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Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
29-12-2024, 06:48 PM
La sonrisa de la oni se ensanchó al momento de recibir la amistosa —pero no por ello menos fuerte— palmada del escualo, procurando mantenerse firme para no ceder ante su contundente energía. Le devolvió el gesto, chocando el brazo ajeno con la palma de la mano y una energía similar a la que había mostrado Octojin. Tenía razón; habían pasado tantas semanas separados que por un momento Camille temió perder la cuenta, pero allí estaban de nuevo, reencontrándose en la misma isla que los unió y aguardando por comenzar una nueva aventura.
—Tendremos muchas cosas que comentar durante el viaje. Estos meses han sido moviditos como poco para mí, pero imagino que lo mismo podréis decir el resto —aseguró con unos ánimos que llevaba sin mostrar desde hacía mucho tiempo.
Poco después de su saludo, Alexandra hizo acto de presencia con aquella enérgica positividad tan contagiosa. Camille saludó de vuelta a la hafugyo y, quizá en un gesto más familiar del que cabría esperar de una superior, le revolvió el pelo con la mano en cuanto la tuvo a su alcance.
—Un poco de frío no estará mal, para variar. Tengo ganas de ver la diferencia entre los inviernos del Este y del Norte. Con algo de suerte, si son tan duros, igual Taka termina convertido en un copito de nieve —bromeó entre risas.
Y, como si por bocazas hubiera hecho un reclamo, el peliverde hizo acto de presencia justo después de aquel comentario. Quizá, por primera vez desde que se conocían, aquella fuera la primera vez que la oni se alegraba genuinamente de ver al espadachín. De alguna extraña forma, los días se habían vuelto excesivamente tranquilos para la morena, muchas veces hasta el punto de resultar aburridos. Debía darle la razón, aunque lo hiciera solo para sus adentros: la familia, esa que Camille había escogido para sí misma, volvía a reunirse. Y eso le calentaba el corazón tanto como para hacer frente al frío que les aguardara en el North Blue.
Esperaba ansiosa el reencuentro con Atlas y Ray pero, tristemente, parecía que Octojin tenía razón: tenía pinta de que se retrasarían y tendrían que coger un pulpo diferente. El suyo, por otro lado, empezó a tensar los tentáculos a medida que se elevaba en el aire y, acompañados por el quejido de los tablones y la madera que conformaba el barco, empezaron a ascender con él.
Durante los primeros minutos, la alférez había observado con una mezcla de curiosidad irrefrenable y evidente desagrado a la criatura que los transportaba. Ningún pulpo era bonito bajo los tentáculos o, en general, por debajo. Ese no era una excepción. Siendo tan grande, la visión que les brindaba desde abajo resultaba grotesca. Las ventosas eran enormes, algo que, por otro lado, tenía todo el sentido del mundo: solo así podría sostener embarcaciones como la suya. Sentía constantemente el impulso de apartar la mirada y fijarse en otra cosa, como en las vistas que tendrían del East Blue a esa altura, pero la curiosidad terminaba haciendo que volviera la mirada hacia arriba.
Al principio parecía que la travesía sería realmente apacible, una oportunidad perfecta para relajarse, disfrutar de las vistas y compartir sus vivencias con los demás. Sin embargo, los nubarrones que no tardaron en hacer acto de presencia, así como las ráfagas de viento que empezaban a levantarse, amenazaban con frustrar toda esperanza que pudieran albergar por tener un viaje agradable. Momentos después, descubrieron lo mucho que se iban a complicar las cosas.
Camille se movía de un lado a otro en cubierta, con cuidado de no resbalar por la inundada cubierta mientras lo hacía. Normalmente no se achantaba ante ninguna tormenta en mitad del mar, ni siquiera después de los viajes tan complicados que habían sufrido en Verano, pero aquella situación era diferente en todos los sentidos: no era ella quien se encontraba al timón ni tenía capacidad alguna para ajustar el rumbo o evitar un naufragio. No era la navegante de aquel viaje ni tenía la más remota idea de cómo manejar uno de esos pulpos, de modo que lo único que podía hacer era apoyar a los operarios en las tareas de cubierta, siguiendo sus indicaciones. Octojin tomó la iniciativa en esta tarea y empezó a dar órdenes a diestro y siniestro, demostrando que el paso de los meses no le había restado energías. La oni asintió y se apresuró en sujetar la soga suelta, tirando de ella para reconducir uno de los tentáculos del pulpo y evitar que este terminara desviándose de su trayectoria.
Tan solo cuando la tormenta amainó un poco pudieron darse cuenta de que se habían separado del resto de la flota de pulpos. No había ni rastro de ellos, o al menos no en la distancia que las nubes, la lluvia y el viento les permitía observar.
—Viaje seguro y una mierda —masculló la oni, echando una ojeada a sus compañeros—. ¿Estáis todos bien? Alexandra, ¿mejor del estómago?
