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Horus
El Sol
28-12-2024, 09:39 PM
La hora de emprender el vuelo había llegado. Era, sin duda, fascinante la idea de que aquel inmenso pulpo fuera a inflarse y, solo por eso, elevar una embarcación entera por los aires. Aunque fuera algo sorprendente y surrealista, estaba a punto de presenciarlo con mis propios ojos en apenas unos minutos. Al parecer, me había librado de esa pobre mujer que se había quedado sin pasaje al North Blue. Aunque, bueno, si no había embarcado de nuevo, es porque ella no quiso; tenía dinero para pagarse otro pasaje. La única explicación de que no hubiera vuelto al navío era que me estaba buscando fuera, así que antepuso a un hombre al viaje al mar del norte. Pero, bueno, ella quería viajar por un capricho, así que evidentemente no era tan importante este viaje si un hombre le nublaba la vista tanto.
Aun así, no dejaba de mirar un reloj de bolsillo mientras aguardaba los últimos minutos antes del despegue del navío, si todo salía a la hora que estaba prevista. Me impacientaba un poco porque estaba aguardando por algo, o mejor dicho, por alguien. Si todo salía como habíamos acordado previamente, tenía que entrar en acción en el último momento. Y sería cuando ya estarían retirando la pasarela de embarque y el pulpo inflándose con el aire que aspiraba, el cual era sumamente impresionante y me obligó a sujetar mi turbante para que no fuera aspirado a su interior. Entonces, entre la gente que aguardaba en el muelle para admirar el despegue de la colosal criatura, comenzaron a escucharse gritos mientras la gente se apartaba de algo. Desde el muelle, con un fuerte brinco, un canino de color oscuro saltó hacia la cubierta, abordando la misma y llegando hasta mí.
— Oh, bien hecho, Anubis, por un momento pensé que no llegarías — le diría al canino.
Era Anubis, un viejo amigo que me acompañaba desde Arabasta. Por si acaso me ponían problemas para subirlo, estaba planeado que abordara el barco en el último momento. También porque, según cómo fueran las cosas para obtener el pasaje, debería haber optado por otros métodos para abordar la embarcación, y era mejor hacerlo por separado. Como el animal llamó la atención de algunas personas en cubierta, algunos trabajadores del barco se acercaron, pero aclaré la situación explicándoles que era mi mascota y que todo estaba bien, que la había perdido antes de embarcar. Y con el pulpo inflado ya comenzando a separar la embarcación del agua, poco podían hacer.
El pulpo alcanzó su máximo punto de inflación, siendo como una esfera gigante de la que surgían tentáculos inmensos que rodeaban el navío. Mientras con el aire caliente que había aspirado, comenzó el ascenso del barco hacia los cielos. La ciudad de Loguetown se iba empequeñeciendo conforme el ascenso se producía, haciendo cada vez más pequeñas las personas que aguardaban en el muelle; era impresionante. Aunque la vista aérea no era nueva para mí, nunca imaginé que vería un barco entero elevarse de ese modo. La ciudad de Loguetown me resultaba nostálgica, aunque no había pasado mucho tiempo en ella. Era increíble la cantidad de cosas que habían pasado en tan poco tiempo. Solo con ver la gran plaza que hasta hace un par de días estaba desolada, sin decoración navideña, el camino que recorrí hacia los almacenes esa noche a través de los tejados, y más cosas. Una ciudad muy viva que, si estabas dispuesto a adentrarte en ella, tenía muchas historias que contar.
Pero ahora aguardaban nuevos desafíos que enfrentar. Este viaje era el inicio de la promesa de un nuevo océano, de nuevas islas, misterios y personas. Un lugar que, sin duda, sería fascinante de enfrentar y descubrir. Pero aún había algo más que me ataba al mar del Este y requería mi atención antes de centrarme completamente en las nuevas promesas del mar del Norte.
— Vamos, Anubis, tú vigila — le pediría a mi buen compañero canino.
