Airgid Vanaidiam
Metalhead
19-01-2025, 12:13 AM
Puede que lo normal fuera interesarse por lo que el salón escondía, por aquellos guerreros y la urgencia con la que se habían adentrado en el edificio. Todo el mundo hablaba de ello alrededor de Airgid, y aunque Airgid se consideraba una mujer curiosa hasta la médula, sintió que, por algún motivo, debía centrar su atención en las montañas, en la excursión que acababan de planear de forma espontánea. Mañana sería otro día para la política y las guerras, para las preocupaciones y los conflictos; hoy por hoy, su prioridad era pasar tiempo con su familia. Por muy cursi que pudiera sonar. Y quién sabe, puede que Umibozu, Asradi, Ubben o Sasurai escucharan algo acerca de lo que ocurría en la isla, sin necesidad de tener que preocuparse ellos.
Comenzaron a salir de la aldea, adentrándose cada vez más en la naturaleza, en el bosque. Las copas de los árboles servían como paraguas para evitar que demasiada nieve cayera sobre sus cabezas, aún así, a cada ratito, Airgid les limpiaba los pequeños mechones a sus hijos y les aferraba la manta por encima. Estaban encantados de salir por ahí, y es que prácticamente desde que nacieron, Airgid ya les acostumbró a viajar de un lado para otro, ya fuera en barco o a pie. Incluso en pulpo volador. Era mucho más de lo que podían decir otros bebés. Y justamente por eso mismo, por haberles llevado a tantos sitios, estaba también tremendamente acostumbrada a estar alerta, observando a su alrededor con una mirada fija y calculadora, notando constantemente el peso de las armas que guardaba en su mochila, en la espalda. Como un animal que protege a sus cachorros. Aunque debía admitir que, con la compañía de Ragnheidr, se sentía protegida y con la confianza suficiente como para no tener que activar siquiera su haki de observación. Lo que significaba mucho, porque había llegado a un punto en el que estaba acostumbrada a tenerlo casi siempre activado. Al pensar en ello le miró de reojo, lanzándole una sonrisa que el vikingo no fue capaz de ver, mirando al horizonte.
Notó entonces el cambio en su mirada, la leve arruga de su frente al fruncir el ceño: había visto algo. Más allá, en la bifurcación del camino que se dirigía hacia arriba, había una mancha que destacaba llamativamente sobre el blanco de la nieve. Su color no dejaba demasiado margen a la imaginación, y Ragnheidr confirmó sus pensamientos en voz alta. Bueno, habían venido en busca de aventura, ¿no? No hizo falta que ninguno dijera nada más, porque ambos estuvieron compenetrados al seguir avanzando, tratando de alcanzar el rastro, cada vez más claro. Atrás quedaron los árboles mientras se acercaban a la colina, con pasos firmes, dejando profundas huellas en la nieve tras de sí. Ese pensamiento hizo que Airgid mirara hacia atrás por un momento, observando el rastro de ambos, y no le hizo especial gracia que fuera tan visible... puede que solo estuviera siendo un poco paranóica. Era difícil no serlo después de lo que vivieron en la taberna en Oykot, después de saber que prácticamente, allá donde fueran, tenían una diana dibujada en la cabeza. Tras soltar un rápido suspiro, volvió a centrarse en el frente, tranquilizada por la presencia de Ragnheidr y las caras adorables de sus hijos.
Finalmente alcanzaron la mancha carmesí. La rubia observó al vikingo actuar, dejar a Lilyd en el suelo y agacharse para palpar el líquido. Airgid enseguida se agachó también, pero para tomar a la niña entre sus brazos. No le hacía gracia que se resfriara, o que se acercase a la sangre. Tenía hijos demasiado curiosos, ¿de quién lo habrían heredado? Notó en las suposiciones de Ragnheidr que se moría por investigar, lo que le sacó una sonrisa. — Puede que haya alguien herido. O que sea zona de cazadores. — Intentaba no ponerse en lo peor. Pensar que lo más sencillo, solía ser la respuesta. Pero lo cierto es que en aquella tierra salvaje, llena de guerreros, lo más común podía ser una guerra o una matanza. No, no había tanta sangre como para que fuera el escenario de un crimen... Joder, la verdad es que a ella también le daba mucha curiosidad. Se mordió ligeramente la lengua, señal de su nerviosismo, entusiasmo, miedo, no por ella precisamente. — Bueno, hemos venido a explorar, ¿no? A buscar aventuras. — Dijo animada. Entonces tomó el brazo de Ragnheidr, buscando un momento de contacto, de calidez, de conexión. A pesar del tono que había empleado, alegre y lleno de entusiasmo, la mirada que le lanzó a su pareja transmitía cierta preocupación. — Si notas cualquier cosa... avísame. — Sabía que el control de Ragnheidr sobre el haki de observación era superior al suyo, así que depositó toda su confianza en él. Posó un suave beso sobre su piel antes de soltarle, antes de seguir el camino que ascendía por la montaña, aquel que incluso su hija Lilyd parecía entusiasmada por descubrir.
