Hay rumores sobre…
... que en una isla del East Blue puedes asistir a una función cirquense.
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[Común] [C-Presente] La típica reyerta de taberna, no tan típica esta vez
Octojin
El terror blanco
Octojin observaba a Camille mientras ella hablaba con Hans, el tabernero. Su presencia imponente y su naturaleza firme recordaban a Octojin la fuerza de voluntad que a menudo veía en los luchadores de su especie, aquellos que se negaban a doblegarse ante la adversidad. Y aquello le devolvió a su infancia. Recordó momentos con los suyos —algunos buenos y otros no tanto—, y cómo era capaz de, en aquel momento, ver la vida de otra manera. Las acciones cambiaban mucho en función de a quien tuvieses al lado. También cómo afrontar la vida. Pero todo aquello pertenecía a un lugar en el interior del gran tiburón que no solía salir a menudo. Y en aquel momento estuvo a punto, pero pronto se dio cuenta que no era una situación idónea para tirar de la melancolía de un tiempo pasado.

A pesar de la discordia inicial, algo en Camille resonaba con él; quizá era su enfoque directo, su mirada sin juicios, o simplemente su capacidad para comprender que el mundo no era blanco o negro, sino una vasta escala de grises. Algo que Octojin no sabía aplicar. Testarudo y bocazas a partes iguales, la vida le había llevado a interpretar cualquier señal en una sencilla paleta de colores donde solo había dos extremos y probablemente ninguno fuese bueno.

"Es mi deber ocuparme de esto, tanto por ser marine como porque Hans es un viejo conocido", había dicho Camille, y aunque Octojin era un extraño en aquella tierra de humanos, comprendía bien el peso del deber. Aunque no compartía la misma lealtad hacia la Marina, sabía que algunas cosas trascendían las banderas y las órdenes. Aceptar la ayuda de Camille no era solo una cuestión de conveniencia, sino también un paso hacia la posibilidad de que, tal vez, pudiera encontrar algo más en Loguetown que solo recuerdos amargos y viejas heridas.

— Todo sea por recibir tres o cuatro jarras más de sake —comentó a la par que miraba al tendero, haciéndole ver que era una broma. Salvo que quisiera que no lo fuera.

Octojin caminó hacia la trampilla por la que Camille había descendido, incrementando su sombra, oscureciendo la tenue luz que entraba por la cocina. La trampilla estaba entreabierta, las bisagras chirriaban suavemente al moverse con la brisa que se colaba por la puerta trasera. Mientras se preparaba para bajar, Octojin notó las marcas en el suelo, las huellas de ruedas frescas que se dirigían hacia la callejuela. No se veían a simple vista, pero de cerca eran más que evidentes. Los humanos eran criaturas inteligentes, pero a veces subestimaban la importancia de los detalles. Para un gyojin, un ser del mar, acostumbrado a leer la marea y seguir los rastros en las profundidades del océano, esas marcas eran un claro camino hacia la verdad.

El escualo señaló la marca y miró a la Oni a la par que salía al exterior. La callejuela donde desembocaban las marcas era estrecha, oscura, y tenía el hedor del mar mezclado con el de las aguas residuales que corrían bajo las calles. Loguetown, con su bullicio, a menudo olvidaba que justo bajo sus pies yacían los residuos de sus actividades diarias. El suelo estaba manchado por las huellas de la gente que vivía en los márgenes de la ciudad, los mismos que rara vez eran vistos, pero que siempre estaban presentes.

Octojin no tardó mucho en encontrar la dirección correcta. Las huellas de la carretilla eran claras en el suelo polvoriento, y cuando desaparecían porque el terreno era más firme, tiraba de su avanzado olfato para aproximarse aún más. Lo cierto es que cada vez que olfateaba hacía un pronunciado ruido que podía resultar molesto, pero al estar tan concentrado no tuvo tiempo para mirar a la marine y cerciorarse de si realmente lo era.

Cada giro en la callejuela parecía llevarle más lejos del centro de la ciudad y hacia los suburbios donde los hombres olvidados por la ley y la moral se escondían. Aunque Camille era una marine, Octojin sabía que había lugares donde ni siquiera los marines se aventuraban sin refuerzos. No obstante, él había sobrevivido a esos lugares antes; un gyojin no teme a las sombras, porque en las profundidades, la oscuridad es lo único que hay.