Nos desplazamos hasta la popa del barco, asegurándonos de que no hubiera nadie en las proximidades. Por suerte, la orientación del barco hacía que la mayor vista de Loguetown se centrara en la proa de estribor, lo que nos daba una buena cortina para la fase dos del plan. Y por suerte, el pulpo ascendía lentamente, lo cual facilitó mucho el trabajo a Isis para alcanzarlo, mi otra buena y fiel amiga: Isis, la halcón dorada que también me acompañaba desde Arabasta. Su gran tamaño no habría pasado desapercibido si la gente no hubiera estado distraída; era tan voluminosa que fácilmente alguien podía viajar a su espalda, y de hecho así fue.
— Dios mío, qué miedo he pasado, este plan sin duda fue una locura — comentaría Anaka.
— Vamos, mujer, no digas eso, todo salió perfecto, ¿no? — le quitaría hierro al asunto.
— ¡Escuché que el pasaje era ridículamente barato, pero de quién es la culpa de que no podamos permitírnoslo! — me reprocharía.
— ¿Y tú qué tal estás, Isis? No fue problema alcanzarnos, ¿no? — acariciaría a mi querida halcón.
— Graaaaa — gruñiría de satisfacción.
— ¡Oye, no me ignoréis! — nos reprocharía Anaka.
— Vamos, vamos, cálmate y ahora que estás aquí observa con calma, mira qué vistas, seguro que nunca esperaste ver algo como esto — la tomaría del hombro acercándola a la barandilla.
Las vistas de la isla de Loguetown haciéndose tan pequeña que con los dedos podrías encerrarla formando un anillo con ellos era bastante fascinante, sumado a la inmensidad del mar azul que brillaba con la luz del sol refulgente. Y por otro lado, se asomaba ya en el norte la inmensa pared carmesí que conformaba la Red Line. Eran vistas maravillosas que, aunque me encantaban, no eran nuevas para mí, pero para la joven sirena Anaka, quien nunca había salido de su pueblo de coral natal, resultaban en una experiencia fascinante y cautivadora.
— La verdad... es que es hermoso — me contestaría sonrojándose.
— Ves, ahora relajémonos y disfrutemos del viaje, shishishi — diría, dándole una palmadita en su espalda.
No obstante, el viaje no acabó siendo para nada relajado y tranquilo. Cuando la altura ya era exageradamente elevada y comenzábamos a perdernos entre las nubes, estas dejaron su agradable tono blanco y esponjoso para tomar una tonalidad más oscura y siniestra. El olor a lluvia se podía sentir con la mínima respiración, junto a un aura un poco electrizante. Justo por encima de la Red Line nos esperaba una tormenta terrible que zarandeaba la embarcación con las corrientes que empezaban a alcanzarnos, y eso que aún no nos había engullido del todo. Se podía apreciar lo mismo en otras embarcaciones octopódicas con las que íbamos convergiendo en el ascenso para atravesar la línea carmesí por arriba. Lo cierto es que esta nueva empresa quería hacer una inauguración a lo grande.
El pulpo, aunque podía enfocarse un poco con la ayuda de las velas y cuerdas, estaba a merced del viento; no había de otra, era como un globo real. Las corrientes de viento guiaban su destino y era cuestión del navegante saber cuándo tomar o disminuir la altura para cambiar de un flujo de aire a otro. Aunque en este caso era más peligroso, puesto que un ser vivo era más difícil de controlar para que redujera y subiera el aire, además de que debía concentrarse para no perder aire a pesar del mal tiempo. Lo que era un consuelo era que la resistencia de este animal seguramente era muy superior a la de un globo normal de aire caliente, que un viento fuerte podía desgarrarlo o hacer soltar la cabina. Aquí, las patas de la criatura se afianzaban con fuerza y ventosas a la embarcación, y como no era una tela lo que hacía flotar el barco, la lluvia no la perjudicaría por el peso.
— ¡Todos sujétense a algo o pónganse a cubierto, entramos en la tormenta! — grité a todos en la cubierta.
Pero la integridad del barco era lo preocupante cuando nos adentramos en la tormenta. Las corrientes de viento se volvieron fuertes y violentas, la lluvia azotaba la cubierta y los destellos de relámpagos iluminaban nubes cercanas como una gran pantalla de luz. Aun así, el pulpo se mantenía firme y aguantaba el tipo. Yo tenía un cabo sujeto, mientras agarraba a Anaka y Anubis, en lo que Isis nos cubría con sus alas en la cubierta. Nos apoyábamos entre nosotros con el fin de no salir volando mientras observaba la situación.
