Arthur Soriz
Gramps
05-01-2025, 01:39 AM
Marisa comprende lo que le estás diciendo, pero a pesar de esto se nota que su fobia es más fuerte que ella... al menos de momento. Pero todos sabemos que incluso la fobia más fuerte puede ser superada con esmero... con dedicación. Al principio parece inmersa en sus propios pensamientos, como si estuviera luchando contra algo que ha llevado dentro durante mucho tiempo. Luego lentamente levanta la mirada y ves en sus ojos algo que reconoces de inmediato. Es decisión, a progresar... a no quedarse estancada perdida en el temor inexplicable.
— No sé qué decir... — dice, su voz apenas un susurro cargada de emoción. — Siempre he tenido... una especie de fobia a los ratones. —su confesión es un hilo frágil de palabras, casi que se le quiebra la voz pero puede proseguir... no va a llorar. — Me aterran esos ruiditos, cómo se mueven tan rápido. Es como si todo se me viniera encima y no puedo controlarlo. — hace una pausa, sus ojos buscando los tuyos... buscando comprensión. — Pero nunca quise hacerles daño...
A medida que habla notas cómo su cuerpo comienza a relajarse, como si finalmente hubiera encontrado una manera de liberar el peso que llevaba sobre sus hombros. — Si hay una manera de que podamos coexistir, que ellos puedan ayudar y yo no tenga que sentirme tan asustada... — una chispa de emoción se enciende en sus ojos y de repente su rostro se ilumina. — ¡Podríamos hacer pequeñas aperturas en las paredes! — señala con entusiasmo de un lado al otro del local, sus gestos llenos de una nueva energía. — Con barandillas para que caminen, como pequeños caminos solo para ellos. Así no tendrían que estar en el suelo y yo... podría acostumbrarme a verlos sin sentir tanto miedo.
La emoción en su voz es palpable y su sonrisa es tan amplia que ilumina toda la habitación. — ¡Sería maravilloso! Podrían tener su espacio y yoel mío. Y, quién sabe, tal vez incluso puedan seguir ayudando con esas recetas mágicas que parecen conocer. — ríe suavemente, su risa una melodía de alivio y esperanza.
Marisa toma tus manos entre las suyas y sientes el calor de su gratitud en su apretón. — Gracias, de verdad... muchísimas gracias. No solo por ayudarme a encontrar una solución, sino por hacerme sentir que no estoy sola en esto. — su voz se quiebra ligeramente, pero el brillo en sus ojos te dice que estas lágrimas son de alegría, no de tristeza. Con un gesto cariñoso saca un termito y te ofrece una taza de chocolate caliente, su sonrisa tan cálida como la bebida que te da. — Es de mis reservas secretas, para ocasiones especiales como esta. — luego te entrega una caja de galletitas de jengibre, una de las pocas que ha logrado salvar del caos. — Y estas... bueno, pensé que después de todo este alboroto te vendría bien un dulce.
Mientras aceptas su regalo miras hacia la ventana y ves a los ratones. Están ahí formando un corazón con sus pequeños cuerpos, saltando de alegría como si comprendieran la magnitud de lo que acaba de suceder. Marisa sonríe, sus ojos brillando con lágrimas de felicidad. — Mira eso, — susurra, su voz llena de asombro y ternura. — Es como si ellos también supieran que todo estará bien.
La tienda que hace poco era un lugar de caos y temor ahora se siente como un refugio digno de ser considerado una tiendita de confitería. El aire se llena de la calidez del chocolate, el aroma de las galletas y la promesa de una coexistencia pacífica. Afuera, la nieve sigue cayendo suavemente mientras el espíritu navideño envuelve cada rincón del local, confirmando que a veces los milagros llegan en las formas más inesperadas.
— No sé qué decir... — dice, su voz apenas un susurro cargada de emoción. — Siempre he tenido... una especie de fobia a los ratones. —su confesión es un hilo frágil de palabras, casi que se le quiebra la voz pero puede proseguir... no va a llorar. — Me aterran esos ruiditos, cómo se mueven tan rápido. Es como si todo se me viniera encima y no puedo controlarlo. — hace una pausa, sus ojos buscando los tuyos... buscando comprensión. — Pero nunca quise hacerles daño...
A medida que habla notas cómo su cuerpo comienza a relajarse, como si finalmente hubiera encontrado una manera de liberar el peso que llevaba sobre sus hombros. — Si hay una manera de que podamos coexistir, que ellos puedan ayudar y yo no tenga que sentirme tan asustada... — una chispa de emoción se enciende en sus ojos y de repente su rostro se ilumina. — ¡Podríamos hacer pequeñas aperturas en las paredes! — señala con entusiasmo de un lado al otro del local, sus gestos llenos de una nueva energía. — Con barandillas para que caminen, como pequeños caminos solo para ellos. Así no tendrían que estar en el suelo y yo... podría acostumbrarme a verlos sin sentir tanto miedo.
La emoción en su voz es palpable y su sonrisa es tan amplia que ilumina toda la habitación. — ¡Sería maravilloso! Podrían tener su espacio y yoel mío. Y, quién sabe, tal vez incluso puedan seguir ayudando con esas recetas mágicas que parecen conocer. — ríe suavemente, su risa una melodía de alivio y esperanza.
Marisa toma tus manos entre las suyas y sientes el calor de su gratitud en su apretón. — Gracias, de verdad... muchísimas gracias. No solo por ayudarme a encontrar una solución, sino por hacerme sentir que no estoy sola en esto. — su voz se quiebra ligeramente, pero el brillo en sus ojos te dice que estas lágrimas son de alegría, no de tristeza. Con un gesto cariñoso saca un termito y te ofrece una taza de chocolate caliente, su sonrisa tan cálida como la bebida que te da. — Es de mis reservas secretas, para ocasiones especiales como esta. — luego te entrega una caja de galletitas de jengibre, una de las pocas que ha logrado salvar del caos. — Y estas... bueno, pensé que después de todo este alboroto te vendría bien un dulce.
Mientras aceptas su regalo miras hacia la ventana y ves a los ratones. Están ahí formando un corazón con sus pequeños cuerpos, saltando de alegría como si comprendieran la magnitud de lo que acaba de suceder. Marisa sonríe, sus ojos brillando con lágrimas de felicidad. — Mira eso, — susurra, su voz llena de asombro y ternura. — Es como si ellos también supieran que todo estará bien.
La tienda que hace poco era un lugar de caos y temor ahora se siente como un refugio digno de ser considerado una tiendita de confitería. El aire se llena de la calidez del chocolate, el aroma de las galletas y la promesa de una coexistencia pacífica. Afuera, la nieve sigue cayendo suavemente mientras el espíritu navideño envuelve cada rincón del local, confirmando que a veces los milagros llegan en las formas más inesperadas.