Marian
Marian
14-01-2025, 02:24 AM
Cada paso que daba aquella mujer, aunque imaginario, envolvía a Marian en una atmósfera petrificante que anulaba por completo sus movimientos. Y toda su esencia. Cada palabra pesaba más que la anterior, y el agente no era capaz más que responder con pequeños e ininterrumpidos jadeos. “Una secta, una hermandad…”, pensaba para sí mismo, mientras se aferraba al extremo de su bastón para no perder el equilibrio. Por momentos, aquella sensación de rigidez, el miedo que lo había apresado minutos antes, desaparecía. Cada palabra, por pesada que fuese, liberaba algo dentro de Marian que convertía su cuerpo en algo más liviano. ¿Acaso estaba cayendo en aquella treta sobre una supuesta causa? La madera no dejaba de crujir, quizá por la agonía tambaleante del cuerpo del agente y por la fuerza que ejercía en su particular bastón, que agrietaba cada uno de los restos sobre las que se posaba.
Cada frase retumbaba en la cabeza de Marian, como si todo lo que aquella mujer tuviese que decir fuese parte de su credo. Quién sabe, quizá por el poder que parecía emanar, sus susurros resultaban órdenes para él. Meras reglas que podrían haber estado escritas incluso antes de los primeros registros de la existencia humana. Fue entonces cuando se dio cuenta de que los rumores de “La Bruja” no eran tan diminutos como pudiesen haber resultado desde un principio. Eran tan sólo partes de un gran relato, de una narrativa que escondía una esencia, un aura y un poder sin precedentes conocidos para el agente. “Temer”, esta palabra hacía eco en su cabeza. ¿Acaso esa era la imagen que estaba proyectando? ¿La de un ser indefenso, sin escapatoria?
Su figura se volvía nítida por momentos, pero no lo suficiente como para verla con claridad. El viento, la niebla y las sombras envolvían a aquella mujer como si fuese algo especial, algo que no cualquier persona pudiese apreciar. Y seguía hablando, cada vez con un tono de voz más elevado, con susurros que penetraban la psyque de Marian de una manera inimaginable. “¿Parte de vosotros? ¿Acaso… sois Dracul?”, podría resultar inocente, pero él no era consciente en este momento de lo que estas palabras podrían significar. “No esperaba encontrar más que una mujer aterrada, escondida de la población. Atormentada por unas creencias de las que no podía escapar y… quizá no me haya equivocado”, recuperaba su fuerza por momentos. El viento no era ya tan frío y sus labios parecían recuperar la nitidez habitual. “Podrás quebrar mi cuerpo, pero jamás mi fe. Y eso es algo que sólo depende de mí, no de quienes me la desean imponer”, relamió sus labios. “Como tú, ahora mismo”, sentenció.
El sonido metálico del movimiento detrás de la roca fue la chispa que encendió la reacción de Marian. Cada músculo, a pesar del temblor y la rigidez provocados por la influencia de la mujer, se tensó en una sincronía instintiva. Una sombra. No, una figura claramente humana se acercaba hacia él con un destello metálico que su aguda vista no pudo obviar, y que su oído también fue capaz de prever. Con su diestra, donde reposaba su querido bastón, apretó el mango y lo alzó con un movimiento fluido. El peso del arma en su mano era una constante en su vida, una extensión de su voluntad.
La figura robusta emergió de las sombras con un rugido gutural, su arma brillando tenuemente bajo la luz que se filtraba entre los árboles. Marian lo observó con atención. Había algo torpe en los movimientos del atacante, como si su cuerpo estuviera dirigido más por impulso que por precisión. O, quizá, por una fe ciega carente de ideales concretos. Eso era la religión que profesaban. Algo débil en comparación a lo que él defendía. El mazo de Marian y el filo de aquel arma impactarían en medio de aquel campo nevado, y tan sólo uno de los dos quedaría intacto en el lugar. “Rompecoraza...”, susurraría.