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Angelo
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28-12-2024, 03:30 PM
Pues al final no parecían haberse rajado, algo que, por otro lado, satisfizo al lunarian. Una cosa era que cada uno tuviera sus propias desavenencias con el resto de compañeros de aquel peculiar grupo; otra muy diferente, que faltasen a su compromiso y palabra. Que, por otro lado, ¿no era lo que hacía él habitualmente? En fin, tampoco importaba mucho. Raiga, Iris y él mismo habían sido los tres primeros en llegar, un top tres en toda regla, aunque mientras su sister hablaba sobre la posibilidad de que el resto se hubiera rajado, el grandullón de inconfundible cabello pelirrojo que era Zane apareció para desmentirlo.
—Hombre raperito, dichosos los ojos —saludó el peliverde, subiéndose las gafas de sol para mirarle con una sonrisilla picarona—. Ya pensaba que íbamos a tener que ponernos radiolé para amenizar el viaje.
Angelo se sentó junto a Raiga, soltando el petate a un lado y recostándose contra el muro que tenían detrás, ambas manos en la nuca. No le quitaba el ojo de encima al equipaje, porque bien sabía que más sabía el niño por zorro que por niño, así que mejor no fiarse del todo en su presencia. Fuera como fuese, el resto de la tripulación fue llegando paulatinamente hasta que se reunieron todos y, minutos después, les tocó embarcar aprovechando las plazas que Raiga había reservado para ellos. No, si al final iba a tener que sentirse en deuda con el mocoso y todo... de no ser por el favorcillo que le habían hecho con esa extraña página. Igual el que seguía debiéndoles una era él.
Él siempre había sido un Lunarian un tanto particular. Tanto porque su aspecto no se asemejaba en nada al de un Lunarian común, como por el hecho de que nunca había contado con unas alas funcionales que le permitieran surcar los cielos. Aun así, siempre había sentido curiosidad al respecto y una atracción innata hacia cualquier idea que jugase con la opción de volar. Si bien no se había creído en un principio algo tan irracional como que unos pulpos gigantes fueran a llevarles por los aires, la idea le había tenido inquieto durante todo el trayecto. Algo que, por supuesto no —sí— había generado nervios evidentes en él. Desde el mismo instante en el que la embarcación había comenzado a elevarse, Angelo se había quedado agarrado a la baranda de cubierta para observar el proceso con clara emoción. Una un tanto infantil, quizá, que trato de disimular para no perder su reputación de tipo duro.
Sin embargo, la calma duró más bien poco antes de que la situación se torciera, como no podía ser de otra forma. Parecía que les hubiera mirado un tuerto, y Angelo empezaba a creerse el mal de ojo que le había lanzado la tía de una de sus exnovias cuando aún estaba en Jaya. Igual por eso terminaban siempre metidos en líos, aunque por otro lado esto tan solo hacía más interesantes sus viajes.
La tormenta estalló, pero por suerte no fueron ninguno de los desafortunados a los que alcanzaron los rayos. Eso si, pintaba que lo que restaba de viaje iba a ser movidito como poco.
—Oye, sister, ¿Cuándo te hemos nombrado capitana? Menos ordenar y más mover ese culo gordo que tienes —le soltó mientras se desperezaba, dándole un par de palmadas en el hombro—. Vamos al tajo, ¿no?
Y, sin dilatarlo más, Angelo se puso a hacer lo que mejor sabía: incordiar, molestar y entorpecer el trabajo de los demás. Involuntariamente, claro.
—Hombre raperito, dichosos los ojos —saludó el peliverde, subiéndose las gafas de sol para mirarle con una sonrisilla picarona—. Ya pensaba que íbamos a tener que ponernos radiolé para amenizar el viaje.
Angelo se sentó junto a Raiga, soltando el petate a un lado y recostándose contra el muro que tenían detrás, ambas manos en la nuca. No le quitaba el ojo de encima al equipaje, porque bien sabía que más sabía el niño por zorro que por niño, así que mejor no fiarse del todo en su presencia. Fuera como fuese, el resto de la tripulación fue llegando paulatinamente hasta que se reunieron todos y, minutos después, les tocó embarcar aprovechando las plazas que Raiga había reservado para ellos. No, si al final iba a tener que sentirse en deuda con el mocoso y todo... de no ser por el favorcillo que le habían hecho con esa extraña página. Igual el que seguía debiéndoles una era él.
Él siempre había sido un Lunarian un tanto particular. Tanto porque su aspecto no se asemejaba en nada al de un Lunarian común, como por el hecho de que nunca había contado con unas alas funcionales que le permitieran surcar los cielos. Aun así, siempre había sentido curiosidad al respecto y una atracción innata hacia cualquier idea que jugase con la opción de volar. Si bien no se había creído en un principio algo tan irracional como que unos pulpos gigantes fueran a llevarles por los aires, la idea le había tenido inquieto durante todo el trayecto. Algo que, por supuesto no —sí— había generado nervios evidentes en él. Desde el mismo instante en el que la embarcación había comenzado a elevarse, Angelo se había quedado agarrado a la baranda de cubierta para observar el proceso con clara emoción. Una un tanto infantil, quizá, que trato de disimular para no perder su reputación de tipo duro.
Sin embargo, la calma duró más bien poco antes de que la situación se torciera, como no podía ser de otra forma. Parecía que les hubiera mirado un tuerto, y Angelo empezaba a creerse el mal de ojo que le había lanzado la tía de una de sus exnovias cuando aún estaba en Jaya. Igual por eso terminaban siempre metidos en líos, aunque por otro lado esto tan solo hacía más interesantes sus viajes.
La tormenta estalló, pero por suerte no fueron ninguno de los desafortunados a los que alcanzaron los rayos. Eso si, pintaba que lo que restaba de viaje iba a ser movidito como poco.
—Oye, sister, ¿Cuándo te hemos nombrado capitana? Menos ordenar y más mover ese culo gordo que tienes —le soltó mientras se desperezaba, dándole un par de palmadas en el hombro—. Vamos al tajo, ¿no?
Y, sin dilatarlo más, Angelo se puso a hacer lo que mejor sabía: incordiar, molestar y entorpecer el trabajo de los demás. Involuntariamente, claro.