Shy fue testigo del arranque de ira de su compañero, que le respondió con el salvajismo de una fiera para lanzarse de nuevo a la refriega, con sendas espadas en ristre. El cazador viudo parpadeó un par de veces, confuso. Vale, chaval. Estás como una puta cabra. Con ese único pensamiento en mente, se dio la vuelta, echándose al prisionero al hombro, atravesando su dimensión de bolsillo hasta llegar a un lugar seguro. No podía dejar de pensar que estaba abandonando a Illyasbabel a su suerte, en un combate de una persona contra cuatro en el que, por mucho que supiese que su compañero era una bestia parda, no podría aguantar mucho tiempo. Pero, ¿qué podía hacer? Ya tenían al objetivo de la misión y Shy no esperaba que su compañero estuviese como una regadera.
Abrió una puerta de salida y aterrizó en un callejón, emitiendo un jadeo. No estaba solo. Y no lo decía por aquel pirata chamuscado que tenía a sus pies. Algún que otro granuja ocupaba el lugar, aunque no parecían prestarle mucha atención. Shy necesitaba decidirse, pero el cautivo le distrajo cuando estiró el brazo en su dirección para pedirle agua. Shy apartó la mano con un puntapié suave y una mueca de desagrado. Quita, coño. Ahora tengo que pensar. Shy recuperó el aliento mientras planteaba sus opciones.
Por una parte, podía ir al casino. Ahora que sabía exactamente dónde estaban los Smith, solo tenía que moverse rápidamente y dejar al casi cadáver delante de aquellos dos futuros socios. Fácil y sencillo, y más con sus puertas, que le daban bastante discreción al asunto. Ello entrañaba una serie de problemas, no obstante. En primer lugar, que era extremadamente poco hablador y no creía que pudiera pronunciar las palabras suficientes como para poder formular una excusa convincente acerca del calcinado estado de su objetivo. Por otra parte, estaba el asunto de que Illyasbabel se seguía batiendo contra numerosos oponentes, y las posibilidades de que se viera abrumado por sus contrincantes crecían a cada segundo que pasaba.
Por otro lado, ir con Illyasbabel supondría salvarlo del atolladero, pero entrañaba varias dificultades: la primera -y más importante-, la inevitable posibilidad de llevarse un doloroso golpe. Todo buen mercenario sabía que lo de arriesgar los miembros o la vida en luchas sin sentido era un disparate. La segunda tenía que ver con el prisionero frito, que podía salir por patas desde que Shy se marchara. O morir. Era más probable lo segundo que lo primero. En cualquier caso, una situación poco conveniente.
Shy se rascó su lampiña barbilla mientras pensaba, antes de agacharse y atar de pies y manos al tipo. Haga lo que haga, es conveniente cortarle del todo las alas a este pajarito antes de que emprenda el vuelo. Tras hacerlo, se dio cuenta de que seguía sin tener muy claro el asunto. Y el tiempo valioso que estaba gastando podía ser la diferencia entre la vida y la muerte para Illyasbabel.
A la mierda.
Shy se cargó al hombro a su cautivo herido, no sintiéndose lo suficientemente confiado como para dejarlo tirado detrás de las cajas sin que un buen samaritano les robase la presa. Me vas a perdonar, colega. Pero vas a tener que aguantar otro viajecito. Abrió una puerta, y corrió tanto como pudo, como si la vida le fuera en ello. Técnicamente, la vida de Illyasbabel sí que dependía de que corriera. Así pues, dio todo su aliento en un sprint desesperado, mientras dejaba deslizar a su mano libre una de sus agujas.
No supo cuanto corrió. No debió de ser demasiado. Sin embargo, en cuanto llegase, no iba a dejar mucho tiempo para reaccionar. Abriría otra puerta de salida en mitad del aire -cerrando todas las otras que hubiera abiertas- y saltaría, lanzando casi todas sus agujas, ya fueran de combate o de coser, imbuidas en Haki de Armadura. Aterrizaría en silencio, dejando a su lado el cuerpo achicharrado, y sacaría otro par de agujas, listo para la batalla. Illyasbabel podía ser algo descerebrado, pero no iba a luchar solo. Ni de coña.
