
Gavyn Peregrino
Rose Branwell
06-01-2025, 02:30 AM
El aroma de la sal en la brisa marina siempre fue un tanto tranquilizante, no amaba estar en altamar, para nada, al menos no cuando significaba llevar un barco de un lado a otro, eso significaba que tenía que pasar tiempo en el suelo, en la madera dura del navío, que, sin importar cuando grande o lujoso fuese, no dejaba de ser una jaula gigante que transportaba a aquellos que no pueden moverse debajo o sobre las aguas por cuenta propia. Ese no es mi caso, porque aquello con lo que nací me permite moverme a donde quiera, cuando quiera, con condiciones, porque todavía tengo necesidades, por supuesto, pero eso no importa, prefiero estar en el cielo, donde casi nadie ni nada es capaz de llegar o, mejor dicho, donde casi nadie es capaz de quedarse por un tiempo prolongado, arriba todo es diferente, muy pocas personas son capaces de contemplar los paisajes que hay por encima de las nubes.
Por eso no estoy hecho para quedarme en botes con barrotes dorados, ni en peceras gigantescas, tampoco en tierra, aunque disfruto de pasar allí el rato, después de todo las islas tienen lugares que me resultan divertidos, donde iniciar cualquier tipo de juego que solo algunos están dispuestos a jugar, o solo algunos saben jugar. Aunque, lo cierto es que nada de lo que dije a priori se aplica a este lugar en particular: Ni la brisa es calmante, ni el lugar es agradable, ni su gente es amena y, obviamente, sus marines tampoco, porque ¿Qué clase de organización tiene un maldito patíbulo en una plaza? Me pregunto si era parte de algún tipo de morbo extraño que desconocía y que, a día de hoy, desconozco. Todavía recuerdo al orgulloso tesorero de Kilombo y me pregunto si este es el cambio que los marines han hecho, solo falta una guillotina y un pastel.
Aún no había terminado de atracar el navío, pero el repelús que me genera esta isla en particular me pone los pelos de punta y la piel de gallina. El lugar donde nací no es más que otro agujero oscuro donde el “bien” y el “mal” conviven, mientras que los ciudadanos prefieren hacer caso omiso, oídos sordos, a lo que ocurre en el bajo mundo. Loguetown es tan… Aborrecible como siempre. No sé si es mi percepción, pero los sonidos, los aromas, todo me resulta repelente, la “blanca navidad” que se celebra aquí debería estar teñida de flores rojo carmesí. No estaba para nada preparado para venir a este lugar, en absoluto, llevaba toda mi vida evitando descender aquí, pero la tripulación decidió que este era el próximo destino, que querían jugar en el Casino Missile, y no tenía forma, ni deseos, de explicar porque no estaba dispuesto a traerlos, así que simplemente apreté la mandíbula, respondiendo con un indiferente “Si eso quieren”, y aquí estamos.
Sin embargo, algo bueno podía salir de todo esto, porque, a diferencia de la última vez que estuve aquí, ahora era un adulto, podía defenderme, albergaba algo que se estuvo fraguando durante mucho tiempo, arrastrándose por debajo de mi piel, hirviendo en mi sangre, calando mi mente: Venganza. Era algo que no contemplaba seguido, no era necesario ¿Para qué? No pondría un pie en este lugar desgraciado otra vez, o eso fue lo que pensé, pero, durante el viaje, una sensación agría y ácida se gestó lentamente en la boca de mi estómago, suficiente para impulsarme a no dar marcha atrás, todo lo contrario: Perseguiría a quienes me habían lastimado, y acabaría con ellos uno por uno si estaba en mis manos la probabilidad de hacerlo.
El suspiro que dejo escapar cuando desciendo por la rampa de madera del barco genera el característico vaho blanquecino, provocado por el choque entre el calor interior de mi cuerpo y las frías temperaturas de la estación invernal. Camino tranquilamente por el puerto después de que la tripulación aseguró el barco se largaron al Casino de forma casi instantánea, puse los ojos en blanco, sabía lo mucho que les gustaba apostar a Bonez y Chrome, tenía una cierta inclinación por el ladrón, así que mis gestos eran algo más… Cálidos, después de todo era el más sincero de la tripulación. Me deslicé por las calles abarrotadas de Loguetown, el frío hacía que estuvieran un poco más despejadas, pero de todas formas debía apretar mis alas para que las personas no se topen con ellas, paso por la plaza que mencioné hace un momento, así como también por la zona comercial, sabía que los comerciantes tendrían información sobre lo que estaba buscando, pero no la suficiente, los rumores son información, claro, pero no dejan de ser rumores, por lo que decidí continuar.
La tentación de volar por encima de los edificios y casas era grande, pero el nudo de nostalgia que se formó en mi garganta me lo impidió, quería ver cómo este lugar había avanzado entre poco y nada, y así fue, porque a medida que comenzaba a alejarme de las zonas bonitas del centro, acercándome a las áreas menos pudientes, el bajo mundo de Loguetown se volvía paulatinamente más presente. No sentía cariño por nada en este lugar, que solo me traía melancolía, malos recuerdos, a diferencia de Isla de Dawn, a la cual consideré mi hogar, Loguetown solo vio el lugar que me vio nacer y sufrir. Chasqueé la lengua, dejando atrás la forja llena de hollín que había visto mil veces cuando niño, solo para seguir mi recorrido, esquivando la zona más transitada para evitar los ojos espías, las malas lenguas que esparcían rumores. Mi destino era el puerto, así como la zona comercial, era un buen lugar para empezar, solo que aquí los comercios ilegales eran notorios.
Y aflojarle la lengua a alguien sería cuestión de tiempo… O cuestión de armas.
