Drake Longspan
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03-01-2025, 09:30 PM
(Última modificación: 03-01-2025, 09:34 PM por Drake Longspan.)
El mercado, con sus calles empedradas y puestos adornados con hierbas, frutas y flores, era un lugar lleno de murmullos y actividad. Sin embargo, el aire se sentía diferente alrededor de la conversación que había captado la atención de Asradi y Sasurai. Los rostros de los locales, normalmente despreocupados, ahora reflejaban preocupación y un nerviosismo palpable mientras hablaban en voz baja sobre Doremus y su extraña enfermedad.
La anciana mink que relataba los detalles sobre el sanador giró su cabeza hacia Asradi. Su rostro, marcado por los años y la experiencia, mostraba una mezcla de cansancio y seriedad. Parecía estudiar a la joven con cierta curiosidad antes de hablar.
— Grave, sí — respondió con voz áspera, como si el peso de la situación estuviera incrustado en cada palabra — Apenas puede hablar… Cuando lo hace, murmura cosas que nadie entiende, como si estuviera en otro lugar. Y esas manchas oscuras… nunca habíamos visto algo así.
La anciana hizo una pausa, mirando hacia el suelo, como si buscara las palabras adecuadas para describir lo que había presenciado.
— Doremus fue al manantial hace unos días — añadió, levantando la vista de nuevo — Allí encontró unas flores. Las llamaba llorosas de plata. Estaba entusiasmado… Decía que podían ser la clave para curar enfermedades graves. Pero ahora… ahora está atrapado en su cama, con esas marcas extendiéndose por su cuerpo.
El hombre que estaba a su lado, aún sosteniendo su paquete de hojas, asintió.
— Nadie quiere acercarse al manantial — dijo en voz baja, como si temiera que alguien más lo escuchara — Hay algo raro en ese lugar. Siempre lo ha habido.
Las palabras parecían pesar en el ambiente, provocando que algunos de los oyentes cercanos se retiraran del lugar con excusas apresuradas, la anciana les miraba a ambos hacia los ojos, suspirando y con pesar, prosiguió.
— Fiebre alta, debilidad… y esas cosas que murmura, como si hablara con alguien que no está allí. Dice que escucha voces en el agua. Es… desconcertante.
En ese momento, el joven mink que había tropezado antes con Sasurai apareció de nuevo, esta vez caminando con pasos rápidos y un rostro lleno de preocupación. Llevaba en sus manos una pequeña caja de madera, y al ver a Asradi hablando con la anciana, se acercó directamente.
— ¿De verdad entiendes de medicina? — preguntó con un tono que mezclaba urgencia y esperanza. Antes de que ella pudiera responder, abrió la caja, mostrando una flor cuidadosamente envuelta en un paño húmedo.
El brillo de la flor captó la atención de todos los presentes. Sus pétalos, tan delgados que parecían hechos de cristal, reflejaban la luz con un leve resplandor plateado. Era algo extraño, hermoso y, al mismo tiempo, inquietante.
— Esto es lo que estaba estudiando — dijo el joven mink, su voz temblorosa mientras sostenía la caja frente a Asradi — Doremus encontró varias de estas cerca del manantial. Creía que tenían propiedades curativas, pero ahora… — Se detuvo, mirando la flor con un gesto de preocupación — No sé si esto lo enfermó o si fue el manantial en sí, pero todo empezó después de ese día.
La anciana miró la flor con desconfianza, cruzándose de brazos como si quisiera protegerse de su mera presencia.
— Quizá sea mejor deshacerse de eso — murmuró, aunque no con mucha convicción.
El joven negó con la cabeza rápidamente.
— No podemos hacerlo. Si esto tiene algo que ver con lo que le pasa, necesitamos saberlo. Tal vez sea la clave para ayudarlo.
Asradi y Sasurai, si lo quisiera, podrían estudiar la flor detenidamente mientras el joven seguía hablando.
— Doremus está en su casa, no muy lejos de aquí. Si realmente queréis ayudar, os llevaré hasta él. Me llamo Rilen. — Su voz ahora era más firme, aunque su rostro seguía reflejando la ansiedad que sentía — Necesitamos a alguien que piense diferente, alguien que pueda ver lo que nosotros no vemos.
La anciana suspiró y volvió a mirar a Asradi y al muchacho cerca de ella.
— No sé si alguien puede ayudarlo en este punto… pero, si tienes alguna idea, no hay nada que perder.
El joven mink esperó una respuesta, sosteniendo la caja cerca de su pecho como si protegiera el último vestigio de esperanza que le quedaba.