Suspiró, tranquilizándose un poco tras cerciorarse de que estaban a salvo. Aun con todo, algo le decía que aún no podrían relajarse. Tan solo esperaba que aquel viaje y reencuentro no terminara abruptamente contra el mar.
—Tendremos muchas cosas que comentar durante el viaje. Estos meses han sido moviditos como poco para mí, pero imagino que lo mismo podréis decir el resto —aseguró con unos ánimos que llevaba sin mostrar desde hacía mucho tiempo.
Poco después de su saludo, Alexandra hizo acto de presencia con aquella enérgica positividad tan contagiosa. Camille saludó de vuelta a la hafugyo y, quizá en un gesto más familiar del que cabría esperar de una superior, le revolvió el pelo con la mano en cuanto la tuvo a su alcance.
—Un poco de frío no estará mal, para variar. Tengo ganas de ver la diferencia entre los inviernos del Este y del Norte. Con algo de suerte, si son tan duros, igual Taka termina convertido en un copito de nieve —bromeó entre risas.
Y, como si por bocazas hubiera hecho un reclamo, el peliverde hizo acto de presencia justo después de aquel comentario. Quizá, por primera vez desde que se conocían, aquella fuera la primera vez que la oni se alegraba genuinamente de ver al espadachín. De alguna extraña forma, los días se habían vuelto excesivamente tranquilos para la morena, muchas veces hasta el punto de resultar aburridos. Debía darle la razón, aunque lo hiciera solo para sus adentros: la familia, esa que Camille había escogido para sí misma, volvía a reunirse. Y eso le calentaba el corazón tanto como para hacer frente al frío que les aguardara en el North Blue.
Esperaba ansiosa el reencuentro con Atlas y Ray pero, tristemente, parecía que Octojin tenía razón: tenía pinta de que se retrasarían y tendrían que coger un pulpo diferente. El suyo, por otro lado, empezó a tensar los tentáculos a medida que se elevaba en el aire y, acompañados por el quejido de los tablones y la madera que conformaba el barco, empezaron a ascender con él.
Durante los primeros minutos, la alférez había observado con una mezcla de curiosidad irrefrenable y evidente desagrado a la criatura que los transportaba. Ningún pulpo era bonito bajo los tentáculos o, en general, por debajo. Ese no era una excepción. Siendo tan grande, la visión que les brindaba desde abajo resultaba grotesca. Las ventosas eran enormes, algo que, por otro lado, tenía todo el sentido del mundo: solo así podría sostener embarcaciones como la suya. Sentía constantemente el impulso de apartar la mirada y fijarse en otra cosa, como en las vistas que tendrían del East Blue a esa altura, pero la curiosidad terminaba haciendo que volviera la mirada hacia arriba.
Al principio parecía que la travesía sería realmente apacible, una oportunidad perfecta para relajarse, disfrutar de las vistas y compartir sus vivencias con los demás. Sin embargo, los nubarrones que no tardaron en hacer acto de presencia, así como las ráfagas de viento que empezaban a levantarse, amenazaban con frustrar toda esperanza que pudieran albergar por tener un viaje agradable. Momentos después, descubrieron lo mucho que se iban a complicar las cosas.
Camille se movía de un lado a otro en cubierta, con cuidado de no resbalar por la inundada cubierta mientras lo hacía. Normalmente no se achantaba ante ninguna tormenta en mitad del mar, ni siquiera después de los viajes tan complicados que habían sufrido en Verano, pero aquella situación era diferente en todos los sentidos: no era ella quien se encontraba al timón ni tenía capacidad alguna para ajustar el rumbo o evitar un naufragio. No era la navegante de aquel viaje ni tenía la más remota idea de cómo manejar uno de esos pulpos, de modo que lo único que podía hacer era apoyar a los operarios en las tareas de cubierta, siguiendo sus indicaciones. Octojin tomó la iniciativa en esta tarea y empezó a dar órdenes a diestro y siniestro, demostrando que el paso de los meses no le había restado energías. La oni asintió y se apresuró en sujetar la soga suelta, tirando de ella para reconducir uno de los tentáculos del pulpo y evitar que este terminara desviándose de su trayectoria.
Tan solo cuando la tormenta amainó un poco pudieron darse cuenta de que se habían separado del resto de la flota de pulpos. No había ni rastro de ellos, o al menos no en la distancia que las nubes, la lluvia y el viento les permitía observar.
—Viaje seguro y una mierda —masculló la oni, echando una ojeada a sus compañeros—. ¿Estáis todos bien? Alexandra, ¿mejor del estómago?
Suspiró, tranquilizándose un poco tras cerciorarse de que estaban a salvo. Aun con todo, algo le decía que aún no podrían relajarse. Tan solo esperaba que aquel viaje y reencuentro no terminara abruptamente contra el mar.