Donatella Pavone
La Garra de Pavone
31-12-2024, 12:23 AM
Loguetown, Día 2 de Invierno, Año 724
El aire helado de Loguetown le resultaba extrañamente reconfortante, a pesar del frío que calaba en su piel, Donatella Pavone no podía evitar dejarse llevar por la atmósfera de la ciudad. Las luces festivas que colgaban de los postes y las ventanillas de exhibición llenas de colores cálidos despertaban en ella una sensación de nostalgia. Este año iba a ser su primera Navidad lejos del Imperio Pavone, lejos de los banquetes familiares, las decoraciones grandiosas y los rituales de su hogar. Sin embargo, había algo en Loguetown, en su simplicidad y calidez, que le recordaba por qué esta época siempre había sido su favorita.
Mientras caminaba por el Distrito Sur, sus ojos ámbar se detuvieron en los detalles de la ciudad. La nieve crujía bajo sus botas, y los villancicos que se filtraban desde algún rincón parecían darle un ritmo pausado y calmado a su andar. Esta mañana no estaba aquí para buscar desesperadamente pistas sobre su hermano o su guardia real. Hoy, había decidido tomarse un momento para respirar, para despejar su mente antes de partir al Mar del Norte al día siguiente.
Se permitió detenerse frente a un pequeño puesto de pasteles, el aroma dulce y cálido de los mantecados le recordó las tradiciones de su familia. " Es un momento de dar y recibir. " Pensó en aquella frase que su madre solía repetirle cada invierno, enseñándole que la grandeza no solo estaba en recibir, sino en compartir. Fue entonces cuando, al doblar una esquina, su atención se fijó en una pequeña tienda con un letrero que decía "Dulces de la Abuela Marisa".
La tienda parecía sacada de un cuento de Navidad. Tenía guirnaldas colgando de las ventanas, un escaparate repleto de galletas decoradas y la campanilla de cobre que tintineaba débilmente con el viento. Sin embargo, algo no estaba bien. Donatella se acercó al escaparate y notó el caos en el interior; azúcar derramada, dulces destrozados y pequeños roedores correteando entre los estantes. Al observar más de cerca, vio a una anciana tratando de recoger un saco de azúcar con manos temblorosas, su rostro marcado por el cansancio y la frustración.
La desesperación en la voz de la abuela Marisa cuando pidió ayuda resonó profundamente en Donatella. Durante un momento, consideró seguir adelante, después de todo, tenía mucho en mente con sus preparativos, las dudas sobre si debía partir al Mar del Norte sin haber encontrado a su hermano o a sus guardias. Pero la mirada suplicante de la anciana la detuvo, recordándole que esta época del año no era solo para pensar en uno mismo. Donatella empujó suavemente la puerta y la campanilla tintineó, anunciando su entrada. Al ver que la anciana alzaba la vista con algo de esperanza, la cazarrecompensas dejó escapar un suspiro suave. — Parece que ha tenido un día complicado, señora. — Su voz era firme pero no carecía de calidez, un equilibrio que había aprendido a dominar con los años tratando con sus plebeyos.
La anciana comenzó a explicarle la situación con un torrente de palabras, señalando a los roedores y los destrozos mientras apretaba su delantal con manos temblorosas. Donatella escuchó con paciencia, asintiendo de vez en cuando. Cuando la mujer terminó, Donatella dejó caer suavemente su capa, revelando sus guantes decorados con grabados de plumas de pavo real. — Es la temporada de dar, ¿no es así? Déjeme encargarme de estos intrusos. Y después, quizás podamos recuperar algo del orden en este lugar. ¿Por dónde puedo comenzar o soy libre de utilizar mis métodos? — Comentó con un leve destello en los ojos mientras chasqueaba sus dedos y luego comenzaba a enrollarse las mangas de su abrigo.
Sin esperar respuesta, Donatella comenzó a inspeccionar el lugar. Los roedores eran pequeños y rápidos, pero no más rápidos que los reflejos de alguien como ella. Mientras analizaba las rutas de escape de los pequeños invasores, sus pensamientos vagaban brevemente hacia el Imperio Pavone. Allí, esta época estaba llena de música, banquetes y la compañía de su familia. Aunque el ambiente de Loguetown era más modesto, le resultaba extrañamente acogedor. Quizás, pensó, ayudar a la anciana sería su forma de traer un poco de esa calidez familiar a este rincón del East Blue.
Aunque su mente seguía ocupada con preguntas sin respuesta, por un momento, el caos de la tienda le dio un propósito distinto, uno que no estaba ligado a su misión ni a sus responsabilidades como heredera o cazarrecompensas. Ayudar a alguien más, aunque fuera en algo tan simple como espantar a unos roedores, le ofrecía un respiro inesperado. Y así, mientras la nieve seguía cayendo suavemente sobre Loguetown, Donatella encontró en aquella pequeña tienda un recordatorio de lo que realmente significaba esta época, no solo dar y recibir, sino también encontrar momentos de conexión, incluso en medio de la incertidumbre y el caos.