Vesper Chrome
Medical Fortress
04-01-2025, 04:28 AM
—¡DOCTHOHOHO! —solté otra carcajada explosiva, como si el aire mismo se llenara de mi propia energía. Mi risa resonó en la taberna como un eco burlón, un recordatorio constante de que no soy Vesper Chrome, ese aburrido y melancólico médico que todos conocen. No, ahora estoy aquí, Vyper, el caos encarnado, el que disfruta del mundo como un inmenso campo de juegos.
Tomé mis cartas y las miré con una sonrisa torcida que parecía esculpida por el mismísimo diablo. —No tienes que darme las gracias, Baltazar — dije, dirigiéndole una mirada cómplice mientras movía las cartas entre mis dedos como un ilusionista. — Aunque si quieres hacerlo, no te detengas, adoro las palabras vacías tanto como los desafíos sin sentido. — Bromee ante el chico de piel oscura.
La atmósfera era perfecta, llena de humo, risas ahogadas y miradas desconfiadas. Este era mi reino, un lugar donde el borde entre la decencia y el caos era tan fino que podía cortarse con mis garras. Mis ojos, inquietos como siempre, se posaron en Jun. Había algo en ella, algo que me hacía recordar a Shiori-chan. Un pensamiento cruzó mi mente como un rayo: ¿Qué clase de vida habría tenido ella? Podría haber sido lo que quisiera, pero, sobre todo, habría sido libre. Esa libertad que ahora yo disfruto como un condenado en su último día de vida.
—Tú no te preocupes por nada, niña. Lo único que perderás en esta mesa será tu dinero. ¡DOCTHOHOHO! — bromeé mientras agitaba mi copa de sake con una mano y lanzaba un par de monedas sobre la mesa con la otra. La gente a nuestro alrededor fingía no mirar, pero todos sabían lo que estaba pasando. Nadie se atrevía a interrumpirnos, y aquellos que conocían a la Hiena de Rostock sabían que cualquier interrupción podría costarles más que unas cuantas monedas. El ambiente comenzó a relajarse nuevamente, las cartas continuaron repartiéndose y el sake fluyó como río en tormenta. Jun, con una sonrisa que parecía todo menos tímida pero si desafiante, dejó caer una carta que casi volteó el curso de la partida.
—¡Vaya, parece que la niña tiene garra! — comenté mientras inclinaba mi cabeza hacia ella, invadiendo su espacio personal con descaro. Mis ojos, brillando con una mezcla de locura y curiosidad, parecían querer atravesar su alma. — Quizá tengas madera de pirata después de todo, Jun. Aunque para navegar conmigo necesitarías algo más que suerte. — Y si, la estaba invitando a navegar conmigo, aunque claro, tendría primero que preguntarle al risitos de plata si podía llevar a mas personas a la tripulación.
Detrás de la barra, el Bartender soltó una carcajada profunda, sacudiendo su enorme cuerpo mientras se inclinaba hacia atrás en su silla tambaleante. —Cálmate, Vyper, que la pobre chica aún no sabe si quiere huir de ti o seguirte la corriente. — Lo escuché decir, este hombre si me conocía, sabia perfectamente que cuando estoy asi, no tengo control sobre mis cosas y normalmente no respeto ni un poco el espacio personal de nadie.
—Ah, pero eso es lo mejor, ¡el dilema! — respondí, extendiendo los brazos en un gesto teatral. —La vida es un constante juego de decisiones absurdas, ¡y aquí estoy yo para asegurarme de que siempre sea interesante! ¡DOCTHOHOHO! — La conversación continuó entre bromas y risas, mientras las cartas se acumulaban en la mesa y las monedas cambiaban de manos. La taberna vibraba con energía, y aunque el recuerdo de la sangre derramada aún persistía en los bordes de la memoria colectiva, nadie se atrevía a mencionar el incidente. Era como si todos hubieran aceptado que, bajo mi influencia, el caos era simplemente parte del orden natural.
