Octojin
El terror blanco
14-01-2025, 07:03 PM
Parece que mis revolucionarios favoritos han tenido un viaje de lo más placentero... Pero ya estoy yo para hacer de esta aventura un poco más tensa, que si no os acomodáis. El barco ha llegado al puerto entre crujidos de madera y chirridos de sogas tensándose. Una brisa gélida, cargada con copos de nieve danzantes, os ha recibido con los brazos abiertos. Amigos, estáis en Skjoldheim. Una isla fantástica que os saluda desde esa posición tan elegante que tiene ahora mismo.
Y es que, Skjoldheim se presenta como un paisaje tan majestuoso como hostil. El frío cala en los huesos, pero la actividad en el puerto no se detiene a pesar de ello. Hombres y mujeres, muchos con una estatura que supera holgadamente los dos metros, van y vienen con rapidez. Algunos cargan barriles, otros descargan redes repletas de pescado fresco. Lo que está claro es que ninguno está parado ni excesivamente abrigado para el frío que realmente hace. Sus ropas están hechas de gruesas pieles, bordadas con patrones geométricos que parecen narrar historias ya de por sí.
El muelle, construido con troncos de madera oscura reforzada y con gruesas piezas de hierro, tiene una apariencia bastante robusta que llama la atención, como si estuviera diseñado para resistir el embate de las tormentas más violentas. A un lado, pequeñas embarcaciones pesqueras se balancean suavemente en el agua helada; al otro, un par de barcos mercantes son descargados con una precisión casi militar. Hacen bastante ruido, eso sí, pero lo movimientos son constantes.
Al fondo, el pueblo se alzaba como una colección de construcciones sólidas y funcionales, diseñadas para sobrevivir en el clima extremo que estáis a punto de experimentar. Las casas están hechas de madera oscura y de piedra, con techos inclinados y cubiertos de gruesas capas de paja y nieve. Las ventanas, protegidas por contraventanas de madera, dejan escapar un resplandor cálido que contrasta bastante con la frialdad del ambiente. Una serie de postes toscamente tallados en forma de figuras humanoides rodean el perímetro, como si fueran una suerte de guardianes silenciosos del lugar. Y es que esta isla está cargada de un misticismo que pronto iréis entendiendo. O eso espero.
En el centro de todo destaca un edificio enorme. Es el salón de Hrothgard, un edificio que parece haber sido erigido tanto para inspirar respeto como para desafiar al tiempo. Si hay una palabra que os puede venir a la mente al verlo es la siguiente: enorme. Podéis ver que prácticamente es una fortaleza, con paredes de troncos gigantescos que emanaban una antigüedad solemne. ¿Desde qué año estará construida? Los pilares que sostienen el tejado están tallados con intrincados motivos que representaban criaturas mitológicas, como dragones y lobos, enredados en batallas épicas. Las puertas dobles de entrada son imponentes, hechas de roble reforzado con bandas de hierro ennegrecido, y lucen un grabado central de un escudo rodeado de runas antiguas que sin duda deben significar algo, aunque de momento no sabéis qué.
El tejado del salón está cubierto de tejas de madera tratadas con alquitrán, inclinadas y reforzadas para evitar que la nieve acumulada lo venza. En los extremos, las esculturas de dragones se alzan con fauces abiertas, como si desafiaran al cielo nublado. Desde lo alto del edificio, una chimenea arroja humo negro que asciende lentamente hacia el cielo, mezclándose con la niebla y los copos de nieve. Ahí sin duda debe haber una cantidad de horas invertidas en la construcción que no os podéis imaginar. Pero el resultado es fascinante. Totalmente magestuoso.
Sin embargo, mientras contempláis el edificio, el sonido profundo y resonante de unas campanas rompe la tranquilidad que podéis estar experimentando. Tres campanadas largas y pausadas, seguidas por dos cortas, llenan el aire con una gravedad que hace que incluso los trabajadores más ocupados se detengan. Todos giran la cabeza hacia el salón de Hrothgard, como si esas campanadas tuvieran un significado especial.
El murmullo general se apaga, dejando paso a un silencio tenso. Las puertas del salón permanecen cerradas, pero un grupo de figuras comienza a congregarse frente a ellas. Se trata de guerreros altos y fornidos, vestidos con armaduras de cuero endurecido y capas de piel de lobo que ondean con la brisa. Cada uno portaba un escudo redondo adornado con símbolos que parecían identificar clanes o familias. ¿Qué intentan hacer allí?
En el aire, la tensión es palpable. Algunos de los locales murmuran entre ellos, mientras otros simplemente observaban en dirección al salón con expresiones graves. Un anciano de barba larga y canosa, apoyado en un bastón decorado con runas talladas, se encuentra junto a un grupo de niños que observan con una mezcla de curiosidad y temor.
Un hombre alto con una larga trenza rubia y un hacha colgada a la espalda se gira hacia uno de los locales que parecía tan desconcertado como cualquiera.
