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Horus
El Sol
30-12-2024, 08:00 PM
El ambiente de la ciudad no decaía en ninguno de los días. Apenas lograron recuperar en la jornada anterior los adornos de Navidad robados en la plaza y toda la ciudad volvía a brillar en todo su esplendor en cada rincón de la misma. Y eso se podía notar en el ambiente y el ritmo de la ciudad; todos iban de un lado a otro realizando compras con un ritmo frenético, pero se mostraban bien sonrientes y alegres. Sin duda, era una época que invitaba a la felicidad y al consumismo, algo que desde hace tiempo no faltaba en estas fechas.
Y justo por eso lamentaba tanto estar en prácticamente la indigencia. Todo mi poco dinero iba destinado al viaje al North Blue y a evitar que mis prestamistas quisieran partirme las piernas de forma brutal. Bueno, siempre guardando unas miserables monedas con el fin de comer algo; dormir se podía hacer al raso, pero el estómago era difícil de engañar y mantener calmado. Precisamente por ello me resultaba incómodo ver a todo el mundo gastar y gastar tan alegremente cuando yo no podía hacerlo; me daban una envidia poco sana. Una vocecita en mi interior me incitaba a ignorar mis deudas y responsabilidades y dejarme llevar por el consumismo y el exceso de las fiestas, mientras otra voz me instaba a ser responsable y ahorrador. Todo este sufrimiento ahora era para un bien mayor en el futuro.
Yo estaba enfrascado en mis debates internos mientras seguía observando con algo de envidia la felicidad que se palpaba en el ambiente de las calles. Felicidad que halló un vacío en aquel camino. Era una anciana que, claramente, transmitía un aura algo decaída y angustiada. A los ojos de casi todo el mundo parecía invisible, mientras pasaban de largo dejando que las palabras de la vendedora se perdieran en el infinito. No era una escena muy gratificante de contemplar en esas fechas; se supone que la Navidad debe instar a la gente a ser más generosa y altruista con los demás. Es de las pocas épocas del año en las que la gente intenta aparentar ser buena y caritativa. No me entraba en la cabeza que estuvieran ignorando de esa forma tan grotesca a una pobre anciana que vendía a viva voz en la calle.
Al parecer, la mujer notó que no pasó inadvertida ante mi mirada, y cuando pasé cerca de ella se aventuró a ofrecerme sus galletas. Evidentemente, no me hice el sordo ni intenté pasar de largo; me acerqué a la anciana con interés en lo que ofrecía y buscaba contar. Estaba ante una mujer que, solo con observarla, claramente necesitaba vender esas galletas y lo hacía con cierta urgencia. Sus ojos me decían que tenía algo más que contar que simplemente las galletas, las cuales, la verdad, tenían buena pinta. Pero yo estaba con un problema de liquidez y no podía llevarme muchas galletas. Eso me sabía profundamente mal porque a la vista estaba que no había tenido mucha suerte vendiéndolas antes de que yo me acercara.
— A ver, a ver... ¿Cuántas podría llevarme? — miré a mi cartera buscando estimar cuánto me podría permitir.
Pero como si hubiera notado que me había preocupado por ella y en lo que yo divagaba estimando lo que podría dar, la mujer comenzó a hablarme de su precaria situación. Sus palabras sonaban sinceras y el aura que transmitía lo ameritaba, sin duda. Pero claramente buscaba que me compadeciera de su situación para que me rascara un poco más el bolsillo. Que nadie se malpiense, no la culpo de ello; si apenas nadie me hiciera caso en toda la mañana, yo tampoco desaprovecharía ni la más mínima oportunidad. Sin embargo, en su historia había algo que me llamaba la atención hasta un punto que me enfadaba un poco.
Me parecía increíble que fuera el segundo día que estaba en esta ciudad y el segundo robo del que escuchaba hablar. Y encima a una pobre anciana, ¿acaso no había corazón en esta ciudad? Se promulga el robar a los ricos, no a los pobres y necesitados. Aunque tampoco sabía si esta mujer era muy rica, pero sin duda me enfurecía esa situación y me apetecía hacer algo al respecto.
