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Horus
El Sol
31-12-2024, 06:00 PM
El temporal era infernal, como si me encontrara en el mismísimo fin del mundo. Las corrientes de viento eran violentas y feroces, hacían mover las nubes de tormenta como si fueran corrientes oceánicas vivas alrededor del navío. La oscuridad era plena; la única muestra de luz surgía de los destellos que aparecían de todas las direcciones, provocados por los relámpagos que recorrían la tormenta que nos sacudía de forma descontrolada. La única garantía que teníamos de que seguíamos boca arriba era la erguida posición del pulpo gigante; si esto hubiera ocurrido en el océano, es más que probable que el barco ya hubiera volcado y estuviera hundiéndose en las profundidades, con todos los presentes siendo arrastrados por las corrientes hasta el abismo. Las propias nubes se movían como el océano mismo, pero envolviéndonos completamente como una esfera.
— ¡Maldición, no podemos tomar el control del navío! — intentaba sujetar una de las cuerdas que servían para orientar las velas, junto a varios marineros — ¡Vamos, chicos, tenemos que enderezar el vuelo! — me esforzaba con todas mis fuerzas.
Pero la hora de la devastación había llegado. Las ráfagas huracanadas rasgaron y rompieron por completo las velas, haciendo volar a jirones los trozos de tela como si fueran las esperanzas quebradas de todos los presentes en cubierta. Desde ese momento, el globo pasó a ir completamente sin control; no había forma de orientarlo. Era imposible ayudar al pulpo a tomar una corriente de aire propicia que nos ayudara a salir de aquella catástrofe aérea. Sencillamente, las esperanzas se habían perdido y ahora estábamos a merced del viento.
— ¡Sin las velas no tenemos forma de controlar el barco, no hay nada que podamos hacer, hay que cubrirse! — me gritaría Anaka, aferrada como podía al mástil.
— ¡Maldición, estábamos cerca! ¿Pero acaso hay algún lugar seguro? — no sabía bien qué hacer.
Ya no había nada que un navegante pudiera hacer para controlar el barco; era una nave volando que estaba a merced del viento, sin algún tipo de motor que impulsara la embarcación o un control sobre las velas para poder guiarlas hacia una dirección correcta. Era imposible. Y ahora las turbulencias estaban siendo mucho más descontroladas que nunca; el pulpo, ahora sin ningún soporte, no tenía forma de guiarlos lejos de las corrientes más bruscas y violentas. Hasta el imponente titán octópodo estaba comenzando a ceder ante las agitaciones y los movimientos descontrolados; no podíamos ayudarlo.
— Chicos, no hay nada que hacer, venid conmigo — dije a mis tres nakamas.
Simplemente llevé a Isis, Anubis y Anaka hacia mí, tirando de la cuerda que nos había atado entre nosotros. Ante esta situación, veía pocas opciones; en cualquier momento, el pulpo soltaría la embarcación. Los movimientos alocados que las tormentas estaban causando claramente le estaban afectando y estaban a nada de hacerlo ceder. Si el octópodo marcado con un 1 cedía, todo estaría perdido; el barco se precipitaría al océano y, según las circunstancias, sería una trampa mortal. Los miembros de la tripulación ya estaban abandonando la esperanza y simplemente buscaban refugio, tratando de ponerse a cubierto de cualquier manera, en una situación desesperada. Pero yo no podía dudar; mis amigos confiaron en mí para hacer este viaje, no podía permitir que les pasara nada. Sus vidas estaban en mis manos.
Fue entonces cuando vi claro que la única forma de tener unas pocas más posibilidades de sobrevivir sería confiando una vez más en el pulpo gigante. A duras penas, con todo el viento en contra, logré avanzar con todos aferrándonos entre nosotros y no soltando el cabo hasta la barandilla. Con los movimientos de la barca tan agitados, era una locura contemplar los movimientos y el balanceo desde el borde; por momentos, era como si el mínimo movimiento nos tuviera que lanzar por los aires. Pero mi objetivo estaba claro: aferrar el cabo que nos tenía atados a los cuatro a una de las grandes patas del pulpo.
— ¡Anaka, toma a Anubis y sujétalo bien! Yo tomaré a Isis, ¡afiancémonos a su tentáculo! — la tensión se notaba en el ambiente.