— Chicos, será mejor que entréis bajo la cubierta a refugiaros — les diría a mis compañeros.
— No seas bobo, tú también debes hacerlo, ni se te ocurra quedarte aquí — me reprocharía Anaka.
— Pero yo puedo ayu... — intenté hablar, pero algo me interrumpió.
Un grito resonaría captando la atención de absolutamente todos en cubierta. Era una niña de apenas cinco años; el viento la arrastró separándola de su madre mientras intentaban entrar bajo la cubierta. La madre trató de ir a por su hija, pero la detuvieron el resto de pasajeros para que no saliera volando ella también. Entonces, sin dudarlo ni por un instante, mis piernas salieron disparadas en una carrera frenética, dando largas zancadas por la cubierta hasta brincar en la barandilla del barco y usando el mismo como plataforma de apoyo para saltar al vacío directamente contra la niña, tomándola al vuelo.
— ¡Sujétate bien, señorita! — exclamé mientras la aferraba a mi pecho con fuerza usando mi diestra.
Avanzamos un poco más por el impulso que di, hasta que el cabo que tenía tomado se tensó al máximo, frenando en seco nuestro avance y dando un tirón de rebote que nos lanzó hacia atrás, pero cayendo. Me aferre a la cuerda, rodeándola en mi muñeca sin soltarla; antes me tendría que amputar la mano, mientras sujetaba a la niña con fuerza, girando mi cuerpo para chocar por el viento contra el casco del barco con las piernas por delante y usando el cabo como eje y apoyo. Corrí por el casco del barco trazando un movimiento pendular hasta que salí por la parte proa del barco hacia arriba, justo a tiempo para que un par de trabajadores hubieran tomado el cabo y tirado de nosotros hacia dentro, con el impulso que usaría para volver a la cubierta del barco con la niña en brazos.
— ¡Muchas gracias! — diría a los marineros.
Sin soltar la cuerda, avancé bien sujeto hasta la entrada al interior del barco, donde la madre tomó de nuevo a su hija entre lágrimas, dando mil gracias la mujer entre sollozos por haber salvado a su hija.
— ¡No hay de qué, ahora entren a cubierto! — le indicaría a la mujer y a los que estaban observando.
Entonces salí de nuevo en busca de mis compañeros. Anubis y Anaka tenían sujeto un mismo cabo con fuerza y eran protegidos por Isis, quien se afianzaba con facilidad a la cubierta gracias a sus poderosas garras. Me alegraba verlos bien, pero me aproximé a ellos para ayudarlos a guiar hacia el interior de la embarcación.
— ¡Que nadie esté en cubierta sin sujetarse a un cabo o cuerda, afianzad todas las que podáis al mástil del barco! — comencé a dar órdenes a todos para evitar más tragedias en el día de hoy.
— ¡Horus, debemos tomar una corriente ascendente para elevarnos a la parte alta de las nubes, se concentra mayor carga eléctrica y precipitaciones por debajo! — Anaka sacaba a relucir sus dotes de navegación.
— Bien, Anaka, te quedarás conmigo; ayúdame a atarnos a todos con el cabo — le pediría en medio de la adversidad.
Usaría el cabo que había tomado antes para atarnos en la cintura a todos, haciendo una cadena humana con la que ganábamos estabilidad los unos con los otros y nos mantenía unidos; o todos permanecíamos en el barco, o todos lo dejábamos juntos.
— ¡Que todo el que siga en la cubierta se ate una cuerda bien afianzada a la cintura para prevenir que alguna turbulencia nos saque! ¡Todos, tomad el control de las velas para orientarlas donde Anaka nos diga! ¡Ayudemos al pulpo a tomar altura con todo el aire caliente que podamos darle para alejarnos de los relámpagos! — comenzaría a tomar el mando de la situación.
Me movería con mis compañeros por cubierta, ayudando a fijar a los trabajadores y marineros que trabajaban en cubierta con cuerdas para que ninguno saliera volando, mientras Anaka nos indicaba hacia dónde orientar las velas para tomar una mejor corriente ascendente, en lo que se miraba de usar los calentadores de aire para dar al pulpo todo el aire caliente posible, para que estuviera al máximo de su capacidad con el fin de mantenerse lo más elevado posible.
