
Raiga Gin Ebra
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02-01-2025, 01:04 PM
El sol sigue golpeando con una intensidad casi inhumana, como si el mismo desierto quisiera demostrar que tiene el poder absoluto sobre todos los que se atrevan a cruzarlo. Cada paso que dais sobre la arena candente parece ser más pesado que el anterior, con el calor trepando por vuestras piernas como una marea imparable. Lo cierto es que dudo que os guste caminar por esta zona. Bueno, ni caminar ni realmente estar ahí, porque incluso respirar es una tarea ardua, pues el aire caliente quema vuestras gargantas y seca vuestras bocas. El sudor se acumula en vuestra piel, pero apenas sirve de alivio; en cuestión de segundos se evapora, dejándoos con una sensación de incomodidad constante. Esto os está empezando a afectar, y comenzáis a percibir que vuestro cuerpo está cercano al límite de soportar esta temperatura. Y eso que estáis empezando...
Agyo y Ungyo, o más bien Sol y Luna según los códigos establecidos, despliegan sus alas y se elevan al cielo, buscando una perspectiva diferente. Desde allí arriba, el panorama cambia, pero no para mejor: la monotonía de la arena se rompe únicamente por las formaciones rocosas que empiezan a asomar en el horizonte del cañón, dejándoos una vista un tanto peculiar. Un intrincado laberinto de piedra comienza a tomar forma a lo lejos, con sus pasajes angostos y sombras engañosas. Sin embargo, algo llama vuestra atención: un delgado rastro de humo se alza hacia el cielo, difuso pero persistente, a la derecha del laberinto y a unos quinientos o seiscientos metros a lo sumo.
Mientras tanto, abajo, el grupo avanza en formación. Lykos lidera con su imponente figura, con su lanza brillando bajo el sol como un faro de esperanza que los demás probablemente necesiten en unos minutos. Cada paso parece drenar más y más la energía de todos los presentes. Eve sigue de cerca, con una mirada alerta y los sentidos afilados como los de un depredador. Fon se mantiene a su lado, atento y tranquilo, aunque no se escapa del sofocante calor. Cada trago de agua de las cantimploras se siente insuficiente, y la idea de quedarse sin reservas comienza a rondar en vuestras cabezas como un pensamiento inquietante. ¿Tenéis plan B? Porque francamente, creo que os hace falta. El calor del desierto empieza a ser vuestro mayor enemigo, y eso que aún no habéis encontrado a aquellos que están sembrando el caos.
La arena parece interminable, y el sol no da tregua. El aire está tan inmóvil que ni siquiera una brisa os ofrece alivio. Aunque si lo pensáis, la brisa probablemente vendría de aire quemando, así que igual hasta os está haciendo un favor con su no presencia. Cada vez se hace más difícil ignorar las señales que vuestro cuerpo os envía: un ligero mareo, la garganta seca, el corazón latiendo con más fuerza de lo normal... La sombra de las rocas cercanas promete un respiro, pero llegar hasta allí parece una tarea titánica.
El laberinto de roca está cada vez más cerca, y aunque desde arriba no se puede ver demasiado, el humo al este parece ser la única pista concreta que tenéis. Quizá sea buena idea informar al grupo, o quizá queráis acercaros algo más antes de informar.
Pero en fin, los que estáis a pie de desierto, tardaréis un par de minutos en llegar a la entrada del laberinto. El contraste es inmediato: aunque el calor sigue siendo insoportable, las paredes de roca ofrecen algo de sombra, suficiente para que vuestro cuerpo agradezca el cambio, aunque sea brevemente. Aún así, la temperatura sigue siendo elevada y el suelo arde. El grupo se detiene frente a una bifurcación: dos caminos os esperan. Uno a la derecha, que parece descender hacia una zona más estrecha, y otro a la izquierda, que se abre ligeramente antes de perderse entre las sombras.
En ninguno de los dos hay pistas sobre cual será mejor o peor. Tampoco indicios de que haya alguien allí o sean peligrosos de por sí. Desde arriba, Agyo y Ungyo ven que tomar el camino de la derecha os acercaría al humo, aunque no pueden discernir si esto os llevará a una trampa o al objetivo. La comunicación mediante el Den Den Mushi parece ser necesaria en este caso, sobre todo para saber qué queréis hacer, o qué camino tomar en función de vuestras prioridades.
