pelirrojo había podido hacer, a duras penas, había sido alcanzar a Umibozu a tiempo para no perder el barco. Tras reencontrarse con él y sin que el wotan le hiciese mucho caso, había seguido indicaciones de subirse a su espalda, y de allí habían ido a parar a otro barco. Todo este ajetreo no le estaba haciendo ningún bien a su resaca, y el pobre músico empezaba a dudar de si los cacahuetes que se había comido iban a volver a salir por donde habían entrado.
Por suerte, una vez se engancharon a La Alborada la cosa pareció calmarse un poco, al menos temporalmente. La imagen en la cubierta del barco era surrealista, dadas las circunstancias. Seguramente incluso le habría inspirado ternura en otro momento, pero entre la resaca y que estaba colgando en el aire subido en la espalda de un hombre pez gigante, su capacidad para la empatía y apreciar la belleza del momento era bastante limitada.
Con intención de resolver al menos uno de sus problemas, el treintañero se arrastraría por el lomo de Umi hasta acercarse al borde de la embarcación, levantando una mano y gritando:
- ¿¡Me echáis una manoaagh!? - El punzante dolor de cabeza provocado por su propio grito interrumpiría la frase, que acabaría con un murmullo de algo que sonaba como "la madre que lo parió" y con la frente del violinista apoyada en su improvisada montura.
Con o sin ayuda, y probablemente con poca o ninguna dignidad, el hombre conseguiría llegar hasta cubierta, intentando sentarse por allí y disfrutar de la brisa y el bueno tiempo, a ver si le despejaba un poco. Lo cierto era que sí, que estaba ayudando, hasta que todo se torció de nuevo. El músico habría recuperado un poco el color en la cara, e incluso podía hablar y escuchar a un volumen razonable sin sentir que le iba a explotar la cabeza. Iba a levantarse para presentarse a los tripulantes que no conocía y saludar a los que sí, pero entonces vio la tormenta que se estaba formando.
- Yo soy Sasurai. Si muero aseguraros de que todo el mundo sepa que ha sido culpa de Umibozu, en qué mala hora decidí acompañarle -
Diciendo esto en voz alta aunque sin hablar con nadie en concreto, el pelirrojo buscaría una soga que atarse a la cintura para no salir volando e intentaría encontrar un rincón donde acurrucarse. Sus habilidades como marinero eran, siendo generoso en la descripción, limitadas, y si a eso le sumabas su estado actual, lo más probable si intentaba ayudar era que acabase cayendo por la borda o que le vomitase a alguien encima. Por lo tanto, según su razonamiento, no estaba siendo un cobarde, sino contribuyendo en la medida de sus capacidades. Esperaba que el resto del grupo también lo viese así y no lo echasen nada más tocar tierra, aunque en cualquier caso esa opción implicaba que había sobrevivido, así que tampoco sonaba tan mal en esos momentos.
Lo que el pelirrojo había podido hacer, a duras penas, había sido alcanzar a Umibozu a tiempo para no perder el barco. Tras reencontrarse con él y sin que el wotan le hiciese mucho caso, había seguido indicaciones de subirse a su espalda, y de allí habían ido a parar a otro barco. Todo este ajetreo no le estaba haciendo ningún bien a su resaca, y el pobre músico empezaba a dudar de si los cacahuetes que se había comido iban a volver a salir por donde habían entrado.
Por suerte, una vez se engancharon a La Alborada la cosa pareció calmarse un poco, al menos temporalmente. La imagen en la cubierta del barco era surrealista, dadas las circunstancias. Seguramente incluso le habría inspirado ternura en otro momento, pero entre la resaca y que estaba colgando en el aire subido en la espalda de un hombre pez gigante, su capacidad para la empatía y apreciar la belleza del momento era bastante limitada.
Con intención de resolver al menos uno de sus problemas, el treintañero se arrastraría por el lomo de Umi hasta acercarse al borde de la embarcación, levantando una mano y gritando:
- ¿¡Me echáis una manoaagh!? - El punzante dolor de cabeza provocado por su propio grito interrumpiría la frase, que acabaría con un murmullo de algo que sonaba como "la madre que lo parió" y con la frente del violinista apoyada en su improvisada montura.
Con o sin ayuda, y probablemente con poca o ninguna dignidad, el hombre conseguiría llegar hasta cubierta, intentando sentarse por allí y disfrutar de la brisa y el bueno tiempo, a ver si le despejaba un poco. Lo cierto era que sí, que estaba ayudando, hasta que todo se torció de nuevo. El músico habría recuperado un poco el color en la cara, e incluso podía hablar y escuchar a un volumen razonable sin sentir que le iba a explotar la cabeza. Iba a levantarse para presentarse a los tripulantes que no conocía y saludar a los que sí, pero entonces vio la tormenta que se estaba formando.
- Yo soy Sasurai. Si muero aseguraros de que todo el mundo sepa que ha sido culpa de Umibozu, en qué mala hora decidí acompañarle -
Diciendo esto en voz alta aunque sin hablar con nadie en concreto, el pelirrojo buscaría una soga que atarse a la cintura para no salir volando e intentaría encontrar un rincón donde acurrucarse. Sus habilidades como marinero eran, siendo generoso en la descripción, limitadas, y si a eso le sumabas su estado actual, lo más probable si intentaba ayudar era que acabase cayendo por la borda o que le vomitase a alguien encima. Por lo tanto, según su razonamiento, no estaba siendo un cobarde, sino contribuyendo en la medida de sus capacidades. Esperaba que el resto del grupo también lo viese así y no lo echasen nada más tocar tierra, aunque en cualquier caso esa opción implicaba que había sobrevivido, así que tampoco sonaba tan mal en esos momentos.