Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Autonarrada - T1] Sangre
Octojin
El terror blanco
Después de aceptar la misión de Ragnar, Octojin no perdió tiempo. Se encontraba todavía en la isla donde el Gremio del Lobo Plateado había plantado una improvisada base con algún que otro miembro junto con aquel alto cargo. 

El primer paso en el plan del tiburón era averiguar más sobre la isla marcada en el mapa que le había entregado Ragnar. Octojin se acercó a algunos humanos locales, quienes lo dirigieron al astillero alegando que allí había gente que entendía de navegación. Allí, conoció a un hombre de tez negra y cuerpo fornido que podía interpretar el mapa con suma facilidad.

—Esto está a unos cinco días de navegación desde aquí —le dijo el hombre, señalando la isla en el pergamino—. Puedes tomar un barco turístico, pero son rutas largas y lentas. Tendrás que esperar varios días antes de zarpar. La isla es Gecko. Hemos llevado algún cargamento allí —comentó mientras llamaba a un compañero—. Martin fue ahí hace un par de meses. ¿Qué se puede encontrar nuestro amigo allí? 

Martin, un sujeto menudo, con gafas y pelo rizado, de apariencia algo tímida y cara de pocos amigos, se acertó hasta un punto en el cual estaba cómodo y empezó a relatar lo que su compañero le había preguntado.

— Fuimos a las islas Gecko a llevar un cargamento de madera y estuvimos allí un par de semanas reparando un barco. La gente de allí no tiene mucha idea de carpintería, parece ser —dijo con cierta sorna mientras se re-colocaba las gafas—. No tuvimos demasiado tiempo para ver la isla, pero puedo dar unos detalles básicos. La isla tiene dos grandes colinas, un bosque y una pequeña cordillera montañosa. Parece una isla de gran tamaño, a juzgar por su aspecto desde una gran distancia. Aunque lo cierto es que no salimos mucho del puerto. Quizá lo que más repetimos fue el camino del puerto a la taberna y de la taberna al hostal. Visto así… deberíamos emplear más tiempo en turismo cuando salimos.

Octojin agradeció las palabras de los humanos y se alejó de allí reflexivo. No necesitaba un barco turístico ni deseaba esperar, lo único que necesitaba el gyojin era ponerse en marcha. Desde el propio puerto siguió las indicaciones del hombre, y llegó hasta la zona donde había algunos barcos en restauración amarrados. Allí intentó memorizar la línea recta que le había dicho el hombre, ayudándose de una brújula, y entonces se lanzó al mar, decidido a alcanzar la isla por su cuenta.

Nadando a toda velocidad, Octojin cortaba las olas como un misil bajo el agua. A pesar de la larga distancia, la travesía fue rápida gracias a su fuerza y habilidad. Realizó pequeñas paradas técnicas para recuperar energía y se alimentó de las presas que cazaba en su camino, asegurándose de mantener su vigor para lo que le esperaba en la isla.

Octojin emergió de las profundidades del océano con la misma elegancia implacable con la que había navegado a través de él. La isla de Gecko se alzaba frente a él, un lugar envuelto en una atmósfera de misterio y peligro. Sus escamas, ahora más opacas por la mezcla de agua salada y sangre seca, brillaban débilmente bajo la luz del sol que se filtraba a través de las nubes bajas y densas que cubrían el cielo. La costa de la isla se extendía frente a él como un muro natural de rocas escarpadas y acantilados, interrumpidos por una pequeña playa de arena negra.

Gecko no era una isla exuberante y acogedora. La vegetación que cubría gran parte de su superficie era densa, pero también retorcida y oscura. Árboles de troncos gruesos y ramas nudosas se elevaban como garras hacia el cielo, sus hojas eran de un verde oscuro casi negro, y enredaderas espinosas serpenteaban entre ellos como serpientes venenosas. Todo en la isla parecía diseñada para mantener alejados a los intrusos, y ese primer vistazo solo confirmaba lo que Octojin ya había sospechado: este no era un lugar para los débiles.