— ¡Vamos, chicos, sin miedo! ¡Afianzad las velas, confiad en el pulpo y dadle calor! ¡Vamos a cabalgar esta tormenta! — exclamé con determinación.
Uniríamos el esfuerzo de todos para salir de esta situación y llegar a contemplar un nuevo amanecer. Pero ahora estábamos en manos del destino.
Aun así, no dejaba de mirar un reloj de bolsillo mientras aguardaba los últimos minutos antes del despegue del navío, si todo salía a la hora que estaba prevista. Me impacientaba un poco porque estaba aguardando por algo, o mejor dicho, por alguien. Si todo salía como habíamos acordado previamente, tenía que entrar en acción en el último momento. Y sería cuando ya estarían retirando la pasarela de embarque y el pulpo inflándose con el aire que aspiraba, el cual era sumamente impresionante y me obligó a sujetar mi turbante para que no fuera aspirado a su interior. Entonces, entre la gente que aguardaba en el muelle para admirar el despegue de la colosal criatura, comenzaron a escucharse gritos mientras la gente se apartaba de algo. Desde el muelle, con un fuerte brinco, un canino de color oscuro saltó hacia la cubierta, abordando la misma y llegando hasta mí.
— Oh, bien hecho, Anubis, por un momento pensé que no llegarías — le diría al canino.
Era Anubis, un viejo amigo que me acompañaba desde Arabasta. Por si acaso me ponían problemas para subirlo, estaba planeado que abordara el barco en el último momento. También porque, según cómo fueran las cosas para obtener el pasaje, debería haber optado por otros métodos para abordar la embarcación, y era mejor hacerlo por separado. Como el animal llamó la atención de algunas personas en cubierta, algunos trabajadores del barco se acercaron, pero aclaré la situación explicándoles que era mi mascota y que todo estaba bien, que la había perdido antes de embarcar. Y con el pulpo inflado ya comenzando a separar la embarcación del agua, poco podían hacer.
El pulpo alcanzó su máximo punto de inflación, siendo como una esfera gigante de la que surgían tentáculos inmensos que rodeaban el navío. Mientras con el aire caliente que había aspirado, comenzó el ascenso del barco hacia los cielos. La ciudad de Loguetown se iba empequeñeciendo conforme el ascenso se producía, haciendo cada vez más pequeñas las personas que aguardaban en el muelle; era impresionante. Aunque la vista aérea no era nueva para mí, nunca imaginé que vería un barco entero elevarse de ese modo. La ciudad de Loguetown me resultaba nostálgica, aunque no había pasado mucho tiempo en ella. Era increíble la cantidad de cosas que habían pasado en tan poco tiempo. Solo con ver la gran plaza que hasta hace un par de días estaba desolada, sin decoración navideña, el camino que recorrí hacia los almacenes esa noche a través de los tejados, y más cosas. Una ciudad muy viva que, si estabas dispuesto a adentrarte en ella, tenía muchas historias que contar.
Pero ahora aguardaban nuevos desafíos que enfrentar. Este viaje era el inicio de la promesa de un nuevo océano, de nuevas islas, misterios y personas. Un lugar que, sin duda, sería fascinante de enfrentar y descubrir. Pero aún había algo más que me ataba al mar del Este y requería mi atención antes de centrarme completamente en las nuevas promesas del mar del Norte.
— Vamos, Anubis, tú vigila — le pediría a mi buen compañero canino.
Nos desplazamos hasta la popa del barco, asegurándonos de que no hubiera nadie en las proximidades. Por suerte, la orientación del barco hacía que la mayor vista de Loguetown se centrara en la proa de estribor, lo que nos daba una buena cortina para la fase dos del plan. Y por suerte, el pulpo ascendía lentamente, lo cual facilitó mucho el trabajo a Isis para alcanzarlo, mi otra buena y fiel amiga: Isis, la halcón dorada que también me acompañaba desde Arabasta. Su gran tamaño no habría pasado desapercibido si la gente no hubiera estado distraída; era tan voluminosa que fácilmente alguien podía viajar a su espalda, y de hecho así fue.
