Horus
El Sol
17-01-2025, 03:58 PM
Bueno, al parecer no desperté mucho interés en los posibles compradores de aquel mapa misterioso. Sin tocarlo, no parecía que pudiera averiguar bien si era falso o auténtico, pero me tiré el farol con los posibles compradores, mostrando un cierto interés en el mapa con el fin de que quizás les subiera el precio al ver que otra persona mostraba interés o no. Pero bueno, no era tanto mi problema en ese momento; yo había sembrado en el mercado, luego veríamos qué recogería. Pero, para variar, en esta ciudad todo lo que representaba un interés por algo fantasioso o producto de leyendas era tomado un poco a mofa o sin darle importancia. En fin, se reafirma mi idea de que esta es una isla donde murieron los sueños.
Mi interés ahora no estaba en ese mapa o en aquellos compradores, aunque desconocía que realmente yo sí había logrado llamar la atención de alguien en aquel lugar; pero eso sería algo que desconocía y, si el destino era favorable, descubriría más tarde en mi camino por aquella ciudad. Ahora mismo quería reunirme con Isis y ver cómo había ido la persecución de aquel hombre que claramente transportaba algo importante y, por su actitud, dudo que lo hubiera conseguido por medios lícitos. Yo simplemente seguiría el vuelo de Isis, tal como ella me marcaba el camino.
Allí pude contemplar cómo efectivamente el hombre con el que me había cruzado, con un aire tan sospechoso, ahora mostraba un semblante más relajado, digno de aquel que se confía y ya da la miel del oso por vendida. Estaba, sin duda, ante una inminente transacción de algo o tal vez dos socios confirmando el botín de un producto robado o conseguido de extraperlo. Fuera como fuera, si incluso en esta ciudad andaban con tanto secretismo y sigilo, es que no podía ser bueno lo que andaban tramando; habían logrado despertar mi interés y codicia, muy picarones.
Me paré a mirar desde el callejón cercano, oculto y sopesando mis opciones. Si me acercaba para intentar escucharlos un poco, podría ponerme en riesgo, y dado cómo actuaba en público y lo mucho que se han escondido, las palabras no sonaban a mi mejor opción para lograr obtener información o lo que busco. En todos esos escenarios no hacía más que imaginarme cómo sencillamente todo podría acabar en una batalla allí mismo en el callejón. Lo cual no me amedrentaba ni asustaba mucho; si la cosa se veía fea, simplemente podría salir corriendo, pero no sabía si realmente esos tipos contaban con más socios o aliados cerca. Y había el plus que intentaba mantener desde que llegué a Tortuga: no crear una pelea en Champa. Por cómo funciona la ciudad y lo locos y beodos que son algunos de sus habitantes, eso era como una taberna de mala muerte gigante; la mínima chispa de conflicto podía terminar en una batalla campal, sumándose a dar golpes y patadas todos los presentes de forma indiscriminada.
Pero la idea de que podría huir si la cosa se ponía fea me dio una idea. No se me había pasado de buenas a primeras por la cabeza porque aún no estaba muy acostumbrado a eso. Y si le sumas que apenas lo había estado probando durante la mañana, era muy arriesgado de utilizar. Pero la verdad es que le había pillado muy rápido el tranquillo y, ahora que lo pensaba, era la forma más directa y segura de proceder y conseguir esa misteriosa mercancía sin levantar sospechas innecesarias. Sin duda, era el mejor plan en esos momentos, aunque eso me volvería un ladrón. Pero dicen por ahí que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón. Y sin duda alguna, en esa isla y con ese nivel de secretismo, se trataban de dos ladrones o algo peor.
Me posicionaría, preparándome con mi objetivo fijado en las manos de ese hombre, y realizaría un gesto a Isis. El gesto era con el fin de que, desde su posición aérea sobrevolando el callejón, hiciera un graznido fuerte para llamar la atención de los dos tipos. Aunque fuera por tan solo un instante, era todo lo que necesitaba, un instante. Para ellos solo sería un breve momento, la duración de un parpadeo y el fuerte sonido de una explosión. Yo comenzaría a tensar todos los músculos de mi cuerpo mientras notaba cómo, por momentos, todo a mi alrededor comenzaba a moverse más lentamente. Pero no era eso; lo percibía todo más lento: los sonidos, el vuelo de Isis, cualquier mínimo gesto de esos hombres, todo era demasiado lento para mí en aquellos momentos.
En cuanto Isis hiciera la distracción, saldría corriendo de mi posición, directo hacia el hombre que portaba la mercancía, precedido de un estallido que rompía el aire y el mismo sonido en el momento en que alcanzara la velocidad supersónica que quiebra el sonido. Mi mayor pico de velocidad, el cual había comprobado que mi cuerpo solo soportaba utilizar una vez por el momento. Pero no importaba, porque aunque fuera una vez cada tantas horas, yo era supersónico y esa velocidad no era algo que el simple ojo humano pudiera apreciar a tiempo y mucho menos reaccionar ante ella. Pero era todo lo que necesitaba para que, en un parpadeo, plantarme al lado de esos dos, tomando en plena carrera el objeto que portaba entre las manos y saliendo de aquel callejón, recorriendo varios callejones hasta prácticamente retornar al mercado anterior, pudiendo en algunos tramos correr por las paredes de lo rápido que me movía.
