Raiga Gin Ebra
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15-01-2025, 07:51 PM
El viejo se detiene un instante, sosteniendo el barril en su regazo con la misma naturalidad con la que un marinero sostendría el timón en medio de una tormenta. Sus ojos grises, rodeados de arrugas profundas como grietas en la madera, se alzan hacia Ragn. Una sonrisa asoma bajo la maraña de su barba, una mezcla entre diversión y curiosidad. Sin dejar de sostener el barril, inclina ligeramente la cabeza, como si evaluara la figura imponente del rubio.
—Vaya, vaya... —dice al fin, con una voz rasposa que parece haber sido moldeada por años de gritar órdenes al viento y al mar— Me recuerdas al tipo que vino hace una semana. Hizo la misma pregunta, con ese aire de "no me voy hasta que me contestes" —Su mirada viaja desde los pies hasta la cabeza de Ragn, como si intentara confirmar algo. Luego, deja el barril en el suelo con un movimiento medido y se apoya en él, cruzando los brazos. Su sonrisa no desaparece, pero se torna un poco más calculadora.
—Es allí —continúa, señalando con un leve movimiento de la cabeza hacia un camino que parte desde el muelle y se pierde entre las colinas cubiertas de niebla. Su voz baja apenas, como si el simple acto de indicar la dirección fuera algo clandestino—. Debes atravesar ese sendero, pasar de largo el edificio enorme que ves al fondo, y seguir el camino. En algún lugar del bosque, hay un desvío que te lleva a su poblado.
Hace una pausa, y notas cómo su expresión se endurece por un instante, aunque la sonrisa vuelve pronto, más burlona que antes.
—Suerte. Te hará falta.
Sin más que decir, el viejo se gira hacia los barriles apilados a su alrededor y vuelve a su tarea con una eficiencia que parece casi mecánica. Las manos curtidas vuelven a agarrar otro barril, como si cargar el peso del trabajo diario fuera algo que nunca termina. No lanza otra mirada a Ragn, pero sus palabras parecen haber dejado una marca en el aire, como un rastro que apunta hacia lo desconocido. ¿A qué exactamente?
Mientras tanto, el puerto sigue vivo con su propio ritmo. Los marineros no detienen su labor; cada red tirada, cada caja cargada, parece formar parte de una coreografía ensayada por años. Estoy seguro de que por mucho tiempo que te quedes ahí, siempre encontrarás un lugar al que mirar y que no te aburra. Ahí nadie parece detenerse a reflexionar o quejarse, como si el tiempo que se pierde en palabras fuera un lujo que nadie puede permitirse. Incluso el frío que cala hasta los huesos no parece mermar el movimiento incesante, aunque las caras endurecidas por el viento revelan que lo sienten tanto como cualquiera. Pero la costumbre ha hecho que, por alguna razón, lo lleven bastante mejor. Incluso puede que lo agradezcan.
Frente a ti, el sendero señalado por el viejo se extiende como una invitación tácita. La distancia no parece larga a simple vista, pero la neblina que lo envuelve sugiere que podría ser más complicado de lo que realmente parece. Y el bosque a su final es un lugar lleno de incógnitas. ¿Habrá varios caminos? ¿Qué tipo de fauna verás? En cualquier caso, el camino parece sencillo y claro hasta la llegada al bosque, una vez ahí, quizá se complique. A medida que observas, las colinas se levantan como gigantes dormidos, con árboles desnudos cuyas ramas se entrelazan como dedos alzados hacia el cielo gris.
Aquí tienes una decisión que tomar. El camino está claro, pero la forma en que lo abordes no lo está. Podrías ir tranquilo, dejando que el andar constante y la brisa fría aclaren tus pensamientos, o podrías darte prisa, como si quisieras anticiparte a lo que sea que te espere en el asentamiento de los Buccaneers. En cualquier caso, la marcha promete ser un ejercicio útil contra el frío que muerde incluso a través de capas de lana y cuero.
Y luego está el tema del regalo. ¿Es cierto eso de que vas a llevar algo? Qué guay. Podías haber traído algo más para este narrador, pero bueno, por esta vez lo dejamos pasar. La tradición de llevar un obsequio no es ajena a Skjoldheim, pero lo que que ofrezcas algo podría marcar la diferencia entre una bienvenida áspera o una conversación que revele algo útil. ¿Qué llevas contigo que pueda tener valor entre los Buccaneers? Quizá algo que hable de respeto, de fuerza... o tal vez algo que simplemente despierte su interés. Bueno, me tienes en ascuas.
