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Silver D. Syxel
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30-12-2024, 06:47 PM
Isla Kuen
Sin tener claro si por fortuna o por desgracia, vuestros enormes guardianes de largos tentáculos parecen verse arrastrados por corrientes de viento más ligeras y veloces, las cuales os hacen cruzar la Red Line a todo trapo. Durante lo que son tan solo unos instantes —pero que a vosotros se os antojan como minutos enteros—, vuestras naves se deslizan a escasos metros del rocoso terreno que conforma el continente, amenazando con un impacto inminente. Sin embargo, justo cuando parece que vais a estrellaros contra el coloso geográfico, termináis de recorrer su longitud y salís despedidos más allá de sus límites.
Los barcos, aún sujetos por los pulpos aerostáticos, descienden hacia estas nuevas aguas a una velocidad vertigionsa. Entre los operarios, algunos de los más jóvenes e inexpertos resbalan y pierden el equilibrio mientras que los más veteranos se aferran a sus amarres de seguridad. Desgraciadamente hay quien sale despedido fuera de cubierta: no todos los presentes vivirán para contarlo un día más.
Sentís la caída en picado, como si hubierais decidido meterlos en la piel de un ave rapaz que desciende sobre su presa, con la diferencia de que no sentís tener control alguno en estos momentos. Los operarios de los pulpos van saltando de un lugar a otro en una demostración que mezcla valor, temeridad e instinto de supervivencia a partes iguales. Los presentes podéis ver cómo tiran de las cuertas y tratan de aplicar ajustes en las amarras de las colosales criaturas, las cuales poco a poco comienzan a tirar de los barcos hacia arriba. Todo esto termina conformando un último intento desesperado por aminorar la velocidad, antes de que sea demasiado tarde y acabéis hechos pedazos contra el agua.
El impacto se antoja inevitable, pero ya sea por la habilidad de las tripulaciones o por intervención de un milagro, el aterrizaje es duro pero no letal. Las naves surcan las aguas, deslizándose por la superficie más que navegándola. Sentís cómo, cada pocos segundos, volvéis a quedaros suspendidos en el aire únicamente para volver a caer sobre el agua de nuevo. Espero que os hayáis agarrado bien a lo que sea que tuviérais a mano, porque quienes no lo hicieron han terminado perdidos en el mar.
Tras unos instantes más, los pulpos recuperan el control por completo y las naves que transportan aminoran la marcha, lo que os permite un momento de respiro para verificar que estáis enteros y, tal vez, de echar un vistazo al lugar en el que os encontráis. Sin embargo, lo primero de lo que os daréis cuenta es de que no véis nada que se aleje de vuestra posición más de unos pocos metros: una espesa y densa niebla parece asentarse en esta región, lo que os obliga a navegar a la deriva y sin rumbo con la esperanza de encontrar puerto pronto.
Pasados unos minutos, tal vez horas, las sombras de enormes acantilados se ciernen sobre vosotros a medida que os acercáis a territorio desconocido. Vuestros barcos navegan por vías sinuosas que se abren paso entre las formaciones rocosas y, mientras lo hacéis, no dejáis de tener la sensación de que tenéis multitud de miradas puestas sobre vosotros.
Os adentráis en las neblinosas tierras de Isla Kuen, los dominios de la Dama del Loto, y no os queda otra más que poneros a merced de sus designios. Deberéis actuar con cautela, pues nadie osaría contrariar a la ama de estas tierras si espera vivir para contarlo.
Los barcos, aún sujetos por los pulpos aerostáticos, descienden hacia estas nuevas aguas a una velocidad vertigionsa. Entre los operarios, algunos de los más jóvenes e inexpertos resbalan y pierden el equilibrio mientras que los más veteranos se aferran a sus amarres de seguridad. Desgraciadamente hay quien sale despedido fuera de cubierta: no todos los presentes vivirán para contarlo un día más.