Levanté mi copa una vez más, observando a mis compañeros de mesa. Baltazar, con su porte imponente y su risa contagiosa. Jun, con esa chispa que prometía algo más, algo que quizá aún ni ella misma entendía. Y yo, Vyper, la Hiena, el agente del desorden que transforma lo ordinario en extraordinario. —Un brindis, amigos, por las cartas, el sake, y el caos que nos mantiene vivos. Porque mientras haya risas, ¡habrá historias que contar! ¡DOCTHOHOHO! —
Tomé mis cartas y las miré con una sonrisa torcida que parecía esculpida por el mismísimo diablo. —No tienes que darme las gracias, Baltazar — dije, dirigiéndole una mirada cómplice mientras movía las cartas entre mis dedos como un ilusionista. — Aunque si quieres hacerlo, no te detengas, adoro las palabras vacías tanto como los desafíos sin sentido. — Bromee ante el chico de piel oscura.
La atmósfera era perfecta, llena de humo, risas ahogadas y miradas desconfiadas. Este era mi reino, un lugar donde el borde entre la decencia y el caos era tan fino que podía cortarse con mis garras. Mis ojos, inquietos como siempre, se posaron en Jun. Había algo en ella, algo que me hacía recordar a Shiori-chan. Un pensamiento cruzó mi mente como un rayo: ¿Qué clase de vida habría tenido ella? Podría haber sido lo que quisiera, pero, sobre todo, habría sido libre. Esa libertad que ahora yo disfruto como un condenado en su último día de vida.
—Tú no te preocupes por nada, niña. Lo único que perderás en esta mesa será tu dinero. ¡DOCTHOHOHO! — bromeé mientras agitaba mi copa de sake con una mano y lanzaba un par de monedas sobre la mesa con la otra. La gente a nuestro alrededor fingía no mirar, pero todos sabían lo que estaba pasando. Nadie se atrevía a interrumpirnos, y aquellos que conocían a la Hiena de Rostock sabían que cualquier interrupción podría costarles más que unas cuantas monedas. El ambiente comenzó a relajarse nuevamente, las cartas continuaron repartiéndose y el sake fluyó como río en tormenta. Jun, con una sonrisa que parecía todo menos tímida pero si desafiante, dejó caer una carta que casi volteó el curso de la partida.
—¡Vaya, parece que la niña tiene garra! — comenté mientras inclinaba mi cabeza hacia ella, invadiendo su espacio personal con descaro. Mis ojos, brillando con una mezcla de locura y curiosidad, parecían querer atravesar su alma. — Quizá tengas madera de pirata después de todo, Jun. Aunque para navegar conmigo necesitarías algo más que suerte. — Y si, la estaba invitando a navegar conmigo, aunque claro, tendría primero que preguntarle al risitos de plata si podía llevar a mas personas a la tripulación.
Detrás de la barra, el Bartender soltó una carcajada profunda, sacudiendo su enorme cuerpo mientras se inclinaba hacia atrás en su silla tambaleante. —Cálmate, Vyper, que la pobre chica aún no sabe si quiere huir de ti o seguirte la corriente. — Lo escuché decir, este hombre si me conocía, sabia perfectamente que cuando estoy asi, no tengo control sobre mis cosas y normalmente no respeto ni un poco el espacio personal de nadie.
—Ah, pero eso es lo mejor, ¡el dilema! — respondí, extendiendo los brazos en un gesto teatral. —La vida es un constante juego de decisiones absurdas, ¡y aquí estoy yo para asegurarme de que siempre sea interesante! ¡DOCTHOHOHO! — La conversación continuó entre bromas y risas, mientras las cartas se acumulaban en la mesa y las monedas cambiaban de manos. La taberna vibraba con energía, y aunque el recuerdo de la sangre derramada aún persistía en los bordes de la memoria colectiva, nadie se atrevía a mencionar el incidente. Era como si todos hubieran aceptado que, bajo mi influencia, el caos era simplemente parte del orden natural.
Levanté mi copa una vez más, observando a mis compañeros de mesa. Baltazar, con su porte imponente y su risa contagiosa. Jun, con esa chispa que prometía algo más, algo que quizá aún ni ella misma entendía. Y yo, Vyper, la Hiena, el agente del desorden que transforma lo ordinario en extraordinario. —Un brindis, amigos, por las cartas, el sake, y el caos que nos mantiene vivos. Porque mientras haya risas, ¡habrá historias que contar! ¡DOCTHOHOHO! —