Airgid Vanaidiam
Metalhead
05-01-2025, 07:08 PM
Derya observó a Ragnheidr con una mezcla de curiosidad y diversión mientras él bromeaba con sus propios colmillos. Su risa contagió el aire y, por un momento, la tensión que se había ido acumulando se disipó un poco. No solía ser tan abierta con las bromas, al menos no con desconocidos, pero lo cierto es que la gyojin agradecía un poco de conversación humana. Aquellas semanas en la selva, solo había hablado con ranas, monos y algún que otro pájaro. Cuando el ambiente cambió de nuevo, su expresión se tornó seria, como había hecho antes al percibir la presencia de los animales. Ragnheidr parecía tener un ojo muy agudo, parecido al suyo, pues se dio cuenta de la misma peculiaridad en las criaturas que se acercaban.
La mujer permaneció en silencio, observando cómo él analizaba la situación y percibía lo mismo que ella: algo se acercaba cada vez más, pero a la vez, no parecía suponer una terrible amenaza. Ella asintió levemente cuando él mencionó los "monos". Aunque la sorpresa en su rostro era evidente, su tono fue relajado. — Se llaman monorámpagos. Diría que es una especie única de esta isla, como tantas otras que seguro que ya habrás conocido. — Se aclaró la garganta, como si se preparara para dar una pequeña clase sobre ellos, pero su mirada no dejaba de seguir los movimientos de los animales. — No son agresivos, a no ser que les demos algún motivo. Momobami está plagada de híbridos y mutaciones extrañas... me temo que es un misterio que ni yo conozco aún. — Derya se detuvo un momento, observando el cachorro que había saltado hacia el claro. Su expresión pasó de la curiosidad a la cautela. Sabía que ese tipo de animales podían ser impredecibles, especialmente los jóvenes.
El pequeño mono se acercó al vikingo, lo que tensó ligeramente la postura de Derya, pero no hizo un movimiento. Confiaba en su haki de percepción para prevenirle de cualquier peligro inminente, y también, confiaba en que el encuentro sería pacífico. Observó con atención cada gesto que hacía el cachorro, que parecía más interesado en Ragnheidr que en ella. Ragnheidr, por su parte, parecía completamente tranquilo, sin atisbo de hostilidad, lo que le provocó a la mujer una media sonrisa. Le agradaba saber que no recurría a la violencia siempre, como primera opción. — Suelen ser curiosos, y a veces embisten por esa misma curiosidad. — Le advirtió, dándole importancia al par de cuernos que presentaba ya el pequeño animal. Entonces alzó la mirada, buscando la reacción de la manada, que parecía aún cauta, aunque poco a poco siguieron avanzando, cotilleando el terreno del combate. — Tenemos suerte, sus padres no parecen enfadados. — Eso sí que podría ser un problema, los cachorros son muy adorables, pero también los más protegidos del grupo. Poco después, uno de los monorámpagos más grandes hizo un paso hacia ellos, fijándose más concretamente en Derya, con una mirada fija. Ella permaneció quieta, no quería hacer ningún movimiento brusco que pudiera interpretarse como amenaza.
— Toma. — En el momento, Derya sacó un manojo de plátanos de su mochila, con calma. Lo cierto es que toda su figura transmitía bastante serenidad. Le arrojó uno a Ragnheidr y ella se quedó con el manojo entre las manos. — Es curioso que ningún animal nos haya atacado todavía, sobre todo después de nuestro combate, breve pero intenso. — El monorámpago bebé dio un paso hacia el vikingo, como si estuviera debatiéndose entre si dejarse llevar o no por la gula y la visión de aquella jugosa fruta. Al final se acercó un poco más. Derya observó cómo ahora toda la manada, los quince monorámpagos, avanzaban poco a poco hacia ellos, atraídos por el mismo estímulo. Hacían soniditos graciosos, guturales, como si estuvieran intentando hablar, y lo cierto es que lo hacían, al menos en su idioma animal.
La mujer permaneció en silencio, observando cómo él analizaba la situación y percibía lo mismo que ella: algo se acercaba cada vez más, pero a la vez, no parecía suponer una terrible amenaza. Ella asintió levemente cuando él mencionó los "monos". Aunque la sorpresa en su rostro era evidente, su tono fue relajado. — Se llaman monorámpagos. Diría que es una especie única de esta isla, como tantas otras que seguro que ya habrás conocido. — Se aclaró la garganta, como si se preparara para dar una pequeña clase sobre ellos, pero su mirada no dejaba de seguir los movimientos de los animales. — No son agresivos, a no ser que les demos algún motivo. Momobami está plagada de híbridos y mutaciones extrañas... me temo que es un misterio que ni yo conozco aún. — Derya se detuvo un momento, observando el cachorro que había saltado hacia el claro. Su expresión pasó de la curiosidad a la cautela. Sabía que ese tipo de animales podían ser impredecibles, especialmente los jóvenes.
El pequeño mono se acercó al vikingo, lo que tensó ligeramente la postura de Derya, pero no hizo un movimiento. Confiaba en su haki de percepción para prevenirle de cualquier peligro inminente, y también, confiaba en que el encuentro sería pacífico. Observó con atención cada gesto que hacía el cachorro, que parecía más interesado en Ragnheidr que en ella. Ragnheidr, por su parte, parecía completamente tranquilo, sin atisbo de hostilidad, lo que le provocó a la mujer una media sonrisa. Le agradaba saber que no recurría a la violencia siempre, como primera opción. — Suelen ser curiosos, y a veces embisten por esa misma curiosidad. — Le advirtió, dándole importancia al par de cuernos que presentaba ya el pequeño animal. Entonces alzó la mirada, buscando la reacción de la manada, que parecía aún cauta, aunque poco a poco siguieron avanzando, cotilleando el terreno del combate. — Tenemos suerte, sus padres no parecen enfadados. — Eso sí que podría ser un problema, los cachorros son muy adorables, pero también los más protegidos del grupo. Poco después, uno de los monorámpagos más grandes hizo un paso hacia ellos, fijándose más concretamente en Derya, con una mirada fija. Ella permaneció quieta, no quería hacer ningún movimiento brusco que pudiera interpretarse como amenaza.
— Toma. — En el momento, Derya sacó un manojo de plátanos de su mochila, con calma. Lo cierto es que toda su figura transmitía bastante serenidad. Le arrojó uno a Ragnheidr y ella se quedó con el manojo entre las manos. — Es curioso que ningún animal nos haya atacado todavía, sobre todo después de nuestro combate, breve pero intenso. — El monorámpago bebé dio un paso hacia el vikingo, como si estuviera debatiéndose entre si dejarse llevar o no por la gula y la visión de aquella jugosa fruta. Al final se acercó un poco más. Derya observó cómo ahora toda la manada, los quince monorámpagos, avanzaban poco a poco hacia ellos, atraídos por el mismo estímulo. Hacían soniditos graciosos, guturales, como si estuvieran intentando hablar, y lo cierto es que lo hacían, al menos en su idioma animal.