El aire estaba cargado de humedad, pero también de una quietud inquietante, como si la propia isla estuviera esperando, observando cada movimiento de Octojin. Mientras avanzaba desde la playa hacia la vegetación, el gyojin podía sentir cómo el suelo bajo sus pies cambiaba de la arena fina a un terreno más traicionero, lleno de raíces y piedras afiladas. Cada paso parecía resonar en la tranquilidad del entorno, pero Octojin, con su habilidad natural para moverse silenciosamente bajo el agua, adaptó su caminar a esta nueva situación, haciéndose casi invisible para cualquier observador casual.

El mar detrás de él rugía con una energía contenida, pero allí, en el interior de la isla, todo parecía amortiguado, como si la vida se moviera a un ritmo más lento, más calculado. Los sonidos de la naturaleza eran mínimos, apenas el susurro de una brisa ocasional o el crujido de una rama bajo la presión de alguna criatura oculta. El olor a sal del océano todavía impregnaba el aire, mezclándose con el aroma terroso de la isla, creando una mezcla casi tóxica que hacía que cada inhalación fuera pesada.

Octojin avanzó con cautela, sus ojos recorriendo cada rincón, cada sombra, buscando signos de vida o peligros ocultos. Sabía que Gwen estaba allí, y que encontrarlo no sería una tarea fácil. Ese terreno, salvaje y desconocido, estaba hecho a la medida de un hombre que se había ganado la reputación de ser un cazador formidable. Pero Octojin no era una presa fácil, y con cada paso se preparaba mentalmente para lo que sabía que sería una batalla feroz.

A medida que se internaba más en la isla, la luz del día se fue atenuando, opacada por la densa vegetación que bloqueaba el sol. Octojin sabía que estaba entrando en un terreno donde las reglas del mar no se aplicaban. En la isla de Gecko, solo los más fuertes sobrevivirían, y Octojin estaba decidido a demostrar que él era el más fuerte. Con cada movimiento, cada respiración controlada, el gyojin se fusionaba con su entorno, una sombra entre las sombras, listo para enfrentar cualquier amenaza que se interpusiera en su camino hacia Gwen.

Durante los siguientes dos días, Octojin permaneció oculto, observando cada rincón de la isla, familiarizándose con sus rutas, en busca de actividad humana y buscando pistas sobre el paradero de Gwen.

Fue entonces cuando encontró lo que buscaba: un grupo de hombres cazando que iban camino a algún sitio. Octojin los siguió y terminó dando con lo que parecía ser una base de operaciones de Gwen. Observó en silencio desde la lejanía, evaluando a su enemigo.

Pasaron unas horas y finalmente, llegó el momento de actuar.
Octojin esperó hasta la caída de la noche, cuando la oscuridad cubría la isla y las sombras eran su mejor aliado. Se deslizó todo lo silenciosamente que podía un tipo de su envergadura hasta la guarida donde se encontraba Gwen, una pequeña caseta de madera en el centro de la base de operaciones. Allí le había visto entrar solo y parecía ser que seguía sin nadie cerca.

Gwen, un hombre delgado y ágil, estaba entrenando cuando Octojin irrumpió. Los ojos del espadachín se entrecerraron mientras observaba al gyojin entrar.
  • Sabía que vendrías -dijo Gwen, desenfundando su katana con una rapidez sobrehumana—. Los del Gremio siempre mandan a los más grandes a por mí.
  • No soy como los demás —respondió Octojin, haciendo que sus palabras resonaran en la habitación.

La batalla comenzó en un abrir y cerrar de ojos. Gwen se movía con la gracia de una pantera, sus cortes eran precisos y letales.
Octojin, por su parte, usaba su fuerza bruta para bloquear los ataques y buscar un punto débil en la defensa de Gwen.

Pero fue Gwen quien encontró primero un punto débil. Con un movimiento veloz y una ágil finta, logró cortar a Octojin en el costado. La sangre brotó inmediatamente, tiñendo las escamas del gyojin de rojo. Ese primer corte desató algo en Octojin, una furia primitiva que apenas podía controlar.

Un rugido profundo emergió de su garganta mientras la sangre empapaba su piel. Sus ojos se inyectaron en sangre y se tornaron rojizos y la cordura empezó a desvanecerse. La rabia lo consumió, su cuerpo se movía con una velocidad y una ferocidad que sorprendieron a Gwen.