— Oiga, pero ¿acaso la Marina está investigando el robo? Me parece increíble que haya tantos robos en esta isla estos días; no parece que las fuerzas de la justicia estén haciendo muy bien su trabajo. Así que, por favor, dígame, ¿cómo fue lo ocurrido? ¿Tiene alguna pista? Me gustaría poder ayudarle, aparte de comprar las galletas — la mujer podría notar la llama que me impulsaba a querer actuar en su ayuda.
Y justo por eso lamentaba tanto estar en prácticamente la indigencia. Todo mi poco dinero iba destinado al viaje al North Blue y a evitar que mis prestamistas quisieran partirme las piernas de forma brutal. Bueno, siempre guardando unas miserables monedas con el fin de comer algo; dormir se podía hacer al raso, pero el estómago era difícil de engañar y mantener calmado. Precisamente por ello me resultaba incómodo ver a todo el mundo gastar y gastar tan alegremente cuando yo no podía hacerlo; me daban una envidia poco sana. Una vocecita en mi interior me incitaba a ignorar mis deudas y responsabilidades y dejarme llevar por el consumismo y el exceso de las fiestas, mientras otra voz me instaba a ser responsable y ahorrador. Todo este sufrimiento ahora era para un bien mayor en el futuro.
Yo estaba enfrascado en mis debates internos mientras seguía observando con algo de envidia la felicidad que se palpaba en el ambiente de las calles. Felicidad que halló un vacío en aquel camino. Era una anciana que, claramente, transmitía un aura algo decaída y angustiada. A los ojos de casi todo el mundo parecía invisible, mientras pasaban de largo dejando que las palabras de la vendedora se perdieran en el infinito. No era una escena muy gratificante de contemplar en esas fechas; se supone que la Navidad debe instar a la gente a ser más generosa y altruista con los demás. Es de las pocas épocas del año en las que la gente intenta aparentar ser buena y caritativa. No me entraba en la cabeza que estuvieran ignorando de esa forma tan grotesca a una pobre anciana que vendía a viva voz en la calle.
Al parecer, la mujer notó que no pasó inadvertida ante mi mirada, y cuando pasé cerca de ella se aventuró a ofrecerme sus galletas. Evidentemente, no me hice el sordo ni intenté pasar de largo; me acerqué a la anciana con interés en lo que ofrecía y buscaba contar. Estaba ante una mujer que, solo con observarla, claramente necesitaba vender esas galletas y lo hacía con cierta urgencia. Sus ojos me decían que tenía algo más que contar que simplemente las galletas, las cuales, la verdad, tenían buena pinta. Pero yo estaba con un problema de liquidez y no podía llevarme muchas galletas. Eso me sabía profundamente mal porque a la vista estaba que no había tenido mucha suerte vendiéndolas antes de que yo me acercara.
— A ver, a ver... ¿Cuántas podría llevarme? — miré a mi cartera buscando estimar cuánto me podría permitir.
Pero como si hubiera notado que me había preocupado por ella y en lo que yo divagaba estimando lo que podría dar, la mujer comenzó a hablarme de su precaria situación. Sus palabras sonaban sinceras y el aura que transmitía lo ameritaba, sin duda. Pero claramente buscaba que me compadeciera de su situación para que me rascara un poco más el bolsillo. Que nadie se malpiense, no la culpo de ello; si apenas nadie me hiciera caso en toda la mañana, yo tampoco desaprovecharía ni la más mínima oportunidad. Sin embargo, en su historia había algo que me llamaba la atención hasta un punto que me enfadaba un poco.
Me parecía increíble que fuera el segundo día que estaba en esta ciudad y el segundo robo del que escuchaba hablar. Y encima a una pobre anciana, ¿acaso no había corazón en esta ciudad? Se promulga el robar a los ricos, no a los pobres y necesitados. Aunque tampoco sabía si esta mujer era muy rica, pero sin duda me enfurecía esa situación y me apetecía hacer algo al respecto.
— Oiga, pero ¿acaso la Marina está investigando el robo? Me parece increíble que haya tantos robos en esta isla estos días; no parece que las fuerzas de la justicia estén haciendo muy bien su trabajo. Así que, por favor, dígame, ¿cómo fue lo ocurrido? ¿Tiene alguna pista? Me gustaría poder ayudarle, aparte de comprar las galletas — la mujer podría notar la llama que me impulsaba a querer actuar en su ayuda.