Una vez logré aferrar el extremo del cabo al pulpo, separé el mismo del barco para dejar de estar atados a este. Confiaba en que, si el pulpo cedía, el barco se desplomaría de una forma muy brusca, mientras que, al liberarse del barco, el pulpo descendería de una forma más suave por el aire que llevaba dentro. Terminé de atarnos entre nosotros alrededor de su pata, incluyendo a los dos animales, aunque estos los teníamos que tener un poco sujetos al mismo tiempo que nos abrazábamos como podíamos con todas nuestras fuerzas.
Finalmente, la hora de la lamentación llegó. El pulpo alcanzó el límite de sus fuerzas y la violenta tormenta obligó al animal a tomar una decisión: desprender el barco de sus tentáculos o dejar que fuera la tormenta quien desgarrara sus patas y lo hiciera soltar de todos modos. El pulpo liberó la carga; el navío se precipitó hacia el vacío, quedando en manos del destino y sus tripulantes, aferrados a rezar todo lo que supieran. No había más opciones para ellos que rezar con una no tan elevada caída en el mar; si caían en tierra, sin duda las posibilidades de supervivencia serían cero.
— ¡Anaka, intenta pedirle ayuda al pulpo y sujétate fuerte! — le pediría a la sirena, algo desesperado.
— ¡Pulpo, por favor, sujétanos, ayúdanos! — suplicaría Anaka.
Las sirenas tenían la facultad especial de poder hablar con los animales marinos y comunicarse con ellos. Era nuestra única esperanza de lograr aterrizar medianamente a salvo con el octópodo. Este rodeó su tentáculo alrededor de nosotros, al igual que nosotros nos aferrábamos a él. Su vuelo, ahora sin el barco, era más descontrolado que nunca, cosa normal porque se había liberado del peso excesivo; ahora era literalmente como un globo de aire suelto en un huracán. Sin embargo, su descenso ahora sería mucho más suave y leve, puesto que con el aire que podía contener dentro, tenía asegurada una caída suave.
No logro recordar muy bien cómo se desarrolló todo tras las últimas turbulencias del pulpo. Algún golpe me dejó confuso en medio de la conmoción y, de todas formas, ya estaba al límite de mis fuerzas. Llevaba un buen rato intentando ayudar a todo el mundo en cubierta y luchando contra las fuerzas de la naturaleza que estaban en mi contra. Solo recuerdo que el mundo giraba tan frenéticamente que no pude distinguir qué era arriba y qué era abajo. Luego desperté en una playa.
— ¿Do... Dónde estamos? — diría, confuso.
Recuperaba la visión poco a poco y analizaba mis alrededores, contemplando lo que quedó tras la tragedia aérea. Por suerte, pude encontrar a todos mis compañeros atados aún al mismo cabo con que nos aferré. Aunque estábamos algo dispersos, nos soltamos de la pata del pulpo, aunque puede ser que nos hubiéramos escurrido de ella. El gran octópodo estaba abatido cerca de nosotros.
— Chicos, por favor, responded — tambaleándome, iría moviéndome entre ellos comprobando su estado.
— Graaaa... — Isis parecía recomponerse, aunque necesitaría un tiempo para secar su plumaje.
— Llevo un rato despierta, pero me sentía muy mareada y prefería no moverme — Anaka se iría levantando poco a poco con mi ayuda.
— Auuuu... — Anubis tuvo que escupir un poco de agua para poder despertarse, pero lo logró.
Con unos minutos de descanso, pudimos recomponer nuestras mentes. Aunque estábamos exhaustos, no sabíamos dónde estábamos y físicamente tardaríamos en recuperarnos. Pero había alguien más que necesitaba ayuda, al menos desde mi punto de vista. El pulpo estaba también derribado en esa playa a nuestro lado; no se movía, así que podía ser que estuviera herido. La realidad es que se había desinflado totalmente y se había encogido un poco incluso. Casi no parecía el mismo animal que nos había elevado por los cielos hace unas horas.
— Anaka, sé que ninguno somos médicos, pero ayúdame a ver si el pulpo está bien. Nos ayudó a llegar hasta aquí vivos y quiero asegurarme de que está bien — le diría a mi compañera.
