Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
09-08-2024, 02:33 PM
(Última modificación: 09-08-2024, 02:34 PM por Camille Montpellier.)
Aunque por fuera no lo manifestó de ninguna forma, por dentro sintió una mezcla de alivio y agradecimiento a partes iguales cuando Octojin aceptó la petición. No fue del todo una sorpresa para ella, siempre se le había dado bien calar a la gente —o eso creía ella— y bien sabía que las apariencias tendían a engañar. Los gyojins tenían motivos más que de sobra para desconfiar de los humanos, no hablemos ya de la Marina, pero nada de eso los convertía necesariamente en malas personas o en unos monstruos. Fueran cuales fuesen sus circunstancias, si ella misma las hubiera vivido, probablemente el camino que habría recorrido sería muy diferente. Eso era una de las muchas cosas que había aprendido de Beatrice.
La inspección de la bodega fue rápida. No habían hecho ningún estropicio y todo parecía estar en su lugar salvo las cantidades ingentes de alcohol cuya ausencia resultaba más que evidente. No habían tenido que forzar la trampilla, pero eso era algo a lo que Hans ya había dado explicación. Volviendo a las cocinas, Camille observó el rastro que su compañero le señalaba y se limitó a asentir, desviando después su mirada hacia el tabernero.
—Volveremos con tu alcohol, Hans. Tú quédate aquí con tus chicos y evita que hagan ninguna tontería, bastante hemos tenido por un día —le pidió, ante lo que el pobre hombre se limitó a asentir con pesar.
Arrugó la nariz al momento de salir afuera, justo cuando el hedor del alcantarillado le dio un bofetón a su olfato. Si ese era el sitio donde el personal del Trago del Marinero descansaba, esperaba que salieran siempre con una mascarilla para evitar poner en peligro su salud. Los barrios menos pudientes de Loguetown a menudo eran quienes lidiaban con los restos de las altas esferas, una injusticia a la que Camille admitía con rabia no verle una solución sencilla. Bueno, siempre la había habido: que los recursos se destinasen equitativamente entre los ciudadanos... pero eso era poco más que una utopía. Había aprendido a medida que crecía que las reglas del mundo rara vez eran justas. Su labor era intentar ayudar con todos los medios a su alcance a aquellos más desfavorecidos. Quizá por eso congeniaba con gente como Hans y, tal vez también por eso, rara vez tenía problemas al pasearse con el uniforme por allí. No por nada recurrían a ella cuando había algún problema en zonas como aquella.
Sin distraerse, la oni siguió a su compañero acompasando su ritmo. Eran dos grandes moles recorriendo las callejuelas, cada vez más lejos del centro de la ciudad, lo que en parte camuflaba la claramente distinguible presencial de ese duo. El olfateo del escualo parecía retumbar con un sonido que, más que molesto, resultaba extraño para la recluta. No es que entendiera demasiado sobre biología marina, pero le resultaba extraño que fuera precisamente el olfato el sentido que tuviera más desarrollado un gyojin. Quizá se debiera a que ella no podía respirar bajo el agua, pero evidentemente ellos no tenían ese problema.
No tardaron en llegar junto a lo que podría definirse como una bodega, aunque poco tenía que ver con el edificio que albergaba el negocio de Hans. La estructura debió quedar abandonada tiempo atrás. aunque ahora parecía que la vida rebosaba en su interior. Qué conveniente. Desde allí podían percibir perfectamente las voces que salían del interior; no eran pocos.
Se alarmó cuando notó la presencia del crío, al igual que Octojin, pero viendo cómo se desenvolvía con él prefirió no intervenir. Cuando los ojos del niño se posaron sobre ella, decidió dedicarle una sonrisa amable para intentar tranquilizarle, como apoyo a las palabras del gyojin. Se dio un par de toques con el índice sobre el uniforme para que se fijase en él. Poco después se marchó corriendo, tal y como le había indicado su compañero.
Estuvo a punto de reírse por la situación, pero se contuvo.
—De entre todas las cosas del mundo, no esperaba que tuvieras mano con los niños —comentó con un tono casi burlón, volviendo su atención a la bodega en cuanto la sujetó de la chaqueta—. No, no veo a James. Quizá esté dentro.
Si el forastero destacaba por su fino olfato, ella lo hacía por su excelente vista. Aparte de los dos encapuchados que custodiaban la entrada de la bodega, de vez en cuando pasaba otra pareja de hombres no muy lejos. Lo hacían disimuladamente, pero a Camille no se le escapó el discreto gesto que intercambiaban entre ellos. Debían estar patrullando la zona para asegurarse de que no había nadie molesto cerca. «No hacen demasiado bien su trabajo, la verdad». Se los señaló al gyojin para que pudiera tenerlos en cuenta. El resto de ladrones debían estar dentro de la bodega.
