
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
28-12-2024, 10:20 PM
Ragn observaba los acantilados mientras la brisa salada del mar golpeaba su rostro. Su vuelo, aunque firme, comenzaba a perder la energía implacable con la que había iniciado. Cada aleteo era un recordatorio del peso que llevaba, no solo el físico, sino el emocional. Sijuh respiraba, pero apenas. El sonido irregular de su aliento era como un martillo golpeando su mente, apremiándole a seguir adelante, a ignorar la quemazón de la herida que aún sangraba en su hombro. ¡Qué estaba pasando ese día! Cuando la campana resonó desde la playa, su oído captó el sonido como un eco lejano. Apretó la mandíbula. Una campana nunca es buena señal o eso decía Tofun. Sus ojos azules, helados como una tormenta nórdica, se enfocaron en la pequeña playa que se extendía bajo los acantilados. Las fogatas, las carpas, las sombras de las figuras que emergían del campamento. No había tiempo para sutilezas. Con un último impulso, descendió con brusquedad, las ráfagas de viento desplazadas por su aterrizaje levantaron nubes de arena. Las botas de Ragn golpearon el suelo con fuerza, hundiéndose en la arena blanca. La figura gigante, bañada en sudor, sangre y ceniza, se erguía como un guerrero que volvía de una guerra perdida. En su brazo izquierdo llevaba el cuerpo herido de su hermana, mientras que el derecho colgaba rígido, con la sangre oscura formando regueros secos hasta la punta de sus dedos.
Levantó la cabeza lentamente, sus seguían ojos fríos, recorrieron a los hombres y mujeres que se acercaban con precaución. Había tensión en el aire, podía sentirla como un depredador siente el miedo en su presa. Algunos parecían confusos, otros preocupados, y unos pocos mantenían sus manos cerca de las armas. No lo culpaba. Su tamaño y presencia solían provocar desconfianza, especialmente en quienes no le conocían. —Hun trenger hjelp, nå! — Dijo, olvidando que ese idioma los humanos lo desconocían. Su voz rompió el silencio como un trueno, grave y autoritaria. Aunque hablaba en su idioma, la urgencia en su tono era universal. Con cuidado, se arrodilló y depositó el cuerpo de Sijuh sobre la arena, acomodándola para que no quedara torcida ni incómoda. Luego se levantó, alzándose a su imponente altura una vez más. Su mirada se clavó en cada uno de los presentes como si evaluara si alguno de ellos era digno de su confianza.
—Sijuh. Hun sa at dere kunne hjelpe henne... Herrrmana ... Ayudarrr ... —Sususrró, esta vez para sí mismo, como si reforzara la idea en su mente. Aunque hablaba en su lengua natal, el tono tenía algo casi suplicante, una humanidad que pocas veces dejaba ver. Una figura rubia avanzó con precaución, y Ragn lo observó detenidamente, como un lobo que evalúa si el ciervo frente a él es una amenaza o una posible ayuda. Cuando el joven se acercó más, Ragn levantó una mano, dejando claro que no tenía intención de moverse ni un centímetro más hasta que le dieran alguna garantía. —No harrré daño a nadie. Perrro si ella morrir aquí ... —Sus palabras se quedaron flotando en el aire, sin necesidad de terminar la amenaza implícita. El silencio que siguió fue espeso, roto solo por el suave rugido del mar y el crujir de las olas. Por un momento, Ragn sintió cómo sus rodillas amenazaban con ceder. La sangre seguía goteando desde su herida, y el agotamiento acumulado comenzaba a reclamar su pago. Pero no caería. No ahora. Miró a quienes le rodeaban una última vez, con el ceño fruncido y los músculos tensos, como un animal acorralado que se niega a rendirse.
Levantó la cabeza lentamente, sus seguían ojos fríos, recorrieron a los hombres y mujeres que se acercaban con precaución. Había tensión en el aire, podía sentirla como un depredador siente el miedo en su presa. Algunos parecían confusos, otros preocupados, y unos pocos mantenían sus manos cerca de las armas. No lo culpaba. Su tamaño y presencia solían provocar desconfianza, especialmente en quienes no le conocían. —Hun trenger hjelp, nå! — Dijo, olvidando que ese idioma los humanos lo desconocían. Su voz rompió el silencio como un trueno, grave y autoritaria. Aunque hablaba en su idioma, la urgencia en su tono era universal. Con cuidado, se arrodilló y depositó el cuerpo de Sijuh sobre la arena, acomodándola para que no quedara torcida ni incómoda. Luego se levantó, alzándose a su imponente altura una vez más. Su mirada se clavó en cada uno de los presentes como si evaluara si alguno de ellos era digno de su confianza.
—Sijuh. Hun sa at dere kunne hjelpe henne... Herrrmana ... Ayudarrr ... —Sususrró, esta vez para sí mismo, como si reforzara la idea en su mente. Aunque hablaba en su lengua natal, el tono tenía algo casi suplicante, una humanidad que pocas veces dejaba ver. Una figura rubia avanzó con precaución, y Ragn lo observó detenidamente, como un lobo que evalúa si el ciervo frente a él es una amenaza o una posible ayuda. Cuando el joven se acercó más, Ragn levantó una mano, dejando claro que no tenía intención de moverse ni un centímetro más hasta que le dieran alguna garantía. —No harrré daño a nadie. Perrro si ella morrir aquí ... —Sus palabras se quedaron flotando en el aire, sin necesidad de terminar la amenaza implícita. El silencio que siguió fue espeso, roto solo por el suave rugido del mar y el crujir de las olas. Por un momento, Ragn sintió cómo sus rodillas amenazaban con ceder. La sangre seguía goteando desde su herida, y el agotamiento acumulado comenzaba a reclamar su pago. Pero no caería. No ahora. Miró a quienes le rodeaban una última vez, con el ceño fruncido y los músculos tensos, como un animal acorralado que se niega a rendirse.