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Airgid Vanaidiam
Metalhead
31-12-2024, 09:17 PM
El cielo se había vuelto un verdadero espectáculo de furia. Las nubes negras rugían con estruendos que parecían partir el cielo en dos, y la lluvia caía como un manto implacable, empapando cada centímetro del barco y, por supuesto, también de Airgid. Aunque trataba de mantener más secos a sus hijos, usando aquel enorme abrigo blanco que se había echado por encima, estaba claro que algo les acabaría mojando. El pulpo flotador intentaba hacer todo lo que estaba en sus tentáculos para poder llegar al mar en un aterrizaje que no fuera del todo forzoso, pero la tarea cada vez era más y más complicada.
A pesar de lo crítica que se había vuelto la situación, Gunnr y Herold parecían estar pasándoselo pipa en lugar de asustarse, como si aquellos temblores y sacudidas fueran obra de una atracción de feria en lugar de prácticamente un naufragio. Airgid notaba a Gunnr lo suficientemente segura en su espalda como para no tener que preocuparse demasiado, así que con un brazo se aseguró de sostener bien a Herold contra su pecho, mientras usaba el otro para aferrarse al barco. En un principio se preocupó, más por ellos que por sí misma, pero al ver con la diversión con la que se lo estaban tomando todo, decidió dejarse llevar, disfrutar de aquel momento de rebeldía de la naturaleza. Eso sí que era una buena entrada a todo un nuevo mar. Todos estaban fríos y empapados hasta los huesos, pero no les importaba en absoluto.
Airgid se tomó un momento para observar a sus compañeros en cubierta. Todos parecían cambiados, y eso que tampoco había pasado demasiado tiempo, y es que a veces era impresionante lo mucho que podía cambiarle la vida a alguien en apenas unos meses. A Ubben ahora le faltaba una de las piernas, después de haber aguantado todos sus estúpidos chistes, era como si el karma se hubiera cobrado su favor a un precio bastante más alto de lo que merecía en realidad. Entre toda la tempestad, escuchó el grito de Ragnheidr, y ella misma contestó. — ¡Tranquilo, te haré un descuento! — La verdad es que le emocionaba tener que crear otro implante nuevo, cada día tenía más claro que había encontrado su especialidad. Eso y las bombas, por supuesto.
Entonces ocurrió. Un relámpago iluminó el cielo, y un trueno resonó tan fuerte que Airgid sintió el eco retumbar en su propio cuerpo. El pulpo emitió un chillido desgarrador y, con un último esfuerzo desesperado, soltó al barco, comenzando a caer en caída libre. Airgid dejó salir un grito de sorpresa de su boca, a la vez que se aferraba con más fuerza a la barandilla, pero lo cierto es que enseguida empezó a reírse, como si estuviera completamente loca. A reírse y a celebrar la locura que estaban viviendo. Sus hijos al principio sintieron algo de pavor, pero al ver la reacción de su madre, se les contagió el buen humor, olvidando cualquier malestar. — ¡Allá vamos! — Vociferó con alegría, encantada de la vida.
El impacto contra el mar fue brutal, pero por suerte, el barco fue capaz de resistirlo sin problemas. No obstante, la propia marea estaba tremendamente embravecida, así que continuaron dando vueltas sin rumbo y sin poder controlar el rumbo del barco. Y finalmente, tras un rato de simplemente dejarse llevar por la corriente, el navió alcanzó la arena de una isla, quedándose encallado en la playa. La tormenta seguía cayendo, y no parecía querer parar en un momento cercano, así que Airgid tomó sus cosas y bajó del barco. — ¿Dónde estamos? — Preguntó al aire, sabiendo que nadie conocería la respuesta. Pero estarían cerca de averiguarlo.
A pesar de lo crítica que se había vuelto la situación, Gunnr y Herold parecían estar pasándoselo pipa en lugar de asustarse, como si aquellos temblores y sacudidas fueran obra de una atracción de feria en lugar de prácticamente un naufragio. Airgid notaba a Gunnr lo suficientemente segura en su espalda como para no tener que preocuparse demasiado, así que con un brazo se aseguró de sostener bien a Herold contra su pecho, mientras usaba el otro para aferrarse al barco. En un principio se preocupó, más por ellos que por sí misma, pero al ver con la diversión con la que se lo estaban tomando todo, decidió dejarse llevar, disfrutar de aquel momento de rebeldía de la naturaleza. Eso sí que era una buena entrada a todo un nuevo mar. Todos estaban fríos y empapados hasta los huesos, pero no les importaba en absoluto.
Airgid se tomó un momento para observar a sus compañeros en cubierta. Todos parecían cambiados, y eso que tampoco había pasado demasiado tiempo, y es que a veces era impresionante lo mucho que podía cambiarle la vida a alguien en apenas unos meses. A Ubben ahora le faltaba una de las piernas, después de haber aguantado todos sus estúpidos chistes, era como si el karma se hubiera cobrado su favor a un precio bastante más alto de lo que merecía en realidad. Entre toda la tempestad, escuchó el grito de Ragnheidr, y ella misma contestó. — ¡Tranquilo, te haré un descuento! — La verdad es que le emocionaba tener que crear otro implante nuevo, cada día tenía más claro que había encontrado su especialidad. Eso y las bombas, por supuesto.
Entonces ocurrió. Un relámpago iluminó el cielo, y un trueno resonó tan fuerte que Airgid sintió el eco retumbar en su propio cuerpo. El pulpo emitió un chillido desgarrador y, con un último esfuerzo desesperado, soltó al barco, comenzando a caer en caída libre. Airgid dejó salir un grito de sorpresa de su boca, a la vez que se aferraba con más fuerza a la barandilla, pero lo cierto es que enseguida empezó a reírse, como si estuviera completamente loca. A reírse y a celebrar la locura que estaban viviendo. Sus hijos al principio sintieron algo de pavor, pero al ver la reacción de su madre, se les contagió el buen humor, olvidando cualquier malestar. — ¡Allá vamos! — Vociferó con alegría, encantada de la vida.
El impacto contra el mar fue brutal, pero por suerte, el barco fue capaz de resistirlo sin problemas. No obstante, la propia marea estaba tremendamente embravecida, así que continuaron dando vueltas sin rumbo y sin poder controlar el rumbo del barco. Y finalmente, tras un rato de simplemente dejarse llevar por la corriente, el navió alcanzó la arena de una isla, quedándose encallado en la playa. La tormenta seguía cayendo, y no parecía querer parar en un momento cercano, así que Airgid tomó sus cosas y bajó del barco. — ¿Dónde estamos? — Preguntó al aire, sabiendo que nadie conocería la respuesta. Pero estarían cerca de averiguarlo.