Una vez se alejaron, la oni miró a su compañero de reojo con una ceja alzada.
—¿Me has visto cara de oficial o es que crees genuinamente que mi fortaleza es el sigilo? —inquirió, tras lo que sus labios se tornaron en una sonrisa cómplice—. Quizá con más gente, pero entre tú y yo: no creo que tengamos muchas más opciones.
Tras esto salió de su escondrijo apresuradamente, acercando la mano a la empuñadura de su odachi mientras cargaba hacia el frente. Ni siquiera se planteó si el gyojin iría detrás de ella, simplemente siguió su instinto. Los hombres que guardaban la entrada debieron pensar lo mismo. Uno de los dos gritó para avisar a los de dentro y pudo escucharse como, quizá por los nervios o la sorpresa, una botella se estrellaba contra el suelo en el interior de la bodega. Ambos vigilantes echaron mano a pequeñas pero afiladas dagas que guardaban bajo sus harapos. Camille sacó su arma del cinto, aún en su vaina.
—¡Yo no haría eso!
Sus palabras salieron como un rugido al tiempo que trazaba un amplio arco con la espada. La vaina golpeó a los rufianes y hasta pareció arrastrarlos en su trayectoria, presa de la inmensa fuerza que se gastaba la oni. Más por el impulso que por pretenderlo, cruzó el umbral de la puerta y se adentró temerariamente en la sala principal de la bodega. Esperándola se encontraban una docena de hombres armados rudimentariamente. Había cuchillos, espadas cortas y algún hacha, lo que habría complicado inmensamente la situación de haber ido sola. Por suerte no era el caso.
—Preferiría que os rindierais y soltarais las armas —empezó, viendo al momento cómo se aferraban a ellas, preparados para atacar—, pero me da en la nariz que no vamos a llegar a ningún acuerdo. Una lástima.
—Habría sido mejor que no te entrometieras, imbécil —gruñó uno de ellos, aunque tampoco se acercó. Igual la diferencia de estatura tenía algo que ver.
Los ojos de Camille analizaron la sala, topándose con un James sentado contra la pared del fondo de la sala y repleto de magulladuras. Parecía que no estaba muy consciente, por lo que a todos los efectos sonaba a que le habían dado una paliza. Frunció el ceño y clavó su mirada roja como la sangre en el canijo que había hablado.
—¿Eso crees? —Notó cómo el suelo retumbaba a su espalda con cada paso de quien acababa de entrar. Sonrió con burla—. A mí me parece que vais a desear no haberle robado a Hans. Le habéis jodido la comilona a mi nuevo amigo.
Señaló hacia su espalda con el pulgar mientras veía cómo todos retrocedían unos pocos pasos, reacios a bajar las armas. Parecía que no se iban a librar del baile.
La inspección de la bodega fue rápida. No habían hecho ningún estropicio y todo parecía estar en su lugar salvo las cantidades ingentes de alcohol cuya ausencia resultaba más que evidente. No habían tenido que forzar la trampilla, pero eso era algo a lo que Hans ya había dado explicación. Volviendo a las cocinas, Camille observó el rastro que su compañero le señalaba y se limitó a asentir, desviando después su mirada hacia el tabernero.
—Volveremos con tu alcohol, Hans. Tú quédate aquí con tus chicos y evita que hagan ninguna tontería, bastante hemos tenido por un día —le pidió, ante lo que el pobre hombre se limitó a asentir con pesar.
Arrugó la nariz al momento de salir afuera, justo cuando el hedor del alcantarillado le dio un bofetón a su olfato. Si ese era el sitio donde el personal del Trago del Marinero descansaba, esperaba que salieran siempre con una mascarilla para evitar poner en peligro su salud. Los barrios menos pudientes de Loguetown a menudo eran quienes lidiaban con los restos de las altas esferas, una injusticia a la que Camille admitía con rabia no verle una solución sencilla. Bueno, siempre la había habido: que los recursos se destinasen equitativamente entre los ciudadanos... pero eso era poco más que una utopía. Había aprendido a medida que crecía que las reglas del mundo rara vez eran justas. Su labor era intentar ayudar con todos los medios a su alcance a aquellos más desfavorecidos. Quizá por eso congeniaba con gente como Hans y, tal vez también por eso, rara vez tenía problemas al pasearse con el uniforme por allí. No por nada recurrían a ella cuando había algún problema en zonas como aquella.
Sin distraerse, la oni siguió a su compañero acompasando su ritmo. Eran dos grandes moles recorriendo las callejuelas, cada vez más lejos del centro de la ciudad, lo que en parte camuflaba la claramente distinguible presencial de ese duo. El olfateo del escualo parecía retumbar con un sonido que, más que molesto, resultaba extraño para la recluta. No es que entendiera demasiado sobre biología marina, pero le resultaba extraño que fuera precisamente el olfato el sentido que tuviera más desarrollado un gyojin. Quizá se debiera a que ella no podía respirar bajo el agua, pero evidentemente ellos no tenían ese problema.
