Airgid Vanaidiam
Metalhead
18-01-2025, 11:31 AM
Airgid entró al Cuerno Frío con pasos deliberados, como si cada movimiento estuviera calculado con precisión. La tormenta de afuera rugía con fuerza, y al abrir la puerta, el aire helado irrumpió en el local, acompañado por un polvo de nieve que hizo titilar las lámparas de aceite. Su figura era alta y esbelta, pero envuelta en una capa grisácea que la hacía parecer una sombra más en la penumbra de la taberna. Cada paso resonaba en las tablas del suelo, llamando la atención de los más observadores. No porque fuera ruidoso, sino porque su andar transmitía algo inusual. El eco metálico que se entremezclaba con el crujido de la madera era un recordatorio de su pierna mecánica, cubierta por la tela de la capa, pero imposible de ocultar del todo. Tampoco es como si quiera enmascararlo, se sentía orgullosa de la fuerza de su nueva pierna, del trabajo que hizo fabricándola. Bajo la capucha, unos ojos del color de la miel recorrieron el lugar con cuidado, aunque sin detenerse en nadie demasiado tiempo, tratando de no establecer un contacto indeseado. Y porque tenía un propósito claro, una búsqueda que no permitía distracciones.
Avanzó por el salón, sin prisa, aunque tampoco se detenía a esquivar a nadie. Su capa rozó las mesas más cercanas, dejando gotas de nieve derretida en la madera, pero nadie le dio demasiada importancia, era algo que debía pasar con suficiente frecuencia como para no resultar molesto. Cuando llegó a la mesa de Contróy, Airgid no tomó asiento ni hizo gesto alguno de reconocimiento. En silencio, dejó caer un pequeño saquito de cuero sobre la madera. El sonido de las monedas tintineando dentro fue un golpe seco y preciso que rompió la monotonía del lugar. No necesitaba decirle nada. Contróy sabía lo que significaba. La mujer, oculta bajo aquella capucha que ni siquiera llegaba a revelar sus rubios mechones, permaneció unos instantes allí, observándolo con esos ojos que parecían analizar hasta el más mínimo detalle de su miseria. No había juicio ni compasión en ellos, solo neutralidad e indiferencia, con una pizca de duda. ¿Debía confiar en alguien así? Aquello no era un simple intercambio, era el inicio de algo que podría terminar bien, mal o de forma desastrosa para ambos.
La mujer dio un paso atrás, dejando que el silencio se extendiera entre ambos como una cortina de acero. Su mano, cubierta por un guante de color negro, ajustó el borde de la capa antes de girarse hacia la puerta. No había palabras que intercambiar, ni siquiera una señal de asentimiento. Todo estaba dicho en ese simple acto de dejar el dinero. La misión estaba en marcha, y cualquier cosa que ocurriera a partir de ese momento era asunto de Contróy. Al final si que había aprendido a hacer un par de cosas como una revolucionaria: el misterio y la confidencialidad eran la clave de todo. Al salir, Airgid dejó que la puerta se cerrara tras de sí con un golpe sordo, dejando entrar otra ráfaga de viento helado que hizo estremecer a los presentes.
Avanzó por el salón, sin prisa, aunque tampoco se detenía a esquivar a nadie. Su capa rozó las mesas más cercanas, dejando gotas de nieve derretida en la madera, pero nadie le dio demasiada importancia, era algo que debía pasar con suficiente frecuencia como para no resultar molesto. Cuando llegó a la mesa de Contróy, Airgid no tomó asiento ni hizo gesto alguno de reconocimiento. En silencio, dejó caer un pequeño saquito de cuero sobre la madera. El sonido de las monedas tintineando dentro fue un golpe seco y preciso que rompió la monotonía del lugar. No necesitaba decirle nada. Contróy sabía lo que significaba. La mujer, oculta bajo aquella capucha que ni siquiera llegaba a revelar sus rubios mechones, permaneció unos instantes allí, observándolo con esos ojos que parecían analizar hasta el más mínimo detalle de su miseria. No había juicio ni compasión en ellos, solo neutralidad e indiferencia, con una pizca de duda. ¿Debía confiar en alguien así? Aquello no era un simple intercambio, era el inicio de algo que podría terminar bien, mal o de forma desastrosa para ambos.
La mujer dio un paso atrás, dejando que el silencio se extendiera entre ambos como una cortina de acero. Su mano, cubierta por un guante de color negro, ajustó el borde de la capa antes de girarse hacia la puerta. No había palabras que intercambiar, ni siquiera una señal de asentimiento. Todo estaba dicho en ese simple acto de dejar el dinero. La misión estaba en marcha, y cualquier cosa que ocurriera a partir de ese momento era asunto de Contróy. Al final si que había aprendido a hacer un par de cosas como una revolucionaria: el misterio y la confidencialidad eran la clave de todo. Al salir, Airgid dejó que la puerta se cerrara tras de sí con un golpe sordo, dejando entrar otra ráfaga de viento helado que hizo estremecer a los presentes.