Sentís la caída en picado, como si hubierais decidido meterlos en la piel de un ave rapaz que desciende sobre su presa, con la diferencia de que no sentís tener control alguno en estos momentos. Los operarios de los pulpos van saltando de un lugar a otro en una demostración que mezcla valor, temeridad e instinto de supervivencia a partes iguales. Los presentes podéis ver cómo tiran de las cuertas y tratan de aplicar ajustes en las amarras de las colosales criaturas, las cuales poco a poco comienzan a tirar de los barcos hacia arriba. Todo esto termina conformando un último intento desesperado por aminorar la velocidad, antes de que sea demasiado tarde y acabéis hechos pedazos contra el agua.
El impacto se antoja inevitable, pero ya sea por la habilidad de las tripulaciones o por intervención de un milagro, el aterrizaje es duro pero no letal. Las naves surcan las aguas, deslizándose por la superficie más que navegándola. Sentís cómo, cada pocos segundos, volvéis a quedaros suspendidos en el aire únicamente para volver a caer sobre el agua de nuevo. Espero que os hayáis agarrado bien a lo que sea que tuviérais a mano, porque quienes no lo hicieron han terminado perdidos en el mar.
Tras unos instantes más, los pulpos recuperan el control por completo y las naves que transportan aminoran la marcha, lo que os permite un momento de respiro para verificar que estáis enteros y, tal vez, de echar un vistazo al lugar en el que os encontráis. Sin embargo, lo primero de lo que os daréis cuenta es de que no véis nada que se aleje de vuestra posición más de unos pocos metros: una espesa y densa niebla parece asentarse en esta región, lo que os obliga a navegar a la deriva y sin rumbo con la esperanza de encontrar puerto pronto.
Pasados unos minutos, tal vez horas, las sombras de enormes acantilados se ciernen sobre vosotros a medida que os acercáis a territorio desconocido. Vuestros barcos navegan por vías sinuosas que se abren paso entre las formaciones rocosas y, mientras lo hacéis, no dejáis de tener la sensación de que tenéis multitud de miradas puestas sobre vosotros.
Os adentráis en las neblinosas tierras de Isla Kuen, los dominios de la Dama del Loto, y no os queda otra más que poneros a merced de sus designios. Deberéis actuar con cautela, pues nadie osaría contrariar a la ama de estas tierras si espera vivir para contarlo.
Baratie
Al principio, el mar bajo vosotros parece extenderse en todas direcciones sin ninguna clase de tierra firme. Al este podéis ver las fumarolas volcánicas y las peligrosas aguas del Rift, una zona letal del mar del norte. Sin embargo, pronto os encontráis una vista familiar para muchas personas del East Blue: el Baratie, el barco-restaurante. Pese a la gran tormenta, el navío se mantiene a flote como un punto de aparente seguridad en medio de la furia del océano.
Isla Tortuga
Isla Rakesh
En las gélidas aguas del North Blue, se alza la Isla de Rakesh, donde tradición y modernidad se entrelazan en un enigmático equilibrio. Bajo la sombra de un majestuoso zigurat, oficinas de vanguardia y rituales milenarios convergen en una teocracia corporativa única en el mundo. Bajo el mando del Sumo Ejecutivo, CEO y sumo sacerdote a la vez, se traman las grandes decisiones que dictan el destino de la isla. ¿Serán los negocios o la fe quienes realmente ostenten el control en esta fusión de poder y espiritualidad?
Skjoldheim
A medida que os vayáis acercando podréis ver una isla escarpada y rocosa. Sobre el paisaje de la isla resaltan las colinas cubiertas de coníferas, fiordos profundos que cortan la costa y glaciares que alimentan ríos cristalinos. Cuando piséis tierra firme, notaréis que ésta queda cubierta por un manto de nieve y hielo. Los cielos suelen estar teñidos por auroras boreales, y las tormentas son frecuentes en el mar, haciendo algo complejo el llegar hasta la isla.