— Dios mío, qué miedo he pasado, este plan sin duda fue una locura — comentaría Anaka.
— Vamos, mujer, no digas eso, todo salió perfecto, ¿no? — le quitaría hierro al asunto.
— ¡Escuché que el pasaje era ridículamente barato, pero de quién es la culpa de que no podamos permitírnoslo! — me reprocharía.
— ¿Y tú qué tal estás, Isis? No fue problema alcanzarnos, ¿no? — acariciaría a mi querida halcón.
— Graaaaa — gruñiría de satisfacción.
— ¡Oye, no me ignoréis! — nos reprocharía Anaka.
— Vamos, vamos, cálmate y ahora que estás aquí observa con calma, mira qué vistas, seguro que nunca esperaste ver algo como esto — la tomaría del hombro acercándola a la barandilla.
Las vistas de la isla de Loguetown haciéndose tan pequeña que con los dedos podrías encerrarla formando un anillo con ellos era bastante fascinante, sumado a la inmensidad del mar azul que brillaba con la luz del sol refulgente. Y por otro lado, se asomaba ya en el norte la inmensa pared carmesí que conformaba la Red Line. Eran vistas maravillosas que, aunque me encantaban, no eran nuevas para mí, pero para la joven sirena Anaka, quien nunca había salido de su pueblo de coral natal, resultaban en una experiencia fascinante y cautivadora.
— La verdad... es que es hermoso — me contestaría sonrojándose.
— Ves, ahora relajémonos y disfrutemos del viaje, shishishi — diría, dándole una palmadita en su espalda.
No obstante, el viaje no acabó siendo para nada relajado y tranquilo. Cuando la altura ya era exageradamente elevada y comenzábamos a perdernos entre las nubes, estas dejaron su agradable tono blanco y esponjoso para tomar una tonalidad más oscura y siniestra. El olor a lluvia se podía sentir con la mínima respiración, junto a un aura un poco electrizante. Justo por encima de la Red Line nos esperaba una tormenta terrible que zarandeaba la embarcación con las corrientes que empezaban a alcanzarnos, y eso que aún no nos había engullido del todo. Se podía apreciar lo mismo en otras embarcaciones octopódicas con las que íbamos convergiendo en el ascenso para atravesar la línea carmesí por arriba. Lo cierto es que esta nueva empresa quería hacer una inauguración a lo grande.
El pulpo, aunque podía enfocarse un poco con la ayuda de las velas y cuerdas, estaba a merced del viento; no había de otra, era como un globo real. Las corrientes de viento guiaban su destino y era cuestión del navegante saber cuándo tomar o disminuir la altura para cambiar de un flujo de aire a otro. Aunque en este caso era más peligroso, puesto que un ser vivo era más difícil de controlar para que redujera y subiera el aire, además de que debía concentrarse para no perder aire a pesar del mal tiempo. Lo que era un consuelo era que la resistencia de este animal seguramente era muy superior a la de un globo normal de aire caliente, que un viento fuerte podía desgarrarlo o hacer soltar la cabina. Aquí, las patas de la criatura se afianzaban con fuerza y ventosas a la embarcación, y como no era una tela lo que hacía flotar el barco, la lluvia no la perjudicaría por el peso.
— ¡Todos sujétense a algo o pónganse a cubierto, entramos en la tormenta! — grité a todos en la cubierta.
Pero la integridad del barco era lo preocupante cuando nos adentramos en la tormenta. Las corrientes de viento se volvieron fuertes y violentas, la lluvia azotaba la cubierta y los destellos de relámpagos iluminaban nubes cercanas como una gran pantalla de luz. Aun así, el pulpo se mantenía firme y aguantaba el tipo. Yo tenía un cabo sujeto, mientras agarraba a Anaka y Anubis, en lo que Isis nos cubría con sus alas en la cubierta. Nos apoyábamos entre nosotros con el fin de no salir volando mientras observaba la situación.
— Chicos, será mejor que entréis bajo la cubierta a refugiaros — les diría a mis compañeros.
— No seas bobo, tú también debes hacerlo, ni se te ocurra quedarte aquí — me reprocharía Anaka.
— Pero yo puedo ayu... — intenté hablar, pero algo me interrumpió.