La brisa marina sigue envolviendo el puerto, y el sonido de las olas golpeando contra los cascos de los barcos se mezcla con los ecos de las risas apagadas y las órdenes gritadas. Skjoldheim no espera por nadie, y el camino hacia el sur tampoco. Así que nos vemos al final de éste.
—Vaya, vaya... —dice al fin, con una voz rasposa que parece haber sido moldeada por años de gritar órdenes al viento y al mar— Me recuerdas al tipo que vino hace una semana. Hizo la misma pregunta, con ese aire de "no me voy hasta que me contestes" —Su mirada viaja desde los pies hasta la cabeza de Ragn, como si intentara confirmar algo. Luego, deja el barril en el suelo con un movimiento medido y se apoya en él, cruzando los brazos. Su sonrisa no desaparece, pero se torna un poco más calculadora.
—Es allí —continúa, señalando con un leve movimiento de la cabeza hacia un camino que parte desde el muelle y se pierde entre las colinas cubiertas de niebla. Su voz baja apenas, como si el simple acto de indicar la dirección fuera algo clandestino—. Debes atravesar ese sendero, pasar de largo el edificio enorme que ves al fondo, y seguir el camino. En algún lugar del bosque, hay un desvío que te lleva a su poblado.
Hace una pausa, y notas cómo su expresión se endurece por un instante, aunque la sonrisa vuelve pronto, más burlona que antes.
—Suerte. Te hará falta.
Sin más que decir, el viejo se gira hacia los barriles apilados a su alrededor y vuelve a su tarea con una eficiencia que parece casi mecánica. Las manos curtidas vuelven a agarrar otro barril, como si cargar el peso del trabajo diario fuera algo que nunca termina. No lanza otra mirada a Ragn, pero sus palabras parecen haber dejado una marca en el aire, como un rastro que apunta hacia lo desconocido. ¿A qué exactamente?
Mientras tanto, el puerto sigue vivo con su propio ritmo. Los marineros no detienen su labor; cada red tirada, cada caja cargada, parece formar parte de una coreografía ensayada por años. Estoy seguro de que por mucho tiempo que te quedes ahí, siempre encontrarás un lugar al que mirar y que no te aburra. Ahí nadie parece detenerse a reflexionar o quejarse, como si el tiempo que se pierde en palabras fuera un lujo que nadie puede permitirse. Incluso el frío que cala hasta los huesos no parece mermar el movimiento incesante, aunque las caras endurecidas por el viento revelan que lo sienten tanto como cualquiera. Pero la costumbre ha hecho que, por alguna razón, lo lleven bastante mejor. Incluso puede que lo agradezcan.
Frente a ti, el sendero señalado por el viejo se extiende como una invitación tácita. La distancia no parece larga a simple vista, pero la neblina que lo envuelve sugiere que podría ser más complicado de lo que realmente parece. Y el bosque a su final es un lugar lleno de incógnitas. ¿Habrá varios caminos? ¿Qué tipo de fauna verás? En cualquier caso, el camino parece sencillo y claro hasta la llegada al bosque, una vez ahí, quizá se complique. A medida que observas, las colinas se levantan como gigantes dormidos, con árboles desnudos cuyas ramas se entrelazan como dedos alzados hacia el cielo gris.
Aquí tienes una decisión que tomar. El camino está claro, pero la forma en que lo abordes no lo está. Podrías ir tranquilo, dejando que el andar constante y la brisa fría aclaren tus pensamientos, o podrías darte prisa, como si quisieras anticiparte a lo que sea que te espere en el asentamiento de los Buccaneers. En cualquier caso, la marcha promete ser un ejercicio útil contra el frío que muerde incluso a través de capas de lana y cuero.
Y luego está el tema del regalo. ¿Es cierto eso de que vas a llevar algo? Qué guay. Podías haber traído algo más para este narrador, pero bueno, por esta vez lo dejamos pasar. La tradición de llevar un obsequio no es ajena a Skjoldheim, pero lo que que ofrezcas algo podría marcar la diferencia entre una bienvenida áspera o una conversación que revele algo útil. ¿Qué llevas contigo que pueda tener valor entre los Buccaneers? Quizá algo que hable de respeto, de fuerza... o tal vez algo que simplemente despierte su interés. Bueno, me tienes en ascuas.
La brisa marina sigue envolviendo el puerto, y el sonido de las olas golpeando contra los cascos de los barcos se mezcla con los ecos de las risas apagadas y las órdenes gritadas. Skjoldheim no espera por nadie, y el camino hacia el sur tampoco. Así que nos vemos al final de éste.