Isla de Ivansk
Los vientos huracanados que guían vuestras embarcaciones os arrastran por los aires con inclemencia. Por suerte para todos, su potencia unida a la inexplicable resistencia de los pulpos voladores os ha permitido atravesar la Red Line e ir más allá, pero es esta misma fuerza que os empuja la que va incrementando cada vez más y más la distancia que os separa de tierra —o, al menos, de la única tierra que habéis sido capaces de ver—.
Entre relámpagos, lluvias y vendavales os movéis sin rumbo aparente, y al final hasta las tentaculosas criaturas que os han llevado hasta aquí parecen desistir y abandonarse a lo que el destino os tenga guardado. Durante horas, no alcanzáis a ver siquiera el mar que debería haber bajo vosotros, mucho menos alguna isla en la que quizá podríais intentar aterrizar. Aun así, vais notando cómo empezáis a descender poco a poco, entre turbulencias y caídas bruscas. Durante un proceso angustioso que se prolonga durante varios minutos, finalmente escucháis y notáis el impacto de vuestras embarcaciones contra el agua, lo que probablemente os haya derribado dada la velocidad a la que íbais, dejándoos rasguños y dolencias que —por ahora— no parecen muy graves.
Cuando os recompongáis y alcéis la mirada, al principio tan solo podréis ver lo mismo que en las últimas horas: cielos tormentosos, la lluvia cayendo sobre vosotros y, como novedad, la mar asalvajada agitando vuestra nave. Sin embargo, poco a poco la tormenta parece amainar, y al igual que los pequeños claros que se abren paso a través de las nubes, la esperanza resurge en vuestros corazones: tierra a la vista.
Una cantidad inmensa de embarcaciones se presenta ante vosotros en la línea de costa, todos ellos amarrados y asegurados en los muelles de un enorme puerto que los dispone en interminables hileras. Grandes buques se mecen con el oleaje, que parece calmarse cuanto más cerca estáis de la costa. Frente a vosotros, una ciudad se extiende de norte a sur, con los muros de una imponente ciudadela elevándose por encima del barranco que corona el lugar.
Una vez os acerquéis, las autoridades locales y los ciudadanos curiosos no tardarán en acercarse a vosotros, expectantes, tensos y confundidos ante vuestra llegada. Que el encuentro con ellos sirva a modo de bienvenida al Mar del Norte.
Estáis en Ivansk, la tierra de las Grandes Casas del North Blue. Lo que os depare aquí dependerá únicamente de la honradez o vileza de vuestros corazones. Que el destino se apiade de quienes vengan a perturbar la paz de sus buenas gentes.
Entre relámpagos, lluvias y vendavales os movéis sin rumbo aparente, y al final hasta las tentaculosas criaturas que os han llevado hasta aquí parecen desistir y abandonarse a lo que el destino os tenga guardado. Durante horas, no alcanzáis a ver siquiera el mar que debería haber bajo vosotros, mucho menos alguna isla en la que quizá podríais intentar aterrizar. Aun así, vais notando cómo empezáis a descender poco a poco, entre turbulencias y caídas bruscas. Durante un proceso angustioso que se prolonga durante varios minutos, finalmente escucháis y notáis el impacto de vuestras embarcaciones contra el agua, lo que probablemente os haya derribado dada la velocidad a la que íbais, dejándoos rasguños y dolencias que —por ahora— no parecen muy graves.
Cuando os recompongáis y alcéis la mirada, al principio tan solo podréis ver lo mismo que en las últimas horas: cielos tormentosos, la lluvia cayendo sobre vosotros y, como novedad, la mar asalvajada agitando vuestra nave. Sin embargo, poco a poco la tormenta parece amainar, y al igual que los pequeños claros que se abren paso a través de las nubes, la esperanza resurge en vuestros corazones: tierra a la vista.
Una cantidad inmensa de embarcaciones se presenta ante vosotros en la línea de costa, todos ellos amarrados y asegurados en los muelles de un enorme puerto que los dispone en interminables hileras. Grandes buques se mecen con el oleaje, que parece calmarse cuanto más cerca estáis de la costa. Frente a vosotros, una ciudad se extiende de norte a sur, con los muros de una imponente ciudadela elevándose por encima del barranco que corona el lugar.
