Los siguientes instantes transcurrieron a una velocidad vertiginosa. Shy no podría haber jurado si aquel desastre duró segundos, minutos, u horas. La sucesión de eventos y acciones que les habían llevado a la situación actual era confusa, pero Shy recordó el caos, los codazos, los gritos, la botella de vino de Illyasbabel volando por los aires, los gemidos del molusco, un camarero cayéndose de espaldas y derramando la comanda; pero, sobre todo, la estructura de madera, ahora libre del pulpo que la mantenía ingrávida, cayendo en barrena sobre la costa de una isla desconocida. Se acabó, es definitivo. Lo de volar, para mí, ya ha perdido la gracia. Que sea otro idiota el que cae en una oferta de estas.
El cazador se halló tumbado en la arena negra de la costa. Vislumbró, con pesados parpadeos, la embarcación que antes surcaba los cielos orgullosa estrellada contra los restos de un embarcadero de madera. Miró en todas direcciones mientras se incorporaba. Gente por todas partes, mostrando emociones que variaban entre el fastidio y el sufrimiento. Algunos también se revolcaban por la arena. Otros chapoteaban en el mar, esperando a que una barca los recogiera -Shy agradeció no ser uno de ellos-. Un pobre desgraciado había llegado al lugar donde había aterrizado el navío antes que este, y un brazo asomaba penosamente bajo el maltrecho amasijo de madera que antaño habían sido el barco y el embarcadero.
Shy se puso en pie y se comprobó las distintas partes de su cuerpo. Nada roto ni sangrando, de milagro. ¿Le habría bajado Illyasbabel, usando sus alas? ¿Habría utilizado una de sus puertas en la confusión y habría perdido el conocimiento inmediatamente después? ¿Se había dado un golpetazo leve? Desde luego, el cuerpo le dolía, pero bastante menos de lo que correspondía. En fin, no tenía sentido seguir dándole vueltas. Por suerte o por desgracia, seguía vivo. Shy se tomó su tiempo para sacudirse la arena del kimono. Era una prenda de demasiada calidad como para permitir que el polvo y el salitre la arruinara. Aunque, por si la cosa se torcía, había traído en su hatillo consigo el traje acolchado que había diseñado.
Puso los brazos en jarras, examinando el desastre. Desde luego, me sé de una cierta agencia de viajes que se va a llevar una sanción administrativa del copón. Los náufragos parecían estar recomponiéndose poco a poco. Menos el que estaba debajo del barco, claro. Ese se iba a quedar ahí. Y, sin embargo, para tanta zambomba y pandereta que había sonado en aquel accidentado aterrizaje, no parecían haber incitado la curiosidad de los habitantes de la ciudad frente al puerto. Ni un alma se había interesado por la ensordecedora percusión de aquel desastre. Vamos, que por no haber, no había ni mozos de carga en aquella explanada. Todo estaba desierto, y un silencio sepulcral ofuscaba todos los sonidos del lugar, desde el vaivén de las olas hasta los quejidos lastimeros de los tripulantes de las barcazas. La ausencia de ruido era asfixiante.
Pero no para Shy. Para Shy, aquel lugar -en especial, comparado con Tequila Wolf- era lo más parecido al paraíso que había encontrado en los Blues. Casi deseaba que Illyasbabel también hubiera perecido, para que sus chistes malos no rompieran la acogedora calma de aquel lugar. Casi. Shy se encogió de hombros, pues le tocaría ser un buen compañero y buscar a su alado camarada. Solo esperaba que estuviera en silencio un rato.
Plazas vacías, y una ciudad donde el silencio era el idioma que se hablaba. ¿Podía Shy pedir algo más? Seguramente no. Suspirando con una cierta satisfacción -a pesar de la catástrofe- encaró la ciudad, listo para sumergirse en sus calles.
Puso los brazos en jarras, examinando el desastre. Desde luego, me sé de una cierta agencia de viajes que se va a llevar una sanción administrativa del copón. Los náufragos parecían estar recomponiéndose poco a poco. Menos el que estaba debajo del barco, claro. Ese se iba a quedar ahí. Y, sin embargo, para tanta zambomba y pandereta que había sonado en aquel accidentado aterrizaje, no parecían haber incitado la curiosidad de los habitantes de la ciudad frente al puerto. Ni un alma se había interesado por la ensordecedora percusión de aquel desastre. Vamos, que por no haber, no había ni mozos de carga en aquella explanada. Todo estaba desierto, y un silencio sepulcral ofuscaba todos los sonidos del lugar, desde el vaivén de las olas hasta los quejidos lastimeros de los tripulantes de las barcazas. La ausencia de ruido era asfixiante.
Pero no para Shy. Para Shy, aquel lugar -en especial, comparado con Tequila Wolf- era lo más parecido al paraíso que había encontrado en los Blues. Casi deseaba que Illyasbabel también hubiera perecido, para que sus chistes malos no rompieran la acogedora calma de aquel lugar. Casi. Shy se encogió de hombros, pues le tocaría ser un buen compañero y buscar a su alado camarada. Solo esperaba que estuviera en silencio un rato.
Plazas vacías, y una ciudad donde el silencio era el idioma que se hablaba. ¿Podía Shy pedir algo más? Seguramente no. Suspirando con una cierta satisfacción -a pesar de la catástrofe- encaró la ciudad, listo para sumergirse en sus calles.