Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
12-01-2025, 07:30 PM
La madera bajo sus pies crujía con un sonido hueco mientras se acercaba al centro del claro. El poste de madera, ennegrecido por el tiempo y quizá algo más, se alzaba como un monolito de un pasado que no debería haber existido. Las gotas de sangre se acumulaban en la base, formando un círculo imperfecto. El aire aquí era diferente, más pesado, como si los árboles que rodeaban el lugar estuvieran conteniendo la respiración. Marian observó la estructura con una mezcla de fascinación y desprecio. Su adicción al control y al caos calculado se mezclaba con la repulsión hacia los rituales descuidados e inexactos. Si esto era obra de "La Bruja", o de alguien bajo su mando, estaba claro que aún quedaban vestigios de algo primitivo, incompleto. Lo rozó con la yema de los dedos y, como era su costumbre, se llevó el sabor a los labios. Las notas de hierro y putrefacción despertaron recuerdos vagos. Algo en ese sabor le decía que el sacrificio había sido reciente, pero también que la víctima no era… común. El viento volvió a susurrar su nombre, y esta vez fue más claro, más cercano. “Marian…” Parecía deslizarse por la piel como un escalofrío, como si las palabras hubieran sido pensadas para él desde el principio. Giró la cabeza ligeramente, sus sentidos agudizados buscando un punto de origen. Sus ojos, tan entrenados como su oído, captaron algo en la distancia: una silueta entre las sombras de los árboles.
No parecía moverse, pero había algo perturbador en su inmovilidad, como si estuviera esperando, calculando. Marian se llevó la mano al interior del abrigo, donde el mango de su arma descansaba, un recordatorio de su papel en este teatro de muerte. Pero no la desenvainó. No todavía. En su experiencia, los más grandes secretos eran arrancados en los momentos de calma antes del caos. El olor a ceniza y carne quemada era más intenso aquí, como si el viento trajera consigo los ecos de un incendio distante. A medida que sus pasos lo llevaban más cerca de las ruinas, los detalles del lugar se volvían más claros. Las marcas talladas en el poste no eran sólo decorativas; eran símbolos antiguos, intrincados, grabados con una precisión que no coincidía con la tosquedad de la construcción. Reconoció algunos de ellos de informes pasados: runas que simbolizaban sacrificio, conexión espiritual, y algo más oscuro. Algo relacionado con las puertas entre mundos. El poste era una advertencia. O una invitación. El silvido comenzó de nuevo, esta vez en un idioma que no conocía, pero que podía sentir. Las palabras eran como agujas perforando sus sentidos, y su oído, siempre agudo, lo obligaba a procesarlas aunque no quisiera. "Puertas…" "Transición…" "Vida para el poder…"
La silueta en la distancia se movió finalmente, sólo un paso, pero suficiente para confirmar que era humana. O, al menos, tenía la apariencia de serlo. Un cabello largo y blanco flotaba con el viento, como un espectro. Marian entrecerró los ojos, su instinto le decía que lo que veía podía no ser lo que realmente era. —¿Has venido a terminar lo que empezaste? —La voz era femenina, pero no cálida. Era fría como el hielo que cubría la isla, cortante y llena de una autoridad que exigía atención.La confusión no llegó a dominar tu mente, Marian. Tu espíritu fuerte te permitió asimilar la escena sin perder el control, pero un torrente de preguntas inundó tu pensamiento. ¿Cómo podía estar aquí? ¿Había escapado? ¿O había algo más grande en juego? Aun así, sientes como tu cuerpo vive de repente un bajón de ánimos increible. Ella sonrió, una mueca que no alcanzaba tus ojos. Y entonces, el suelo bajo sus pies tembló. Los símbolos grabados en el poste comenzaron a brillar con un rojo oscuro, como brasas encendidas. La sangre en la nieve empezó a moverse, serpenteando hacia el centro del círculo como si tuviera vida propia. —No era yo, Marian. —La mujer levantó una mano, señalándolo con un dedo delgado y pálido.— Nunca fue sólo una. Pero tú… siempre estuviste destinado a volver aquí.