Una vez os acerquéis, las autoridades locales y los ciudadanos curiosos no tardarán en acercarse a vosotros, expectantes, tensos y confundidos ante vuestra llegada. Que el encuentro con ellos sirva a modo de bienvenida al Mar del Norte.
Estáis en Ivansk, la tierra de las Grandes Casas del North Blue. Lo que os depare aquí dependerá únicamente de la honradez o vileza de vuestros corazones. Que el destino se apiade de quienes vengan a perturbar la paz de sus buenas gentes.
Reino de Lvneel
Al descender hacia el mar, veis una gran isla rodeada de acantilados bajo vosotros. Extendiéndose como una gran red de telaraña de cemento y acero, una gigantesca metrópolis abarca casi toda la mitad sureste. Una gran barrera montañosa cubierta de bosques separada la mitad noroeste, donde podéis contemplar gracias a vuestra posición privilegiada una verde extensión de colinas coronadas por pequeños pueblos y castillos.
Rubek
El arribo a Rubek es una experiencia que trasciende lo mundano y sumerge a los visitantes en un universo donde el silencio domina como una entidad palpable. El aire, cargado de una calma pesada, parece ocultar secretos arcanos, envolviendo a quienes pisan su suelo en una sensación de vigilancia incorpórea. Frente al puerto, Salzburgia emerge como un eco detenido en el tiempo. Sus edificios monumentales, decorados con columnas que evocan flautas y cornisas en forma de violines, encapsulan una era perdida cuya esencia aún resuena en la memoria de la piedra. Las plazas desiertas y el pavimento adoquinado amortiguan cada paso, mientras estatuas de compositores inmóviles parecen custodiar un concierto eterno, interrumpido por alguna fuerza insondable. Todo en la ciudad respira una serenidad inquietante, como si cada rincón conspirara para preservar un equilibrio que excluye cualquier atisbo de ruido.
Más allá, los Montes del Eco se alzan como guardianes de un mundo donde lo divino y lo terrenal convergen. Allí, el Refugio de las Órdenes se oculta tras una niebla perpetua, albergando monasterios dedicados al silencio, la pureza y la verdad. Estas estructuras, impregnadas de un aura mística, sugieren que el silencio no es ausencia, sino un lenguaje reservado para los valientes que se atreven a interpretarlo. Rubek, más que una isla, es un enigma esculpido en piedra, niebla y vacío sonoro. Cada rincón parece susurrar misterios, esperando ser desentrañados por quienes osen enfrentarse al juez implacable que observa y calla: el silencio mismo.
Más allá, los Montes del Eco se alzan como guardianes de un mundo donde lo divino y lo terrenal convergen. Allí, el Refugio de las Órdenes se oculta tras una niebla perpetua, albergando monasterios dedicados al silencio, la pureza y la verdad. Estas estructuras, impregnadas de un aura mística, sugieren que el silencio no es ausencia, sino un lenguaje reservado para los valientes que se atreven a interpretarlo. Rubek, más que una isla, es un enigma esculpido en piedra, niebla y vacío sonoro. Cada rincón parece susurrar misterios, esperando ser desentrañados por quienes osen enfrentarse al juez implacable que observa y calla: el silencio mismo.
Flevance
Isla Swallow
En las aguas del North Blue se alza majestuosa Isla Swallow, escoltada por la imponente montaña con forma de golondrina que la bautiza. Bajo su mirada pétrea, la Base de la Marina y la Base de Cazadores, las más grandes de la región, unen fuerzas para salvaguardar cada rincón de esta tierra. Mientras tanto, Parker’s & Co. domina la distribución de correspondencia y el cuidado de los incansables News Coo. Venerada por su inquebrantable seguridad, la isla se erige como baluarte de ley y orden en un mar lleno de desafíos.