Entre los dos nos aseguramos de que el pulpo aún estaba vivo y se movía. Aunque le tomó un rato, sin duda era quien más había sufrido en la tormenta y quien se había llevado la peor parte. Era muy probable que si las palabras y los gritos de auxilio que Anaka fue recitando mientras volvíamos sin control hubieran calado en él, nos hubiera protegido de la tormenta y el impacto. Ahora era nuestro turno de ayudarlo.
— ¡Maldición, no podemos tomar el control del navío! — intentaba sujetar una de las cuerdas que servían para orientar las velas, junto a varios marineros — ¡Vamos, chicos, tenemos que enderezar el vuelo! — me esforzaba con todas mis fuerzas.
Pero la hora de la devastación había llegado. Las ráfagas huracanadas rasgaron y rompieron por completo las velas, haciendo volar a jirones los trozos de tela como si fueran las esperanzas quebradas de todos los presentes en cubierta. Desde ese momento, el globo pasó a ir completamente sin control; no había forma de orientarlo. Era imposible ayudar al pulpo a tomar una corriente de aire propicia que nos ayudara a salir de aquella catástrofe aérea. Sencillamente, las esperanzas se habían perdido y ahora estábamos a merced del viento.
— ¡Sin las velas no tenemos forma de controlar el barco, no hay nada que podamos hacer, hay que cubrirse! — me gritaría Anaka, aferrada como podía al mástil.
— ¡Maldición, estábamos cerca! ¿Pero acaso hay algún lugar seguro? — no sabía bien qué hacer.
Ya no había nada que un navegante pudiera hacer para controlar el barco; era una nave volando que estaba a merced del viento, sin algún tipo de motor que impulsara la embarcación o un control sobre las velas para poder guiarlas hacia una dirección correcta. Era imposible. Y ahora las turbulencias estaban siendo mucho más descontroladas que nunca; el pulpo, ahora sin ningún soporte, no tenía forma de guiarlos lejos de las corrientes más bruscas y violentas. Hasta el imponente titán octópodo estaba comenzando a ceder ante las agitaciones y los movimientos descontrolados; no podíamos ayudarlo.
— Chicos, no hay nada que hacer, venid conmigo — dije a mis tres nakamas.
Simplemente llevé a Isis, Anubis y Anaka hacia mí, tirando de la cuerda que nos había atado entre nosotros. Ante esta situación, veía pocas opciones; en cualquier momento, el pulpo soltaría la embarcación. Los movimientos alocados que las tormentas estaban causando claramente le estaban afectando y estaban a nada de hacerlo ceder. Si el octópodo marcado con un 1 cedía, todo estaría perdido; el barco se precipitaría al océano y, según las circunstancias, sería una trampa mortal. Los miembros de la tripulación ya estaban abandonando la esperanza y simplemente buscaban refugio, tratando de ponerse a cubierto de cualquier manera, en una situación desesperada. Pero yo no podía dudar; mis amigos confiaron en mí para hacer este viaje, no podía permitir que les pasara nada. Sus vidas estaban en mis manos.
Fue entonces cuando vi claro que la única forma de tener unas pocas más posibilidades de sobrevivir sería confiando una vez más en el pulpo gigante. A duras penas, con todo el viento en contra, logré avanzar con todos aferrándonos entre nosotros y no soltando el cabo hasta la barandilla. Con los movimientos de la barca tan agitados, era una locura contemplar los movimientos y el balanceo desde el borde; por momentos, era como si el mínimo movimiento nos tuviera que lanzar por los aires. Pero mi objetivo estaba claro: aferrar el cabo que nos tenía atados a los cuatro a una de las grandes patas del pulpo.
— ¡Anaka, toma a Anubis y sujétalo bien! Yo tomaré a Isis, ¡afiancémonos a su tentáculo! — la tensión se notaba en el ambiente.
Una vez logré aferrar el extremo del cabo al pulpo, separé el mismo del barco para dejar de estar atados a este. Confiaba en que, si el pulpo cedía, el barco se desplomaría de una forma muy brusca, mientras que, al liberarse del barco, el pulpo descendería de una forma más suave por el aire que llevaba dentro. Terminé de atarnos entre nosotros alrededor de su pata, incluyendo a los dos animales, aunque estos los teníamos que tener un poco sujetos al mismo tiempo que nos abrazábamos como podíamos con todas nuestras fuerzas.