—¿Quién ha llegado ahora? —pregunta con voz grave, aunque no pareciera esperar respuesta inmediata.
La respuesta claramente está por venir, y podría tener su lugar en el salón de Hrothgard, un lugar que parece ser el centro de todo lo que ocurre en Skjoldheim.
Y es que, Skjoldheim se presenta como un paisaje tan majestuoso como hostil. El frío cala en los huesos, pero la actividad en el puerto no se detiene a pesar de ello. Hombres y mujeres, muchos con una estatura que supera holgadamente los dos metros, van y vienen con rapidez. Algunos cargan barriles, otros descargan redes repletas de pescado fresco. Lo que está claro es que ninguno está parado ni excesivamente abrigado para el frío que realmente hace. Sus ropas están hechas de gruesas pieles, bordadas con patrones geométricos que parecen narrar historias ya de por sí.
El muelle, construido con troncos de madera oscura reforzada y con gruesas piezas de hierro, tiene una apariencia bastante robusta que llama la atención, como si estuviera diseñado para resistir el embate de las tormentas más violentas. A un lado, pequeñas embarcaciones pesqueras se balancean suavemente en el agua helada; al otro, un par de barcos mercantes son descargados con una precisión casi militar. Hacen bastante ruido, eso sí, pero lo movimientos son constantes.
Al fondo, el pueblo se alzaba como una colección de construcciones sólidas y funcionales, diseñadas para sobrevivir en el clima extremo que estáis a punto de experimentar. Las casas están hechas de madera oscura y de piedra, con techos inclinados y cubiertos de gruesas capas de paja y nieve. Las ventanas, protegidas por contraventanas de madera, dejan escapar un resplandor cálido que contrasta bastante con la frialdad del ambiente. Una serie de postes toscamente tallados en forma de figuras humanoides rodean el perímetro, como si fueran una suerte de guardianes silenciosos del lugar. Y es que esta isla está cargada de un misticismo que pronto iréis entendiendo. O eso espero.
En el centro de todo destaca un edificio enorme. Es el salón de Hrothgard, un edificio que parece haber sido erigido tanto para inspirar respeto como para desafiar al tiempo. Si hay una palabra que os puede venir a la mente al verlo es la siguiente: enorme. Podéis ver que prácticamente es una fortaleza, con paredes de troncos gigantescos que emanaban una antigüedad solemne. ¿Desde qué año estará construida? Los pilares que sostienen el tejado están tallados con intrincados motivos que representaban criaturas mitológicas, como dragones y lobos, enredados en batallas épicas. Las puertas dobles de entrada son imponentes, hechas de roble reforzado con bandas de hierro ennegrecido, y lucen un grabado central de un escudo rodeado de runas antiguas que sin duda deben significar algo, aunque de momento no sabéis qué.
El tejado del salón está cubierto de tejas de madera tratadas con alquitrán, inclinadas y reforzadas para evitar que la nieve acumulada lo venza. En los extremos, las esculturas de dragones se alzan con fauces abiertas, como si desafiaran al cielo nublado. Desde lo alto del edificio, una chimenea arroja humo negro que asciende lentamente hacia el cielo, mezclándose con la niebla y los copos de nieve. Ahí sin duda debe haber una cantidad de horas invertidas en la construcción que no os podéis imaginar. Pero el resultado es fascinante. Totalmente magestuoso.
Sin embargo, mientras contempláis el edificio, el sonido profundo y resonante de unas campanas rompe la tranquilidad que podéis estar experimentando. Tres campanadas largas y pausadas, seguidas por dos cortas, llenan el aire con una gravedad que hace que incluso los trabajadores más ocupados se detengan. Todos giran la cabeza hacia el salón de Hrothgard, como si esas campanadas tuvieran un significado especial.
El murmullo general se apaga, dejando paso a un silencio tenso. Las puertas del salón permanecen cerradas, pero un grupo de figuras comienza a congregarse frente a ellas. Se trata de guerreros altos y fornidos, vestidos con armaduras de cuero endurecido y capas de piel de lobo que ondean con la brisa. Cada uno portaba un escudo redondo adornado con símbolos que parecían identificar clanes o familias. ¿Qué intentan hacer allí?
En el aire, la tensión es palpable. Algunos de los locales murmuran entre ellos, mientras otros simplemente observaban en dirección al salón con expresiones graves. Un anciano de barba larga y canosa, apoyado en un bastón decorado con runas talladas, se encuentra junto a un grupo de niños que observan con una mezcla de curiosidad y temor.
Un hombre alto con una larga trenza rubia y un hacha colgada a la espalda se gira hacia uno de los locales que parecía tan desconcertado como cualquiera.
—¿Quién ha llegado ahora? —pregunta con voz grave, aunque no pareciera esperar respuesta inmediata.
La respuesta claramente está por venir, y podría tener su lugar en el salón de Hrothgard, un lugar que parece ser el centro de todo lo que ocurre en Skjoldheim.