Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
15-01-2025, 07:01 PM
Día 14 de invierno
Ragn se acerca al hombre de cabello grisáceo y barba enmarañada, quien aún descarga un barril con cuidado. Las cicatrices en sus manos hablan de años enfrentándose al mar, y aunque su expresión denota la sabiduría de alguien que no hace preguntas innecesarias, Ragn sabe que a veces los más curtidos son quienes tienen las historias más valiosas. Con un tono neutral, lo suficientemente respetuoso para no levantar suspicacias, Ragn se dirige al hombre —Oye, viejo, parece que tus manos han visto más que la mayoría en este puerto. Estoy buscando algo de información sobre esos Buccaneers del sur. Se dice mucho, pero nunca lo suficiente para entender quiénes son realmente. ¿Tú sabes algo de ellos? — La estatura del rubio llegaba hasta los siete metros, ocultando, normalmente a la persona con la que hablaba.
El aire salado seguía colándose por las fosas nasales de Ragn, un recordatorio constante del puerto y su ritmo incesante. A su alrededor, el crujir de las tablas del muelle competía con los gritos de los marineros, las gaviotas hambrientas y el arrastrar de barriles que parecían estar siempre llenos de historias. La brisa fresca, cortante como una cuchilla, acariciaba su rostro, mientras la sombra que proyectaba cubría una buena parte del muelle a sus pies. El rubio inclinó apenas su cabeza, tratando de parecer menos intimidante pese a su altura monumental. Su postura, sin embargo, seguía siendo firme, un pilar entre el ir y venir frenético del puerto. Aunque las voces alrededor hablaban de temas mundanos, como el clima y la carga de pescado, Ragn sabía que, en algún rincón de esas conversaciones, se escondían secretos sobre los Buccaneers. Pero no era el momento de dejarse distraer.
—Ya veo que el silencio también tiene su precio aquí —Comentó con un tono bajo antes de la respuesta del tipo, adelantandose. Las personas con las que se había cruzado no solían responderle o simplemente, pasaban de el, asi que se podía oler la nula respuesta. Su mirada se desviaba momentáneamente hacia el mar agitado más allá del muelle. Sus ojos se entrecerraron, observando las olas que rompían contra las rocas en la distancia, como si buscaran una respuesta oculta entre las aguas. Con su brazo derecho, que era tan robusto como un tronco de árbol, Ragn se ajustó la capa de lana que lo protegía del viento cortante, dejando ver por un instante la empuñadura des guantes. Volvió la mirada hacia el hombre frente a él, aunque su expresión permanecía tranquila, casi desafiante. El olor del salitre mezclado con el dulzor rancio del pescado seco parecía más fuerte ahora, un recordatorio de la dureza de la vida en Skjoldheim. Las runas que adornaban algunas piezas del drakkar cercano captaron su atención por un instante, pero Ragn no dejó que lo distrajeran de su propósito.
—No tengo intención de ir con las manos vacías, si es eso lo que te preocupa —Añadió, mirando más allá del hombre, hacia el horizonte nebuloso que ocultaba el sur.— Pero los regalos adecuados requieren información adecuada.— Dejó que sus palabras quedaran flotando en el aire, mientras volvía a cruzar los brazos, un gesto que parecía equilibrar su paciencia con una advertencia implícita. No hizo más movimientos, dejando que el bullicio del puerto siguiera envolviendo la escena.
Ragn se acerca al hombre de cabello grisáceo y barba enmarañada, quien aún descarga un barril con cuidado. Las cicatrices en sus manos hablan de años enfrentándose al mar, y aunque su expresión denota la sabiduría de alguien que no hace preguntas innecesarias, Ragn sabe que a veces los más curtidos son quienes tienen las historias más valiosas. Con un tono neutral, lo suficientemente respetuoso para no levantar suspicacias, Ragn se dirige al hombre —Oye, viejo, parece que tus manos han visto más que la mayoría en este puerto. Estoy buscando algo de información sobre esos Buccaneers del sur. Se dice mucho, pero nunca lo suficiente para entender quiénes son realmente. ¿Tú sabes algo de ellos? — La estatura del rubio llegaba hasta los siete metros, ocultando, normalmente a la persona con la que hablaba.
El aire salado seguía colándose por las fosas nasales de Ragn, un recordatorio constante del puerto y su ritmo incesante. A su alrededor, el crujir de las tablas del muelle competía con los gritos de los marineros, las gaviotas hambrientas y el arrastrar de barriles que parecían estar siempre llenos de historias. La brisa fresca, cortante como una cuchilla, acariciaba su rostro, mientras la sombra que proyectaba cubría una buena parte del muelle a sus pies. El rubio inclinó apenas su cabeza, tratando de parecer menos intimidante pese a su altura monumental. Su postura, sin embargo, seguía siendo firme, un pilar entre el ir y venir frenético del puerto. Aunque las voces alrededor hablaban de temas mundanos, como el clima y la carga de pescado, Ragn sabía que, en algún rincón de esas conversaciones, se escondían secretos sobre los Buccaneers. Pero no era el momento de dejarse distraer.
—Ya veo que el silencio también tiene su precio aquí —Comentó con un tono bajo antes de la respuesta del tipo, adelantandose. Las personas con las que se había cruzado no solían responderle o simplemente, pasaban de el, asi que se podía oler la nula respuesta. Su mirada se desviaba momentáneamente hacia el mar agitado más allá del muelle. Sus ojos se entrecerraron, observando las olas que rompían contra las rocas en la distancia, como si buscaran una respuesta oculta entre las aguas. Con su brazo derecho, que era tan robusto como un tronco de árbol, Ragn se ajustó la capa de lana que lo protegía del viento cortante, dejando ver por un instante la empuñadura des guantes. Volvió la mirada hacia el hombre frente a él, aunque su expresión permanecía tranquila, casi desafiante. El olor del salitre mezclado con el dulzor rancio del pescado seco parecía más fuerte ahora, un recordatorio de la dureza de la vida en Skjoldheim. Las runas que adornaban algunas piezas del drakkar cercano captaron su atención por un instante, pero Ragn no dejó que lo distrajeran de su propósito.
—No tengo intención de ir con las manos vacías, si es eso lo que te preocupa —Añadió, mirando más allá del hombre, hacia el horizonte nebuloso que ocultaba el sur.— Pero los regalos adecuados requieren información adecuada.— Dejó que sus palabras quedaran flotando en el aire, mientras volvía a cruzar los brazos, un gesto que parecía equilibrar su paciencia con una advertencia implícita. No hizo más movimientos, dejando que el bullicio del puerto siguiera envolviendo la escena.