A su alrededor, el mercado seguía con su bullicio, pero para los presentes, el mundo parecía haberse reducido al pequeño espacio donde estaban parados.
Había algo extraño en todo esto, algo que iba más allá de una simple enfermedad, y ahora parecía tentador seguir el rastro de este misterio hasta el hogar de Doremus.
La anciana mink que relataba los detalles sobre el sanador giró su cabeza hacia Asradi. Su rostro, marcado por los años y la experiencia, mostraba una mezcla de cansancio y seriedad. Parecía estudiar a la joven con cierta curiosidad antes de hablar.
— Grave, sí — respondió con voz áspera, como si el peso de la situación estuviera incrustado en cada palabra — Apenas puede hablar… Cuando lo hace, murmura cosas que nadie entiende, como si estuviera en otro lugar. Y esas manchas oscuras… nunca habíamos visto algo así.
La anciana hizo una pausa, mirando hacia el suelo, como si buscara las palabras adecuadas para describir lo que había presenciado.
— Doremus fue al manantial hace unos días — añadió, levantando la vista de nuevo — Allí encontró unas flores. Las llamaba llorosas de plata. Estaba entusiasmado… Decía que podían ser la clave para curar enfermedades graves. Pero ahora… ahora está atrapado en su cama, con esas marcas extendiéndose por su cuerpo.
El hombre que estaba a su lado, aún sosteniendo su paquete de hojas, asintió.
— Nadie quiere acercarse al manantial — dijo en voz baja, como si temiera que alguien más lo escuchara — Hay algo raro en ese lugar. Siempre lo ha habido.
Las palabras parecían pesar en el ambiente, provocando que algunos de los oyentes cercanos se retiraran del lugar con excusas apresuradas, la anciana les miraba a ambos hacia los ojos, suspirando y con pesar, prosiguió.
— Fiebre alta, debilidad… y esas cosas que murmura, como si hablara con alguien que no está allí. Dice que escucha voces en el agua. Es… desconcertante.
En ese momento, el joven mink que había tropezado antes con Sasurai apareció de nuevo, esta vez caminando con pasos rápidos y un rostro lleno de preocupación. Llevaba en sus manos una pequeña caja de madera, y al ver a Asradi hablando con la anciana, se acercó directamente.
— ¿De verdad entiendes de medicina? — preguntó con un tono que mezclaba urgencia y esperanza. Antes de que ella pudiera responder, abrió la caja, mostrando una flor cuidadosamente envuelta en un paño húmedo.
El brillo de la flor captó la atención de todos los presentes. Sus pétalos, tan delgados que parecían hechos de cristal, reflejaban la luz con un leve resplandor plateado. Era algo extraño, hermoso y, al mismo tiempo, inquietante.
— Esto es lo que estaba estudiando — dijo el joven mink, su voz temblorosa mientras sostenía la caja frente a Asradi — Doremus encontró varias de estas cerca del manantial. Creía que tenían propiedades curativas, pero ahora… — Se detuvo, mirando la flor con un gesto de preocupación — No sé si esto lo enfermó o si fue el manantial en sí, pero todo empezó después de ese día.
La anciana miró la flor con desconfianza, cruzándose de brazos como si quisiera protegerse de su mera presencia.
— Quizá sea mejor deshacerse de eso — murmuró, aunque no con mucha convicción.
El joven negó con la cabeza rápidamente.
— No podemos hacerlo. Si esto tiene algo que ver con lo que le pasa, necesitamos saberlo. Tal vez sea la clave para ayudarlo.
Asradi y Sasurai, si lo quisiera, podrían estudiar la flor detenidamente mientras el joven seguía hablando.
— Doremus está en su casa, no muy lejos de aquí. Si realmente queréis ayudar, os llevaré hasta él. Me llamo Rilen. — Su voz ahora era más firme, aunque su rostro seguía reflejando la ansiedad que sentía — Necesitamos a alguien que piense diferente, alguien que pueda ver lo que nosotros no vemos.
La anciana suspiró y volvió a mirar a Asradi y al muchacho cerca de ella.
— No sé si alguien puede ayudarlo en este punto… pero, si tienes alguna idea, no hay nada que perder.
El joven mink esperó una respuesta, sosteniendo la caja cerca de su pecho como si protegiera el último vestigio de esperanza que le quedaba.
A su alrededor, el mercado seguía con su bullicio, pero para los presentes, el mundo parecía haberse reducido al pequeño espacio donde estaban parados.
Había algo extraño en todo esto, algo que iba más allá de una simple enfermedad, y ahora parecía tentador seguir el rastro de este misterio hasta el hogar de Doremus.