El aire se siente más pesado a cada segundo, y los murmullos del grupo se mezclan con los ruidos sutiles del entorno. Las formaciones rocosas que os rodean son como un laberinto diseñado por la naturaleza misma para confundir y atrapar a los incautos. Una sensación incómoda empieza a crecer en vuestro interior: este lugar parece ideal para una emboscada, tanto para vosotros como para vuestros enemigos. Decidir cómo proceder no es solo cuestión de táctica, sino también de supervivencia. ¿Qué haréis? ¿Arriesgaréis todo por seguir el humo, o exploraréis lo desconocido a la izquierda? El reloj parece avanzar más rápido bajo el abrasador sol del desierto.
Agyo y Ungyo, o más bien Sol y Luna según los códigos establecidos, despliegan sus alas y se elevan al cielo, buscando una perspectiva diferente. Desde allí arriba, el panorama cambia, pero no para mejor: la monotonía de la arena se rompe únicamente por las formaciones rocosas que empiezan a asomar en el horizonte del cañón, dejándoos una vista un tanto peculiar. Un intrincado laberinto de piedra comienza a tomar forma a lo lejos, con sus pasajes angostos y sombras engañosas. Sin embargo, algo llama vuestra atención: un delgado rastro de humo se alza hacia el cielo, difuso pero persistente, a la derecha del laberinto y a unos quinientos o seiscientos metros a lo sumo.
Mientras tanto, abajo, el grupo avanza en formación. Lykos lidera con su imponente figura, con su lanza brillando bajo el sol como un faro de esperanza que los demás probablemente necesiten en unos minutos. Cada paso parece drenar más y más la energía de todos los presentes. Eve sigue de cerca, con una mirada alerta y los sentidos afilados como los de un depredador. Fon se mantiene a su lado, atento y tranquilo, aunque no se escapa del sofocante calor. Cada trago de agua de las cantimploras se siente insuficiente, y la idea de quedarse sin reservas comienza a rondar en vuestras cabezas como un pensamiento inquietante. ¿Tenéis plan B? Porque francamente, creo que os hace falta. El calor del desierto empieza a ser vuestro mayor enemigo, y eso que aún no habéis encontrado a aquellos que están sembrando el caos.
La arena parece interminable, y el sol no da tregua. El aire está tan inmóvil que ni siquiera una brisa os ofrece alivio. Aunque si lo pensáis, la brisa probablemente vendría de aire quemando, así que igual hasta os está haciendo un favor con su no presencia. Cada vez se hace más difícil ignorar las señales que vuestro cuerpo os envía: un ligero mareo, la garganta seca, el corazón latiendo con más fuerza de lo normal... La sombra de las rocas cercanas promete un respiro, pero llegar hasta allí parece una tarea titánica.
El laberinto de roca está cada vez más cerca, y aunque desde arriba no se puede ver demasiado, el humo al este parece ser la única pista concreta que tenéis. Quizá sea buena idea informar al grupo, o quizá queráis acercaros algo más antes de informar.
Pero en fin, los que estáis a pie de desierto, tardaréis un par de minutos en llegar a la entrada del laberinto. El contraste es inmediato: aunque el calor sigue siendo insoportable, las paredes de roca ofrecen algo de sombra, suficiente para que vuestro cuerpo agradezca el cambio, aunque sea brevemente. Aún así, la temperatura sigue siendo elevada y el suelo arde. El grupo se detiene frente a una bifurcación: dos caminos os esperan. Uno a la derecha, que parece descender hacia una zona más estrecha, y otro a la izquierda, que se abre ligeramente antes de perderse entre las sombras.
En ninguno de los dos hay pistas sobre cual será mejor o peor. Tampoco indicios de que haya alguien allí o sean peligrosos de por sí. Desde arriba, Agyo y Ungyo ven que tomar el camino de la derecha os acercaría al humo, aunque no pueden discernir si esto os llevará a una trampa o al objetivo. La comunicación mediante el Den Den Mushi parece ser necesaria en este caso, sobre todo para saber qué queréis hacer, o qué camino tomar en función de vuestras prioridades.
El aire se siente más pesado a cada segundo, y los murmullos del grupo se mezclan con los ruidos sutiles del entorno. Las formaciones rocosas que os rodean son como un laberinto diseñado por la naturaleza misma para confundir y atrapar a los incautos. Una sensación incómoda empieza a crecer en vuestro interior: este lugar parece ideal para una emboscada, tanto para vosotros como para vuestros enemigos. Decidir cómo proceder no es solo cuestión de táctica, sino también de supervivencia. ¿Qué haréis? ¿Arriesgaréis todo por seguir el humo, o exploraréis lo desconocido a la izquierda? El reloj parece avanzar más rápido bajo el abrasador sol del desierto.