— Y tú, marine, ¿qué haces aquí, en un lugar como este? No pareces del tipo que viene a tomar una copa tranquila...
Dan Kinro dejó escapar una ligera exhalación mientras entrecerraba los ojos, sopesando las señales que tenía frente a ella. Era difícil de describir, pero había algo en ese hombre que la hacía detenerse un segundo más de lo habitual antes de tomar una decisión. No era sólo la cicatriz, ni la forma en que sus palabras resonaban con un filo oculto, era su presencia, como si el aire alrededor de él se hubiera enfriado apenas perceptiblemente.
Era raro.
Posiblemente alguien respetado...
Posiblemente alguien temido...
Posiblemente un peligro.
Sus ojos captaron el brillo metálico de las pistolas que colgaban de su cintura y pierna derecha, y su postura cambió ligeramente, sutilmente preparada para cualquier cosa. No era el primer tipo peligroso que veía, pero algo en este le recordaba a un depredador paciente, alguien que sabía cuándo esperar y cuándo atacar.
Lo que la desconcertaba aún más era el ambiente en la taberna. Donde antes había habido tensión, ahora había una calma casi irreal. La gente seguía con sus conversaciones en voz baja, el borracho parecía haberse resignado a su silla, y hasta el tabernero había dejado de mirar con nerviosismo. Era como si el encapuchado tuviera un efecto sedante en el lugar, pero no del tipo que tranquilizaba. Era más bien la calma inquietante antes de que todo se fuese a venir abajo.
— Estoy patrullando.
Dan no sabía mentir.
La chica ajustó su banda en la frente, como si eso la ayudara a centrarse. Dio un paso hacia adelante, sus botas resonando en el suelo de madera, y se acercó al hombre. Su mirada no vacilaba, fija en los ojos afilados que la observaban con una mezcla de interés y burla.
Se detuvo justo frente a la barra, entre el encapuchado y el resto de la taberna. Sin apartar la mirada de él, levantó la mano para llamar al tabernero.
— Aye, el licor más fuerte que tengas.
Su tono era tan directo como siempre, pero había una pizca de desafío en su voz. Sabía que sus rasgos aniñados no ayudaban, pero no iba a dejar que eso la pusiera en desventaja. Antes de que el tabernero pudiese vacilar por un momento, aclaró la garganta con un gesto impaciente.
— ¿Qué pasa? ¿No tienes?
La chica recogió el vaso de algo oscuro y probablemente lo suficientemente fuerte como para encender fuego y lo tomó y, sin titubear, le dio otro sorbo aún más largo antes de dejar el vaso sobre la barra con un golpe seco.
— Tengo suficiente edad para beber, gracias por preocuparte. — Dijo, dirigiéndose al encapuchado, junto a su mirada ahora acompañada de una pequeña sonrisa irónica. Luego inclinó la cabeza, sin apartar sus ojos de color ámbar de los suyos.
— Y ahora que sabes eso… ¿cuál es tu nombre? Parece qué gracias a ti se han calmado. ¿Quieres un trago? — preguntó, su tono bajo pero directo. No era un desafío, pero tampoco una invitación a la evasión, además, le estaba invitando a una copa. Era una pregunta simple, pero cargada de intención. Dan estaba tanteando el terreno, probando cuánto podía saber antes de que las cosas se torcieran.
Dan Kinro dejó escapar una ligera exhalación mientras entrecerraba los ojos, sopesando las señales que tenía frente a ella. Era difícil de describir, pero había algo en ese hombre que la hacía detenerse un segundo más de lo habitual antes de tomar una decisión. No era sólo la cicatriz, ni la forma en que sus palabras resonaban con un filo oculto, era su presencia, como si el aire alrededor de él se hubiera enfriado apenas perceptiblemente.
Era raro.
Posiblemente alguien respetado...
Posiblemente alguien temido...
Posiblemente un peligro.
Sus ojos captaron el brillo metálico de las pistolas que colgaban de su cintura y pierna derecha, y su postura cambió ligeramente, sutilmente preparada para cualquier cosa. No era el primer tipo peligroso que veía, pero algo en este le recordaba a un depredador paciente, alguien que sabía cuándo esperar y cuándo atacar.
Lo que la desconcertaba aún más era el ambiente en la taberna. Donde antes había habido tensión, ahora había una calma casi irreal. La gente seguía con sus conversaciones en voz baja, el borracho parecía haberse resignado a su silla, y hasta el tabernero había dejado de mirar con nerviosismo. Era como si el encapuchado tuviera un efecto sedante en el lugar, pero no del tipo que tranquilizaba. Era más bien la calma inquietante antes de que todo se fuese a venir abajo.
— Estoy patrullando.
Dan no sabía mentir.
La chica ajustó su banda en la frente, como si eso la ayudara a centrarse. Dio un paso hacia adelante, sus botas resonando en el suelo de madera, y se acercó al hombre. Su mirada no vacilaba, fija en los ojos afilados que la observaban con una mezcla de interés y burla.
Se detuvo justo frente a la barra, entre el encapuchado y el resto de la taberna. Sin apartar la mirada de él, levantó la mano para llamar al tabernero.
— Aye, el licor más fuerte que tengas.
Su tono era tan directo como siempre, pero había una pizca de desafío en su voz. Sabía que sus rasgos aniñados no ayudaban, pero no iba a dejar que eso la pusiera en desventaja. Antes de que el tabernero pudiese vacilar por un momento, aclaró la garganta con un gesto impaciente.
— ¿Qué pasa? ¿No tienes?
La chica recogió el vaso de algo oscuro y probablemente lo suficientemente fuerte como para encender fuego y lo tomó y, sin titubear, le dio otro sorbo aún más largo antes de dejar el vaso sobre la barra con un golpe seco.
— Tengo suficiente edad para beber, gracias por preocuparte. — Dijo, dirigiéndose al encapuchado, junto a su mirada ahora acompañada de una pequeña sonrisa irónica. Luego inclinó la cabeza, sin apartar sus ojos de color ámbar de los suyos.
— Y ahora que sabes eso… ¿cuál es tu nombre? Parece qué gracias a ti se han calmado. ¿Quieres un trago? — preguntó, su tono bajo pero directo. No era un desafío, pero tampoco una invitación a la evasión, además, le estaba invitando a una copa. Era una pregunta simple, pero cargada de intención. Dan estaba tanteando el terreno, probando cuánto podía saber antes de que las cosas se torcieran.