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Horus
El Sol
03-01-2025, 06:53 PM
Todo había concluido; los cuerpos de esos sujetos se desplomaron sobre el suelo como sacos de patatas, tras haber dejado ir toda la furia que albergaba mi ser y mi persona. Tal vez se había acumulado un poco de enfado por la situación de la abuela, junto a lo que me habían perseguido mis "adoradores" por todo el East Blue por unos préstamos insignificantes que me hicieron. Una cosa es dejar dinero a alguien y otra es acosarle por todo el mar con unos intereses abusivos. Este caso era parecido; a cerdos como estos había que cortarlos de raíz. No eran un problema, ladraban mucho y mordían poco. Por eso mismo, solo iban a por presas indefensas como la pobre abuela, y frente a un adversario más competente, solo se escudaban en el nombre de su grupo para hacerse los fuertes.
— No soy ningún héroe, pero no quiero que se metan en asuntos y terrenos que no les conciernen — le diría al engominado al oído, antes de que perdiera el conocimiento del todo con otra patada en la cabeza.
Ese último golpe y frase eran muy necesarios, puesto que si simplemente me presentaba como la figura de un héroe que vino a ayudar a la abuelita, se acabarían enterando y, en el momento en que dejara la ciudad, irían a por ella. Si les hacía creer que en alguna de sus actividades clandestinas se habían metido en el territorio de otra banda o grupo, les generaría más respeto y paranoia, lo cual les haría buscarme a mí y no a la abuelita. Lo mejor era quedar como un villano, en lugar de jugar a ser un héroe.
La realidad es que la pelea había terminado y, tras rebuscar entre sus cosas, encontré el dinero que le habían robado a la pobre anciana. No sabía cuánto le habían robado, ni el alcance de los destrozos que le habían causado en el negocio, pero era probable que allí hubiera dinero de más de otros negocios a los que extorsionaban y que habían hecho algo parecido a lo de la abuela. Así que decidí sacarles hasta el último billete. Sencillamente, los dejé en calzoncillos, quitando las decoraciones de la mano negra, las cuales tiré a la basura. Su ropa era costosa y elegante, símbolo de que querían mantener una fachada y reputación. También los desarmé; les quité su encendedor y tabaco, cualquier cosa que llevaran encima. Literalmente, solo quedaron en calzoncillos bajo la nieve. Anubis por poco les saca a mordiscos hasta los calzoncillos, pero lo paré, porque tampoco era cuestión de mancillar la vista de quienes pasaran.
Con todas las posesiones de los dos maleantes, me dirigí hacia la primera tienda de empeños que encontré para que me diera lo que quisiera por todo. Ni me molesté en regatearle mucho, dado que algo de polvo había pillado la ropa. Pero bueno, saqué un dinero extra por las pertenencias de esa gente, que inflaría un poco más el saco de dinero recuperado. No sabía bien cuánto había en esa bolsa, pero estaba seguro de que sería lo suficiente para que la anciana pudiera reparar su tienda y pasar unas buenas navidades con sus nietos y familia.
Con el dinero en las manos, volví al lugar donde me había encontrado con la anciana. Aunque ya empezaba a ser algo tarde y la noche había caído, era lo malo del invierno: apenas eran las siete de la tarde y ya estaba oscuro. Pero allí seguía la mujer, intentando vender esas galletas, y por lo que podía observar desde la distancia, había vendido muy pocas respecto a cuando nos vimos antes. Me sabía mal; mira que le dije que se volviera con sus nietos a descansar, pero eso me facilitó encontrarla. Sin mucho que decir, me aproxime a la mujer, esta vez acompañado de Isis en mi hombro y Anubis a mi lado fielmente.
— Disculpe, quiero comprarle todas las galletas — le diría sonriendo a la mujer bajo la luz del alumbrado público.
Pondría tras esas palabras sobre sus manos toda la bolsa de dinero que había conseguido de aquellos hombres, mientras que con la otra tomaba la caja de galletas con las galletas restantes. Al fin y al cabo, la mujer dijo que por las galletas podía dar la voluntad, lo que humildemente pudiera.
— Espero que pueda arreglar la tienda con esto; también es probable que haya dinero de otros comercios a los que extorsionaron, así que si se entera de alguno, ayúdeles también a que pasen unas felices fiestas. Yo no tengo tiempo para ponerme a buscarlos — le diría sin más.
