Marian
Marian
15-01-2025, 12:47 AM
El miedo parecía haber desaparecido con el swing de aquel mazo, que impactó de lleno en la sombra que acechaba a sus espaldas. En un fiel seguidor que, cegado por un dogma frágil, corrió torpemente hacia un destino inesperado. El cuerpo se desplomó en el suelo, tintando el manto níveo sobre el que se encontraban. Su arma rodaría un par de centímetros, quedando completamente oculta en la oscuridad de la zona. El silencio se hizo protagonista de la escena, hasta que Marian dio un par de pasos y el crujir de la madera sobre la que se posaban se convirtió en la banda sonora de aquella contienda. “Ah...”, volvería a jadear, débilmente, con frío en el cuerpo. Abrochó el último botón, dejando que su cuello quedase completamente tapado con el pelo animal que recubría su prenda. “¿Fuerte...?”, exhalaba poco a poco, mientras se acercaba a aquella mujer. “Esto no se trata de fortaleza... Si no de fe. Cuando esta es débil, el hombre está destinado a caer”, acercó su mano izquierda a su cinturón y agarró la petaca que colgaba sobre ella. Le dio un par de tragos. Un par de gotas, rojas como la mancha que yacía a su lado, descendieron de sus colmillos. Parecía una escena de película. Las ráfagas de aire se intensificaron y escuchar la voz de aquella mujer, que hablaba en enigmáticos susurros, se tornaba una tarea difícil. “Diferente...”, asentía, “siempre lo he sido”. No tenía muy claro qué estaba sucediendo, pero la figura de la religiosa parecía invitarlo a seguirla. Como si todo lo que estaba sucediendo fuese parte de un plan ideado por ella misma. O por ellos, quién sabe.
Frente a él, una entrada oscura parecía abrirse. Como la boca de un animal feroz, hambriento y en búsqueda de su presa. Las ramas que la rodeaban parecían generar extrañas figuras, como runas, que le daban un toque tétrico y místico propio de situaciones en las que la fe estaba en juego. Como esta. Con el primer paso en el interior, Marian comprendió que aquellas ramas eran tan sólo una imitación de lo que dentro se encontraría. Paredes aparentemente rocosas que palpitaban como si albergaran uno o más corazones. Las runas, esta vez reales brillaban con una luz propia de las noches de luna llena; eran pletóricas, atrapantes. El suelo era más irregular, pero no lo suficiente para desequilibrar el cuerpo de Marian, que había sido entrenado para situaciones como estas. Caminaba posando sus manos sobre la pared, esperando que algo mágico, místico, sucediese. Pero nada acontecía. Dejó que el sonido de las goteras guiase su camino, sin ignorar, por supuesto, la presencia de la mujer que todavía seguía frente a él. De espaldas, completamente confiada. “Interesante...”, murmuraba por momentos. Su trayectoria pareció detenerse en una amplia cámara, cuyo centro estaba ocupado por una columna repleta de grabados que simulaba figuras humanas en diferentes estados y posiciones. Al parecer, eso era “el corazón”, como ella lo denominaba. El agente no respondió, pero asentía con cada una de las palabras que aquella mujer susurraba. ¿Formar parte de ello? La intriga era la verdadera protagonista de este encuentro.
Pero, sorprendentemente, la caricia de la mujer despertó algo en la estructura de la columna. Palpitaba con más fuerza que las paredes que había dejado atrás, era algo que atrapó completamente su atención. La presencia, el aura que emanaba, se hacía cada vez más presente, más fuerte, ejercía una presión que el agente podía sentir en cada parte de su cuerpo. Jadeaba y continuaba jadeando, expectante a cada cuestión que sucedía. Todo era parte de un enigmático juego cuyo resultado podría ser el no deseado: runas, una sustancia viscosa, luces inusuales en el interior de una cueva cerrada... Y un contraste climático provocado por todo esto que provocaba sudor y frío en el agente. Incongruencias. Contradicciones que se solapaban.
Al fondo, un telón similar, pero más oscuro. Runas que no brillaban, pero que sangraban y creaban ríos a sus pies. El aire se tornaba todavía más denso y la respiración era difícil de mantener. Figuras, estatuas, cuerpos extraños que parecían danzar y mutar de forma. Marian se golpeó la cabeza, preguntándose si aquello era real o fruto de un extraño poder. Eran demasiados estímulos como para prestar atención a cada uno de ellos.
“Un... altar”, pronunciaría Marian levemente, cuando sus ojos se postraron sobre aquella estructura. Algunas de las palabras que había susurrado le recordaron a los rituales que Los Dracul realizaban. Visto desde fuera, parecía una retahila de mentiras, de falacias. Como aquel altar, que pasó a un segundo plano cuando los ecos de unos extraños estruendos se hicieron paso, justo después de abrirse un nuevo trayecto. “¿Estamos en una especie de laberinto?”, ironizaba, sin llegar a pretenderlo. Era curioso pero, hasta ahora, había seguido a aquella mujer sin siquiera cuestionar ni una de sus palabras. Las sombras, repletas de vida, mucho más que los sacrificios dedicados al paraíso que el agente todavía desconocía, la seguían de la misma manera. Sin cuestionarla. “¿Dirás algo más que metáforas?”, preguntaba, mientras fijaba sus ojos sobre ella. Su mazo, en su mano diestra, vibraba casi más que aquel lugar.