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Donatella Pavone
La Garra de Pavone
29-12-2024, 12:16 AM
(Última modificación: 29-12-2024, 06:19 PM por Donatella Pavone.
Razón: 1ra. agregar dado, 2da. Agregar spoiler
)
El Torpedo Emplumado se tambaleaba con violencia, desafiando la ferocidad de la tormenta que parecía querer devorar a cada embarcación suspendida en el aire. Donatella Pavone, de pie en el puente de mando, mantenía una expresión estoica, aunque la tensión en sus manos, firmemente posadas sobre el panel de control, traicionaba la serenidad que proyectaba. Las luces del submarino parpadeaban, reflejando los destellos de los relámpagos que iluminaban momentáneamente el oscuro horizonte.
Desde la ventana frontal, Donatella observaba cómo los colosales pulpos luchaban contra la fuerza de los vientos y la lluvia torrencial. La criatura asignada al Torpedo Emplumado parecía mantenerse firme, pero cada sacudida del aire hacía que el submarino se balanceara peligrosamente, arrancando chispas de preocupación incluso a la siempre calculadora Pavone.
— Este maldito clima no podría ser más oportuno, ¿verdad? — Murmuró para sí misma, ajustándose los guantes de combate y chasqueando los dedos como un acto reflejo. Cada decisión y cada movimiento debía ser calculado al milímetro. Suspiró, buscando un momento de calma en medio del caos, y revisó las lecturas en la consola. La estabilidad del submarino dependía de la sincronía con el pulpo guía, y cualquier desajuste podría ser fatal.
La tormenta era un monstruo en sí misma. Los rayos caían como colmillos afilados, y el rugido ensordecedor de los truenos parecía sacudir los cimientos del cielo. El viento se infiltraba en cada rendija del casco del submarino, produciendo un silbido agudo que se mezclaba con el ruido de la lluvia golpeando la superficie. Sin embargo, Donatella no podía permitirse ceder al miedo. Su entrenamiento, su determinación, y su instinto la mantenían enfocada.
En un momento de relativa calma, sus ojos ámbar se desviaron hacia la ventana lateral. A lo lejos, otra embarcación oscilaba peligrosamente, y el pulpo que la transportaba parecía luchar por mantenerse en su curso. La visión arrancó una mueca de preocupación a Donatella. Aunque sabía que no podía hacer nada por los demás en este momento, su mente comenzó a calcular posibles soluciones si el Torpedo Emplumado llegara a encontrarse en una situación similar.
— El destino nos separa, como siempre. — Musitó, recordando brevemente a los miembros de su guardia real que aún no había logrado encontrar desde su llegada al East Blue. ¿Estarían enfrentándose también a esta misma tormenta? ¿Quizás a bordo de alguna de esas embarcaciones que apenas se distinguían entre el caos? La posibilidad era tan inquietante como improbable, pero el pensamiento le brindó un extraño consuelo.
Un golpe particularmente fuerte sacudió el submarino, arrancándole un gruñido contenido. Donatella se aferró al borde del panel de control, sus músculos tensos mientras los sistemas automáticos del Torpedo Emplumado se reajustaban para estabilizar la nave. La criatura que la transportaba emitió un sonido grave, como un lamento resonante, pero continuó avanzando con una determinación que la impresionó.
— Vamos, Torpedo, te enviaron hacia mí en otoño. No puedes fallarme ahora. — Susurró, como si el submarino pudiera escucharla. Su mirada se endureció al observar las lecturas de altitud y trayectoria. A pesar de la tormenta, la nave mantenía su curso hacia el Mar del Norte. A través de la ventana pudo ver cómo los tentáculos de la criatura se aferraban con una fuerza casi sobrenatural, desafiando las ráfagas que intentaban arrancarla del cielo. Era una danza peligrosa, pero al mismo tiempo, había algo sublime en la manera en que aquellos seres navegaban entre la furia de la naturaleza, como si estuvieran hechos para este propósito.
Un rugido más fuerte que los anteriores sacudió el aire, seguido por un destello cegador. Por un breve instante, todo pareció detenerse. Donatella sintió cómo su corazón se detenía mientras el Torpedo Emplumado descendía levemente antes de ser levantado nuevamente por el pulpo. Los sistemas del submarino parpadearon una vez más, pero no fallaron. A pesar del caos, todo seguía funcionando.
— Así es como debe ser. — Dijo en voz baja, enderezándose y volviendo a centrarse en los controles. No permitiría que una simple tormenta fuera lo que la detuviera. La Garra de Pavone no conocía el miedo, solo los desafíos que debía superar para alcanzar su destino. La tormenta no daba tregua, pero tampoco lo hacía Donatella. Su mirada permanecía fija en el horizonte, en el camino hacia el Mar del Norte. Sabía que este era solo el comienzo, y que lo que la esperaba en ese mar distante sería aún más desafiante que la busca de su hermano en sí.