El aire a su alrededor se comprimió, y por un instante, todo el bosque pareció contener la respiración. ¿Que quería decir? ¿?habías estado antes allí? ¿era una forma de hablar teoricamente sobre otra cosa? —Entonces hablemos —Dijo con calma, sus labios curvándose en una ligera sonrisa mientras sus ojos se entrecerraban.— Aunque dudo que tengas mucho que decir antes de que termine lo que vine a hacer.
La sonrisa de la mujer se desvaneció, reemplazada por algo más… primitivo. Algo que Marian entendió al instante. Poder.
Desprendía poder.
No parecía moverse, pero había algo perturbador en su inmovilidad, como si estuviera esperando, calculando. Marian se llevó la mano al interior del abrigo, donde el mango de su arma descansaba, un recordatorio de su papel en este teatro de muerte. Pero no la desenvainó. No todavía. En su experiencia, los más grandes secretos eran arrancados en los momentos de calma antes del caos. El olor a ceniza y carne quemada era más intenso aquí, como si el viento trajera consigo los ecos de un incendio distante. A medida que sus pasos lo llevaban más cerca de las ruinas, los detalles del lugar se volvían más claros. Las marcas talladas en el poste no eran sólo decorativas; eran símbolos antiguos, intrincados, grabados con una precisión que no coincidía con la tosquedad de la construcción. Reconoció algunos de ellos de informes pasados: runas que simbolizaban sacrificio, conexión espiritual, y algo más oscuro. Algo relacionado con las puertas entre mundos. El poste era una advertencia. O una invitación. El silvido comenzó de nuevo, esta vez en un idioma que no conocía, pero que podía sentir. Las palabras eran como agujas perforando sus sentidos, y su oído, siempre agudo, lo obligaba a procesarlas aunque no quisiera. "Puertas…" "Transición…" "Vida para el poder…"
La silueta en la distancia se movió finalmente, sólo un paso, pero suficiente para confirmar que era humana. O, al menos, tenía la apariencia de serlo. Un cabello largo y blanco flotaba con el viento, como un espectro. Marian entrecerró los ojos, su instinto le decía que lo que veía podía no ser lo que realmente era. —¿Has venido a terminar lo que empezaste? —La voz era femenina, pero no cálida. Era fría como el hielo que cubría la isla, cortante y llena de una autoridad que exigía atención.La confusión no llegó a dominar tu mente, Marian. Tu espíritu fuerte te permitió asimilar la escena sin perder el control, pero un torrente de preguntas inundó tu pensamiento. ¿Cómo podía estar aquí? ¿Había escapado? ¿O había algo más grande en juego? Aun así, sientes como tu cuerpo vive de repente un bajón de ánimos increible. Ella sonrió, una mueca que no alcanzaba tus ojos. Y entonces, el suelo bajo sus pies tembló. Los símbolos grabados en el poste comenzaron a brillar con un rojo oscuro, como brasas encendidas. La sangre en la nieve empezó a moverse, serpenteando hacia el centro del círculo como si tuviera vida propia. —No era yo, Marian. —La mujer levantó una mano, señalándolo con un dedo delgado y pálido.— Nunca fue sólo una. Pero tú… siempre estuviste destinado a volver aquí.
El aire a su alrededor se comprimió, y por un instante, todo el bosque pareció contener la respiración. ¿Que quería decir? ¿?habías estado antes allí? ¿era una forma de hablar teoricamente sobre otra cosa? —Entonces hablemos —Dijo con calma, sus labios curvándose en una ligera sonrisa mientras sus ojos se entrecerraban.— Aunque dudo que tengas mucho que decir antes de que termine lo que vine a hacer.
La sonrisa de la mujer se desvaneció, reemplazada por algo más… primitivo. Algo que Marian entendió al instante. Poder.
Desprendía poder.