Octojin
El terror blanco
08-01-2025, 03:45 PM
La nieve caía con un ritmo hipnótico sobre el puerto de Siniysk, cubriendo con una capa blanca y brillante las casas de madera oscura y piedra, cuyas ventanas emitían un cálido resplandor anaranjado. Algunas tenían la suerte de disponer de chimeneas y éstas hacían del ambiente más cálido, a pesar de verlas por fuera. Era un importante contraste con la helada oscuridad de la noche, donde la actividad en las calles era inusualmente bulliciosa. Comerciantes, extranjeros y lugareños se movían de un lado a otro, creando un murmullo constante que se mezclaba con el ulular del viento y el crujido de los mástiles de los barcos atracados. Aquello era un sonido que particularmente gustaba al tiburón, ya que entre barcos era donde pasaba gran parte del tiempo y estaba más que acostumbrado a ese sonido. Tanto que a veces lo ignoraba, siendo un ruido más que formaba parte del ambiente.
En uno de esos barcos, una nave de aspecto modesto pero resistente, se encontraba Octojin. El camarote era pequeño, con apenas espacio para un catre, un escritorio desordenado y un armario raído, pero había un orden funcional en el caos. Sentado en el borde del catre, Octojin observaba su mochila abierta sobre el suelo. Sus brazos trabajaban con eficiencia, asegurándose de que cada objeto estuviera en su lugar y todo lo que necesitaba para su incursión estuviera en esa mochila.
Primero, los dos pares de nudilleras. Las revisó rápidamente, asegurándose de que las correas estuvieran en buen estado, antes de meterlas cuidadosamente en la mochila, un par al lado del otro. Luego, sacó una identificación falsa que le habían dado en la marina para este tipo de casos en los que no estaban de servicio. Un simple documento que lo presentaba como un simple civil. Era un detalle necesario; no quería llamar demasiado la atención en una isla con tantas miradas curiosas. Tras esto, metió un pequeño botiquín, un bote de pastillas, una ración de comida envuelta en tela impermeable y sus diales: uno de agua, otro de viento, otro de luz y el de las descargas eléctricas. Y, por su puesto, su Den Den Mushi.
Finalmente, Octojin se levantó y fue hacia el desvencijado armario. La brisa helada que se colaba por las rendijas del camarote le recordó que necesitaría ropa adecuada. Escogió una chaqueta acolchada y un gorro de lana que se ajustó sobre su cabeza. También se colocó unas botas altas y un pantalón térmico, asegurándose de que todo quedara perfectamente ajustado para combatir el frío. Estaba costumbrado a las corrientes frías del océano, pero allí en tierra firme, le costaba mucho más aguantar la temperatura.
Con la mochila al hombro y su ropa de civil lista, Octojin salió del camarote y recorrió la cubierta del barco, dejando tras de sí un rastro de pisadas por la cubierta. Había pasado varios días reparándolo tras la tormenta, y aunque aún quedaban detalles por ajustar, la nave estaba en condiciones de navegar nuevamente. Sin embargo, esa noche había algo más importante en su mente que el mantenimiento del barco. Y por eso se decidió a salir. Camille y Alex estaban en el barco, durmiendo y descansando. El escualo hubiese dejado una nota informándoles de que partía, pero tenía la mejor excusa de todas: No sabía escribir.
Se adentró en el puerto de Siniysk, donde la nieve crujía bajo sus botas con mayor intensidad que la cubierta del barco, y el aire estaba impregnado de un aroma a salitre y madera quemada propia de casi cualquier muelle por la noche. Su destino era claro: la taberna más cercana. Necesitaba calentarse, y más importante aún, necesitaba información.
La taberna era un lugar cálido y ruidoso, con mesas llenas de marineros, comerciantes y aventureros que hablaban en voz alta mientras bebían. Octojin pidió una bebida caliente y tomó asiento cerca de la barra, atento a las conversaciones que lo rodeaban. No tardó en captar fragmentos de historias: rumores sobre el Consorcio del Viento y su llegada a la isla, y sobre las misteriosas desapariciones que habían alarmado a la población local.
Conocía el Consorcio del Viento de oídas. Por lo visto eran unos comerciantes con bastante renombre que iban de aquí para allá vendiendo cosas. No tenía mucha más información, y algo le decía que ese día la conseguiría.
Un hombre sentado en la mesa contigua relataba con dramatismo cómo un pescador había desaparecido a plena luz del día, dejando su caña y sus pertenencias intactas. Otros murmuraban que el Consorcio tenía algo que ver, porque justo empezaron las desapariciones cuando ellos llegaron, aunque nadie podía demostrarlo. La situación era extraña y preocupante, y Octojin no podía ignorarla.
Lo cierto es que aquella coincidencia olía un poco mal. El habitante del mar se rascó la cabeza y cuando el tabernero pasó cerca, Octojin aprovechó para llamarlo.
—Otra ronda, por favor —dijo, colocando unas monedas sobre la barra—. Y una pregunta, si no es mucha molestia. Ese Consorcio del Viento, ¿qué vende exactamente? He oído que tienen cosas interesantes, pero me gusta saber en qué me meto antes de gastar mis berries.
El gyojin esperaría la respuesta del tabernero. Por lo que había oído, solían vender cosas tecnológicas y ropajes de toda índole. Desde lujos hasta ropas normales. Pero el escualo era una persona que no se fiaba mucho de los rumores, así que mejor preguntar y asegurar que creer en algo que luego podía resultar falso.
Lo cierto es que el marine estaba en Ivansk como civil, sin ninguna misión oficial, pero las desapariciones y los rumores sobre el Consorcio del Viento eran demasiado sospechosos para ignorarlos. Quizás entrar como un cliente más y observar de cerca podría darle las respuestas que buscaba.
Tomó un sorbo de su bebida caliente y miró hacia la ventana empañada. La nieve seguía cayendo, cubriendo el mundo exterior con su manto blanco. Algo le decía que su estancia en Siniysk sería mucho más interesante de lo que había anticipado.