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Airok
La Reina Rubí
30-12-2024, 01:15 AM
Sentada en su escritorio de madera abarrotada de papeles y un par de cofres abiertos, Airok estaba tremendamente enfocada en su labor. El cuaderno del inventario descansaba frente a ella, con su letra clara y organizada ocupando página tras página. A su alrededor, pequeños montones de monedas, algunas joyas, y notas de intercambio esperaban su turno para ser contabilizados. Había mucho que hacer; un viaje largo como ese requería un control estricto de los recursos, y si algo sobraba o faltaba, lo sabría antes de que llegaran a su destino.
La calma en la sala solo se rompía por el suave crujir del barco y el golpeteo ocasional de los objetos que colgaban de las paredes. Airok se acomodó en la silla, revisando mentalmente lo que ya había organizado y lo que quedaba por hacer.
Fue entonces cuando uno de los baúles se cerró de golpe tras un movimiento brusco. En cuestión de segundos, la voz inconfundible de Balagus se escuchó de fondo resonando con órdenes.
Airok levantó la vista, frunciendo el ceño. No era fácil distraerla cuando estaba inmersa en su trabajo, pero esto no era algo que pudiera ignorar. Cerró el cuaderno con un golpe seco, dejó la pluma sobre la mesa y salió con paso firme hacia la cubierta.
La escena que encontró era puro caos. El viento azotaba el barco con fuerza y el pulpo gigante que los mantenía volando parecía luchar contra la tormenta. Los tripulantes corrían de un lado a otro, siguiendo las órdenes de Balagus mientras intentaban mantener el barco estable.
Airok localizó rápidamente a Silver cerca del timón, luchando por mantener el rumbo mientras el pequeño Spack, chillaba y se aferraba desesperadamente a su hombro.
—Silver, dame a Spack —gritó Airok sobre el rugido del viento mientras avanzaba hacia él.
Silver asintió rápidamente y soltó al pequeño monito, que se agarró a Airok con fuerza, escondiendo la cabeza contra su pecho.
—Tranquilo, Spack. Estás conmigo —murmuró mientras acariciaba su cabeza para calmarlo.
Con un último vistazo rápido a la situación en cubierta, Airok evaluó qué sería más urgente. La mercancía. Si las cajas y los barriles comenzaban a deslizarse, el equilibrio del barco podría romperse en cuestión de segundos.
—¡Voy a asegurar la carga! —gritó a nadie en particular, aunque sabía que Balagus o Silver captarían sus intenciones.
En el almacén, el movimiento era más evidente: los barriles temblaban en sus amarres, y algunas cajas ya se habían desplazado peligrosamente. Con Spack aferrado a ella, Airok comenzó a reforzar las cuerdas que sujetaban las mercancías, tirando de los nudos con fuerza. El monito, aunque tembloroso, se quedaba quieto ajustado dentro de su chaqueta, confiando en la seguridad de su compañera.
El sudor comenzaba a pegarle el cabello a la frente, pero Airok trabajaba con la precisión de quien sabía que no había margen de error. La tormenta podía ser implacable, pero ella también lo era.