Masao Toduro
El niño de los lloros
09-08-2024, 05:51 PM
(Última modificación: 09-08-2024, 05:52 PM por Masao Toduro.)
—¿Así que ha habido tormenta? — preguntó a uno de sus compañeros de travesía, otro raso de nombre Takumi, el cual le acaba de comentar que había pasado una tormenta hacia poco por la isla a la que se dirigían, Loguetown.
Me encontraba en la cubierta del barco, uno de los tantos buques de trasporte que se iban llevando y trayendo efectivos de un mar a otro, finalmente le había tocado abandonar su mar de origen, el del sur, así como sus cálidas brisas. No había sido cuanto menos un periplo fácil, de hecho, no había conocido la palabra periplo hasta que se la había escuchado al capitán Colón, mucho menos se habría imaginado que toda aquella travesía le había supuesto nada menos que un mes, y es que para alguien como él que nunca había salido del barrio de “Tres hermanas”, el mundo exterior adquiría unas dimensiones titánicas.
En lo que el navío se aproximaba a la costa, me palpé el pecho del uniforme marino oscuro de la brigada, al parecer todavía conservaba la carta que le había dado cuando le hablo del “traslado”, la verdad es que no entendía mucho las burocracias aquellas que se manejaban, suponía que volvería a hacer lo que hacia antes, llevar de un lado a otro los paquetes solo que en vez de hachís ahora serían armas, bueno, tampoco es que fuera a ser la primera vez que cargaba una caja de ellas a la espalda, aunque si iba a ser la primera vez que lo hacía de una forma legal.
—De todas formas, no me molestaba por una vez no estar al mando de algo— murmuraba para sus adentros, antes de dar un aplauso, algo que ya no resultaba tan sorprendente para la gente con la que había convivido un mes —Perdónalos mi virgencita, pues no saben lo que hacen— pensó para sus adentros antes de dar otro aplauso de agradecimiento a la santa de las hostias.
En cuanto el barco termino de llegar a la costa, rápidamente me puse en faena a la que ya se había acostumbrado, y es que tirar de aquellas velas y hacer nudos era un trabajo de niños en comparación a lo que venía siendo habitual. Y es que, su nueva máxima era dar todo en lo que había sido su mejor trabajo hasta la fecha, más después de ver las “Recetas” que le estaban enviando sus otros siete hermanos, bueno más que ver que se las leyera Colón.
—“Cinco mil berries en ropa, 8000 en libros — resonaron las palabras del capitán en su cabeza —En total la suma superaba los dieciocho mil berries en lo que llevan de mes, a un dieciocho por ciento en interés…— volvieron a resonar las palabras de Colón.
Y es que al parecer había adquirido una deuda grande con la conmuta de su condena, la verdad es que no entendía porque no le podían haber “perdonao” y ya, pero al parecer el sistema en el que debía creer era un rígido y sin excepciones y por su parte tampoco debía deberle nada a nadie, una vez que sus hermanos ya tuvieran todos sus trabajos ya vería lo que haría, aunque para eso todavía quedaba mucho, pero mucho tiempo…
Entre estos pensamientos y demás tareas rutinarias de llegar a un puerto, el tiempo se paso volando y para cuando quiso darse cuenta ya se encontraba en el puerto, con su petate a la espalda dando palmas en agradecimiento a la virgen por llegar a puerto de forma segura. Lo que tal vez no fuera muy seguro para los oídos, era andar por aquella zona a esas horas, puesto que no se tardo en escuchar un vozarrón del sur.
“Cuando ella me dijo… Que no me quería… Corrí como un loco…. De pena y dolor”
Y es que uno podía dejar el barrio, pero el barrio nunca le abandonaba a uno. ¿A todo esto, a donde coño tenía que ir?
Me encontraba en la cubierta del barco, uno de los tantos buques de trasporte que se iban llevando y trayendo efectivos de un mar a otro, finalmente le había tocado abandonar su mar de origen, el del sur, así como sus cálidas brisas. No había sido cuanto menos un periplo fácil, de hecho, no había conocido la palabra periplo hasta que se la había escuchado al capitán Colón, mucho menos se habría imaginado que toda aquella travesía le había supuesto nada menos que un mes, y es que para alguien como él que nunca había salido del barrio de “Tres hermanas”, el mundo exterior adquiría unas dimensiones titánicas.
En lo que el navío se aproximaba a la costa, me palpé el pecho del uniforme marino oscuro de la brigada, al parecer todavía conservaba la carta que le había dado cuando le hablo del “traslado”, la verdad es que no entendía mucho las burocracias aquellas que se manejaban, suponía que volvería a hacer lo que hacia antes, llevar de un lado a otro los paquetes solo que en vez de hachís ahora serían armas, bueno, tampoco es que fuera a ser la primera vez que cargaba una caja de ellas a la espalda, aunque si iba a ser la primera vez que lo hacía de una forma legal.
—De todas formas, no me molestaba por una vez no estar al mando de algo— murmuraba para sus adentros, antes de dar un aplauso, algo que ya no resultaba tan sorprendente para la gente con la que había convivido un mes —Perdónalos mi virgencita, pues no saben lo que hacen— pensó para sus adentros antes de dar otro aplauso de agradecimiento a la santa de las hostias.
En cuanto el barco termino de llegar a la costa, rápidamente me puse en faena a la que ya se había acostumbrado, y es que tirar de aquellas velas y hacer nudos era un trabajo de niños en comparación a lo que venía siendo habitual. Y es que, su nueva máxima era dar todo en lo que había sido su mejor trabajo hasta la fecha, más después de ver las “Recetas” que le estaban enviando sus otros siete hermanos, bueno más que ver que se las leyera Colón.
—“Cinco mil berries en ropa, 8000 en libros — resonaron las palabras del capitán en su cabeza —En total la suma superaba los dieciocho mil berries en lo que llevan de mes, a un dieciocho por ciento en interés…— volvieron a resonar las palabras de Colón.
Y es que al parecer había adquirido una deuda grande con la conmuta de su condena, la verdad es que no entendía porque no le podían haber “perdonao” y ya, pero al parecer el sistema en el que debía creer era un rígido y sin excepciones y por su parte tampoco debía deberle nada a nadie, una vez que sus hermanos ya tuvieran todos sus trabajos ya vería lo que haría, aunque para eso todavía quedaba mucho, pero mucho tiempo…
Entre estos pensamientos y demás tareas rutinarias de llegar a un puerto, el tiempo se paso volando y para cuando quiso darse cuenta ya se encontraba en el puerto, con su petate a la espalda dando palmas en agradecimiento a la virgen por llegar a puerto de forma segura. Lo que tal vez no fuera muy seguro para los oídos, era andar por aquella zona a esas horas, puesto que no se tardo en escuchar un vozarrón del sur.
“Cuando ella me dijo… Que no me quería… Corrí como un loco…. De pena y dolor”
Y es que uno podía dejar el barrio, pero el barrio nunca le abandonaba a uno. ¿A todo esto, a donde coño tenía que ir?