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Arthur Soriz
Gramps
31-12-2024, 04:11 AM
La abuela Marisa al escuchar tu ofrecimiento parece enderezarse un poco más. Su cansancio es evidente pero en sus ojos hay un destello renovado de esperanza porque al fin alguien se ha ofrecido a ayudarle. Desde temprano en la madrugada ha estado intentando solucionar este problema y lo único que ha hecho la gente ha sido seguir de largo... con la excusa de que están apurados o no saben qué hacer... vamos, que en pocas palabras no quieren ensuciarse las manos con ratones.
Sus manos ásperas y marcadas por años de trabajo en la cocina se cruzan frente a su delantal mientras te mira con gratitud. El eco de tus palabras parece reverberar en el pequeño espacio, llenándolo de algo que casi podrías llamar alivio.
— Oh, querida, muchas gracias, de verdad... —dice su voz entrecortada, casi como si las emociones se mezclaran en su garganta—. No sabes cuánto significa para mí.
Se toma un momento para respirar profundamente... sus ojos recorren el caos a su alrededor observando el desastre que los pequeños roedores han dejado. Azúcar esparcida, migajas de galletas trituradas en los rincones, huellas diminutas marcadas en el suelo polvoriento... Cada rincón de la tienda tiene señales de que por allí han pasado esos traviesos ratones. A pesar de ello notas algo en su expresión... un aire de nostalgia, quizás incluso cariño, por aquellos que ahora la atormentan.
— Mira... sé que son un dolor de cabeza, pero… —Marisa deja escapar un suspiro profundo mientras mira hacia una esquina donde una pequeña criatura se asoma tímidamente, antes de desaparecer entre las sombras—. Son tan pequeñas, tan frágiles. Incluso cuando destrozan todo no puedo evitar pensar que solo están buscando sobrevivir. Pobrecillas…
Sus palabras te sorprenden un poco considerando el desastre que tienes ante ti. Pero el tono en su voz es suave y cálido, te recuerda a una abuela que no puede evitar preocuparse incluso por los más traviesos de sus nietos.
— Si puedes, espántalas. Ahuyéntalas de aquí sin lastimarlas, ¿de acuerdo? No creo que mi corazón pueda con algo más hoy —te dice con una sonrisa que trata de ser valiente... aunque la preocupación todavía se refleja en sus ojos.
Con un gesto tembloroso te señala hacia la alacena. Es un armario enorme de madera desgastada, con pintura blanca desconchada que revela vetas de madera oscura debajo; honestamente parece más una gran habitación que otra cosa. Los grabados de flores en relieve tienen un aire melancólico, como si hubieran visto mejores días. Sin embargo lo que hay detrás de esa puerta guarda la clave del problema.
— Es ahí donde guardo toda mi materia prima —explica mientras sus manos se apretujan nerviosamente sobre su delantal—. Harina, azúcar, chispas de chocolate... Todo lo que necesito para los dulces del festival. Pero esas criaturas lo han tomado como su refugio.
Marisa se acerca a la puerta... vacilante, y se detiene justo antes de tocar el pestillo, como si temiera lo que pudiera encontrar al abrirla. Te mira por un momento, antes de hablar.
— Lo dejo en tus manos, mi niña. Tómate tu tiempo, haz lo que tengas que hacer pero por favor, ten cuidado. Ellas son rápidas y siempre encuentran una forma de escapar.
El crujir de la nieve en tus botas queda reemplazado por el sonido de tus pasos sobre el suelo de madera. La tienda se siente extrañamente silenciosa salvo por el leve tintineo de la campanilla de la puerta que sigue danzando con el viento exterior. La luz de las guirnaldas se refleja en el suelo cubierto de harina y azúcar añadiendo un aire casi mágico al lugar... como si la tienda luchara por mantener su espíritu festivo pese al caos.
— A veces me pregunto si no tienen una especie de líder, ¿sabes? Como si fueran más inteligentes de lo que parecen. Pero quizás solo estoy siendo tonta...
Ella sacude la cabeza suavemente y te sonríe con un leve encogimiento de hombros como disculpándose por divagar. A tu alrededor el aroma de azúcar y especias parece intensificarse, estás a punto de adentrarte a lo que para aquellos pequeños roedores es un paraíso terrenal.
— Tómate tu tiempo, querida. Estoy aquí si necesitas algo.