Tras aquello, y ante la sorpresa de la anciana, simplemente comencé a marchar, guardando mis manos dentro de las holgadas mangas opuestas de mi ropa, mientras comenzaba a partir, ocultando las galletas dentro de mi ropa, junto a mis fieles compañeros en busca de algo que cenar, aunque probablemente cenaríamos las galletas. Seguramente la mujer me diría algo, pero no importaba; no necesitaba reconocimiento o una recompensa por lo que había hecho, tan solo saber que la mujer estaría bien y que esas galletas también lo estarían.
— No soy ningún héroe, pero no quiero que se metan en asuntos y terrenos que no les conciernen — le diría al engominado al oído, antes de que perdiera el conocimiento del todo con otra patada en la cabeza.
Ese último golpe y frase eran muy necesarios, puesto que si simplemente me presentaba como la figura de un héroe que vino a ayudar a la abuelita, se acabarían enterando y, en el momento en que dejara la ciudad, irían a por ella. Si les hacía creer que en alguna de sus actividades clandestinas se habían metido en el territorio de otra banda o grupo, les generaría más respeto y paranoia, lo cual les haría buscarme a mí y no a la abuelita. Lo mejor era quedar como un villano, en lugar de jugar a ser un héroe.
La realidad es que la pelea había terminado y, tras rebuscar entre sus cosas, encontré el dinero que le habían robado a la pobre anciana. No sabía cuánto le habían robado, ni el alcance de los destrozos que le habían causado en el negocio, pero era probable que allí hubiera dinero de más de otros negocios a los que extorsionaban y que habían hecho algo parecido a lo de la abuela. Así que decidí sacarles hasta el último billete. Sencillamente, los dejé en calzoncillos, quitando las decoraciones de la mano negra, las cuales tiré a la basura. Su ropa era costosa y elegante, símbolo de que querían mantener una fachada y reputación. También los desarmé; les quité su encendedor y tabaco, cualquier cosa que llevaran encima. Literalmente, solo quedaron en calzoncillos bajo la nieve. Anubis por poco les saca a mordiscos hasta los calzoncillos, pero lo paré, porque tampoco era cuestión de mancillar la vista de quienes pasaran.
Con todas las posesiones de los dos maleantes, me dirigí hacia la primera tienda de empeños que encontré para que me diera lo que quisiera por todo. Ni me molesté en regatearle mucho, dado que algo de polvo había pillado la ropa. Pero bueno, saqué un dinero extra por las pertenencias de esa gente, que inflaría un poco más el saco de dinero recuperado. No sabía bien cuánto había en esa bolsa, pero estaba seguro de que sería lo suficiente para que la anciana pudiera reparar su tienda y pasar unas buenas navidades con sus nietos y familia.
Con el dinero en las manos, volví al lugar donde me había encontrado con la anciana. Aunque ya empezaba a ser algo tarde y la noche había caído, era lo malo del invierno: apenas eran las siete de la tarde y ya estaba oscuro. Pero allí seguía la mujer, intentando vender esas galletas, y por lo que podía observar desde la distancia, había vendido muy pocas respecto a cuando nos vimos antes. Me sabía mal; mira que le dije que se volviera con sus nietos a descansar, pero eso me facilitó encontrarla. Sin mucho que decir, me aproxime a la mujer, esta vez acompañado de Isis en mi hombro y Anubis a mi lado fielmente.
— Disculpe, quiero comprarle todas las galletas — le diría sonriendo a la mujer bajo la luz del alumbrado público.
Pondría tras esas palabras sobre sus manos toda la bolsa de dinero que había conseguido de aquellos hombres, mientras que con la otra tomaba la caja de galletas con las galletas restantes. Al fin y al cabo, la mujer dijo que por las galletas podía dar la voluntad, lo que humildemente pudiera.
— Espero que pueda arreglar la tienda con esto; también es probable que haya dinero de otros comercios a los que extorsionaron, así que si se entera de alguno, ayúdeles también a que pasen unas felices fiestas. Yo no tengo tiempo para ponerme a buscarlos — le diría sin más.
Tras aquello, y ante la sorpresa de la anciana, simplemente comencé a marchar, guardando mis manos dentro de las holgadas mangas opuestas de mi ropa, mientras comenzaba a partir, ocultando las galletas dentro de mi ropa, junto a mis fieles compañeros en busca de algo que cenar, aunque probablemente cenaríamos las galletas. Seguramente la mujer me diría algo, pero no importaba; no necesitaba reconocimiento o una recompensa por lo que había hecho, tan solo saber que la mujer estaría bien y que esas galletas también lo estarían.