Ares Brotoloigos
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31-12-2024, 07:42 PM
El lagarto de la Marina fue intercambiando la mirada entre uno y otro adolescente, a medida que éstes comentaban que, efectivamente, teníano bien hermanos menores, o familiares más pequeños que ellos. Ares soltó un suspiro, entre frustrado e impaciente, aunque lo suficientemente disimulado como para que no fuese percibido por los muchachos. Cuando los tres terminaron de expresar su parecer y dejaron aquella pregunta en el aire, el de escamas blancas no contestó de inmediato. Su atención y su vista se posó, por unos momentos, hacia el exterior del callejón. En parte para asegurarse de que no venía nadie. Y, en parte, también para buscar las palabras correctas que pudiese utilizar para ellos.
— A veces hay mentiras que no son malas. Les llaman mentiras piadosas. — Comentó un momento al aire, mirando de reojo a los adolescentes. — Es verdad que os han jodido a vosotros, que puede que os hayan quitado la ilusión. Pero creceréis y entenderéis todo esto. Lo que tenéis que hacer ahora, es convertiros en los protectores de esas ilusiones. De no permitir que a ningún otro niño le jodan la Navidad.
Fue ahora cuando se atrevió a mirar, más intensamente, a los tres mocosos que tenía delante.
— ¿Podéis hacerlo? Eso os distinguirá de toda esa gente de mierda y os hará mejores personas. Si sabéis sobrellevar esto, es mejor no dejarse guiar por el odio. O terminaréis siendo exactamente como los que os jodieron a vosotros. — Les dejó caer en claro, quizás de manera un poco más ruda de lo que se debería.
Luego, no tardan en confesar el tema de las cajas. Cuando uno de ellos le pregunta con cierto tono de desafío en su voz, Ares esboza una media sonrisa afilada, con un deje burlón.
— Tienes razón, estás demasiado flacucho como para, tan siquiera, cargar con una caja tú solo. — Alza una garra, lo suficiente como para revolverle el pelo. Solo para meterse con él. — Sea como sea, devolved esta e id a pedir disculpas.
Pero mientras la chica describía la gema en sí, algo le hizo girar. El aviso del muchacho fue suficiente como para que la efigie de Ares se voltease. Sus ojos se entrecruzaron, de repente, con otros repitilianos y de la misma tonalidad que los suyos. El marine fue entrecerrando los ojos mientras contenía un gruñido gutural. Desconfiado. Era como verse a sí mismo al otro lado de la calle, pero con una capa y capucha y más alto que él. El gesto que hace, de silencio, provoca un fruncimiento de ceño más notorio en Ares.
— Mierda. — Musita para sí mismo cuando, en el momento en el que parece dar un paso hacia el frente, con intenciones de acortar distancias, el otro termina desapareciendo entre la multitud.
Y, con él, aquella mariposa dorada.
¿Qué había sido todo aquello? Demasiadas preguntas sin respuesta surcaban, ahora mismo, su mente. Fuese como fuese, aquello lo guardaría en secreto, pero no en el olvido. Informaría de que ya todo se había solucionado con el tema de los adornos y, por su cuenta, buscaría información sobre aquel suceso en concreto.
Al final, la Navidad proseguiría su camino.
— A veces hay mentiras que no son malas. Les llaman mentiras piadosas. — Comentó un momento al aire, mirando de reojo a los adolescentes. — Es verdad que os han jodido a vosotros, que puede que os hayan quitado la ilusión. Pero creceréis y entenderéis todo esto. Lo que tenéis que hacer ahora, es convertiros en los protectores de esas ilusiones. De no permitir que a ningún otro niño le jodan la Navidad.
Fue ahora cuando se atrevió a mirar, más intensamente, a los tres mocosos que tenía delante.
— ¿Podéis hacerlo? Eso os distinguirá de toda esa gente de mierda y os hará mejores personas. Si sabéis sobrellevar esto, es mejor no dejarse guiar por el odio. O terminaréis siendo exactamente como los que os jodieron a vosotros. — Les dejó caer en claro, quizás de manera un poco más ruda de lo que se debería.
Luego, no tardan en confesar el tema de las cajas. Cuando uno de ellos le pregunta con cierto tono de desafío en su voz, Ares esboza una media sonrisa afilada, con un deje burlón.
— Tienes razón, estás demasiado flacucho como para, tan siquiera, cargar con una caja tú solo. — Alza una garra, lo suficiente como para revolverle el pelo. Solo para meterse con él. — Sea como sea, devolved esta e id a pedir disculpas.
Pero mientras la chica describía la gema en sí, algo le hizo girar. El aviso del muchacho fue suficiente como para que la efigie de Ares se voltease. Sus ojos se entrecruzaron, de repente, con otros repitilianos y de la misma tonalidad que los suyos. El marine fue entrecerrando los ojos mientras contenía un gruñido gutural. Desconfiado. Era como verse a sí mismo al otro lado de la calle, pero con una capa y capucha y más alto que él. El gesto que hace, de silencio, provoca un fruncimiento de ceño más notorio en Ares.
— Mierda. — Musita para sí mismo cuando, en el momento en el que parece dar un paso hacia el frente, con intenciones de acortar distancias, el otro termina desapareciendo entre la multitud.
Y, con él, aquella mariposa dorada.
¿Qué había sido todo aquello? Demasiadas preguntas sin respuesta surcaban, ahora mismo, su mente. Fuese como fuese, aquello lo guardaría en secreto, pero no en el olvido. Informaría de que ya todo se había solucionado con el tema de los adornos y, por su cuenta, buscaría información sobre aquel suceso en concreto.
Al final, la Navidad proseguiría su camino.