Octojin
El terror blanco
14-01-2025, 11:21 AM
El calor de la taberna contrastaba con el frío que reinaba fuera. Una situación curiosa cuanto menos, que hacía estar aún más a gusto al escualo. Octojin, con esos guantes que tanto le costó encontrar, se encontraba descansando sobre la barra, mientras mantenía los ojos en el tabernero y sus dedos tamborileaban suavemente. Cada palabra del hombre parecía contener piezas de un rompecabezas que, aunque incompleto, comenzaba a tomar forma. Entre sorbos de su bebida caliente, el gyojin asintió lentamente.
—¿Una máquina de helados? —repitió con una sonrisa ladeada, como si aquello fuera el mayor de los caprichos— Debe ser un lujo que cualquier taberna querría tener. Imagínese, en pleno verano, filas de gente entrando solo por un helado mientras las mesas están abarrotadas por gente que bebe cosas frías. Tiene usted una buena visión de negocios, ¿verdad?
La idea no solo agradaba al tabernero, sino que parecía iluminar su rostro cansado. Octojin tomó nota mentalmente. Tal vez, si conseguía esa máquina, podría utilizarla como moneda de cambio para obtener información más detallada. Ganarse la confianza del hombre detrás de la barra siempre era un movimiento inteligente. Dios sabe que esa gente conocía más información que los espías. Desde conversaciones que no debieron llegar a sus oídos, hasta otras en las cuales eran ellos mismos los que ponían los oídos. Ser tabernero no debía ser fácil, pero era el cielo de los cotillas.
Mientras bebía, sus ojos se desviaron sutilmente hacia los otros clientes. Había una mezcla interesante de rostros: locales vestidos con gruesas prendas de lana, marineros que probablemente acababan de atracar y un par de figuras con capas más elegantes, tal vez nobles o comerciantes. El Consorcio del Viento parecía ser un tema recurrente en las conversaciones. Algo así como el circo cuando llega a la ciudad, que no hay otro tema de conversación. Algunos hablaban con admiración de sus productos, mientras otros bajaban la voz, como si temieran que alguien los escuchara criticar a los poderosos mercaderes. Pero desde luego, lo que estaba completamente claro, era que, queriéndolo o no, eran el centro de la gran mayoría de conversaciones.
El tabernero continuó limpiando un vaso, lanzándole de vez en cuando miradas que parecían evaluar si podía confiar más en él. Octojin no insistió demasiado; sabía que el hombre ya había dicho todo lo que estaba dispuesto a compartir. Las monedas que había dejado sobre la barra eran suficientes para mantenerlo en buenos términos.
Cuando estaba por marcharse, la puerta de la taberna se abrió con un crujido, dejando entrar un soplo de viento helado y un nuevo personaje. El recién llegado, un hombre de barba colorina y atuendo ostentoso, avanzó hacia la barra, dejando un rastro de nieve derretida a su paso que el escualo fue siguiendo con la mirada. Su chaquetón rojo brillante y las botas que parecían de cuero de serpiente lo hacían destacar incluso entre la clientela variopinta del lugar. Se sentó junto a Octojin, haciendo un gesto al tabernero para que le sirviera.
El gyojin no tuvo que esperar mucho para que el hombre comenzara a hablar. Era el tipo de persona que no necesitaba invitación para compartir su opinión. Entre gruñidos y sorbos de cerveza, lanzó una diatriba contra el Consorcio del Viento.
Los catalogó como unos estafadores. Alegando que tenían cosas que no podías encontrar en casi ningún otro lugar, pero que si no las pagabas de inmediato, te freían a intereses. Incluso dijo algo que resonó con fuerza en la cabeza del tiburón. Algo como que daba igual el dinero que realmente tuvieses. Siempre encontrarían la manera de exprimirte hasta la última moneda. ¿Cómo podía ser aquello? ¿Quizá te ponían más intereses cuanto más dinero tuvieses?
