Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Autonarrada] Canción de Sirena [Auto T1]
Horus
El Sol
86 de Otoño, Mañana
Costa de Coraltown de Conomi

Era curioso cómo funcionaba el destino. Se dice que este ya está escrito, pero yo creo que no; que nuestro destino se va forjando con nuestras decisiones. Esos momentos clave en los que debemos tomar una decisión, en especial aquellas que estamos obligados a tomar rápidamente sin pensarlo mucho. No creo que todo lo que vayamos a decidir ya esté decidido por una causa cósmica misteriosa. Por eso me fascinaba cómo la vida propicia que múltiples personas crucemos nuestros caminos.

Ayer, mientras rondaba la escuela náutica buscando algún potencial navegante que quisiera acompañarme en mis aventuras, conocí a Galhard. Era alguien muy amable con quien conecté enseguida. Lamentablemente, él ya tenía una causa a la que servir y no podría acompañarme en mi viaje. Pero todo ocurre por algo, y el conocerlo me abrió nuevas perspectivas para la búsqueda de un navegante. En lugar de buscarlos en la academia donde se juntaban estudiantes, decidí ir al terreno práctico, donde podría conocer a gente que se dedicara a la navegación de forma práctica, más que simples estudiosos.

Me pareció una idea brillante y, evidentemente, me puse a revisar los diferentes puertos de la isla. El que me pareció más interesante para empezar era el de Coraltown, un refugio de gyojins que se encontraba parcialmente en tierra y parcialmente sumergido. Ya al margen de mi interés por encontrar un navegante, cuando descubrí en qué consistía el lugar, necesitaba visitarlo sí o sí. Es decir, un pueblo construido entre la tierra y el fondo marino, habitado principalmente por una raza con la cual no he tenido mucho el placer de interactuar, era sin duda una parada obligatoria para mí antes de dejar estas islas.

Y esto me llevó hasta este momento: yo adentrándome en la villa coralina. Me fascinaba inmensamente el lugar; su arquitectura era muy curiosa. El lugar hacía gala de su nombre, habían usado el coral de múltiples formas para construir, trabajándolo como si fuera piedra o ladrillos con el fin de edificar las estructuras. Y eso que esta era la parte exterior, donde el coral estaba seco y más compacto. Era una lástima no poder visitar la parte inferior de la isla; tenía entendido que era mucho más espectacular al estar el coral vivo y con todos los colores bien lucidos y vibrantes.

Pero hoy no estábamos aquí para narrar todas mis aventuras y desventuras explorando la villa de coral, sino más bien por un encuentro inesperado que tuve a las pocas horas de estar en el lugar. Justo me encontraba dando un paseo por la playa; me gustaban esos lugares, la arena me recordaba a mi hogar. Era un entorno muy agradable y, la verdad, el océano ofrecía escenas y paisajes muy hermosos a ciertas horas del día.

Pero lo que nunca me esperé encontrar era a un grupo de cuatro individuos sacando a una sirena del mar. La pobre muchacha se resistía con todas sus fuerzas, intentando nadar con la poca movilidad que las cuerdas le daban y la poca profundidad del agua, ya casi tocando la playa. Una escena algo bizarra, con los cuatro hombres tirando de las cuerdas para sacarla del mar.

— ¡Soltadme, desgraciados! Os juro que os vais a arrepentir — gritaba la sirena, luchando con todas sus fuerzas.

— No te resistas, preciosa. No queremos hacerte daño; te vamos a llevar a un sitio muy especial — diría uno de los maleantes.

Evidentemente, no me iba a quedar quieto ante tal escena; debía actuar. La joven sirena ya estaba siendo arrastrada por la arena, así que procesé un silbido largo y sonoro que llamaría la atención de los secuestradores mientras avanzaba directamente hacia ellos. Aunque el silbido me quitó el factor sorpresa, no iba enfocado a llamar simplemente su atención. Pero, evidentemente, lograba ese resultado sin quererlo, llamando completamente la atención de los cuatro tipos.

— ¿Quién demonios es ese tipo? — se preguntaría uno de ellos.

— ¡Soltadla, malditos rufianes! — proclamaría mientras corría hacia ellos.

Dos de los hombres soltaron su cuerda mientras sacaban una pistola con el fin de frenar mi avance, pero sus esperanzas se vieron truncadas con facilidad cuando, de repente, serían flanqueados por un chacal y un halcón que los atacarían desde sus puntos ciegos, saliendo de improviso. Eran Isis y Anubis, mis fieles compañeros; nunca estamos muy lejos los unos de los otros, por eso sé que ante un problema puedo contar con ellos fácilmente. Al igual que reconozco el sonido que hacen cuando necesitan un poco de ayuda.

— ¡Ahh, y estos animales! — gritaría uno de ellos mientras era mordido por Anubis.

El canino le mordería hasta hacerle soltar el arma, igual que Isis logró desarmar con sus garras al otro mientras le daba picotazos en la cabeza. Yo aproveché que estaban en desventaja para entrar con un doble lariat, placando los cuellos de los dos secuestradores y tirándolos al suelo, noqueados con facilidad, mientras mis compañeros los terminaban de rematar. No al punto de matarlos, evidentemente, sino dejándolos completamente noqueados.

— Oye, cálmate. Podemos repartir el botín; las sirenas se subastan a un gran precio — estaba claramente preocupado uno de ellos.

El más alejado buscaba negociar, mientras que el último sacó una espada y se abalanzó directamente contra mí para hacerme una estocada certera. Más no tenía ninguna posibilidad; sus movimientos eran lentos y torpes. La verdad era un milagro que esta gente hubiera podido engañar a las sirenas. Simplemente atrapé con la palma de ambas manos el filo de la espada, dejando al enemigo inmovilizado al no poder liberar su arma, siendo posteriormente atrapado por mis dos compañeros: Anubis atrapó uno de sus brazos con sus fauces e Isis el otro con sus afiladas garras. Evidentemente, soltó la espada ante el dolor y yo aproveché la apertura para hacerle un gancho directo en el mentón, mandándolo a volar por los aires y cayendo noqueado en la arena.

Quedaba uno, pero no tuve que hacer absolutamente nada para acabar con él, puesto que estaba tan sorprendido por la derrota de sus compañeros que simplemente intentó retroceder asustado. Pero allí se topó con un coletazo recio y certero de la sirena, la cual, al dejar de ser arrastrada, pudo erguirse de nuevo y no quiso quedarse quieta o huir; estaba molesta y se desquitó con ese último secuestrador, dándole un golpe directo con su cola celeste.

— Vais a vender a quien yo os diga — diría ella, reivindicándose.

Yo simplemente me acercaría a ella tras asegurarme de que todos los secuestradores estaban noqueados. No eran la gran cosa, la verdad; tenía curiosidad por cómo habían tendido una trampa a la sirena para atraparla. Pero ya había escuchado que las sirenas eran muy buscadas por ciertos coleccionistas adinerados, lo cual me repugnaba bastante. Por eso no pensaba permitir que eso ocurriera.

— ¿Estás bien? Soy Horus, deja que te ayude — le diría, tendiéndole la mano.

— Esto... Yo soy Anaka, gracias por ayudarme — me daría la mano de vuelta.

Ese solo fue el inicio de nuestra amistad, el primer encuentro. Pero cómo acabamos decidiendo viajar juntos es otra historia, puesto que este era tan solo el primer capitulo de nuestra historia en común y las épicas aventuras que viviriamos.
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Canción de Sirena [Auto T1] - por Horus - 31-12-2024, 10:53 PM

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