Finalmente, la hora de la lamentación llegó. El pulpo alcanzó el límite de sus fuerzas y la violenta tormenta obligó al animal a tomar una decisión: desprender el barco de sus tentáculos o dejar que fuera la tormenta quien desgarrara sus patas y lo hiciera soltar de todos modos. El pulpo liberó la carga; el navío se precipitó hacia el vacío, quedando en manos del destino y sus tripulantes, aferrados a rezar todo lo que supieran. No había más opciones para ellos que rezar con una no tan elevada caída en el mar; si caían en tierra, sin duda las posibilidades de supervivencia serían cero.
— ¡Anaka, intenta pedirle ayuda al pulpo y sujétate fuerte! — le pediría a la sirena, algo desesperado.
— ¡Pulpo, por favor, sujétanos, ayúdanos! — suplicaría Anaka.
Las sirenas tenían la facultad especial de poder hablar con los animales marinos y comunicarse con ellos. Era nuestra única esperanza de lograr aterrizar medianamente a salvo con el octópodo. Este rodeó su tentáculo alrededor de nosotros, al igual que nosotros nos aferrábamos a él. Su vuelo, ahora sin el barco, era más descontrolado que nunca, cosa normal porque se había liberado del peso excesivo; ahora era literalmente como un globo de aire suelto en un huracán. Sin embargo, su descenso ahora sería mucho más suave y leve, puesto que con el aire que podía contener dentro, tenía asegurada una caída suave.
No logro recordar muy bien cómo se desarrolló todo tras las últimas turbulencias del pulpo. Algún golpe me dejó confuso en medio de la conmoción y, de todas formas, ya estaba al límite de mis fuerzas. Llevaba un buen rato intentando ayudar a todo el mundo en cubierta y luchando contra las fuerzas de la naturaleza que estaban en mi contra. Solo recuerdo que el mundo giraba tan frenéticamente que no pude distinguir qué era arriba y qué era abajo. Luego desperté en una playa.
— ¿Do... Dónde estamos? — diría, confuso.
Recuperaba la visión poco a poco y analizaba mis alrededores, contemplando lo que quedó tras la tragedia aérea. Por suerte, pude encontrar a todos mis compañeros atados aún al mismo cabo con que nos aferré. Aunque estábamos algo dispersos, nos soltamos de la pata del pulpo, aunque puede ser que nos hubiéramos escurrido de ella. El gran octópodo estaba abatido cerca de nosotros.
— Chicos, por favor, responded — tambaleándome, iría moviéndome entre ellos comprobando su estado.
— Graaaa... — Isis parecía recomponerse, aunque necesitaría un tiempo para secar su plumaje.
— Llevo un rato despierta, pero me sentía muy mareada y prefería no moverme — Anaka se iría levantando poco a poco con mi ayuda.
— Auuuu... — Anubis tuvo que escupir un poco de agua para poder despertarse, pero lo logró.
Con unos minutos de descanso, pudimos recomponer nuestras mentes. Aunque estábamos exhaustos, no sabíamos dónde estábamos y físicamente tardaríamos en recuperarnos. Pero había alguien más que necesitaba ayuda, al menos desde mi punto de vista. El pulpo estaba también derribado en esa playa a nuestro lado; no se movía, así que podía ser que estuviera herido. La realidad es que se había desinflado totalmente y se había encogido un poco incluso. Casi no parecía el mismo animal que nos había elevado por los cielos hace unas horas.
— Anaka, sé que ninguno somos médicos, pero ayúdame a ver si el pulpo está bien. Nos ayudó a llegar hasta aquí vivos y quiero asegurarme de que está bien — le diría a mi compañera.
Entre los dos nos aseguramos de que el pulpo aún estaba vivo y se movía. Aunque le tomó un rato, sin duda era quien más había sufrido en la tormenta y quien se había llevado la peor parte. Era muy probable que si las palabras y los gritos de auxilio que Anaka fue recitando mientras volvíamos sin control hubieran calado en él, nos hubiera protegido de la tormenta y el impacto. Ahora era nuestro turno de ayudarlo.