Octojin alzó una ceja mientras aceptaba la bebida que el hombre le ofrecía. Levantó el vaso en señal de agradecimiento antes de dar un sorbo. Siguió pensativo, intentando descifrar esas palabras del tipo. Quizá solo estaba enfadado con ellos y estaba exagerando todo, pero en cualquier caso, hizo que el cerebro del habitante del mar trabajase más de lo normal.
—Gracias, amigo. No todos los días te encuentras con alguien tan generoso —Dejó el vaso sobre la barra y añadió, como quien no quiere la cosa—. Entonces, ¿usted ha tenido algún trato con ellos? Estoy considerando acercarme a ver si tienen algo útil para mi negocio. Trabajo en el nomble arte de la carpintería y siempre busco herramientas de calidad. Pero es cierto que sus palabras me hacen pensar si realmente debo ir ahí o a cualquier otro comercio local.
El tiburón esperaría la respuesta del hombre, aunque su expresión era difícil de leer entre las sombras que proyectaba la luz de las lámparas, tenía casi por seguro que su respuesta sería una nueva crítica al consorcio. Octojin observaría su reacción con cuidado, evaluando cada gesto e intentando encontrar alguna pista más entre sus palabras. Porque, hasta ahora, tenía una pregunta clara en su mente. ¿Era posible que su fortuna proviniera más del endeudamiento de los demás que de las ventas directas? El gyojin sabía que, en el mundo de los negocios, el poder a menudo se construía sobre las espaldas de los menos afortunados. Y a juzgar por las palabras de ese tipo, parecía ser algo así.
Si el tipo tenía de a bien responder, dejaría unas monedas adicionales sobre la barra, lo suficiente para invitar al hombre a otra copa y dejar una propina generosa para el tabernero. Había aprendido lo suficiente por ahora, y era hora de moverse.
—Gracias por la bebida y por la charla —dijo al hombre, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto—. Espero que no se topen con más problemas… aunque en este mundo, eso es pedir mucho.
Octojin ajustaría su abrigo y se dirigiría a la salida. Afuera, el viento helado lo recibió como un viejo enemigo, pero su mente estaba ya en otra parte. El Consorcio del Viento era su próximo destino, y aunque no sabía exactamente qué esperaba encontrar, estaba claro que había más de lo que parecía a simple vista. De momento, tenía dos salidas si lograba ir hasta ellos, la primera era buscar útiles de carpintería, la segunda, esa máquina de helados. Dependiendo de la situación, intentaría ir por un camino o por el otro.
—¿Una máquina de helados? —repitió con una sonrisa ladeada, como si aquello fuera el mayor de los caprichos— Debe ser un lujo que cualquier taberna querría tener. Imagínese, en pleno verano, filas de gente entrando solo por un helado mientras las mesas están abarrotadas por gente que bebe cosas frías. Tiene usted una buena visión de negocios, ¿verdad?
La idea no solo agradaba al tabernero, sino que parecía iluminar su rostro cansado. Octojin tomó nota mentalmente. Tal vez, si conseguía esa máquina, podría utilizarla como moneda de cambio para obtener información más detallada. Ganarse la confianza del hombre detrás de la barra siempre era un movimiento inteligente. Dios sabe que esa gente conocía más información que los espías. Desde conversaciones que no debieron llegar a sus oídos, hasta otras en las cuales eran ellos mismos los que ponían los oídos. Ser tabernero no debía ser fácil, pero era el cielo de los cotillas.
Mientras bebía, sus ojos se desviaron sutilmente hacia los otros clientes. Había una mezcla interesante de rostros: locales vestidos con gruesas prendas de lana, marineros que probablemente acababan de atracar y un par de figuras con capas más elegantes, tal vez nobles o comerciantes. El Consorcio del Viento parecía ser un tema recurrente en las conversaciones. Algo así como el circo cuando llega a la ciudad, que no hay otro tema de conversación. Algunos hablaban con admiración de sus productos, mientras otros bajaban la voz, como si temieran que alguien los escuchara criticar a los poderosos mercaderes. Pero desde luego, lo que estaba completamente claro, era que, queriéndolo o no, eran el centro de la gran mayoría de conversaciones.