Comenzaron a salir de la aldea, adentrándose cada vez más en la naturaleza, en el bosque. Las copas de los árboles servían como paraguas para evitar que demasiada nieve cayera sobre sus cabezas, aún así, a cada ratito, Airgid les limpiaba los pequeños mechones a sus hijos y les aferraba la manta por encima. Estaban encantados de salir por ahí, y es que prácticamente desde que nacieron, Airgid ya les acostumbró a viajar de un lado para otro, ya fuera en barco o a pie. Incluso en pulpo volador. Era mucho más de lo que podían decir otros bebés. Y justamente por eso mismo, por haberles llevado a tantos sitios, estaba también tremendamente acostumbrada a estar alerta, observando a su alrededor con una mirada fija y calculadora, notando constantemente el peso de las armas que guardaba en su mochila, en la espalda. Como un animal que protege a sus cachorros. Aunque debía admitir que, con la compañía de Ragnheidr, se sentía protegida y con la confianza suficiente como para no tener que activar siquiera su haki de observación. Lo que significaba mucho, porque había llegado a un punto en el que estaba acostumbrada a tenerlo casi siempre activado. Al pensar en ello le miró de reojo, lanzándole una sonrisa que el vikingo no fue capaz de ver, mirando al horizonte.
Notó entonces el cambio en su mirada, la leve arruga de su frente al fruncir el ceño: había visto algo. Más allá, en la bifurcación del camino que se dirigía hacia arriba, había una mancha que destacaba llamativamente sobre el blanco de la nieve. Su color no dejaba demasiado margen a la imaginación, y Ragnheidr confirmó sus pensamientos en voz alta. Bueno, habían venido en busca de aventura, ¿no? No hizo falta que ninguno dijera nada más, porque ambos estuvieron compenetrados al seguir avanzando, tratando de alcanzar el rastro, cada vez más claro. Atrás quedaron los árboles mientras se acercaban a la colina, con pasos firmes, dejando profundas huellas en la nieve tras de sí. Ese pensamiento hizo que Airgid mirara hacia atrás por un momento, observando el rastro de ambos, y no le hizo especial gracia que fuera tan visible... puede que solo estuviera siendo un poco paranóica. Era difícil no serlo después de lo que vivieron en la taberna en Oykot, después de saber que prácticamente, allá donde fueran, tenían una diana dibujada en la cabeza. Tras soltar un rápido suspiro, volvió a centrarse en el frente, tranquilizada por la presencia de Ragnheidr y las caras adorables de sus hijos.
Finalmente alcanzaron la mancha carmesí. La rubia observó al vikingo actuar, dejar a Lilyd en el suelo y agacharse para palpar el líquido. Airgid enseguida se agachó también, pero para tomar a la niña entre sus brazos. No le hacía gracia que se resfriara, o que se acercase a la sangre. Tenía hijos demasiado curiosos, ¿de quién lo habrían heredado? Notó en las suposiciones de Ragnheidr que se moría por investigar, lo que le sacó una sonrisa. — Puede que haya alguien herido. O que sea zona de cazadores. — Intentaba no ponerse en lo peor. Pensar que lo más sencillo, solía ser la respuesta. Pero lo cierto es que en aquella tierra salvaje, llena de guerreros, lo más común podía ser una guerra o una matanza. No, no había tanta sangre como para que fuera el escenario de un crimen... Joder, la verdad es que a ella también le daba mucha curiosidad. Se mordió ligeramente la lengua, señal de su nerviosismo, entusiasmo, miedo, no por ella precisamente. — Bueno, hemos venido a explorar, ¿no? A buscar aventuras. — Dijo animada. Entonces tomó el brazo de Ragnheidr, buscando un momento de contacto, de calidez, de conexión. A pesar del tono que había empleado, alegre y lleno de entusiasmo, la mirada que le lanzó a su pareja transmitía cierta preocupación. — Si notas cualquier cosa... avísame. — Sabía que el control de Ragnheidr sobre el haki de observación era superior al suyo, así que depositó toda su confianza en él. Posó un suave beso sobre su piel antes de soltarle, antes de seguir el camino que ascendía por la montaña, aquel que incluso su hija Lilyd parecía entusiasmada por descubrir.