Con un último ajuste en los controles, Donatella se preparó para lo que viniera. Porque, aunque la tormenta parecía interminable, ella sabía que cada minuto la acercaba más a su objetivo, y no había fuerza en el mundo que pudiera detener a La Garra de Pavone.
Desde la ventana frontal, Donatella observaba cómo los colosales pulpos luchaban contra la fuerza de los vientos y la lluvia torrencial. La criatura asignada al Torpedo Emplumado parecía mantenerse firme, pero cada sacudida del aire hacía que el submarino se balanceara peligrosamente, arrancando chispas de preocupación incluso a la siempre calculadora Pavone.
— Este maldito clima no podría ser más oportuno, ¿verdad? — Murmuró para sí misma, ajustándose los guantes de combate y chasqueando los dedos como un acto reflejo. Cada decisión y cada movimiento debía ser calculado al milímetro. Suspiró, buscando un momento de calma en medio del caos, y revisó las lecturas en la consola. La estabilidad del submarino dependía de la sincronía con el pulpo guía, y cualquier desajuste podría ser fatal.
La tormenta era un monstruo en sí misma. Los rayos caían como colmillos afilados, y el rugido ensordecedor de los truenos parecía sacudir los cimientos del cielo. El viento se infiltraba en cada rendija del casco del submarino, produciendo un silbido agudo que se mezclaba con el ruido de la lluvia golpeando la superficie. Sin embargo, Donatella no podía permitirse ceder al miedo. Su entrenamiento, su determinación, y su instinto la mantenían enfocada.
En un momento de relativa calma, sus ojos ámbar se desviaron hacia la ventana lateral. A lo lejos, otra embarcación oscilaba peligrosamente, y el pulpo que la transportaba parecía luchar por mantenerse en su curso. La visión arrancó una mueca de preocupación a Donatella. Aunque sabía que no podía hacer nada por los demás en este momento, su mente comenzó a calcular posibles soluciones si el Torpedo Emplumado llegara a encontrarse en una situación similar.
— El destino nos separa, como siempre. — Musitó, recordando brevemente a los miembros de su guardia real que aún no había logrado encontrar desde su llegada al East Blue. ¿Estarían enfrentándose también a esta misma tormenta? ¿Quizás a bordo de alguna de esas embarcaciones que apenas se distinguían entre el caos? La posibilidad era tan inquietante como improbable, pero el pensamiento le brindó un extraño consuelo.
Un golpe particularmente fuerte sacudió el submarino, arrancándole un gruñido contenido. Donatella se aferró al borde del panel de control, sus músculos tensos mientras los sistemas automáticos del Torpedo Emplumado se reajustaban para estabilizar la nave. La criatura que la transportaba emitió un sonido grave, como un lamento resonante, pero continuó avanzando con una determinación que la impresionó.
— Vamos, Torpedo, te enviaron hacia mí en otoño. No puedes fallarme ahora. — Susurró, como si el submarino pudiera escucharla. Su mirada se endureció al observar las lecturas de altitud y trayectoria. A pesar de la tormenta, la nave mantenía su curso hacia el Mar del Norte. A través de la ventana pudo ver cómo los tentáculos de la criatura se aferraban con una fuerza casi sobrenatural, desafiando las ráfagas que intentaban arrancarla del cielo. Era una danza peligrosa, pero al mismo tiempo, había algo sublime en la manera en que aquellos seres navegaban entre la furia de la naturaleza, como si estuvieran hechos para este propósito.
Un rugido más fuerte que los anteriores sacudió el aire, seguido por un destello cegador. Por un breve instante, todo pareció detenerse. Donatella sintió cómo su corazón se detenía mientras el Torpedo Emplumado descendía levemente antes de ser levantado nuevamente por el pulpo. Los sistemas del submarino parpadearon una vez más, pero no fallaron. A pesar del caos, todo seguía funcionando.
— Así es como debe ser. — Dijo en voz baja, enderezándose y volviendo a centrarse en los controles. No permitiría que una simple tormenta fuera lo que la detuviera. La Garra de Pavone no conocía el miedo, solo los desafíos que debía superar para alcanzar su destino. La tormenta no daba tregua, pero tampoco lo hacía Donatella. Su mirada permanecía fija en el horizonte, en el camino hacia el Mar del Norte. Sabía que este era solo el comienzo, y que lo que la esperaba en ese mar distante sería aún más desafiante que la busca de su hermano en sí.
Con un último ajuste en los controles, Donatella se preparó para lo que viniera. Porque, aunque la tormenta parecía interminable, ella sabía que cada minuto la acercaba más a su objetivo, y no había fuerza en el mundo que pudiera detener a La Garra de Pavone.