Con eso dicho se retira unos pasos, dándote el espacio necesario para proceder como consideres mejor. Te observa desde la distancia... sus manos inquietas jugueteando con el borde del delantal, como si estuviera contenida entre la esperanza de que todo se resuelva y la preocupación de que su tienda, su pequeño refugio en el mundo, pueda perderse si no se logra solucionar el problema.
Sus manos ásperas y marcadas por años de trabajo en la cocina se cruzan frente a su delantal mientras te mira con gratitud. El eco de tus palabras parece reverberar en el pequeño espacio, llenándolo de algo que casi podrías llamar alivio.
— Oh, querida, muchas gracias, de verdad... —dice su voz entrecortada, casi como si las emociones se mezclaran en su garganta—. No sabes cuánto significa para mí.
Se toma un momento para respirar profundamente... sus ojos recorren el caos a su alrededor observando el desastre que los pequeños roedores han dejado. Azúcar esparcida, migajas de galletas trituradas en los rincones, huellas diminutas marcadas en el suelo polvoriento... Cada rincón de la tienda tiene señales de que por allí han pasado esos traviesos ratones. A pesar de ello notas algo en su expresión... un aire de nostalgia, quizás incluso cariño, por aquellos que ahora la atormentan.
— Mira... sé que son un dolor de cabeza, pero… —Marisa deja escapar un suspiro profundo mientras mira hacia una esquina donde una pequeña criatura se asoma tímidamente, antes de desaparecer entre las sombras—. Son tan pequeñas, tan frágiles. Incluso cuando destrozan todo no puedo evitar pensar que solo están buscando sobrevivir. Pobrecillas…
Sus palabras te sorprenden un poco considerando el desastre que tienes ante ti. Pero el tono en su voz es suave y cálido, te recuerda a una abuela que no puede evitar preocuparse incluso por los más traviesos de sus nietos.
— Si puedes, espántalas. Ahuyéntalas de aquí sin lastimarlas, ¿de acuerdo? No creo que mi corazón pueda con algo más hoy —te dice con una sonrisa que trata de ser valiente... aunque la preocupación todavía se refleja en sus ojos.
Con un gesto tembloroso te señala hacia la alacena. Es un armario enorme de madera desgastada, con pintura blanca desconchada que revela vetas de madera oscura debajo; honestamente parece más una gran habitación que otra cosa. Los grabados de flores en relieve tienen un aire melancólico, como si hubieran visto mejores días. Sin embargo lo que hay detrás de esa puerta guarda la clave del problema.
— Es ahí donde guardo toda mi materia prima —explica mientras sus manos se apretujan nerviosamente sobre su delantal—. Harina, azúcar, chispas de chocolate... Todo lo que necesito para los dulces del festival. Pero esas criaturas lo han tomado como su refugio.
Marisa se acerca a la puerta... vacilante, y se detiene justo antes de tocar el pestillo, como si temiera lo que pudiera encontrar al abrirla. Te mira por un momento, antes de hablar.
— Lo dejo en tus manos, mi niña. Tómate tu tiempo, haz lo que tengas que hacer pero por favor, ten cuidado. Ellas son rápidas y siempre encuentran una forma de escapar.
El crujir de la nieve en tus botas queda reemplazado por el sonido de tus pasos sobre el suelo de madera. La tienda se siente extrañamente silenciosa salvo por el leve tintineo de la campanilla de la puerta que sigue danzando con el viento exterior. La luz de las guirnaldas se refleja en el suelo cubierto de harina y azúcar añadiendo un aire casi mágico al lugar... como si la tienda luchara por mantener su espíritu festivo pese al caos.
— A veces me pregunto si no tienen una especie de líder, ¿sabes? Como si fueran más inteligentes de lo que parecen. Pero quizás solo estoy siendo tonta...
Ella sacude la cabeza suavemente y te sonríe con un leve encogimiento de hombros como disculpándose por divagar. A tu alrededor el aroma de azúcar y especias parece intensificarse, estás a punto de adentrarte a lo que para aquellos pequeños roedores es un paraíso terrenal.
— Tómate tu tiempo, querida. Estoy aquí si necesitas algo.
Con eso dicho se retira unos pasos, dándote el espacio necesario para proceder como consideres mejor. Te observa desde la distancia... sus manos inquietas jugueteando con el borde del delantal, como si estuviera contenida entre la esperanza de que todo se resuelva y la preocupación de que su tienda, su pequeño refugio en el mundo, pueda perderse si no se logra solucionar el problema.