El espadachín intentó mantenerse a la altura, pero la bestia que había desatado era demasiado poderosa. Octojin atacó sin descanso, su fuerza sobrehumana desbordaba cada movimiento de Gwen. Un golpe certero envió la katana del espadachín volando por la habitación, dejando a Gwen indefenso.

Con un último rugido, Octojin golpeó al humano en la boca del estómago, haciendo que se encorvase y posteriormente lo agarró por el cuello,  lanzándolo contra la pared. El cuerpo del espadachín se desplomó, casi inconsciente. Pero Octojin no había terminado. Tomó una de las katanas de Gwen y, con dificultad, intentó imitar la técnica que había visto, cortando la cabeza del espadachín. No fue un corte limpio; la falta de experiencia con armas de filo hizo que tuviera que repetir el movimiento varias veces hasta que finalmente la cabeza de Gwen cayó al suelo.

Respirando pesadamente y con el cuerpo cubierto de heridas, Octojin guardó la cabeza en una bolsa de deporte. Tenía que darse prisa, la conmoción de la batalla pronto alertaría a los hombres de Gwen.

Moviéndose con rapidez, Octojin evitó el resto de la tripulación de Gwen y encontró un pequeño almacén donde robó un par de botellas de alcohol. Se roció el líquido en sus heridas, notando un dolor punzante que era casi insoportable, pero sabía que era necesario.
Sin más tiempo que perder, se lanzó al mar de nuevo y comenzó su viaje de regreso.

Durante el viaje de vuelta, Octojin reflexionó sobre la batalla. Aunque había vencido a
Gwen, apenas había salido con vida. La experiencia le dejó claro que, si un solo humano había estado tan cerca de derrotarlo, aún le faltaba mucho para estar listo para la verdadera batalla que tenía planeada en el futuro.
Algunos días después, Octojin emergió en la isla del Gremio del Lobo Plateado. Con la bolsa en la mano, se dirigió a Ragnar. Al mostrarle la cabeza de Gwen, Ragnar alzó una ceja, sorprendido por el éxito de la misión.
  • No esperaba que volvieras tan pronto - dijo Ragnar, observando la cabeza decapitada.
  • La misión está cumplida —respondió Octojin, con su tono calmado y firme.

Ragnar asintió con aprobación y oficializó la entrada de Octojin al Gremio del Lobo
Plateado. También le ofreció la opción de operar en solitario, algo que Octojin aceptó.
Sus heridas fueron atendidas, pero el dolor que sentía no era solo físico. Algo había despertado en él durante esa batalla, una furia primitiva que no había sentido antes. Sabía que debía controlarla, pero la pregunta era cómo.
Después de ser atendido, Octojin se permitió descansar. Se dio un festín para recuperar sus fuerzas y luego se retiró a dormir, pasando dos días sumido en un sueño profundo. Durante ese tiempo, su mente volvió repetidamente a la batalla con Gwen. Recordaba la furia que había sentido, cómo su sangre había hervido con una rabia incontrolable.

Cuando despertó, Octojin se quedó mirando sus manos, recordando cómo se había sentido mientras apretaba el cuello de Gwen. ¿Qué era lo que había despertado en él? No era la primera vez que veía su propia sangre, pero esta vez había sido diferente. Esta vez, había perdido el control.

Sabía que debía aprender a manejar esa furia, ese instinto asesino que había salido a la superficie. La batalla contra Gwen le había demostrado que aún le faltaba mucho por aprender, mucho por dominar antes de poder enfrentar a sus verdaderos enemigos.
Pero también le había mostrado el poder que tenía dentro de él, un poder que, si lograba controlarlo, podría hacerlo imparable.

Octojin se levantó de su cama, decidido a seguir entrenando, a seguir fortaleciéndose.
Sabía que este era solo el comienzo de un largo camino, pero estaba listo para enfrentarlo. La sangre había despertado algo en él, y ahora, debía aprender a controlar la bestia que habitaba en su interior.
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[Autonarrada - T1] Sangre - por Octojin - 10-08-2024, 11:54 AM

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