
Argestes Aquilo
El Coloso de Dressrosa
02-01-2025, 05:54 PM
El viejo Argestes vio de reojo algo que llamó su atención sobre el escritorio, deteniéndose en su avance hacia la puerta. Por pura curiosidad, se acercó lentamente, encontrándose con una nota y, encima de esta, una pañoleta azul. Se recolocó las gafas de sol parcialmente graduadas para poder leer el contenido con su ojo bueno… bueno, es un decir.
«… aceptada… texto texto… readmisión… esto no sé qué es, ¡maldita jerga de jóvenes!… asignación… Bad Batch… ¿Bad Batch?… texto texto… cordialmente, patatín patatán».
Argestes sonrió, haciéndole crujir la piel del rostro, y con cierto orgullo se colocó la pañoleta azul alrededor del cuello. Luego se acercó al armario y descolgó de la percha su antiguo sombrero blanco de la Marina, que se colocó de forma épica sobre la cabeza. Se giró para verse en el espejo de su cuarto y… se durmió.
—ZzZ
Pasadas vete a saber cuántas horas, unos pequeños tirones, que resultaron ser Godofredo mordiendo la manga del pantalón del viejo mientras intentaba mover la silla de ruedas hacia fuera de la habitación, despertaron a Argestes.
El anciano frunció el ceño.
—Pssss pssss pssss —llamó a Godofredo, señalándole para que se colocara en su regazo.
El gato anaranjado dejó de tirar del pantalón y saltó hacia el escritorio, trayendo hacia el anciano la carta de readmisión en la boca. Argestes releyó la nota:
«… aceptada… texto texto… readmisión… esto no sé qué es, ¡maldita jerga de jóvenes!… asignación… Bad Batch… ¿Bad Batch?… texto texto… cordialmente, patatín patatán».
Alzó lentamente la mirada, volviendo a verse reflejado en el espejo, esta vez con su sombrero y pañoleta puestos, pero con cara de haber dormido horas y el brillo de la baba aún cayéndole de la boca. El viejo se limpió con la manga de la bata y se acercó a la puerta de la habitación, pero estaba completamente cerrada, pues ya era de noche.
«¡Calamares y centollos! Encerrado de nuevo en prisión. Pues no saben con quién están tratando».
El anciano se acercó al somier de la cama y, con la ayuda de Godofredo, logró desmontarlo, haciendo el suficiente ruido para que alguien llamara a la puerta pidiéndole que no hiciera ruido.
Argestes no se inmutó. Abrió la ventana de su habitación de par en par y colocó las tablas del somier a modo de rampa. Agarró a Godofredo, se pegó al otro extremo de la sala y, con todas sus fuerzas, empujó las ruedas de la silla, subiendo a toda prisa por la improvisada rampa para acabar saltando por la ventana.
«… aceptada… texto texto… readmisión… esto no sé qué es, ¡maldita jerga de jóvenes!… asignación… Bad Batch… ¿Bad Batch?… texto texto… cordialmente, patatín patatán».
Argestes sonrió, haciéndole crujir la piel del rostro, y con cierto orgullo se colocó la pañoleta azul alrededor del cuello. Luego se acercó al armario y descolgó de la percha su antiguo sombrero blanco de la Marina, que se colocó de forma épica sobre la cabeza. Se giró para verse en el espejo de su cuarto y… se durmió.
—ZzZ
Pasadas vete a saber cuántas horas, unos pequeños tirones, que resultaron ser Godofredo mordiendo la manga del pantalón del viejo mientras intentaba mover la silla de ruedas hacia fuera de la habitación, despertaron a Argestes.
El anciano frunció el ceño.
—Pssss pssss pssss —llamó a Godofredo, señalándole para que se colocara en su regazo.
El gato anaranjado dejó de tirar del pantalón y saltó hacia el escritorio, trayendo hacia el anciano la carta de readmisión en la boca. Argestes releyó la nota:
«… aceptada… texto texto… readmisión… esto no sé qué es, ¡maldita jerga de jóvenes!… asignación… Bad Batch… ¿Bad Batch?… texto texto… cordialmente, patatín patatán».
Alzó lentamente la mirada, volviendo a verse reflejado en el espejo, esta vez con su sombrero y pañoleta puestos, pero con cara de haber dormido horas y el brillo de la baba aún cayéndole de la boca. El viejo se limpió con la manga de la bata y se acercó a la puerta de la habitación, pero estaba completamente cerrada, pues ya era de noche.
«¡Calamares y centollos! Encerrado de nuevo en prisión. Pues no saben con quién están tratando».
El anciano se acercó al somier de la cama y, con la ayuda de Godofredo, logró desmontarlo, haciendo el suficiente ruido para que alguien llamara a la puerta pidiéndole que no hiciera ruido.
Argestes no se inmutó. Abrió la ventana de su habitación de par en par y colocó las tablas del somier a modo de rampa. Agarró a Godofredo, se pegó al otro extremo de la sala y, con todas sus fuerzas, empujó las ruedas de la silla, subiendo a toda prisa por la improvisada rampa para acabar saltando por la ventana.