El rastro lo llevó a una vieja bodega, un lugar que había visto días mejores. Las paredes de piedra estaban cubiertas de musgo y humedad, y las ventanas, rotas en su mayoría, dejaban escapar la luz tenue del interior. Afuera, un par de figuras encapuchadas se movían con cautela, vigilando a cualquiera que pudiera acercarse demasiado. Era un escondite, o al menos un lugar temporal para aquellos que no deseaban ser encontrados.

Octojin se detuvo a una distancia segura, mientras mantenía sus sentidos alerta a cualquier peligro. Podía escuchar el suave murmullo de las voces dentro de la bodega, y el inconfundible sonido del metal chocando contra el vidrio, como si alguien estuviera moviendo botellas. No había duda: el alcohol robado estaba allí. Sin embargo, enfrentarse a un grupo solo no era prudente, incluso para alguien de su fuerza.

Mientras consideraba su próximo movimiento, Octojin escuchó un ruido detrás de él. Giró bruscamente, sus músculos tensos, listo para atacar. Pero lo que vio lo tomó por sorpresa.

Un niño, no mayor de diez años, lo miraba con grandes ojos llenos de curiosidad y miedo. Estaba descalzo, con ropas raídas y sucias, y cargaba un pequeño saco de tela en una mano. El gyojin bajó la guardia, aunque no del todo. El niño no representaba una amenaza, pero podía ser un problema si comenzaba a gritar.

— ¿Qué haces aquí, muchacho? —preguntó Octojin, con una voz que resultó parcialmente resonante en el silencio de la callejuela.

El niño dio un paso atrás, dudando. Era evidente que no estaba acostumbrado a ver a un gyojin de cerca, y mucho menos a hablar con uno.

—Yo... yo solo... —tartamudeó el niño, mirando nerviosamente la enorme figura de Octojin.

—No te haré daño —dijo Octojin, suavizando un poco su tono—, pero necesito saber qué está pasando aquí. Si no quieres hablar conmigo, hazlo con Camille —comentó mientras señalaba a la Oni.

El niño dio de nuevo un paso hacia atrás. Quizá aquella estampa no lucía la más segura para abrirse o confiar. Ni siquiera para hablar. Aunque al ojear de arriba abajo a la Oni, pareció relajarse un poco. Puede que el uniforme ayudase. Pese a ello, seguía manteniendo una distancia prudente.

— Esos hombres... —comenzó a explicar el niño, señalando hacia la bodega—. Son malos. Le quitan cosas a la gente, y si alguien se queja, lo lastiman. Yo los he visto, señor. Hacen cosas malas.

Octojin asintió, confirmando sus sospechas. Estaba claro que estos hombres eran más que simples ladrones; eran criminales que se aprovechaban de los más débiles. Por un momento, se vio a sí mismo reflejado en los ojos del niño: un joven gyojin, luchando por sobrevivir en un mundo que lo consideraba un monstruo.

— Vete de aquí —dijo Octojin con firmeza—. No te acerques a estos hombres. Seguro que Camille sabe cómo ayudarte. Al final pertenece a los buenos de la película —ironizó a la par que agarraba la chaqueta de la marine—. Tú dirás. ¿Ves a ese tal James? —preguntó sin dejar de mirar la bodega, intentando ver alguna cara conocida dentro de que aquello resultaba un mundo desconocido para él—. Vosotros sois más de planificar el ataque. Yo entraría sin mirar atrás.

El niño asintió las palabras del escualo rápidamente y se alejó corriendo por la callejuela, desapareciendo en las sombras. Octojin lo observó hasta que estuvo seguro de que estaba a salvo, y luego regresó su atención a la bodega. El tiempo era esencial; necesitaba actuar antes de que los hombres en el interior se dieran cuenta de que alguien los había seguido. Y si a la marine no se le ocurría nada, tiraría de la más básica norma del combate. Marchar hacia delante y pegar más veces y más fuerte que su rival.
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RE: [C-Presente] La típica reyerta de taberna, no tan típica esta vez - por Octojin - 09-08-2024, 12:20 AM

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