No tardaron en llegar junto a lo que podría definirse como una bodega, aunque poco tenía que ver con el edificio que albergaba el negocio de Hans. La estructura debió quedar abandonada tiempo atrás. aunque ahora parecía que la vida rebosaba en su interior. Qué conveniente. Desde allí podían percibir perfectamente las voces que salían del interior; no eran pocos.
Se alarmó cuando notó la presencia del crío, al igual que Octojin, pero viendo cómo se desenvolvía con él prefirió no intervenir. Cuando los ojos del niño se posaron sobre ella, decidió dedicarle una sonrisa amable para intentar tranquilizarle, como apoyo a las palabras del gyojin. Se dio un par de toques con el índice sobre el uniforme para que se fijase en él. Poco después se marchó corriendo, tal y como le había indicado su compañero.
Estuvo a punto de reírse por la situación, pero se contuvo.
—De entre todas las cosas del mundo, no esperaba que tuvieras mano con los niños —comentó con un tono casi burlón, volviendo su atención a la bodega en cuanto la sujetó de la chaqueta—. No, no veo a James. Quizá esté dentro.
Si el forastero destacaba por su fino olfato, ella lo hacía por su excelente vista. Aparte de los dos encapuchados que custodiaban la entrada de la bodega, de vez en cuando pasaba otra pareja de hombres no muy lejos. Lo hacían disimuladamente, pero a Camille no se le escapó el discreto gesto que intercambiaban entre ellos. Debían estar patrullando la zona para asegurarse de que no había nadie molesto cerca. «No hacen demasiado bien su trabajo, la verdad». Se los señaló al gyojin para que pudiera tenerlos en cuenta. El resto de ladrones debían estar dentro de la bodega.
Una vez se alejaron, la oni miró a su compañero de reojo con una ceja alzada.
—¿Me has visto cara de oficial o es que crees genuinamente que mi fortaleza es el sigilo? —inquirió, tras lo que sus labios se tornaron en una sonrisa cómplice—. Quizá con más gente, pero entre tú y yo: no creo que tengamos muchas más opciones.
Tras esto salió de su escondrijo apresuradamente, acercando la mano a la empuñadura de su odachi mientras cargaba hacia el frente. Ni siquiera se planteó si el gyojin iría detrás de ella, simplemente siguió su instinto. Los hombres que guardaban la entrada debieron pensar lo mismo. Uno de los dos gritó para avisar a los de dentro y pudo escucharse como, quizá por los nervios o la sorpresa, una botella se estrellaba contra el suelo en el interior de la bodega. Ambos vigilantes echaron mano a pequeñas pero afiladas dagas que guardaban bajo sus harapos. Camille sacó su arma del cinto, aún en su vaina.
—¡Yo no haría eso!
Sus palabras salieron como un rugido al tiempo que trazaba un amplio arco con la espada. La vaina golpeó a los rufianes y hasta pareció arrastrarlos en su trayectoria, presa de la inmensa fuerza que se gastaba la oni. Más por el impulso que por pretenderlo, cruzó el umbral de la puerta y se adentró temerariamente en la sala principal de la bodega. Esperándola se encontraban una docena de hombres armados rudimentariamente. Había cuchillos, espadas cortas y algún hacha, lo que habría complicado inmensamente la situación de haber ido sola. Por suerte no era el caso.
—Preferiría que os rindierais y soltarais las armas —empezó, viendo al momento cómo se aferraban a ellas, preparados para atacar—, pero me da en la nariz que no vamos a llegar a ningún acuerdo. Una lástima.
—Habría sido mejor que no te entrometieras, imbécil —gruñó uno de ellos, aunque tampoco se acercó. Igual la diferencia de estatura tenía algo que ver.
Los ojos de Camille analizaron la sala, topándose con un James sentado contra la pared del fondo de la sala y repleto de magulladuras. Parecía que no estaba muy consciente, por lo que a todos los efectos sonaba a que le habían dado una paliza. Frunció el ceño y clavó su mirada roja como la sangre en el canijo que había hablado.
—¿Eso crees? —Notó cómo el suelo retumbaba a su espalda con cada paso de quien acababa de entrar. Sonrió con burla—. A mí me parece que vais a desear no haberle robado a Hans. Le habéis jodido la comilona a mi nuevo amigo.
Señaló hacia su espalda con el pulgar mientras veía cómo todos retrocedían unos pocos pasos, reacios a bajar las armas. Parecía que no se iban a librar del baile.