
Horus
El Sol
04-01-2025, 08:02 AM
Una fragancia peligrosa invadió el espacio en la plaza. Me percaté enseguida de su presencia; sus llamativos colores deslumbraban por el lugar en claro contraste con la nieve, como si se tratara del mundo de un lienzo en blanco sobre el cual aquel hombre se plasmaba a sí mismo con sus andares refinados y finos, como la pincelada más precisa de un virtuoso, y con una paleta vívida, cálida y agradable que rompía completamente la monotonía de aquel gris día, a causa del clima. Era agradable ver a alguien así, aunque solo fuera de vista, puesto que las personas tienen la tendencia de vestir colores apagados y oscuros para ir a juego con el terrible clima del invierno. Sin embargo, mi opinión era que justo cuando el mundo se apaga, las personas debíamos deslumbrar más que nunca.
El hombre se aproximó a mí. Sus palabras eran refinadas y corteses, al igual que sus andares. Lo observaba en una primera instancia sin bajar de la estatua del tigre, una elección de asiento peculiar y algo ostentosa, pero era el sitio que ofrecía mejor vista de la plaza, sin invadir los domicilios ajenos adyacentes al lugar. Cuando estás a la búsqueda de alguna oportunidad, siempre es mejor tener el mayor punto de vista posible y una buena perspectiva. Bueno, eso es lo que por la tarde me llevó a encontrar a esa abuelita necesitada a la que habían robado; por fortuna, todo ese asunto había terminado bien. Más me entretuvo lo suficiente para solo poder obtener unas galletas que la anciana me dio, que eran lo único que por ahora llenaba mi estómago.
— Mi nombre es Horus y jamás diría que no a la invitación a una copa — le respondí.
Mientras hablaba, me dejé caer de la estatua del tigre para quedarme a su lado. El tipo tenía una vibra que me gustaba, y, aparte, cuando no tienes dinero, no puedes rechazar la oportunidad de algo gratis. Pero, en parte, me alegraba encontrar a alguien con unos modales tan refinados y pulidos, que hablaba con tanta cortesía. Desde que abandoné mi hogar en Arabasta, no había encontrado un entorno o situación en la que alguien me tratara con cortesía como tal; era una sensación nostálgica, por llamarla de alguna forma.
— ¿No eres convencional? Mejor, lo normal y común es aburrido; a mí me gusta descubrir cosas nuevas — yo le seguía el juego, confiado.
Él, sin duda, desprendía algo magnético y atrayente. Era más fácil aceptar la copa de él que de cualquier otro, aunque no descarto que hubiera aceptado una copa gratis de cualquiera. Pero, por lo menos, me alegraba que la invitación proviniera de un buen tipo. Y, francamente, no me importó dejarme guiar hasta el local que él prefiriese llevarme; no le pondría ningún tipo de reparo o reproche, incluso si me llevaba al antro de más mala muerte de la ciudad. Siempre que la copa gratis se cumpliera, como ofreció.
Y la cosa podía comenzar interesante, porque nada más cruzar la puerta del local al que me llevara, a modo de broma (pero si la gente quiere, no es broma), había un poco de muérdago colgado de un hilo rojo sobre el umbral del descansillo que daba acceso al local, quedando la hoja colgada sobre quienes entraran en pareja, siendo la comidilla del lugar o el producto de algunas risas, según cuál fuera la actuación de los atrapados. Y, como buen invitado que yo era, no pensaba ofender a mi anfitrión si tomaba algún tipo de iniciativa.
— Bueno... ¿Entramos o...? — comenzaría a decir dubitativo.
El hombre se aproximó a mí. Sus palabras eran refinadas y corteses, al igual que sus andares. Lo observaba en una primera instancia sin bajar de la estatua del tigre, una elección de asiento peculiar y algo ostentosa, pero era el sitio que ofrecía mejor vista de la plaza, sin invadir los domicilios ajenos adyacentes al lugar. Cuando estás a la búsqueda de alguna oportunidad, siempre es mejor tener el mayor punto de vista posible y una buena perspectiva. Bueno, eso es lo que por la tarde me llevó a encontrar a esa abuelita necesitada a la que habían robado; por fortuna, todo ese asunto había terminado bien. Más me entretuvo lo suficiente para solo poder obtener unas galletas que la anciana me dio, que eran lo único que por ahora llenaba mi estómago.
— Mi nombre es Horus y jamás diría que no a la invitación a una copa — le respondí.
Mientras hablaba, me dejé caer de la estatua del tigre para quedarme a su lado. El tipo tenía una vibra que me gustaba, y, aparte, cuando no tienes dinero, no puedes rechazar la oportunidad de algo gratis. Pero, en parte, me alegraba encontrar a alguien con unos modales tan refinados y pulidos, que hablaba con tanta cortesía. Desde que abandoné mi hogar en Arabasta, no había encontrado un entorno o situación en la que alguien me tratara con cortesía como tal; era una sensación nostálgica, por llamarla de alguna forma.
— ¿No eres convencional? Mejor, lo normal y común es aburrido; a mí me gusta descubrir cosas nuevas — yo le seguía el juego, confiado.
Él, sin duda, desprendía algo magnético y atrayente. Era más fácil aceptar la copa de él que de cualquier otro, aunque no descarto que hubiera aceptado una copa gratis de cualquiera. Pero, por lo menos, me alegraba que la invitación proviniera de un buen tipo. Y, francamente, no me importó dejarme guiar hasta el local que él prefiriese llevarme; no le pondría ningún tipo de reparo o reproche, incluso si me llevaba al antro de más mala muerte de la ciudad. Siempre que la copa gratis se cumpliera, como ofreció.
Y la cosa podía comenzar interesante, porque nada más cruzar la puerta del local al que me llevara, a modo de broma (pero si la gente quiere, no es broma), había un poco de muérdago colgado de un hilo rojo sobre el umbral del descansillo que daba acceso al local, quedando la hoja colgada sobre quienes entraran en pareja, siendo la comidilla del lugar o el producto de algunas risas, según cuál fuera la actuación de los atrapados. Y, como buen invitado que yo era, no pensaba ofender a mi anfitrión si tomaba algún tipo de iniciativa.
— Bueno... ¿Entramos o...? — comenzaría a decir dubitativo.