El tabernero continuó limpiando un vaso, lanzándole de vez en cuando miradas que parecían evaluar si podía confiar más en él. Octojin no insistió demasiado; sabía que el hombre ya había dicho todo lo que estaba dispuesto a compartir. Las monedas que había dejado sobre la barra eran suficientes para mantenerlo en buenos términos.
Cuando estaba por marcharse, la puerta de la taberna se abrió con un crujido, dejando entrar un soplo de viento helado y un nuevo personaje. El recién llegado, un hombre de barba colorina y atuendo ostentoso, avanzó hacia la barra, dejando un rastro de nieve derretida a su paso que el escualo fue siguiendo con la mirada. Su chaquetón rojo brillante y las botas que parecían de cuero de serpiente lo hacían destacar incluso entre la clientela variopinta del lugar. Se sentó junto a Octojin, haciendo un gesto al tabernero para que le sirviera.
El gyojin no tuvo que esperar mucho para que el hombre comenzara a hablar. Era el tipo de persona que no necesitaba invitación para compartir su opinión. Entre gruñidos y sorbos de cerveza, lanzó una diatriba contra el Consorcio del Viento.
Los catalogó como unos estafadores. Alegando que tenían cosas que no podías encontrar en casi ningún otro lugar, pero que si no las pagabas de inmediato, te freían a intereses. Incluso dijo algo que resonó con fuerza en la cabeza del tiburón. Algo como que daba igual el dinero que realmente tuvieses. Siempre encontrarían la manera de exprimirte hasta la última moneda. ¿Cómo podía ser aquello? ¿Quizá te ponían más intereses cuanto más dinero tuvieses?
Octojin alzó una ceja mientras aceptaba la bebida que el hombre le ofrecía. Levantó el vaso en señal de agradecimiento antes de dar un sorbo. Siguió pensativo, intentando descifrar esas palabras del tipo. Quizá solo estaba enfadado con ellos y estaba exagerando todo, pero en cualquier caso, hizo que el cerebro del habitante del mar trabajase más de lo normal.
—Gracias, amigo. No todos los días te encuentras con alguien tan generoso —Dejó el vaso sobre la barra y añadió, como quien no quiere la cosa—. Entonces, ¿usted ha tenido algún trato con ellos? Estoy considerando acercarme a ver si tienen algo útil para mi negocio. Trabajo en el nomble arte de la carpintería y siempre busco herramientas de calidad. Pero es cierto que sus palabras me hacen pensar si realmente debo ir ahí o a cualquier otro comercio local.
El tiburón esperaría la respuesta del hombre, aunque su expresión era difícil de leer entre las sombras que proyectaba la luz de las lámparas, tenía casi por seguro que su respuesta sería una nueva crítica al consorcio. Octojin observaría su reacción con cuidado, evaluando cada gesto e intentando encontrar alguna pista más entre sus palabras. Porque, hasta ahora, tenía una pregunta clara en su mente. ¿Era posible que su fortuna proviniera más del endeudamiento de los demás que de las ventas directas? El gyojin sabía que, en el mundo de los negocios, el poder a menudo se construía sobre las espaldas de los menos afortunados. Y a juzgar por las palabras de ese tipo, parecía ser algo así.
Si el tipo tenía de a bien responder, dejaría unas monedas adicionales sobre la barra, lo suficiente para invitar al hombre a otra copa y dejar una propina generosa para el tabernero. Había aprendido lo suficiente por ahora, y era hora de moverse.
—Gracias por la bebida y por la charla —dijo al hombre, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto—. Espero que no se topen con más problemas… aunque en este mundo, eso es pedir mucho.
Octojin ajustaría su abrigo y se dirigiría a la salida. Afuera, el viento helado lo recibió como un viejo enemigo, pero su mente estaba ya en otra parte. El Consorcio del Viento era su próximo destino, y aunque no sabía exactamente qué esperaba encontrar, estaba claro que había más de lo que parecía a simple vista. De momento, tenía dos salidas si lograba ir hasta ellos, la primera era buscar útiles de carpintería, la segunda, esa máquina de helados. Dependiendo de la situación, intentaría ir por un camino o por el otro.