Una vez dejados completamente atrás aquellos hombres y apenas habiendo podido percibir una mancha blanca en su vista, me disponía a comprobar qué era el contenido tras aquellas telas de seda y analizarlo bien. Tras lo cual lo volvería a envolver y ocultaría en mi túnica holgada mientras me reincorporaba, fingiendo normalidad en el flujo de personas que conformaban esa calle de puestos y paradas. Igual ya se había vendido el mapa para este momento...
Mi interés ahora no estaba en ese mapa o en aquellos compradores, aunque desconocía que realmente yo sí había logrado llamar la atención de alguien en aquel lugar; pero eso sería algo que desconocía y, si el destino era favorable, descubriría más tarde en mi camino por aquella ciudad. Ahora mismo quería reunirme con Isis y ver cómo había ido la persecución de aquel hombre que claramente transportaba algo importante y, por su actitud, dudo que lo hubiera conseguido por medios lícitos. Yo simplemente seguiría el vuelo de Isis, tal como ella me marcaba el camino.
Allí pude contemplar cómo efectivamente el hombre con el que me había cruzado, con un aire tan sospechoso, ahora mostraba un semblante más relajado, digno de aquel que se confía y ya da la miel del oso por vendida. Estaba, sin duda, ante una inminente transacción de algo o tal vez dos socios confirmando el botín de un producto robado o conseguido de extraperlo. Fuera como fuera, si incluso en esta ciudad andaban con tanto secretismo y sigilo, es que no podía ser bueno lo que andaban tramando; habían logrado despertar mi interés y codicia, muy picarones.
Me paré a mirar desde el callejón cercano, oculto y sopesando mis opciones. Si me acercaba para intentar escucharlos un poco, podría ponerme en riesgo, y dado cómo actuaba en público y lo mucho que se han escondido, las palabras no sonaban a mi mejor opción para lograr obtener información o lo que busco. En todos esos escenarios no hacía más que imaginarme cómo sencillamente todo podría acabar en una batalla allí mismo en el callejón. Lo cual no me amedrentaba ni asustaba mucho; si la cosa se veía fea, simplemente podría salir corriendo, pero no sabía si realmente esos tipos contaban con más socios o aliados cerca. Y había el plus que intentaba mantener desde que llegué a Tortuga: no crear una pelea en Champa. Por cómo funciona la ciudad y lo locos y beodos que son algunos de sus habitantes, eso era como una taberna de mala muerte gigante; la mínima chispa de conflicto podía terminar en una batalla campal, sumándose a dar golpes y patadas todos los presentes de forma indiscriminada.
Pero la idea de que podría huir si la cosa se ponía fea me dio una idea. No se me había pasado de buenas a primeras por la cabeza porque aún no estaba muy acostumbrado a eso. Y si le sumas que apenas lo había estado probando durante la mañana, era muy arriesgado de utilizar. Pero la verdad es que le había pillado muy rápido el tranquillo y, ahora que lo pensaba, era la forma más directa y segura de proceder y conseguir esa misteriosa mercancía sin levantar sospechas innecesarias. Sin duda, era el mejor plan en esos momentos, aunque eso me volvería un ladrón. Pero dicen por ahí que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón. Y sin duda alguna, en esa isla y con ese nivel de secretismo, se trataban de dos ladrones o algo peor.
Me posicionaría, preparándome con mi objetivo fijado en las manos de ese hombre, y realizaría un gesto a Isis. El gesto era con el fin de que, desde su posición aérea sobrevolando el callejón, hiciera un graznido fuerte para llamar la atención de los dos tipos. Aunque fuera por tan solo un instante, era todo lo que necesitaba, un instante. Para ellos solo sería un breve momento, la duración de un parpadeo y el fuerte sonido de una explosión. Yo comenzaría a tensar todos los músculos de mi cuerpo mientras notaba cómo, por momentos, todo a mi alrededor comenzaba a moverse más lentamente. Pero no era eso; lo percibía todo más lento: los sonidos, el vuelo de Isis, cualquier mínimo gesto de esos hombres, todo era demasiado lento para mí en aquellos momentos.
En cuanto Isis hiciera la distracción, saldría corriendo de mi posición, directo hacia el hombre que portaba la mercancía, precedido de un estallido que rompía el aire y el mismo sonido en el momento en que alcanzara la velocidad supersónica que quiebra el sonido. Mi mayor pico de velocidad, el cual había comprobado que mi cuerpo solo soportaba utilizar una vez por el momento. Pero no importaba, porque aunque fuera una vez cada tantas horas, yo era supersónico y esa velocidad no era algo que el simple ojo humano pudiera apreciar a tiempo y mucho menos reaccionar ante ella. Pero era todo lo que necesitaba para que, en un parpadeo, plantarme al lado de esos dos, tomando en plena carrera el objeto que portaba entre las manos y saliendo de aquel callejón, recorriendo varios callejones hasta prácticamente retornar al mercado anterior, pudiendo en algunos tramos correr por las paredes de lo rápido que me movía.
Una vez dejados completamente atrás aquellos hombres y apenas habiendo podido percibir una mancha blanca en su vista, me disponía a comprobar qué era el contenido tras aquellas telas de seda y analizarlo bien. Tras lo cual lo volvería a envolver y ocultaría en mi túnica holgada mientras me reincorporaba, fingiendo normalidad en el flujo de personas que conformaban esa calle de puestos y paradas. Igual ya se había vendido el mapa para este momento...