Un grito resonaría captando la atención de absolutamente todos en cubierta. Era una niña de apenas cinco años; el viento la arrastró separándola de su madre mientras intentaban entrar bajo la cubierta. La madre trató de ir a por su hija, pero la detuvieron el resto de pasajeros para que no saliera volando ella también. Entonces, sin dudarlo ni por un instante, mis piernas salieron disparadas en una carrera frenética, dando largas zancadas por la cubierta hasta brincar en la barandilla del barco y usando el mismo como plataforma de apoyo para saltar al vacío directamente contra la niña, tomándola al vuelo.
— ¡Sujétate bien, señorita! — exclamé mientras la aferraba a mi pecho con fuerza usando mi diestra.
Avanzamos un poco más por el impulso que di, hasta que el cabo que tenía tomado se tensó al máximo, frenando en seco nuestro avance y dando un tirón de rebote que nos lanzó hacia atrás, pero cayendo. Me aferre a la cuerda, rodeándola en mi muñeca sin soltarla; antes me tendría que amputar la mano, mientras sujetaba a la niña con fuerza, girando mi cuerpo para chocar por el viento contra el casco del barco con las piernas por delante y usando el cabo como eje y apoyo. Corrí por el casco del barco trazando un movimiento pendular hasta que salí por la parte proa del barco hacia arriba, justo a tiempo para que un par de trabajadores hubieran tomado el cabo y tirado de nosotros hacia dentro, con el impulso que usaría para volver a la cubierta del barco con la niña en brazos.
— ¡Muchas gracias! — diría a los marineros.
Sin soltar la cuerda, avancé bien sujeto hasta la entrada al interior del barco, donde la madre tomó de nuevo a su hija entre lágrimas, dando mil gracias la mujer entre sollozos por haber salvado a su hija.
— ¡No hay de qué, ahora entren a cubierto! — le indicaría a la mujer y a los que estaban observando.
Entonces salí de nuevo en busca de mis compañeros. Anubis y Anaka tenían sujeto un mismo cabo con fuerza y eran protegidos por Isis, quien se afianzaba con facilidad a la cubierta gracias a sus poderosas garras. Me alegraba verlos bien, pero me aproximé a ellos para ayudarlos a guiar hacia el interior de la embarcación.
— ¡Que nadie esté en cubierta sin sujetarse a un cabo o cuerda, afianzad todas las que podáis al mástil del barco! — comencé a dar órdenes a todos para evitar más tragedias en el día de hoy.
— ¡Horus, debemos tomar una corriente ascendente para elevarnos a la parte alta de las nubes, se concentra mayor carga eléctrica y precipitaciones por debajo! — Anaka sacaba a relucir sus dotes de navegación.
— Bien, Anaka, te quedarás conmigo; ayúdame a atarnos a todos con el cabo — le pediría en medio de la adversidad.
Usaría el cabo que había tomado antes para atarnos en la cintura a todos, haciendo una cadena humana con la que ganábamos estabilidad los unos con los otros y nos mantenía unidos; o todos permanecíamos en el barco, o todos lo dejábamos juntos.
— ¡Que todo el que siga en la cubierta se ate una cuerda bien afianzada a la cintura para prevenir que alguna turbulencia nos saque! ¡Todos, tomad el control de las velas para orientarlas donde Anaka nos diga! ¡Ayudemos al pulpo a tomar altura con todo el aire caliente que podamos darle para alejarnos de los relámpagos! — comenzaría a tomar el mando de la situación.
Me movería con mis compañeros por cubierta, ayudando a fijar a los trabajadores y marineros que trabajaban en cubierta con cuerdas para que ninguno saliera volando, mientras Anaka nos indicaba hacia dónde orientar las velas para tomar una mejor corriente ascendente, en lo que se miraba de usar los calentadores de aire para dar al pulpo todo el aire caliente posible, para que estuviera al máximo de su capacidad con el fin de mantenerse lo más elevado posible.
— ¡Vamos, chicos, sin miedo! ¡Afianzad las velas, confiad en el pulpo y dadle calor! ¡Vamos a cabalgar esta tormenta! — exclamé con determinación.
Uniríamos el esfuerzo de todos para salir de esta situación y llegar a contemplar un nuevo amanecer. Pero ahora estábamos en manos del destino.