El viejo puerto secundario estaba igual que como lo recordaba, busqué un lugar conveniente para observar, apoyándome detrás de una pila de cajas estable que me cubría fácilmente, pero que me dejaba un cierto margen para elegir a quien sería mi próxima presa. Me pasé los dedos por las alas, acicalándolas, solo para sacar de mi abrigo una caja de cigarrillos, la golpeé suavemente por debajo, y tomé con los labios el cigarro antes de encenderlo, dándole una calada-
Por eso no estoy hecho para quedarme en botes con barrotes dorados, ni en peceras gigantescas, tampoco en tierra, aunque disfruto de pasar allí el rato, después de todo las islas tienen lugares que me resultan divertidos, donde iniciar cualquier tipo de juego que solo algunos están dispuestos a jugar, o solo algunos saben jugar. Aunque, lo cierto es que nada de lo que dije a priori se aplica a este lugar en particular: Ni la brisa es calmante, ni el lugar es agradable, ni su gente es amena y, obviamente, sus marines tampoco, porque ¿Qué clase de organización tiene un maldito patíbulo en una plaza? Me pregunto si era parte de algún tipo de morbo extraño que desconocía y que, a día de hoy, desconozco. Todavía recuerdo al orgulloso tesorero de Kilombo y me pregunto si este es el cambio que los marines han hecho, solo falta una guillotina y un pastel.
Aún no había terminado de atracar el navío, pero el repelús que me genera esta isla en particular me pone los pelos de punta y la piel de gallina. El lugar donde nací no es más que otro agujero oscuro donde el “bien” y el “mal” conviven, mientras que los ciudadanos prefieren hacer caso omiso, oídos sordos, a lo que ocurre en el bajo mundo. Loguetown es tan… Aborrecible como siempre. No sé si es mi percepción, pero los sonidos, los aromas, todo me resulta repelente, la “blanca navidad” que se celebra aquí debería estar teñida de flores rojo carmesí. No estaba para nada preparado para venir a este lugar, en absoluto, llevaba toda mi vida evitando descender aquí, pero la tripulación decidió que este era el próximo destino, que querían jugar en el Casino Missile, y no tenía forma, ni deseos, de explicar porque no estaba dispuesto a traerlos, así que simplemente apreté la mandíbula, respondiendo con un indiferente “Si eso quieren”, y aquí estamos.
Sin embargo, algo bueno podía salir de todo esto, porque, a diferencia de la última vez que estuve aquí, ahora era un adulto, podía defenderme, albergaba algo que se estuvo fraguando durante mucho tiempo, arrastrándose por debajo de mi piel, hirviendo en mi sangre, calando mi mente: Venganza. Era algo que no contemplaba seguido, no era necesario ¿Para qué? No pondría un pie en este lugar desgraciado otra vez, o eso fue lo que pensé, pero, durante el viaje, una sensación agría y ácida se gestó lentamente en la boca de mi estómago, suficiente para impulsarme a no dar marcha atrás, todo lo contrario: Perseguiría a quienes me habían lastimado, y acabaría con ellos uno por uno si estaba en mis manos la probabilidad de hacerlo.
El suspiro que dejo escapar cuando desciendo por la rampa de madera del barco genera el característico vaho blanquecino, provocado por el choque entre el calor interior de mi cuerpo y las frías temperaturas de la estación invernal. Camino tranquilamente por el puerto después de que la tripulación aseguró el barco se largaron al Casino de forma casi instantánea, puse los ojos en blanco, sabía lo mucho que les gustaba apostar a Bonez y Chrome, tenía una cierta inclinación por el ladrón, así que mis gestos eran algo más… Cálidos, después de todo era el más sincero de la tripulación. Me deslicé por las calles abarrotadas de Loguetown, el frío hacía que estuvieran un poco más despejadas, pero de todas formas debía apretar mis alas para que las personas no se topen con ellas, paso por la plaza que mencioné hace un momento, así como también por la zona comercial, sabía que los comerciantes tendrían información sobre lo que estaba buscando, pero no la suficiente, los rumores son información, claro, pero no dejan de ser rumores, por lo que decidí continuar.
La tentación de volar por encima de los edificios y casas era grande, pero el nudo de nostalgia que se formó en mi garganta me lo impidió, quería ver cómo este lugar había avanzado entre poco y nada, y así fue, porque a medida que comenzaba a alejarme de las zonas bonitas del centro, acercándome a las áreas menos pudientes, el bajo mundo de Loguetown se volvía paulatinamente más presente. No sentía cariño por nada en este lugar, que solo me traía melancolía, malos recuerdos, a diferencia de Isla de Dawn, a la cual consideré mi hogar, Loguetown solo vio el lugar que me vio nacer y sufrir. Chasqueé la lengua, dejando atrás la forja llena de hollín que había visto mil veces cuando niño, solo para seguir mi recorrido, esquivando la zona más transitada para evitar los ojos espías, las malas lenguas que esparcían rumores. Mi destino era el puerto, así como la zona comercial, era un buen lugar para empezar, solo que aquí los comercios ilegales eran notorios.
Y aflojarle la lengua a alguien sería cuestión de tiempo… O cuestión de armas.
El viejo puerto secundario estaba igual que como lo recordaba, busqué un lugar conveniente para observar, apoyándome detrás de una pila de cajas estable que me cubría fácilmente, pero que me dejaba un cierto margen para elegir a quien sería mi próxima presa. Me pasé los dedos por las alas, acicalándolas, solo para sacar de mi abrigo una caja de cigarrillos, la golpeé suavemente por debajo, y tomé con los labios el cigarro antes de encenderlo, dándole una calada-